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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El mito del desarrollo sostenible

El 27 de septiembre de 2012, entre las actividades programadas por el Comité del Instituto de Ingeniería de España (General Arrando, 38, Madrid) en apoyo de una iniciativa de las Naciones Unidas, preparé una conferencia sobre "El tejido industrial y el desarrollo sostenible".

Es, desde luego, un tema atractivo y bastante manoseado. Mi tesis doctoral sobre "El desarrollo industrial del Principado de Asturias a partir de la experiencia reciente", abarcaba, hace unas décadas, la misma problemática de fondo.

En mi opinión, la cuestión irresoluble desde el mercado es la distribución homogénea de la tecnología, lo que está imbricado, de forma sustancial, con la disponibilidad financiera, cuyo control no solo permanece en pocas manos, sino que se concentra aún más.

Aunque no tiene mucho sentido hablar de Países Tecnológicamente Más Desarrollados (PTMD), sino de estructuras industriales situadas en ellos que son dominantes, la debilidad de los entramados en los Países Tecnológicamente Menos Desarrrollados (PTmD), hace improbable que surjan en ellos grupos empresariales nacionales que, por mucho que se confíe en las ventajas de la globalización de los mercados,  alcancen una posición competitiva fuera de sus fronteras.

La realidad confirma esta sospecha. Las multinacionales pueden ubicar alguno de sus centros de producción en los PTmD, pero los mercados a cuidar siguen estando en los PTMDs.  

La reducción de empleo disponible que implica la incorporación de tecnologías más eficientens, está produciendo, de manera complementaria, un flujo emigratorio perverso. No por culpa de la tecnología, sino de la corrupción del término de sostenibilidad (o sustentabilidad), que he llamado ausencia de tecnoeconomía o Inmovilismo Sostenible (IS).

La tecnoeconomía supondría la subordinación de la economía a la difusión de los conocimientos técnicos relevantes, sustrayéndolos del mercado financiero e incorporándolos a la filantropía global.

Si no se corrige, seguirá sucediendo -entre otros efectos- que los habitantes de las zonas más deprimidas tendrán que emigrar para ocupar los puestos de trabajo subvalorados en las economías desarrolladas. Mientras tanto, los mejores tecnocientíficos serán captados por los grupos empresariales de los países más avanzados, cerrando así el acceso general a la tecnología y controlando, internamente, su generación y dinamismo.

 

El sueño de Robert J. Shiller: Finanzas en una sociedad justa

Robert J. Shiller está reconocido como uno de los analistas económicos más influyentes del mundo. Estamos en nuestro derecho a discrepar de tal afirmación, porque las teorías de este catedrático norteamericano, autor de varios bestseller en los que ha criticado el comportamiento supuestamente "racional" del mercado (1981), o pronosticado el estallido tanto de las burbujas bursátiles como de la vivienda, apoyándose en el seguimiento de un índice del que fue coautor (1987-2000), no parecen haber servido para adoptar medidas que nos salvaran de caer en el fango y, tampoco, de sacarnos de él.

Schiller tiene una forma de exposición de sus ideas que las hace aparecer sensatas, por más que su aplicación práctica no resulte ni sencilla ni sus consecuencias claramente deducibles.

El 25 de septiembre de 2012 impartió la conferencia que inauguraba el curso académico, en ese aula para ejecutivos bancarios de variado pelaje, profes, jubiletas y estudiantes de master en que se ha convertido el salón de actos de la Fundación Rafael del Pino.

Shiller, que está en sus 66, mantiene un aspecto juvenil y adorna su discurso con ocasionales sonrisas. No tiene más remedio que hacerlo así: Con la que está cayendo, defiende el sistema financiero como la herramienta más adecuada para conseguir avanzar en una sociedad más justa.

Amadeo Petitbó hizo la presentación del conferenciante (de promoción por España, dicho sea de paso, de su libro sobre el particular, editado en España por Deusto), y resumió la doctrina del catedrático norteamericano en estas palabras: "Dejemos de criticar el sistema financiero y por el bien común, recuperémoslo".

Me pareció particularmente interesante la presentación de algunas ideas innovadoras que pretenden incorporar la filantropía a los mercados financieros, "humanizándolos".

1) La prohibición de volver a los mercados por parte de quienes han infringido las reglas.

2) El estímulo a la creación de corporaciones intermedias entre las ONGs y las empresas ("half way between full and non-profit")

3) Apoyo a la dedicación de fondos a proyectos de emprendedores sin recursos, con exacciones fiscales especiales.

4) Mecanismos para seguimiento de inversiones sin beneficio económico, pero con remuneración enfocada al reconocimiento social

5) Reducción automática de la deuda hipotecaria cuando el mercado global baja

6) Acomodación de los servicios sociales prestados por los Estados al PIB real.

El debate posterior no resultó adecuado para sacarle punta a estas propuestas (tal vez mejor explicitadas en su libro, que no compré, aunque espero que me lo regale). Las preguntas de los intervinientes se enfocaron a cuestiones, en general, más relacionadas con la situación en España o en la Unión Europea, que, como es sabido, viven otra realidad, no tan conocida -por lo que me pareció- por el ilustre conferenciante.

 

El Club de la Tragedia: El cuento del pollastre viatger

En la granja de las autonomías españolas, hay un par de pollitos que gallean. Son más robustos que los demás, e incluso, si se les pusiera al lado de los más tiernos de la pollada, parecerían ser de otra camada.

Y sin embargo, proceden todos de la misma puesta y han sido incubados por la misma gallina, exactamente durante veintiún días. Por lo que nadie pondría la mano en el fuego es por la naturaleza del padre, lo que ha servido para despertar la imaginación de algunos de los pollitos.

¿Seré hijo de ese formidable animal que, cada tarde, vuelve cargado con los aperos de labranza, al establo en el que recibe una ración de heno que me serviría a mí de alimento por más de un año?, se preguntaba en silencio un pollito rubicundo, picoteando dismuladamente las piedrecitas junto a la alambrada del gallinero.

"Estoy seguro de pertenecer a la familia de esos gallardos compadres que se acercan, graznando, a los comederos de la granja, para arrebatarnos con increíble arrojo parte del grano, obligando a que nuestro cuidador reponga lo que falta de sus despensas ilimitadas", reflexionaba otro de los polluelos, soñando con una ascendencia de altos vuelos.

El más gordo y osado de aquellos pollos, despreciaba a esos compañeros de camada, que alimentaban unas, para él, estúpidas elucubraciones, a las que no encontraba el menor valor práctico. En particular, le resultaban hilarantes las consignas de la mayoría de sus hermanos que defendían la teoría de que, para defenderse de los enemigos naturales, y en especial de un pájaro descomunal que el granjero llamaba gavilán deberían procurar estar todos juntos y apresurarse a esconderse en el cobertizo cuando cualquiera lo avistara.

Sueños ridículos que el presuntuoso, estaba convencido de que carecían del menor punto de contacto con la realidad. Por el contrario, el sabía con certeza que el era el único que no pertenecía a aquella generación de pollos.

Sus orígenes eran diferentes. No era la suya la historia del patito feo que se convierte en cisne al subir en edad. Había tenido ocasión de ilustrarse en un trozo de papel de periódico con los que el granjero envolvía la puesta de las gallinas adultas.

El era, indudablemente, no un pollo, sino un pollastre.

Y, para mayor gloria, se convertiría en un pollastre viatger, abandonando la granja en la que vivía. No estaba dispuesto a compartir su comida con los demás polluelos, repartiendo las migajas que se les ponían en el comedero; porque él sabía donde y cómo sembrar el grano para que creciera más rápido; el podría subsistir perfectamente sin más ayuda que su ingenio.

Así que, una mañana, mientras los demás dormían plácidamente subidos en sus pescantes, por uno de los agujeros abiertos en la malla metálica, salió al aire libre. Nadie le había dicho que era invierno y estaban en Siberia.

Si el lector no conoce el cuento del pollito, le remito a este Comentario anterior.

Propuestas para que Toledo no se convierta en Tolero ( y 2)

Necesita Toledo, como más urgente, la construcción de más escaleras mecánicas que conecten el casco histórico con el resto de la ciudad. Está desde hace mucho prevista una que lleve desde la puerta del Sol al Miradero, interrumpida por falta, dicen, de fondos. Cada día, cientos de estudiantes y otros peatones deben realizar el penoso ascenso (y volver), perdiendo así tiempos valiosos, a la par que agotan energías. Mucho se lograría de tener esa vía de conexión, unificando la ciudad.

