El Club de la Tragedia: La burbuja política
Ocupados en la contemplación estéril del estallido de otras burbujas, no nos hemos apercibido de que tenemos en el país una burbuja que se resistirá a estallar, hasta que la pinchemos con la aguja del control colectivo: la burbuja política.
En un artículo excelente, César Molinas (El País 9 de septiembre de 2012), quien preludia un libro con el inquietante título de "¿Qué hacer con España?", anunciándolo para 2013, desarrolla la certera idea de que "la clase política española no solo se ha constituído en un grupo de interés particular (...) sino que ha dado un paso más, configurándose como una élite extractiva".
La reflexión de Molinas está tan sólidamente trabada que no me voy a arriesgar a hacer un resumen de su exposición, y dejo al lector que no tenga ocasión o ganas -tempus fugit- de adentrarse en el artículo, con la tarea de imaginar, con la única frase que cito -si ha llegado hasta aquí en mi Comentario-, cuáles podrían ser los argumentos en los que basa su conclusión.
La capacidad de autoreproducción y defensa de sus posiciones de privilegio que se atribuye en el artículo, en el cumplimiento de un inconcebible objetivo antisocial, a la clase política española, empeñada obsesivamente en su perpetuación en ella -¡cómo si servir a los demás fuera una profesión!-, es el rasgo más sobresaliente de unas personas que se empeñan en ocultar información y que demuestran en cada circunstancia que no saben, pero contestan.
La continuidad en sus puestos, les resulta beneficiosa para medrar económicamente, porque su estrategia no está basada únicamente en la remuneración que perciben de las arcas públicas. Hay más, mucho más. Orgullosos de cuanto consiguen, tienden lazos hacia su futuro, buscan garantizar su futuro empleo en la empresa privada o consolidar su futuro en la Administración pública.
Los ingenuos que los contemplan en su loca aventura, podrían suponer que, como en la fábula de la rana que quería llegar a igualar al buey en tamaño, ilusionada con su capacidad de inflarse, arribaría un momento en que explotaran, convirtiéndose en sus propias víctimas.
No hay ninguna esperanza, ni atisbos, de que vaya a suceder así. Cuando está en el poder, la clase política se cierra en banda, aprovechando el momento para hinchar sus plumas, sacando pecho de lo que deberían ser sus debilidades, incongruencias e ignorancias y ocultando celosamente sus carencias.
Si caen del pedestal, la alternativa no es mejor, pues, no tardan en recomponer sus pertrechos, recuperando, como si no hubiera pasado nada, los mismos rostros (las ideas no les parecen necesarias) que anteriormente ocupaban el estrado, en un juego de tomaydaca que sería gracioso en caso de que no nos tuviera a los demás ciudadanos como prisioneros -¡constitucionalmente hablando!- de su capacidad extractiva de lo que nos pertenecería, en competencia o connivencia con los más ricos del lugar, con los que forman piña, porque quieren ser de los suyos
La crisis es un acto de Dios para la clase política española, algo que viene de fuera, y lo defienden de forma unánime. Más certero y conciso, difícil. César Molinas da en el clavo con su martillo de hereje.
Un consejo: Si hay algún político que esté libre de pecado, que se salga de inmediato del grupo, antes de que empiecen a caer chuzos de punta sobre el cobijo de la manada. Se oyen truenos que presagian una descomunal tormenta.
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