El Club de la Tragedia: Guindillas para todos
A nuestro país, o sea, a España, le hace falta un buen reparto de guindillas, quiero decir, algún estimulante grueso. El cotarro anda dormido y es imprescindible un buen meneo.
Amigos de los extremos -una de las dos Españas ha de helarte el corazón, españolito que vienes al mundo, te guarde Dios-, aquí no solo en lo ideológico se bascula también entre el ardor desaforado y el desprecio absoluto.
Pongo ejemplos: de una alegría impropia de bancarios, en la que se te prestaban dineros de sobra para comprar un piso con tres baños con solo enseñar una fotocopia de la nómina del mes pasado, ahora las cosas se vuelven cinturón y tirantes antes de soltar un euro para ayudarte a comprar algo que vas a hipotecar habiendo puesto tú más de la mitad de lo que vale en el mercado.
Más: todos aquellos que hablaban a boca llena de las grandes perspectivas económicas, de nuestra tecnología de rechupete y competitividad internacional, se les ha arrugado el entrecejo y despiden a mansalva a sus empleados, y ponen sábanas sobre la maquinaria recién comprada, mientras esperan que alguien lea el anuncio en segundamano donde la ponen a la venta por lo que quieran darles.
Item más, la inmensa mayoría se ha sentado a esperar que todo escampe, como quien confía en la salvación de sus ánimas, discutiendo de fútbol para mantener en ralentí sus motores intelectuales, asistiendo con complaciente pudor al espectáculo bastante deslabazado de quienes protestan (no tengo dudas que con toda razón, pero sin soluciones) por lo mal que les va, -sino a ellos, a sus vecinos-.
Como lo de ponerse las pilas parece más propio de un anuncio de muñecas andadoras, uso un concepto chusco que cayó en desuso. Hay que repartir guindillas, para que, introducidas en los orificios corporales, aviven en todos las intenciones de hacer algo. Aunque no sea directamente útil, pero que se vea que todos movemos el culo.
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