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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sociedad

El Club de la Tragedia: A lo loco

Cuando el magnífico director Willy Bilder animó a Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis a rodar Con faldas y a lo loco tenía un buen guión, y unos magníficos a actores, pero, sobre todo, estaba rodando una película.

Las diferencias con el momento en el que nos encontramos son absolutas: tenemos mala dirección, pésimos actores, carecemos de guión y, lo que es más grave, es que nadie está rodando una película, sino que nos encontramos viviendo una penosa realidad.

Nos hallamos, pues, en la situación de "sálvese quien pueda", sometidos al fuego graneado de medidas acaparadoras de dinero para tapar los agujeros, no ya los presupuestarios, sino, simplemente, los que servían para sostener un entramado de servicios públicos y prestaciones sociales que se desmorona implacablemente. No se crean nuevos negocios, no hay confianza ni método y, por tanto, no hay generación de riqueza, de valor, de ilusiones.

Podríamos conceder graciosamente credibilidad a quienes están tomando tan drásticas medidas, cuando reconocen ahora -con una sonrisa que, la verdad, suena a insolente- que les duele tomar unas decisiones que son justamente las que habían prometido no adoptar jamás, en su exigüo programa.

Podíamos creer que quienes están a los mandos del aparato del Estado son los más ilustrados de entre los nacidos en esta aldea, y que, educados como han sido en prestigiosas universidades nacionales y, sobre todo, extranjeras, con experiencia probada en la gestión de dineros privados -algunos, con oscuras maniobras-, saben lo que quieren los del capital, porque no en vano han sido -¿son?- sus eficientes empleados.

Podemos incluso admitir -con esfuerzo en ciertos casos- que tienen una honestidad acrisolada, con moral de catecismo que los convierte en incapaces de mentir a un nene de cinco años que les preguntara si los reyes magos son los papás o los de la cabalgata, pero que guardan secretos feroces para adultos a los que no ven suficientemente formados para entender lo que les pasa.

Pero no hay ninguna razón para que se imaginen que les hemos votado (los que les hayan votado) con carta blanca para hacer lo que les venga en gana, tanto si se lo dictan desde fuera, como si , -y les gusta mucho anunciar cuando la pregunta es complicada-,  pretenden estar "haciendo lo que hay que hacer".

No es ese el juego. Se trata de defender lo que tenemos más precioso, el logro alcanzado con mayor mérito, que es trabajo de todos, y cuya fórmula es el estado social.

Está basado en la solidaridad, pero, sobre todo, en conseguir que paguen más los que más tienen, en concentrarse en atender a los que más lo necesitan, en dar oportunidades a los que no las tendrían por razón solo del mercado, en impulsar los servicios públicos, en mejorar la gestión de lo colectivo y, por supuesto, en escuchar, pero no solo escuchar, sino también, atender, las necesidades expuestas por los colectivos que estructuran la sociedad civil, cuando son justas, serias, fundadas.

Me da la impresión de que quienes se encuentran a los mandos no son los adecuados para conducir en esta coyuntura. No han alcanzado, a pesar de que indican que se esfuerzan dándoles lo que les piden desde otros aparatos, la credibilidad exterior (sí, hablo eufemísticamente de los mercados) y están perdiendo a manos llenos la credibilidad interior (sí, la de los que confesaron haberlos votado).

Es como si los que se presentaron como aptos para manejar el tren de mercancías se encontraran pilotando, con ese bagaje, un avión de pasajeros. Y uno muy grande, además.

A lo loco.

Queremos que nos expliquen muy bien lo que están haciendo, y por qué. Tenemos el derecho a espantarnos, por los resultados parciales y el pánico que se genera en el pasaje, cuando nos repiten, con énfasis de doctorandos que, con estas medidas, en un par de años estaremos estupendamente.

¿Quiénes? ¿Por qué se ríen, señoras y señores diputados?. ¿A quién aplauden? ¿Se mofan de la otra mitad de España, de los que no tienen tanto?.

Y ustedes, ¿los de la bancada contraria? ¿qué proponen?. ¿Admiten que no hay nadie que sepa cómo se maneja este avión de pasajeros y se contentan con decir que nos vamos a estrellar en uno de estos bandazos en los que en cabina prueban los mandos, o piensan que, después de todo, es mejor no convertirse en cómplices del desaguisado? ¿Han abandonado la postura incuestionable de que no se puede obligar a abandonar el avión a los pasajeros de tercera, porque el vehículo de transporte colectivo solo cumplirá su función si aterriza en el buen puerto del futuro colectivo?

Quiero que nos expliquen el guión, y ya es hora. Completo. Con todos los papeles distribuídos, muy clarito y, por supuesto, que no nos cuenten la película. No es una película. Es la realidad. La nuestra.

