El Club de la Tragedia: Miedo a los mineros
En las profundidades de la Tierra, allí donde dominan las tinieblas, los quechua creen todavía que no alcanzan los poderes de Dios y que, si se quiere salir con bien, hay que contentar a Tio, que es lo mismo, pero distinto: cada uno en su zona.
Cuando oigo contar cosas de los mineros, en especial de los mineros del carbón de las cuencas asturleonesas, y los escucho a ellos mismos (los que quedan y los que han sido), tengo casi siempre la impresión de que, perteneciendo al mismo reino de las cosas, sus historias -problemas, desventuras, éxitos-, se creyeran formando parte de otro mundo.
Desde muchos lados se presenta lo suyo como un espacio donde los asuntos discurren de otra manera, envueltos en oscuridad, o sea, en las tinieblas.
El miedo a los mineros debe estar anclado en alguna víscera del sentir colectivo, y se saca a pasear con solo nombrar la palabra: mineros.
Los ejemplos sobran, y algunos provienen de tales alturas de la erudición oficial que deben ser aceptadas como cúspides de las pirámides de la ignorancia, la mala uva, retorcidas intenciones o una combinación de tales esencias.
Un estudioso laureado de la Historia de España, el futuro cardenal primado Enrique Herrera Oria, publicaba en el III Año Triunfal (1939, para los despistados), un libro para que los jóvenes aprendieran a conocer sus raíces, bajo el evocador título de "España es mi madre", esta reflexión que pretendía desenmascarar a los mineros:
"En Asturias hay mucha gente buena; no todos son mineros" (pág, 200).
La clara indicación, se completaba, unas páginas después, (311 y ss.) con un pintoresco dibujo de las vidas de esos hombres malos:
"Oviedo sí que está en gran apuro. Es buena ciudad, pero cerca están los mineros de las minas de carbón de Mieres, La Felguera, Ujo, Turón...Estos mineros se pasan, con la cara y las manos ennegrecidas por el polvo del carbón, horas y horas en el fondo de profundas galerías, picando las rocas de carbón de piedra. Ganan muy buenos jornales: quince, veinte y veinticinco pesetas diarias. Parece que estos mineros debían estar contentos.
"Pero todos los días leen periódicos escritos por los jefes rojos. Estos periódicos, en grandes títulos, les dicen un día y otro día: ¡Mineros, hay que acabar con los ricos y los que van a misa. Hay que matarlos a todos, porque son enemigos del obrero. ¡Cuántos blasfemos hay entre los mineros!"
"Bajo tierra tienen ocultos miles de fusiles y cientos de miles de cartuchos(...)"
Aquellas disquisiciones nos producirán hoy, cuanto menos, asombro. Sin embargo, las opiniones en torno a los móviles de los mineros, la valoración de sus reinvindicaciones y las hipótesis acerca de sus armas ocultas, siguen estando sesgadas por una anomalía: el miedo a los mineros.
Tal temor impide, a muchos, analizar una propuesta inquietante: los mineros -los que quedan- son, sin que lo sepan tal vez, la brigadilla, no de los que representan la resistencia al cambio, sino de los que demandan soluciones para que el cambio no acabe con nosotros.
Esa es y no otra es la batalla que están, que estamos, perdiendo.
1 comentario
Luis T. -
Anécdota personal: hace 3 veranos me rompí un pie. El médico me pregunta ¿cuando te hiciste la última radiografía?, le contesto: "el 18 de julio", a lo que el médico me contesta: "¡¡qué casualidad!!, y la enfermera (de unos 25 años) pregunta: ¿casualidad? ¿por qué?. El médico y yo nos miramos. Le dijimos que se lo preguntara a sus padres.
Saludos,
Luis T.