Hay un trenecito que cubre un itinerario turístico y que tiene, por lo que he comprobado, mucha aceptación. Los autobuses urbanos -demasiado grandes para circular por las estrechas calles- no tienen la misma aceptación y hacen el recorrido, la mayor parte de las veces vacíos. Urge la revisión de ese servicio.

Toledo es, hoy por hoy, una ciudad demasiado ruidosa; en el casco urbano no se duerme a gusto. A cualquier hora de la noche, grupitos de borrachuelos entablan discusiones estúpidas o mantienen insulsas charlas que despiertan y desvelan a los vecinos. Nadie viene a interrumpirlos (apetece, desde luego, lanzar agua sobre sus cerebros reblandecidos por el alcohol, al grito de ¡Agua va, desconsiderados!)

Han quitado la oficina de policía del centro, y quien desee realizar una denuncia, deberá hacer el camino hacia la central (sí, situada, abajo, muy abajo), y no le facilitarán allí, desde luego, las cosas. No sé de cuántos miembros dispone el servicio municipal de policía, pero no se les ve por el centro histórico, salvo para regular -como quien maneja un mecano- el tráfico de mercancías a primeras horas de la mañana (antes de las once), momentos en que decenas de furgonetas colapsan las calles interiores, navegando entre sufridos transeúntes que esquivan, como pueden, los vehículos conducidos por atareados repartidores.

De algo excepcionalmente positivo debo dar cuenta. Se han hecho, recientemente, magníficas recuperaciones de edificios antiguos que se destinan a restaurantes que, por lo que tengo comprobado, están regidos por comerciantes inteligentes y que ofrecen buen servicio. Esta labor sí que está muy bien enfocada, y lo prueba el éxito que están cosechando.

Pero, ¿quiénes viven en el centro de Toledo viejo?. No funcionarios, salvo contadas excepciones. Los políticos y funcionarios de la ciudad imperial prefieren vivir en Madrid y en localidades próximas, desplazándose a diario a sus despachos. Hay algunos pisos ocupados por extranjeros, otros alquilados a empleados de los comercios de la zona; muchos, vacíos, en los que carteles de "se vende" o "se alquila" demuestran a las claras que la oferta es superior a la demanda.

Hay un espacio especialmente infrautilizado, y para el que se ha hecho ya cierta inversión, pero que no se ha apoyado suficientemente para que cobre todo su valor. El paseo junto al Tajo, en el que deberían plantarse muchos árboles (en Toledo tenemos sol y agua), y crear zonas de esparcimiento, dotándolos de restaurantes, cafeterías y ofertas comerciales de entidad.

Toledo tiene muchas posibilidades por explorar. También en la ordenación de las rehabilitaciones, algunas de las cuales no se están haciendo con respeto hacia la unidad del conjunto, incluso encubriendo la vista de edificios singulares o falseando, con materiales erróneos, la verdadera recuperación homogénea que debiera pretenderse de una ciudad-joya.

Hagamos por Toledo. Por hacer de la ciudad un entorno plenamente funcional, habitable con comodidad, para el habitante del siglo XXI. Como lo consiguieron, en su momento, los anteriores pobladores. Teniendo en cuenta que hoy las exigencias de comodidad y nivel de vida han variado, pero deben ser compatibles con la Historia que deseamos contar.

 

 

El Club de la Tragedia: Guindillas para todos

A nuestro país, o sea, a España, le hace falta un buen reparto de guindillas, quiero decir, algún estimulante grueso. El cotarro anda dormido y es imprescindible un buen meneo.

Amigos de los extremos -una de las dos Españas ha de helarte el corazón, españolito que vienes al mundo, te guarde Dios-, aquí no solo en lo ideológico se bascula también entre el ardor desaforado y el desprecio absoluto.

Pongo ejemplos: de una alegría impropia de bancarios, en la que se te prestaban dineros de sobra para comprar un piso con tres baños con solo enseñar una fotocopia de la nómina del mes pasado, ahora las cosas se vuelven cinturón y tirantes antes de soltar un euro para ayudarte a comprar algo que vas a hipotecar habiendo puesto tú más de la mitad de lo que vale en el mercado.

Más: todos aquellos que hablaban a boca llena de las grandes perspectivas económicas, de nuestra tecnología de rechupete y competitividad internacional, se les ha arrugado el entrecejo y despiden a mansalva a sus empleados, y ponen sábanas sobre la maquinaria recién comprada, mientras esperan que alguien lea el anuncio en segundamano donde la ponen a la venta por lo que quieran darles.

Item más, la inmensa mayoría se ha sentado a esperar que todo escampe, como quien confía en la salvación de sus ánimas, discutiendo de fútbol para mantener en ralentí sus motores intelectuales, asistiendo con complaciente pudor al espectáculo bastante deslabazado de quienes protestan (no tengo dudas que con toda razón, pero sin soluciones) por lo mal que les va, -sino a ellos, a sus vecinos-. 

Como lo de ponerse las pilas parece más propio de un anuncio de muñecas andadoras, uso un concepto chusco que cayó en desuso. Hay que repartir guindillas, para que, introducidas en los orificios corporales, aviven en todos las intenciones de hacer algo. Aunque no sea directamente útil, pero que se vea que todos movemos el culo.

Propuestas para queToledo no se convierta en Tolero

Toledo es una ciudad a la que la modernidad ha divido en dos identidades (el casco histórico y su desarrollo extramuros), que por sus distintos objetivos y naturaleza no han resultado conciliables.

Es imprescindible que se pongan de manifiesto los efectos de esa dicotomía, y propiciar un debate constructivo y sereno sobre el futuro de uno de los mejores testimonios de nuestro patrimonio arquitectónico.

La mayor parte de quienes tenemos ocasión de observar el día a día del interior de la muralla, abrigamos pocas dudas acerca del riesgo que se deriva de la realidad vivida en ese entorno privilegiado. Toledo-centro ha mejorado en infraestructuras de acceso, se han rehabilitado algunos edificios, pero sigue siendo una ciudad con escasa vida propia.

Y una ciudad no se alimenta solo de turistas, porque son sus habitantes permanentes los que construyen su perfil y, en consecuencia, garantizan su futuro. Una ciudad no es un escaparate, ha de tener su propia dinámica, surgida desde sus entrañas, de la actividad que se produce en ella.

Una ciudad tampoco es un macro-establecimiento comercial, concebido como una galería de souvenirs a cuenta de lo que fue en su pasado. Eso es también otra cosa, y Toledo no puede quedar reducido a ser museo de su historia, vacío de vida propia, que es lo que, inexorablemente, para estar sucediendo.

Analicemos qué pasa en la ciudad de Toledo, tomándole el pulso de lo que es, no de lo que lo que se quiere ver de ella.

A partir de las nueve de la mañana, y hasta la caída de la tarde, miles de visitantes, en grupos de veinte o más individuos, pertrechados con su cámara fotográfica o de vídeo, siguiendo como obedientes ovejas a un guía que los conduce de aah en ooh, reciben una inmersión apurada, tremendamente sesgada y falsa, de Toledo.

Se mueve dinero en estos paseos, claro, pero sin sustanciales valores añadidos para el comercio de la ciudad, que ve pasar las hordas sin beneficios ciertos. ¿Qué comercio es ese?. Pues no hay mucha imaginación en la oferta, en verdad, porque lo forman regular y monótonamente intermediarios que atiborran los escaparates y el interior de sus tiendas de espaditas, escudos, navajas, cajitas, armaduras de mentirijillas y otros trabajos de seudoartesanos situados quién sabe dónde, alineados junto a repetitivos y sosos souvenirs que pueden encontrarse en cualquier sitio y que carecen, por tanto, del mínimo criterio artístico.

Antes que la oleada de turistas, al mismo tiempo casi que los propietarios y dependientes de tiendas, bares y baruchos colocan sus mesas y tenderetes, el observador podrá reconocer otros individuos bastante conspicuos que también se preparan para su peculiar faena.

