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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: El cuento del pollastre viatger

En la granja de las autonomías españolas, hay un par de pollitos que gallean. Son más robustos que los demás, e incluso, si se les pusiera al lado de los más tiernos de la pollada, parecerían ser de otra camada.

Y sin embargo, proceden todos de la misma puesta y han sido incubados por la misma gallina, exactamente durante veintiún días. Por lo que nadie pondría la mano en el fuego es por la naturaleza del padre, lo que ha servido para despertar la imaginación de algunos de los pollitos.

¿Seré hijo de ese formidable animal que, cada tarde, vuelve cargado con los aperos de labranza, al establo en el que recibe una ración de heno que me serviría a mí de alimento por más de un año?, se preguntaba en silencio un pollito rubicundo, picoteando dismuladamente las piedrecitas junto a la alambrada del gallinero.

"Estoy seguro de pertenecer a la familia de esos gallardos compadres que se acercan, graznando, a los comederos de la granja, para arrebatarnos con increíble arrojo parte del grano, obligando a que nuestro cuidador reponga lo que falta de sus despensas ilimitadas", reflexionaba otro de los polluelos, soñando con una ascendencia de altos vuelos.

El más gordo y osado de aquellos pollos, despreciaba a esos compañeros de camada, que alimentaban unas, para él, estúpidas elucubraciones, a las que no encontraba el menor valor práctico. En particular, le resultaban hilarantes las consignas de la mayoría de sus hermanos que defendían la teoría de que, para defenderse de los enemigos naturales, y en especial de un pájaro descomunal que el granjero llamaba gavilán deberían procurar estar todos juntos y apresurarse a esconderse en el cobertizo cuando cualquiera lo avistara.

Sueños ridículos que el presuntuoso, estaba convencido de que carecían del menor punto de contacto con la realidad. Por el contrario, el sabía con certeza que el era el único que no pertenecía a aquella generación de pollos.

Sus orígenes eran diferentes. No era la suya la historia del patito feo que se convierte en cisne al subir en edad. Había tenido ocasión de ilustrarse en un trozo de papel de periódico con los que el granjero envolvía la puesta de las gallinas adultas.

El era, indudablemente, no un pollo, sino un pollastre.

Y, para mayor gloria, se convertiría en un pollastre viatger, abandonando la granja en la que vivía. No estaba dispuesto a compartir su comida con los demás polluelos, repartiendo las migajas que se les ponían en el comedero; porque él sabía donde y cómo sembrar el grano para que creciera más rápido; el podría subsistir perfectamente sin más ayuda que su ingenio.

Así que, una mañana, mientras los demás dormían plácidamente subidos en sus pescantes, por uno de los agujeros abiertos en la malla metálica, salió al aire libre. Nadie le había dicho que era invierno y estaban en Siberia.

Si el lector no conoce el cuento del pollito, le remito a este Comentario anterior.

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