 

 

Para encerrar

Para encerrar

Los encierros de San Fermín tienen su origen, según tradición, en la necesidad de conducir los toros que se iban a lidiar en la tarde, -en Pamplona y en otros pueblos, no solo navarros-, de las carretas que los habían transportado desde las dehesas en donde se habían criado, hasta los establos de donde saldrían para encontrar la muerte.

Esta operación debía ejecutarse de forma rápida, para evitar que los animales se escaparan o dañaran; pero, como toda situación de riesgo implica un atractivo para aventureros, se cree que, ya a partir del siglo XV o XVI, jóvenes de las localidades que no tenían nada que ver con las ganaderías, se animaban a correr al lado o junto a los toros, encontrando ellos gran gusto en el baño de adrenalina que les suponía este asunto, y los que lo contemplaban, lo hallaron en jalearlos y aplaudirlos, tanto más cuanto más se exponían a ser corneados.

En 2012, los encierros de San Fermín son una consolidada fiesta nacional, un espectáculo acreditado, vistoso, emocionante, que concita la congregación de decenas de miles de personas, muchas de ellas venidas desde el extranjero. Algunos se animan a correr junto a los animales; los más, simplemente, miran y, después, mientras duran los festejos (una semana) se incorporan como les pete al jolgorio colectivo.

Confieso que las imágenes de gente corriendo en tropel perseguidos por los astados, atropellándose, empujándose, cayendo; alardeando los entendidos de su arrojo junto a la inconsciencia de los advenedizos, me resulta sugerente. Percibo una sensación de igualdad entre los cornúpetas y los que arriesgan el ser corneados. Son de dos a cuatro (máximo, seis) minutos de carrera en el que los toros y los humanos se entremezclan, para hacer lo mismo: correr de un sitio a otro.

Además de ese estético y vibrante espectáculo, a cuyo disfrute, no habiendo sido en lo más mínimo su instigador, sostengo inocente derecho pasivo, como aficionado a analizar los comportamientos humanos, añado estas consideraciones:

Los encierros de San Fermín, y otras similares demostraciones relacionadas con el deseo de correr junto a los toros de lidia, reflejan representativamente la variedad de comportamientos ligados a la naturaleza humana.

Estas conductas incluyen: a) la generación de un riesgo donde no debería existir (pues los toros podrían ser conducidos, tranquila y diligentemente, de las dehesas a los establos de la plaza); b) la exarcebación del riesgo evitable hasta convertirlo en peligro cierto (pues podría limitarse el espectáculo a ver correr a unos pocos, bien preparados físicamente y conocedores del comportamiento animal -hasta donde sea posible-, y no a convertir la carrera en un, por momentos, atolondrado y tumultuoso desafío, con imprevisibles peligros, aumentados, incluso, por la inconsciencia, temeridad y afición a llamar la atención de bastantes mozos, a algunos de los cuales no cabe sino calificar como desaprensivos); c) la conversión de todo el trasiego en espectáculo plural, no ya solo estético, sino utilitario y hasta morboso, por parte de un amplio conjunto de asistentes al acto: autoridades, hosteleros y restauradores, medios de comunicación, y espectadores directos e indirectos; d) la asunción colectiva de costes evitables: policía, personal sanitario, colocadores de barreras, "pastores", monosabios, personal de arrastre, etc.; e) la culminación desquiciante del momento vivido en auténticos daños personales: desde que se lleva el cómputo, se registran más de diez muertos por cornadas, centenares de heridos, algunos con pérdidas definitivas de miembros y apéndices.

Estamos para encerrar, ¿no?

 

 

 

 

El Club de la Tragedia: Claves y clavicordios

Los españoles tenemos algunas virtudes colectivas, pero la de conseguir mantenernos unidos ante las dificultades no es precisamente una de ellas.

No contentos con tener que afrontar los problemas que surgen por el natural devenir de las cosas, como nos entusiasma el riesgo, creamos continuamente situaciones propias de peligro. Lo hacemos para ponernos a prueba -quiero decir, sobre todo, a los demás-, pero, también, para divertirnos con los descalabros.

No de otra forma se puede explicar el comportamiento. Volver a casa después de la batalla, con magulladuras físicas o mentales resulta ser un verdadero deporte nacional. Cuanta más sangre, más mérito. Si no hay árbitros que nos agüen la fiesta, todos nos sentiremos, moralmente, vencedores; el rostro de satisfacción con que mostramos los diente perdidos en el fragor, debe ser moneda compensatoria suficiente: "si vieras cómo quedó el otro", parecemos decir como consuelo.