Son los ladronzuelos del tirón, los especialistas en sacarte la cartera del bolso del pantalón, los maestros del descuido, que buscan hacer su agosto en cualquier mes aprovechándose del despiste de quienes a uña del caballo de los turoperéitors, van con la lengua fuera del Alcázar a Zocodover, de allí a la catedral, de la catedral a una sinagoga, de aquella sinagoga al Entierro del Conde Orgaz, y de allí a ver las afueras de San Juan de los Reyes y no tiro más porque nos toca volver al autobús a dormir a Madrid.

(continuará)

 

In memoriam: Santiago Carrillo

El 18 de septiembre de 2012, a los 97 años de edad, falleció Santiago Carrillo. Había nacido en 1915, en Gijón; su padre fue un sindicalista destacado de la UGT y dirigente del Partido Socialista de Asturias, en momentos en los que ser socialista significaba otras cosas, de las que las hemerotecas dan testimonio.

Santiago Carrillo, a pesar de su escasa formación académica, fue un hombre inquieto, y culto. Yo lo conocí personalmente hace ocho años, y compartimos una sobremesa en el que entonces era mi restaurante, AlNorte, en Madrid. Fue el 12 de octubre de 2004, y, cuando se lo pedí, escribió unos renglones en el libro de visitas del local.

Escribió de corrido la frase. Su mujer, Carmen, le guiaba la pluma poniéndole, a modo de plantilla, una cuartilla para que no se torciera, porque no veía bien.

Esto fue lo que me dejó, para mi pequeña historia: "A los amigos de "Al Norte", en recuerdo de un cordial almuerzo, con un grupo de valiosos luchadores por la democracia española. Santiago Carrillo".

Era evidente -para mí, desde luego- que la dedicatoria no iba dirigida a mí, quien en absoluto podía ser considerado (y menos, por él) "valioso luchador". Entre los asistentes a la comida, se encontraba Fernando Reinlein (ex UMD), que había organizado la comida y seguramente Carrillo pensaba, sobre todo, en él.

Yo había leído, y aún tendría ocasión desde entonces de leer bastante más, ya mucho sobre Santiago Carrillo y sobre el Partido Comunista, y sobre las tensiones internas que habían desgajado en varias facciones los planteamientos doctrinales de sus fuentes idiológicas. No me considero un ignorante, ni creo ser un sectario, a la hora de analizar la Historia española del siglo XX, que el protagonizó en buena parte.

Por eso, tengo mi propia explicación de algunos hechos relevantes de ese tramo tan complejo de nuestro pasado común, que no es preciso exponer aquí y ahora, y que, posiblemente, solo tiene interés para mí, para justificar mi prudente alejamiento de todo extremismo.

No participó Carrillo en la redacción de la Constitución de 1978, pero se le puede considerar uno de los "abuelos" de la misma, pues la vida le había llevado a moderar sus ideas revolucionarias, dotándolas de un pragmatismo inteligente y hábil.

Tuve oportunidad de conocer bastante de cerca a alguno de los siete llamados "padres" de esa  Constitución, -que hoy se nos está quedando tiesa entre las manos-, y constatar que era apreciado por ellos y, desde luego, también por otros muchos ciudadanos, que siendo opuestos a sus teorías políticas, sabían echar mano de un gran respeto y una comprensión serena hacia lo que no compartían, sin encender los ánimos arojando petardos al pebetero.

Entre ellos, quiero referirme hoy, en esta necrológica, a quien fue durante años contertulio junto a Carrillo en la SER ("La Ventana", programa dirigido por Carles Francino), Miguel Herrero de Miñón, con el que también me relacioné gracias al restaurante.

Herrero me entregaba recetas de la España medieval, con el deseo de que las adaptase a los menús de mi "proyecto", que no era un negocio, sino, más bien, una excusa para organizar tertulias en las que algunos españoles se conociesen mejor y pudieran compartir sus ideas positivas. Esa es, desde luego, otra historia.

Descansa en paz, Santiago Carrillo. He escuchado en RN los comentarios que uno de tus hijos, José Carrillo, Rector de la Universidad de Madrid, respetado catedrático de Matemáticas, dedicaba a tu memoria y a la necesidad de que los españoles nos entendamos. 

No pude evitar tampoco leer algunos comentarios con los que presuntos descerebrados aportan su mala uva a las, prácticamente generales, referencias elogiosas o de respeto al fallecido. Son, como siempre, producto de anónimos terroristas de la red telemática, tipos que utilizan cualquier ocasión para verter su bilis sobre lo que no quieren entender, depositando gotas de odio e insultos contra todo lo que ven o imaginan que les es contrario.

No merecería la pena darles cancha, y menos, en momentos de duelo. Conviene únicamente dejar de manifiesto que estos pendencieros que esconden la mano, se sienten estimulados, especialmente, por su deseo de condenar como únicos culpables a quienes, en todo caso, no fueron más que uno entre varios de quienes cometieron errores que no hay que sacar de contexto. Episodios complejos y dramáticos que el tiempo otros análisis sensatos han podido aclarar suficientemente, y que, en cualquier caso, en tiempos de paz, y porque queremos que dure, la mayoría hemos colocado en el anaquel de lo que no merece la pena destacar en el presente.

Santiago Carrillo era un hombre fiel a unas ideas básicas, que la edad y la experiencia convirtieron en elemento de negociación, en postura intelectual que solo por la vía del diálogo democrático puede alcanzar, si las circunstancias lo permiten, viabilidad.

Como en el fondo de esa doctrina está la comprensión de atajar las necesidades apremiantes de los que menos tienen, la voluntad de cambiar el sistema para que sea más justo, para que todos tengan de verdad, iguales oportunidades, y para que los que más ponen, más reciban, yo estoy de acuerdo con lo que transmiten o transmitieron, como poso de su trayectoria vital, personajes de ideologías tan diferentes como Santiago Carrillo, Miguel Herrero, Miguel Roca o Gregorio Peces-Barba.

Por ejemplo. Como ejemplo.

El Club de la Tragedia: ¿Hay algo más que debamos saber?

La Ley Básica 41/2002, reguladora de la autonomía del paciente, obliga a acreditar su "consentimiento informado", lo que, sin que ello signifique una crítica a la idea, sino a su realización práctica, se traduce no pocas veces en un simulacro -como otras buenas ideas a las que se adultera al ser trasladadas al uso diario-, por el que se recoge la firma de un ignorante que, por ejemplo, va a ser intervenido quirúrgicamente de inmediato, cubriendo así un expediente que servirá -si todo se tuerce, lo que prevendrán los manes, lares y penates y, sobre todo, la buena praxis- de exoneración al equipo facultativo.

El "consentimiento informado" no es, desde luego, algo que se haya previsto en la vida política, sino que se ha impuesto como regla el que los políticos tomen sus decisiones al margen de los ciudadanos, sin dar explicaciones sobre su comportamiento, obviando que representan intereses del pueblo, a los que deben servir, porque para ello se han postulado, y para ello les pagamos, aunque sus salarios les parezcan, cuando autojuzgan sus capacidades, escasos.

En los días 17 y 18 de septiembre de 2012 han tenido lugar dos sorprendentes declaraciones, de consecuencias político-económicas graves. En ambas, no solo no se ha contado a priori con el beneplácito de los ciudadanos, sino que, tratándosoe de formulaciones repentinas, inesperadas, despiertan la sospecha de que quienes las han tomado poseen información relevante que no nos comunican, que nos ocultan.

Se trata, como el lector español deducirá de inmediato, de la dimisión de de todos sus cargos de la, entre otros, Presidente de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, comunicada y hecha efectiva el mismo lunes, 17 de septiembre, y la no menos sorprendente publicación de una Carta de Su Majestad El Rey Juan Carlos, en la web recién abierta de esta Institución, en la que se analiza, utilizando ese insólito medio, la situación económico-política del país.

(continuará)

El Club de la Tragedia: Atmósfera sobrecargada.

Mi primera intención fue titular este Comentario, "Reminiscencias de 1934", pero inmediatamente después pensé que la presentación de analogías entre el actual momento convulso, desordenado y oscuro, y la tensión social y política que se vivió en España en los años terminales de la Segunda República, me obligaba a realizar un análisis extenso para ser bien comprendido, que no sería posible recoger en un titular.

Dejémoslo, pues, así: la atmósfera está sobrecargada. Y no existen vías de escape abiertas para liberar la presión acumulada -ni siquiera se consigue detener la aportación de calor al contenido de la caldera-, por lo que es urgente encontrar medidas de alivio para que el mecanismo no explote. Han de ser, pues, en ese doble sentido: liberando vapor y reduciendo el calentamiento.

