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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Precaución: sociedad en obras

Nunca antes tuvieron los seres humanos la posibilidad de saber, casi en el mismo instante en que se produce el suceso, lo que está pasando en cualquier lugar del mundo.

No quiero con esto afirmar que el individuo aislado tenga esa información y, mucho menos, que pueda utilizarla a satisfacción de sus deseos o necesidades.

Pero aunque no sea atribuíble esta opción, ni por tanto, rentabilizable como ventaja personal en lo que depende de uno (al menos, para muchos), a nivel de una gran colectividad, tener información fiable para valorar las consecuencias de una decisión debería convertirse en una gran oportunidad. 

La eficiencia en el uso de ese herramental es superior en la esfera privada que en la pública. Pocas veces quienes tienen el poder para actuar como gestores de los poderes públicos dan la impresión de haber hecho uso óptimo de esa información, cuando vemos, a posteriori, los resultados.

Y tampoco vamos a engañarnos en algo: aunque se atribuyen los errores a una persona concreta -el Primer Ministro, el Presidente del Gobierno- o a un partido determinado (1), las responsabilidades tienen las mismas retorcidas e imbricadas raíces que los intereses; crecen en cualquier terreno abonado.

Estamos legitimados, por tanto, para suponer que los intereses públicos están subordinados a los privados; y aunque se han producido avances sustanciales en el bienestar de las clases medias en el mundo, la concentración del poder en las grandes empresas multinacionales -con facultades de actuación económica superiores a muchos estados, e influencia determinante sobre todos ellos-, nos lleva a pensar que el mantenimiento de ese bienestar no depende de decisiones de los órganos políticos. La realidad confirma la sospecha.

La percepción global del momento permite, desde luego, detectar varios ejes de conflicto entre los seres humanos: tensiones -algunas de extrema gravedad- derivadas de concepciones religiosas inconciliables, procedencias étnicas y otras cualidades arbitrarias, alimentadas de continuo con viciosos argumentos; desigualdades económicas, tecnológicas, sanitarias, educativas afectando a miles de millones de personas, tolerados o estimulados con falsos programas de actuación; diferente distribución de los recursos tanto naturales como generados entre países y zonas, y especialmente, del agua y la energía, que causan desequilibrios en su mayor parte subsanables; desconfianza en el uso de la tecnología (no solamente la atómica) por parte de grupos a los que se atribuyen decisiones nacidas de fanatismos o ilegitimidad, correspondida en sentido contrario con argumentos no muy disímiles.

Si alguna vez existió un modelo global de actuación por la sociedad humana (mi opinión es que no lo hubo), la disponibilidad de mayor información no facilita encontrar una nueva vía.

El mercado no ha funcionado como asignador eficiente de ciertos recursos básicos -ni a nivel macroeconómico, ni en el micro-; el conocimiento de las situaciones de desigualdad ha generado deseos de mejorar -y rencores- en poblaciones que antes ignoraban niveles de bienestar del que disfrutaban las élites, o los creían inalcanzables, sojuzgadas sus previsibles ansias por el temor; etc.

El comunismo ha fracasado con similar estrépito, aunque sus partidarios opinen que no ha tenido las mismas posibilidades de recomponerse que su alter ego social, el capitalismo. Sus principios teóricos han sido adulterados por la autogeneración de castas dirigentes en su seno y por la incapacidad, entre otros defectos, de remunerar aceptablemente o distribuir las plusvalías no utilizadas en el desarrollo colectivo, para premiar adecuadamente a los individuos que más aporten y estimular a los rezagados.

La sociedad global está actualmente en obras. La sensación de disponer de mucha información provoca la presión de tomar decisiones apuradas, creyendo que van a lograr efectos deseados. La caja de experimentación es la realidad misma, y las consecuencias se advierten a gran escala, sin posibilidad de corrección.

Calma, calma. No cambiemos lo que ha venido funcionando hasta ahora. Y, sobre todo, que no se abandone el apoyo que se ha de prestar a los más débiles; por razones éticas, desde luego. Pero también porque ahora los menos favorecidos -no hablemos de la diosa Fortuna, por favor, seamos serios- están unidos por la información y a los que más tienen se les ha visto el plumero.

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(1) Algo obvio: los errores nunca son reconocidos por los adeptos del Partido que gobierna; y su crítica alcanza la máxima virulencia por los que gobiernan respecto a los que le precedieron en el uso de este poder.

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