Nuestra capacidad para idear situaciones de peligro desciende de lo más noble a lo zafio, poniéndolos de igual en la peana. Podemos alardear de poner a miles de personas a correr como poseídas junto a seis toros, por una calle angosta, pendiente y en curva pronunciada, y ofrecer, con palabras rebuscadas y dichosas, cada día de toda una semana, el parte de heridos y contusionados con la precisión de un comunicado de guerra. Por tres minutos de chorrear adrelanina, montamos y desmontamos cada día un tenderete.

Si no hay peligro cierto, al menos, procuramos que el mundo entero vea cómo nos la jugamos por debajo de los ijares (1) con las cosas del comercio. Haciendo exhibición de una situación económica boyante, que es justo lo que no tenemos, justificamos batallas con mínimos pretextos, lanzándonos a los morros toneladas de tomates y de harina o bañándonos casi por pelotas en quintales de vino, divirtiéndonos como lo harían niños de teta con tamaño despilfarro.

Pero donde nuestra esencia de comportamiento adquiere su tono más alto es en política, que, como se sabe, es en teoría la correcta gestión del patrimonio colectivo.

Tenemos aquí una peculiaridad muy engañosa, que aprovechamos en demérito: por razones aún ignoradas, pero que pueden tener que ver con nuestro genuino desorden estructural, los ciclos económicos se producen en nuestras tierras con un desfase respecto al resto del mundo mundial, lo que podría servir, obviamente, para prepararnos para lo que nos va a venir, poniendo las barbas a remojar.

Pero quiá. En lugar de pensar en pelar barbas, las embellecemos con rizos. Por el contrario a lo sensato, esa señal nos sirve para agudizar el peligro de la situación, haciéndola, adrede, mucho más complicada. Todos contribuyen. Los que están a los mandos habrán de decir, viendo impertérritos cómo en otros lugares se afanan en enderezar los rumbos, que nuestra posición es distinta, mejor aún: privilegiada, porque tenemos las más sólidas bases y disfrutamos de un cascarón insumergible, por lo que nos animarán a seguir dándole más carbón a las calderas.

Los que esperan ansiosos el relevo -ansia que solo se puede calificar de gusto por estar donde el peligro, para que a uno le ostien- no tendrán otro objetivo aparente, al menos, que desear que las cosas se compliquen al máximo, pues, al parecer, cuando más riesgo obtengamos de que todos nos estrellemos, más placer vendrá al caso. Ellos, porque aumentarán su momento de gloria, por estar convencidos de que Santiago les cubrirá las espaldas; todos, porque damos siempre más crédito al que no tiene el volante entre las manos.

Cuando las cosas empiezan realmente a ponerse feas, y la tormenta se perfila ya con truenos que dan miedo, en lugar de ponerse todo el mundo en el barco a arriar velas, se mantienen infinitas reuniones, con plazos dilatados, en las que se perfila al cabo un grupo numeroso que propone que, según su intuición, no hay que arriar velas, sino que lo mejor sería izarlas todas, y que por algo será si no lo ha hecho nadie antes: ha de ser lo óptimo.

Al cambiarse el turno, la nueva guardia empeñará horas en echarle la culpa del tormentón a la ineptitud de la otra mitad, a su falta de previsión e incluso a su codicia, por lo que la tendrán enfrente, a la defensiva. Y a la primera, en lugar de irse a descansar o ponerse a las órdenes, pondrán empeños en hacer agujeros en la quilla, por aquello de lo que no ha de ser para mí, no lo tenga nadie.

Las cosas que aquí en estos predios suceden, sino se quieren utilizar términos de barcos, pueden tratar de explicarse también de esta manera, con nociones de música. Dice la norma que hay que elegir las piezas del repertorio musical que resulten adecuadas a las virtudes del músico y al instrumento que se tiene en la mano.

Si se tiene, por ejemplo, un clavicordio, pueden tocarse, en princioio, casi todas las piezas previstas para pianos y claves (clavecines), aunque habrá dificultades para hacer legatos y muchas más para producir armónicos, por lo que el sonido quedará débil, especialmente si se toca en teatros y grandes salas de concierto.

Así que si los que están en el escenario llevan violines y trombones, mejor es retirarse prudentemente, y en lugar de tratar de hacer sonar nuestro instrumento,  aguardar a que nos llamen para tocar en los aristocráticos salones, haciendo la pelota a los más ricos de este engendro.

Asumamos, pues, nuestra condición de pobres y dejemos a un lado las exhibiciones de fuerza bruta. Los dioses del mercado no creen que tengamos mucho futuro, y nos han enviado a las caballerizas. Mientras la prima de riesgo no se abaje de los casi seis puntos básicos que nos separen del bono alemán, nos tendrán de criados. 