Los días 4 y 5 de octubre de 1934, comenzó una huelga general en varias localidades españolas, concebida también por alguno de sus instigadores como una simultánea insurrección armada contra el recién constituído gobierno de Lerroux. Las razones principales de este desencuentro tenían expresiones divergentes: para la izquierda revolucionaria se trataba del mantenimiento de una marginación intolerable, por lo que se centraban obstinadamente en un: "bendita sea la guerra"; para los republicaciones de izquierda, e incluso de centro-izquierda,  el modelo ya no servía: "no nos interesa la actual República; la nuestra está exánime". 

El seguimiento de la huelga general fue débil, en general, y se controló más o menos con la declaración de la ley marcial y la dura represión de los focos principales. Pero en Asturias , las organizaciones obreras -poderosamente estructuradas en torno a la actividad minera, y armados con explosivos y fusiles- tomaron un cariz especialmente violento, tanto en la expresión como en la opresión, que pasaría a la Historia reciente de nuestra incapacidad secular para entendernos como "Octubre Rojo".

Este episodio de desencuentros que preludió, de forma dramática, la inmediata guerra civil de 1936-39, que algunos vemos, a partir de datos e indicios sólidos, como un doble levantamiento desde dos direcciones yuxtapuestas frente a un idéntico objetivo, que era acabar de hundir al gobierno constitucional, que se ahogaba en su incompetencia : de los militares facciosos contra la República (atrayendo hacia sí una parte de la mayoría católica y de las "gentes de orden", incluído los capital-tenientes, etc.) y de la Alianza Obrera revolucionaria contra esa misma República (con su seguimiento de intelectuales ilusionados, detrás que no delante, de parceros humildes, desharrapados ilusos, infelices y engañados, aprovechados de izquierda, etc.).

¿Qué tenemos hoy? Un gobierno débil (a pesar de su espléndida mayoría parlamentaria, pero eso no basta en momentos de profunda crisis económica), una presión exterior insostenible, (por ambigua, desproporcionada e insolidaria, con injerencia intolerable y despótica sobre nuestra autonomía), una falta de objetivos para la reactivación económica evidente, (que ahoga cualquier previsión optimista respecto a la superación de la crisis) y, como especialmente importante, el rápido avance del deterioro de nuestro tejido social, exagerado en sus alcances por un irreductible terrorismo revolucionario (pero con base real: ese tejido está debilitado en lo económico, desorientado en los análisis, y confrontado dramáticamente a la evidencia de que el goce de las prestaciones pasadas no será recuperable).

Las enseñanzas de 1934 pueden ser variadas, según la ideología de los historiadores y su intención de adulterar o no la historia de los hechos, trayéndolos a su lámpara.

No resisto a hacer una escueta traslación de las urgencias que entonces no fueron asumidas, tal como las veo hoy.

En mi opinión, es urgente el acuerdo de eliminación de las disputas destructivas entre partidos -y no solo entre los dos mayoritarios-; es imprescindible dotar de máxima credibilidad nacional -la internacional me preocupa menos- al Gabinete, con personalidades competentes, dialogantes y creíbles, sin que se excluya la opción de un gobierno que incorpore miembros de otras formaciones políticas; las intervenciones policiales deben ser extremadamente cuidadosas ante las manifestaciones populares, evitando de todo punto enfrentamientos contra los que expresen pacíficamente su descontento, que incluso habría que propiciar; debe inexcusablemente negociarse con los líderes sindicales los términos que eviten cualquier convocatoria de huelga general, que a nada conduce, salvo al mayor deterioro de la economía y de la "paz social" (?); se ha de ser totalmente transparente en la evaluación de los costes de los servicios sociales (prestaciones de desempleo, jubilación, educación y sanidad),  dejando claro que esas partidas son irrenunciables y sus desequilibrios han de ser soportados por los que más tienen, y en proporción igualmente transparente e inversa; se ha de recuperar inmediatamente el prestigio de las Instituciones y muy particularmente de dos: de la Administración (impartición) de Justicia, con una reforma pactada, profesional, siendo intolerante con la corrupción y el enriquecimiento ilícito y acelerando la emisión de sus fallos...y es ineludible la renovación de la credibilidad de la Monarquía, con un traslado de la Corona al Príncipe Felipe, quien parece a salvo de los escándalos y errores recientes de su Familia.

Otros tendrán más ideas, y seguramente mejores. Que las expongan. En este momento, no me importa nada que gane la Roja, ni lo que pueda decir o callar cualquier entrenador o futbolista, corredor de bólidos o tenista. Tengo claras las prioridades del país. Y quien no las tenga claras, y crea que todo se va a solucionar con el paso tranquilo del tiempo, que deje el sitio, que no estorbe. Pongo dos fechas en el tapete: 1934-2012.

¡Ah, y no estoy escribiendo para un mundo global...estoy solo intentando clarificar los elementos que afectan a España!. No atisbo intenciones de alcanzar soluciones generales, y mucho menos, en la Unión Europea: la solidaridad de los ricos con los pobres no existe más que en los cuentos para niños, y bajo la forma aviesa de limosna para garantizar su subsistencia, no el bienestar de los que tienen menos.

 

 

El Club de la Tragedia: Ciudadanos túrgidos o crípticos

No solo es la economía la que tiene una componente sumergida. En todos los órdenes hay zonas ocultas a la observación normal, camufladas cuidadosamente para no ser detectadas.

Si por cualquier razón aflora una situación, -digamos, "delicada"-, los elementos que resultaron descubiertos se ocultan rápidamente, desapareciendo. Como sucede cuando levantamos una piedra musgosa en el campo, en pocos instantes, todos los animalillos que encontraban en ella su cobijo, se evaden de inmediato o se afanan en poner a recaudo, otra vez en la oscuridad, sus larvas o provisiones.

Me he convencido de que en la sociedad coexisten dos tipos de ciudadanos que, a falta de encontrar palabras más precisas para caracterizarlos, llamaré túrgidos y crípticos. (1)

Los túrgidos resultan inmediatamente detectables. Son diligentes en su trabajo, cumplidores con las normas, educados con los terceros, pagadores de sus impuestos, etc. Aunque no la tengan puesta en la fachada de su domicilio, la placa con sus características personales está a la vista de todos. Las Administraciones públicas los tienen perfectamente localizados y se aprovechan de ello para ejercer el control sobre su actividad, aumentar la recaudación con levas extraordinarias cuando necesitan ajustar sus presupuestos, etc.

Los crípticos viven, fundamentalmente, en la sombra. Cambian frecuentemente de domicilio, no han pagado nunca sus impuestos, procuran utilizar el segundo o el tercer apellido o un nombre inventado, manejan el efectivo y no las cuentas bancarias. Por supuesto, hay varias categorías, descendiendo a los que, oficialmente, ni siquiera existen. Habitan en las catacumbas del submundo no controlado.

No me tranquiliza nada conocer, de cuando en cuando, -coincidiendo con las pocas veces, hasta ahora, en que he necesitado solicitar algo de un servicio público- que soy tratado como un críptico, cuando para la Administración soy un túrgido, localizado en todos sus pormenores.

Y menos aún me sirve de consuelo entender que bastantes de los que se comportaron como crípticos, avezados en moverse entre oscuridades, me desplazan a codazos de mis pretensiones, incluso con la connivencia o la venda en los ojos de funcionarios -no importa si de medio pelo o larga cabellera- , políticos y otros detentadores de autoridad, a cuyo sostenimiento he contribuído (y vengo contribuyendo), con mis dineros y esfuerzos, como ciudadano disciplinado y de orden, durante decenas de años.

Con docilidad, pero sin sumisión. Apunten esto quienes se ocupan de analizar la Historia.

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(1) No me estoy refiriendo aquí a una tercera categoría, muy especial, innominada, que se encuentra por encima de estos estratos. La compone una élite que se reproduce, incansable y feraz, al margen de cualquier control. Para ellos, que por su naturaleza autodefinida están fuera del sistema, como manejan sus resortes y claves, las leyes y normas son parte de su producción y, por tanto, en su papel de autores, no sienten el deber de cumplirlas, sino únicamente de reformarlas o retocar su aplicación cuando y como les apetezca.

Reformar para educar; educar sin objetivo

El ministerio de Educación español, que su titular, Wert Ortega (1), dirige con mano firme hacia destinos ignotos, ha dado a conocer, a través de las fuentes inoficiosas habituales, su proyecto de reforma educativa, en el momento que pareció oportuno (aunque no nos lo parezca a algunos): el comienzo del nuevo curso 2012-2013.

Tengo información genérica sobre el Borrador de la Ley que se aprobará en un próximo Consejo de Ministros y no quiero que este Comentario discurra por los caireles de los aplausos conniventes ni de las descalificaciones frontales expresadas por quienes creen tener obligación de criticar todo cuanto provenga del contrario; las segundas, en esta ocasión, quedan bien reflejadas en la opinión emitida por vía de un agrio comunicado de la Consejera del ramo en el Principado de Asturias, Ana González, que afirma que el proyecto será "una involución ideológica".

Estaré cegado por la indiferencia, pero no veo tales peligros en pretender más centralización en el establecimiento de los programas, ni en la intensificación en Matemáticas, Ciencias y Lengua, ni en recuperar las reválidas, ni en introducir un tramo común dedicado a la Formación Profesional.

Ni siquiera lo veo en surprimir la Educación para la Ciudadanía ni en que se sostenga la posibilidad de subvencionar los Colegios e Institutos en donde se de enseñanza separada a niños y niñas.

Sí veo, en cambio, que la Reforma es un apaño más, un delicado retocar un par de cosas en superficie para obviar el abordaje de las cuestiones de fondo y, sobre todo, por la falta de consenso, la encuentro inyectada con la enfermedad infantil de nuestro proyecto colectivo, el virus que provoca el enanismo de nuestra democracia.

El problema capital de nuestro sistema educativo tiene tres ejes malignos: la desconexión de los objetivos educativos con los sociales (que son en parte empresariales, pero no solo, puesto que la sociedad debe tener otros fines además de conseguir que unos pocos generen plusvalías), el escaso estímulo a la formación que se traslada desde los docentes y las familias a los discentes (que se ve como inútil, como una carga, como un trámite legal para obtener un diploma al que se cree tener derecho, sin preocuparse de para qué sirve) y, al mismo nivel que los otros dos, la ausencia dramática de un verdadero abanico de opciones formativas, que garantice, en un mundo global, y en un entorno de gran dinamismo tecnológico, la suficiente versatilidad y capacidad individuales para encontrar una posición en él.

Reformar el sistema educativo sin haber resuelto para qué sirve dedicar dineros a la formación es despilfarrar dinero y esfuerzos y aumentar la frustración colectiva.

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(1) El Ministerio se llama, en el actual gabinete -cuando esto escribo- de "Educación, Cultura y Deportes", en una denominación que rinde homenaje, como es ya costumbre, al conjuntos y a algunos de sus subconjuntos, poniéndolos a igual altura, y dando un nombre tanto más largo a la estructura cuanto más se reducen sus presupuestos. Me apresuro a indicar: del vicio de alargar la longitud con la que se trata de ilustrar acerca de los contenidos de los Ministerios, no hay Gobierno que se libre.

 

Precaución: sociedad en obras

Nunca antes tuvieron los seres humanos la posibilidad de saber, casi en el mismo instante en que se produce el suceso, lo que está pasando en cualquier lugar del mundo.

No quiero con esto afirmar que el individuo aislado tenga esa información y, mucho menos, que pueda utilizarla a satisfacción de sus deseos o necesidades.

Pero aunque no sea atribuíble esta opción, ni por tanto, rentabilizable como ventaja personal en lo que depende de uno (al menos, para muchos), a nivel de una gran colectividad, tener información fiable para valorar las consecuencias de una decisión debería convertirse en una gran oportunidad. 

La eficiencia en el uso de ese herramental es superior en la esfera privada que en la pública. Pocas veces quienes tienen el poder para actuar como gestores de los poderes públicos dan la impresión de haber hecho uso óptimo de esa información, cuando vemos, a posteriori, los resultados.

Y tampoco vamos a engañarnos en algo: aunque se atribuyen los errores a una persona concreta -el Primer Ministro, el Presidente del Gobierno- o a un partido determinado (1), las responsabilidades tienen las mismas retorcidas e imbricadas raíces que los intereses; crecen en cualquier terreno abonado.

Estamos legitimados, por tanto, para suponer que los intereses públicos están subordinados a los privados; y aunque se han producido avances sustanciales en el bienestar de las clases medias en el mundo, la concentración del poder en las grandes empresas multinacionales -con facultades de actuación económica superiores a muchos estados, e influencia determinante sobre todos ellos-, nos lleva a pensar que el mantenimiento de ese bienestar no depende de decisiones de los órganos políticos. La realidad confirma la sospecha.

La percepción global del momento permite, desde luego, detectar varios ejes de conflicto entre los seres humanos: tensiones -algunas de extrema gravedad- derivadas de concepciones religiosas inconciliables, procedencias étnicas y otras cualidades arbitrarias, alimentadas de continuo con viciosos argumentos; desigualdades económicas, tecnológicas, sanitarias, educativas afectando a miles de millones de personas, tolerados o estimulados con falsos programas de actuación; diferente distribución de los recursos tanto naturales como generados entre países y zonas, y especialmente, del agua y la energía, que causan desequilibrios en su mayor parte subsanables; desconfianza en el uso de la tecnología (no solamente la atómica) por parte de grupos a los que se atribuyen decisiones nacidas de fanatismos o ilegitimidad, correspondida en sentido contrario con argumentos no muy disímiles.

Si alguna vez existió un modelo global de actuación por la sociedad humana (mi opinión es que no lo hubo), la disponibilidad de mayor información no facilita encontrar una nueva vía.

El mercado no ha funcionado como asignador eficiente de ciertos recursos básicos -ni a nivel macroeconómico, ni en el micro-; el conocimiento de las situaciones de desigualdad ha generado deseos de mejorar -y rencores- en poblaciones que antes ignoraban niveles de bienestar del que disfrutaban las élites, o los creían inalcanzables, sojuzgadas sus previsibles ansias por el temor; etc.

El comunismo ha fracasado con similar estrépito, aunque sus partidarios opinen que no ha tenido las mismas posibilidades de recomponerse que su alter ego social, el capitalismo. Sus principios teóricos han sido adulterados por la autogeneración de castas dirigentes en su seno y por la incapacidad, entre otros defectos, de remunerar aceptablemente o distribuir las plusvalías no utilizadas en el desarrollo colectivo, para premiar adecuadamente a los individuos que más aporten y estimular a los rezagados.

La sociedad global está actualmente en obras. La sensación de disponer de mucha información provoca la presión de tomar decisiones apuradas, creyendo que van a lograr efectos deseados. La caja de experimentación es la realidad misma, y las consecuencias se advierten a gran escala, sin posibilidad de corrección.

Calma, calma. No cambiemos lo que ha venido funcionando hasta ahora. Y, sobre todo, que no se abandone el apoyo que se ha de prestar a los más débiles; por razones éticas, desde luego. Pero también porque ahora los menos favorecidos -no hablemos de la diosa Fortuna, por favor, seamos serios- están unidos por la información y a los que más tienen se les ha visto el plumero.

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(1) Algo obvio: los errores nunca son reconocidos por los adeptos del Partido que gobierna; y su crítica alcanza la máxima virulencia por los que gobiernan respecto a los que le precedieron en el uso de este poder.

El Club de la Tragedia: Inmovilismo Sostenible

La ONU ha declarado a 2012 "El Año Internacional de la Energía Sostenible para todos" que, salvando lo desacertado de su título (no me imagino un período de tiempo que no sea "internacional", pero tampoco soy capaz de atribuírle muchos adjetivos calificativos coherentes), tiene loables deseos para la humanidad sufriente, proyectados en el horizonte de 2030:

  • Garantizar el acceso universal a servicios energéticos modernos.
  • Reducir la intensidad energética mundial en un 40%.
  • Incrementar el uso de la energía renovable a nivel mundial al 30%.

(Los he copiado literalmente de la página web de la entidad).

Pertenezco al selecto grupo de escépticos que consideran que los objetivos de sostenibilidad o sustentabilidad son formas nada inocentes de mantener las cosas como están, tranquilizando algunas conciencias no demasiado críticas.

Entre las muchas razones (por no concentrarnos en la realidad misma, que está negando persistentemente los avances en el cumplimiento de tan loables intenciones), apunto en este Comentario una muy cruel, y que afecta al núcleo tecnológico de los países más ricos.

Su formulación podía ser ésta: Los grupos empresariales más potentes en una economía de mercado están interesados en controlar todos los avances tecnológicos. La aparición de cualquier tecnología que pudiera suponer una vía más eficiente de fabricar un producto de alto consumo o de satisfacer una necesidad mayor, implicaría, si no se ataja a tiempo, la generación de un nuevo grupo que se incrustaría en la élite económica, lo que, de forma natural, se abomina por parte de quienes están ya en ella.

En consecuencia, tan pronto como se detecta una línea de investigación o un producto novedoso que pueda causar perjuicio a la cuota de mercado, los grandes grupos tratarán de comprar la patente, absorber la incipiente sociedad o destruir su viabilidad (empleando las artimañas precisas).

Esta fuerza opaca de reacción, resistente a los avances tecnológicos aunque revista apariencias engañosas, es lo que llamaría "inmovilismo sostenible", y tiene muchas más opciones de vencer que el "desarrollo sustentable", porque está dirigida desde el mayor poder conocido de nuestra sociedad: el mercado.

 

 

El Club de la Tragedia: Petrificación del Paradigma

No será la primera vez, ni la última, en que profetas, iluminados o gentes intencionadas -para bien o para mal- nos hablen de que estamos en el inicio de un cambio de paradigma, o de que necesitamos un cambio de paradigma o, incluso, de que no tenemos paradigma.

El empleo de esta palabra ha saltado desde las aulas en las que se estudia retórica o gramática al micromundo de las ciencias sociales. En la nueva convención de significados atribuídos por el mal-uso reiterado de una palabra, paradigma es -aunque la RAE no ha tenido tiempo a recoger la acepción, lengüi-colgante tras los continuos hallazgos populares de vocablos- "modelo, esquema de actuación, criterio de base con el que se enfoca el deseo de obtener un fin determinado".

Salvando las posibles divergencias en cuanto a lo que se debe entender por paradigma (vacua discusión, sin duda, para los que agnósticos del tema), mi opinión, que confirmo casi a diario con observaciones empíricas, es que, si hubiera algún interés en poner un nombre a nuestra evolución como especie, -en aquello que no está determinado por la naturaleza-, tendríamos hablar de la persistencia del paradigma o, más propiamente, de su petrificación o fosilización, desde aquel momento en que un homínido, como enfatizó Hegel, puso unas estacas en un suelo y proclamó: "esto es mío".

Desde esas profundidades de los tiempos que nos interesan a los seres humanos, el paradigma no ha cambiado.

Nuestros criterios, esquemas y modelos no solamente no se han modificado, sino que no pueden cambiar, porque colectivamente carecemos de la capacidad de generar propósitos comunes, universales. Si analizamos separadamente lo que mueve a los grupos, encontramos intereses muy variados y, en ocasiones, claramente yuxtapuestos, inconciliables. Esa diversidad está en nuestra propia naturaleza.

No importa quién quiera organizar al grupo humano, cómo lo haga, por cuanto tiempo. Cuando el grupo opositor al que detenta circunstancialmente el poder tenga o alcance una masa crítica -lo que dependerá de las circunstancias y de su capacidad para amedrentar a los demás, particularmente a los que poseen la batuta-, esos elementos antagónicos crecerán en entidad, impidiendo, en los períodos pacíficos, que los problemas de la convivencia se resuelvan, enquistándose, salvo que resuelvan de farma natural.

La Historia de la Humanidad presenta ejemplos en los que un grupo se ha constítuído en dominante de los poderes fácticos y ha impuesto su criterio durante cierto tiempo, -por supuesto, siempre mediante una guerra, revolución o revuelta sangrienta-. Pero siempre la facción derrotada ha conseguido, a la larga, recomponerse, destruyendo, cuando consigue o recupera el poder, la mayor parte de lo conseguido en la dirección que consideraban equivocada.

Vivimos en España un momento -nada apasionante- de clara demostración de la resistencia a cambiar de paradigma, aunque el pedacito de paradigma que nos toca resolver sea de tamaño minúsculo: ponernos de acuerdo para salir de la crisis, aportando todos y cada uno el máximo de resolución, capacidad y esfuerzo (económica, intelectual, técnica, laboral, etc.).

Coincide, a mayor escala, con la observación de otras renuencias, que afectarían a posturas enclavadas a niveles más profundos en la naturaleza humana. No las enumeraré, pues son fáciles de descubrir cuando se reflexiona sobre lo que debería ser y lo que está siendo: ligadas a la solidaridad, la protección ambiental, el reparto equitativo de la riqueza, el respeto a las individualidades, el acceso general a la educación o la sanidad, etc.

La ausencia de voluntad para retocar el paradigma que nos ha guiado hasta aquí -y que concreto como la concesión de total primacía a los intereses individuales o de los grupos dominantes sobre las necesidades de los demás, procurando perpetuar la desigualdad- aflora con solo rascar un poquito en la pomposidad de las palabras con las que se oculta el egoismo de nuestra especie, plasmado con magnífica rotundidad en esta frase mítica: "Primero yo, y los demás, que arreen".

 

 

El Club de la Tragedia: Entre vivir del cuento y estársela jugando

Cuando afloró la envidia, con la que nuestros compañeros centroeuropeos en ese proyecto en reconstrucción permanente que se llama actualmente Unión Europea, observaban nuestro disfrute del momento, se expandió la idea de que los españoles estábamos viviendo del cuento.

Que no teníamos con qué responder, vamos. Y, alarmados por la posibilidad de que no pudiéramos pagar lo que nos habían dado prestado para construir puentes hacia el futuro, los dueños de las ruletas de las finanzas nos negaron el crédito. Por eso, hemos tenido que pagar más caro los dineros que necesitamos para abonar los intereses por los dineros que necesitábamos, haciendo imposible, si Dios no lo remedia -lo que nos es nada probable-, metidos en una recesión de caballo, que podamos conseguir los dineros que necesitaremos.

No estoy dispuesto a admitir que mis compatriotas y yo hayamos estado todos viviendo del cuento, porque me consta que bastantes hemos venido currando como el que más (de esos de fuera) y nunca dejamos de hacer los deberes, no ya los propios, sino incluso los de los rezagados de la clase.

Pero, para algún ciudadano la teoría de vivir del cuento, o con los cuentos debe hallarse muy enraizada, porque hasta el presidente del país los utiliza, en las contadas ocasiones (una) en que le entrevistan por la tele, como argumento principal para responder a una batería de preguntas de hasta seis periodistas que, visto a posteriori, podían haberse ahorrado la comparecencia, porque no le sacaron nada en limpio.

Nos la estamos jugando, o nos la están jugando, que ya no me atrevo a decir si es lo mismo, porque, aunque tengo claro quienes están de un lado o de otro de la mesa de juego, hacen falta crupiers y ludópatas para montar un casino.

En estos últimos días (no los de Pompeya, toco madera) hemos sabido que un magnate, un tycon de esos que saben donde hay que invertir para obtener la máxima rentabilidad a su dinero, ha elegido Madrid, la capital de los que viven del cuento, para montar una gran ciudad del juego. No se sabe exactamente el lugar del territorio madrileño en donde aposentará su cagada (con perdón), pero sí que, analizados los pros y los contras con Barcelona, encuentra más favorables a sus intereses los aires capitalinos.

Los tiempos han cambiado mucho. Hace unas décadas, los proyectos de desarrollo regional apuntaban a las llamadas -entonces- nuevas tecnologías, materiales capaces de resistir altas solicitaciones, cosas de esas. Hoy, el futuro está en la especulación, la expectativa de enriquecerse en operaciones de fortuna en las que una bolita da vueltas o unas cartas combinan de determinada manera.

Hagan su juego, señores. Quedan pocas plazas para sacarnos hasta los higadillos, que hasta la hijuela la damos por perdida.

El Club de la Tragedia: La burbuja política

Ocupados en la contemplación estéril del estallido de otras burbujas, no nos hemos apercibido de que tenemos en el país una burbuja que se resistirá a estallar, hasta que la pinchemos con la aguja del control colectivo: la burbuja política.

En un artículo excelente, César Molinas (El País 9 de septiembre de 2012), quien preludia un libro con el inquietante título de "¿Qué hacer con España?", anunciándolo para 2013, desarrolla la certera idea de que "la clase política española no solo se ha constituído en un grupo de interés particular (...) sino que ha dado un paso más, configurándose como una élite extractiva".

La reflexión de Molinas está tan sólidamente trabada que no me voy a arriesgar a hacer un resumen de su exposición, y dejo al lector que no tenga ocasión o ganas -tempus fugit- de adentrarse en el artículo, con la tarea de imaginar, con la única frase que cito -si ha llegado hasta aquí en mi Comentario-, cuáles podrían ser los argumentos en los que basa su conclusión.

La capacidad de autoreproducción y defensa de sus posiciones de privilegio que se atribuye en el artículo, en el cumplimiento de un inconcebible objetivo antisocial, a la clase política española, empeñada obsesivamente en su perpetuación en ella -¡cómo si servir a los demás fuera una profesión!-, es el rasgo más sobresaliente de unas personas que se empeñan en ocultar información y que demuestran en cada circunstancia que no saben, pero contestan.

La continuidad en sus puestos, les resulta beneficiosa para medrar económicamente, porque su estrategia no está basada únicamente en la remuneración que perciben de las arcas públicas. Hay más, mucho más. Orgullosos de cuanto consiguen, tienden lazos hacia su futuro, buscan garantizar su futuro empleo en la empresa privada o consolidar su futuro en la Administración pública.

Los ingenuos que los contemplan en su loca aventura, podrían suponer que, como en la fábula de la rana que quería llegar a igualar al buey en tamaño, ilusionada con su capacidad de inflarse, arribaría un momento en que explotaran, convirtiéndose en sus propias víctimas.

No hay ninguna esperanza, ni atisbos, de que vaya a suceder así. Cuando está en el poder, la clase política se cierra en banda, aprovechando el momento para hinchar sus plumas, sacando pecho de lo que deberían ser sus debilidades, incongruencias e ignorancias y ocultando celosamente sus carencias.

Si caen del pedestal, la alternativa no es mejor, pues, no tardan en recomponer sus pertrechos, recuperando, como si no hubiera pasado nada, los mismos rostros (las ideas no les parecen necesarias) que anteriormente ocupaban el estrado, en un juego de tomaydaca que sería gracioso en caso de que no nos tuviera a los demás ciudadanos como prisioneros -¡constitucionalmente hablando!- de su capacidad extractiva de lo que nos pertenecería, en competencia o connivencia con los más ricos del lugar, con los que forman piña, porque quieren ser de los suyos

La crisis es un acto de Dios para la clase política española, algo que viene de fuera, y lo defienden de forma unánime. Más certero y conciso, difícil. César Molinas da en el clavo con su martillo de hereje.

Un consejo: Si hay algún político que esté libre de pecado, que se salga de inmediato del grupo, antes de que empiecen a caer chuzos de punta sobre el cobijo de la manada. Se oyen truenos que presagian una descomunal tormenta.

El Club de la Tragedia: Ideas y ocurrencias

Todos tenemos ocurrencias, y gracias a ello podemos sostener, de vez en cuando, el protagonismo de una conversación entre amigos y familiares.

Pero tener ideas, es otra cosa. Ideas útiles, eficaces, que solucionen los problemas o nos permitan acometer actuaciones que con anterioridad resultaban imposibles.

Las ideas que más maravilla causan son las de apariencia más sencilla, porque nos parece que hubiéramos podido descubrirlas nosotros mismos. Todos podríamos sentirnos potenciales autores de algunas, una vez, claro, que nos las ponen de manifiesto: Una bola impregnada en tinta para escribir sobre el papel, unos trapos al final de un palo para no tener que agacharse al limpiar el suelo, una maleta que nos siga a todas partes como un perrillo, gracias a señales emitidas desde nuestro teléfono móvil...

Existe el riesgo de alardear de haber creado algo original cuando otros ya lo han descubierto. Se llama, en lenguaje coloquial, a tal presunción equivocada, descubrir la pólvora. Esa probabilidad es muy alta ahora, cuando tanta gente tiene una información general sobre casi todo y somos miles de millones de individuos dándole al magín, tratanto de vivir algo mejor que el compañero.

Otro riesgo, más propio éste de quienes se imaginan compelidos a decir algo útil  cuando no hay con qué, es el de pretender ponner a disposición del público el libro de soluciones cuando de lo que único que se dispone es del catálogo de necesidades.

No quiero ser grosero, porque son colegas y algunos, además, amigos, pero el folleto "Reflexiones sobre la industria española", que, casi a final del verano (31 agosto 2012) ha difundido el Consejo General de Ingenieros Industriales de España, se convierte en un ejemplo de ocurrencias, que no de ideas, para salir de un paso.

Después de presentar el conocido escenario de nuestras incapacidades colectivas, enumera -no de forma exhaustiva, advierten los autores- los sectores con opciones de futuro, a los que hay apoyar: Agroalimentación, automoción y sector auxiliar, tecnologías de producción, bienes de consumo, gestión de residuos, energías renovables, gestión de redes de energía, energía nuclear,  gestión del ciclo integral del agua, tecnologías de la información y las comunicaciones, materiales avanzados, industria de seguridad y defensa, e ingeniería.

Tener ideas para apechugar con la crisis, es, desgraciadamente, otra cosa. Y ahí es donde necesitamos, no solamente ingenieros -y no alardeando de ocurrencias, sino pertrechados con ideas y en disposición de discutirlas y cotejarlas con otras y, además, del esfuerzo realizador de todos.

El Club de la Tragedia: Miedo a los mineros

En las profundidades de la Tierra, allí donde dominan las tinieblas, los quechua creen todavía que no alcanzan los poderes de Dios y que, si se quiere salir con bien, hay que contentar a Tio, que es lo mismo, pero distinto: cada uno en su zona.

Cuando oigo contar cosas de los mineros, en especial de los mineros del carbón de las cuencas asturleonesas, y los escucho a ellos mismos (los que quedan y los que han sido), tengo casi siempre la impresión de que, perteneciendo al mismo reino de las cosas, sus historias -problemas, desventuras, éxitos-, se creyeran formando parte de otro mundo.

Desde muchos lados se presenta lo suyo como un espacio donde los asuntos discurren de otra manera, envueltos en oscuridad, o sea, en las tinieblas.

El miedo a los mineros debe estar anclado en alguna víscera del sentir colectivo, y se saca a pasear con solo nombrar la palabra: mineros.

Los ejemplos sobran, y algunos provienen de tales alturas de la erudición oficial que deben ser aceptadas como cúspides de las pirámides de la ignorancia, la mala uva, retorcidas intenciones o una combinación de tales esencias.

Un estudioso laureado de la Historia de España, el futuro cardenal primado Enrique Herrera Oria, publicaba en el III Año Triunfal (1939, para los despistados), un libro para que los jóvenes aprendieran a conocer sus raíces, bajo el evocador título de "España es mi madre", esta reflexión que pretendía desenmascarar a los mineros:

"En Asturias hay mucha gente buena; no todos son mineros" (pág, 200).

La clara indicación, se completaba, unas páginas después, (311 y ss.) con un pintoresco dibujo de las vidas de esos hombres malos:

"Oviedo sí que está en gran apuro. Es buena ciudad, pero cerca están los mineros de las minas de carbón de Mieres, La Felguera, Ujo, Turón...Estos mineros se pasan, con la cara y las manos ennegrecidas por el polvo del carbón, horas y horas en el fondo de profundas galerías, picando las rocas de carbón de piedra. Ganan muy buenos jornales: quince, veinte y veinticinco pesetas diarias. Parece que estos mineros debían estar contentos.

"Pero todos los días leen periódicos escritos por los jefes rojos. Estos periódicos, en grandes títulos, les dicen un día y otro día: ¡Mineros, hay que acabar con los ricos y los que van a misa. Hay que matarlos a todos, porque son enemigos del obrero. ¡Cuántos blasfemos hay entre los mineros!"

"Bajo tierra tienen ocultos miles de fusiles y cientos de miles de cartuchos(...)"

Aquellas disquisiciones nos producirán hoy, cuanto menos, asombro. Sin embargo, las opiniones en torno a los móviles de los mineros, la valoración de sus reinvindicaciones y las hipótesis acerca de sus armas ocultas, siguen estando sesgadas por una anomalía: el miedo a los mineros.

Tal temor impide, a muchos, analizar una propuesta inquietante: los mineros -los que quedan- son, sin que lo sepan tal vez, la brigadilla, no de los que representan la resistencia al cambio, sino de los que demandan soluciones para que el cambio no acabe con nosotros.

Esa es y no otra es la batalla que están, que estamos, perdiendo.

 

 

El Club de la Tragedia: El show de los políticos

El Club de la Tragedia: El show de los políticos

La Presidente de la Comunidad de Madrid (Spanien), Esperanza Aguirre ha expresado con rotunda crudeza, su singular opinión respecto a la forma de tratar a aquellos arquitectos que son autores de obras que no le gustan. "Habría que matarlos", dijo.

No hay que ser críticos con la frase, ya que resulta producto de una improvisación, en un mal día, ante la visión del edificio de la Casa Consisterial de Valdemaqueda, que a la experimentada política, falta de orientación estética en ese momento por los expertos, le pareció horrible, aunque se le estaba advirtiendo -en voz baja- que "tenía premios".

Seguro que, de haber tenido más tiempo para preparar la idea, Aguirre hubiera precisado mucho mejor su propuesta, sin tener que, posteriormente, como hizo, que pedir perdón por la ocurrencia, expresada en ese lenguaje coloquial ahora tan de moda, por el que, sin mala intención, pedimos que se mate, se elimine para siempre, se ahogue en sangre, lo que, en el fondo, solo nos disgusta un poquito, porque no está de acuerdo con lo que pensamos o queremos.

Nada que ver el show de la Presidente con el que nos ha ofrecido la concejala de Los Yémenes (otro pueblo puesto en el mapa por un acontecimiento mediático convertido en tema de interés mundial), Olvido Hormigos, que se dejó filmar en una operación de manipulación íntima, confiando equivocadamente que ese vídeo casero tuviera un uso exclusivamente personal por un "amiguito del cuerpo" (el suyo, aunque ahora, con seguridad, su palmito tendrá miles de admiradores).

Las imágenes de ambos ¿sucesos? están disponibles en internet, y el lector, si aún no lo ha hecho y le apetece estar bien informado de las naderías que ocupan las conversaciones de nuestro agora, puede, según sus sentimientos, creencias y tendencias, escandalizarse, admirarse, sonreir, disfrutar, etc. (1)

Es parte del show, voluntario o fortuito. El show de los políticos. Su actuación, realizada por cualquiera de nosotros -aunque reconozco que la bella Olvido pone el nivel alto- no tendría interés. El mismo guión, protagonizado por un político, es un bestseller.

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(1) El vídeo de la masturbación de la edil -que, dicho sea de paso, a ratos parece estar realizando un trabajo forzado- estará para siempre disponible en la red, como recordatorio de que no, en política, no sirve cualquier compañero de cama, porque ha saltado a centros de difusión que no controlan ni youtube ni facebook, como youporn.com.

 

Heute zu merken: Angela in Madrid

El Prólogo del libro "Nuevo Método Práctico de Lengua Alemana", escrito por Domingo Sánchez Hernández (1), catedrático de Salamanca, publicado en 1942, Félix Diez Mateo, destacado esperantista, políglota  y filólogo, profesor en Deusto a la sazón, comenzaba con estas palabras:

"Soñábamos... que un día desplazase el idioma alemán al inglés en nuestros Institutos. Preferido el español en Alemania, es justo corresponda nuestra Patria a tan delicada prueba de afecto".

En momentos como los actuales, en los que la canciller alemana Angela Merkel visita Madrid en viaje de negocios (supongo) es de lamentar que aquel deseo no haya sido plenamente cumplido y sean pocos, verdaderamente, los españoles que -incluso admitiéndoles fallos gramaticales- puedan expresarse en esa lengua.

Es imposible resistirse a recoger también el inicio del párrafo siguiente, que deja ya algo más claró el espíritu dominador del momento:

"En la época de formación intelectal, urge para el estudiante la posesión de una lengua germánica, precisamente la que ocupa el ranngo más elevado en el orden filológico, tan semejante al griego; la que requiere gimnasia educativa de als tiernas inteligencias; (...) la lengua del pueblo que fue sumido en la esclavitud odiosa impuesta por el tratado de Versalles, esclavitud de la que ha sabido redimiirse, dando lecciones de caballerosidad a los mismos que lo esclavizaron; la lengua del pueblo que con Italia nos ayudó en nuestra guerra contra el marxismo (pues, a no ser por esas bueans amistades, se habría rodo en muchos pedazos nuestra España y habría dejado de ser católica"

La Dra. Merkel no se encontrará hoy (6 de septiembre de 2012) con españoles que sean capaces de vitorearla, agasajarla, requebrarla, pedirle, suplicarle en alemán...ni siquiera, ay!, en inglés.

Pero sí encontrará interlocutores, a buen seguro, que intentarán trasladarle -vía los intérpretes seleccionados escrupulosamente- el afecto del pueblo español hacia todo lo alemán, que será correspondido, naturalmente, con parecidas palabras de la canciller, reconociendo que los alemanes también nos quieren mucho, y valoran nuestra forma distendida de ver las cosas, y nuestro carácter sufrido.

¿En qué consiste el juego de la alta política? Lo ignoro, y doy por supuesto que no lo sabré nunca. Quizá, como sucede con -casi- todas las cosas importantes que manejan unos pocos, en cubrir las apariencias. Y alimentar lugares comunes.

Puede citarse también en esa reunión de cortesía, la opinión de un austríaco que consiguió conquistar, por unos cuantos años, el corazón de los alemanes y de algunos españoles, en su momento:

"Considerados como tropa, los españoles son una banda de andrajosos. Para ellos el fusil es un instrumento que no debe limpiarse bajo ningún pretexto. Entre los españoles, los centinelas no existen más que en teoría. No ocupan sus puestos, pero si los ocupan es durmiendo. Cuando llegan los rusos, son los indígenas quienes tienen que despertarlos. Pero los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían a la muerte. Lo que sé es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector." (2)

Y, si hago abstracción de lo abyecto del personaje que expresó aquella opinión sobre los españoles que conocía, me queda el regusto de sospechar que así nos siguen viendo los alemanes y, lo que es más raro, que así queremos que nos sigan viendo los españoles.

Es lebe die Gemutlichkkeit, Angela! (3)

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(1) El método propuesto en el libro para aprender alemán es, en mi opinión, bueno y didáctico. La época en que fue publicado, la necesidad de comer y otras razones que desconozco, aconsejaron al autor --director durante la guerra civil del Departamento de Censura Internacional- a escribir estos ripios, que ruego al lector me disculpe de traducir: "Heil Franco!/ Ich liebe mit ganzer Seele/mein spanisches Vaterland,/das nun durch general Franco/ den Weg zur Freiheit fand.//Viel Bitt´res musst es leiden/man nahm ihm Zucht und Ehr/Viel tausend Spanier darbten,/die Zaite war sorgenschwer.//Doch dann kam General Franco/gab ihnen Arbeit, Brot;/Am Freiheitshimmel strahlte/ein neues Morgenrot.//Mein Vaterland kam wieder/su Anseh´n und zu Macht,/Heil, unserm grossen retter,/der diese Tat vollbracht! (D.S.H.)"

(2) Existen varias versiones (en español) de esta opinión sobre los españoles, soportada por el comportamiento que observó en quienes formaban la División Azul, y que se atribuye a Hitler.

Tengo, por mi parte, devoción, fundada en hechos que vivieron personas de mi familia, a la valentía de aquellos expedicionarios que se batieron heroicamente en la batalla de Krasny Bor. En ella (1943), el primo de mi madre, Joaquín Fernández G. Madera, perdió una pierna, falleciendo en 1946.

(3) "Te llamas Angela, como yo/ y tú/ y me llamaría clavel/de ser tu rosa" -principio de un poema dedicado a ese nombre de mujer, que escribí cuando se tiene edad para poemas de amor enardecido. Se lo brindo a Mariano Rajoy, libre de derechos.

Por cierto, requebrar, en una acepción olvidada del vocablo, recogida por supuesto por la RAE, es "lisonjear, piropear a una mujer, alabando sus virtudes": en este caso, capacidad de trabajo, inteligencia emocional, pragmatismo, solvencia, actitud negociadora, firmeza, defensa acérrima de los intereses propios, etc.