Y para que penemos el disfrute pasado y en la pretensión, dicen de que podamos pagar el descalabro -lo que me parece, dicho sea de paso, imposible- tendremos que tocar en muchas fiestas, ya sean bodas, cumpleaños infantiles o despedidas de soltero. Posiblemente, hasta habrá que pasear con el yelmo y la bacía por calles y avenidas, esperando que nos caiga del cielo una limosna por quijotes.

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(1) Ijar, ijada: cada una de las cavidades entre las costillas falsas y los huesos de las caderas.

La vuelta al mundo de las maletas

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) recogió en unas crónicas de lectura muy recomendable, mezclando magistralmente inteligencia emocional y erudición, el viaje que emprendió en 1923 para dar la vuelta al mundo.

Recogidas en tres volúmenes, esas impresiones, tituladas para la posteridad como "La vuelta al mundo de un novelista" son un ejemplo para viajeros y un deleite para sedentarios.

Viajar ha dejado de ser una fuente de conocimiento, para concentrarse en su expresión más cutre: una exhibición de dineros. Para los que pueden permitírselo, está de moda viajar y, cuanto más lejos, mejor. Y el objetivo es poder contarlo, antes, durante y después, a los que se quedan. No lo que se descubre, no lo que se ve o siente, sino, sencillamente, que se pasa por allí.

Los recién casados vuelven de su viaje de luna de miel, con el bronceado adquirido en remotos lugares y miles de fotografías en las que se ven toallas, trozos de playa y chapoteos en el agua, además de habitaciones de hotel y piscinas.

Las parejas de edad más avanzada que cumplen, al borde de caer en brazos del Alzhéimer, su "sueño de conocer el mundo" no mejoran el ratio, más bien lo igualan: recorren en quince días miles de kilómetros, y resumen la proeza con un "me gustó mucho" o "ir a ese sitio no merece mucho la pena", agotados por el frenesí de hacer y deshacer maletas prácticamente cada día, haber superado una diarrea (hoy llamada, con pudicia estulta, gastroenteritis) y correr de un sitio para otro, con el verdadero objetivo de no perder el avión que les devolverá a casa.

Mejor me parecen las formas y maneras, aunque en parte se haga a costa de los que cotizamos fiscalmente, con que el Imserso Instituto de Mayores y Servicios Sociales) mueve, llevándolos de monumento en monumento, a jubilosos ancianos (entre los que siempre tengo la impresión que se cuela algún cazafortunas), para que aprendan o recuerden retazos de Historia, que les servirán para soportar mejor las soledades venideras.

Pero si de verdad quisiéramos enseñar a amar España y conocer su Historia con material inolvidable, tengo inmensa nostalgia de aquellas incursiones, preparadas concienzudamente, y en las que todos teníamos un momento de protagonismo, con las que el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Oviedo, Ignacio de la Concha, organizaba cada año, bajo el seductor apelativo de "Itinerarios Históricos", la mejor forma de pasar dos semanas a unos cuantos estudiantes elegidos de Primero de Derecho.

A los bienaventurados, aquel despliegue no nos costaba casi nada: Alsa y el Banco Herrero contribuían con sus medios; el rendimiento que sacábamos era, sin embargo, inmenso. Apuesto que nos duran todavía, los réditos de aquellos buceos por las huellas de la Historia, en los que viajábamos, la mayoría, con lo puesto.

 

El Club de la Tragedia

El otro día leía que no se puede esperar que un Registrador de la Propiedad sea la persona idónea para sacar a este país del barrizal en el que nos encontramos. Seguramente es cierto, no ya por los resultados que vamos viendo, sino porque no hace falta ser estudiado para conocer que si se quiere empujar una carreta por el fango hacen falta un buen par de bueyes y otro de pinreles.

Bueyes no consta que tengamos al mando, pero si tiran más dos tetas que dos carretas, de aquello andamos bien. Aquí, por fin, no importa el género que uno tenga, salvo cuando se habla en público, en el que ser cuidadoso de no olvidarse de nadie, para no herir sensibilidades. Yo, por ejemplo, tengo tres nietos, que son los tres unas niñas preciosas, pero si quiero ser gramaticalmente correcto, debo decir que tengo tres nietos y nietas.

Estas maneras solo pueden perderse en ciertas ocasiones y cuando se dispone de una autoridad indiscutible. Un caso típico son las ruedas de prensa después de los consejos de ministros de los viernes. Los periodistas, como les han dicho que en esos momentos representan a los ciudadanos y ciudadanas de a pie, van a esas convocatorias con un miedo que se las pela, porque saben que, a la primera, les van a largar una bofetada.

Hay que verlos cómo tiemblan cuando la vicepresidenta apunta con el dedo a uno/ una de esos/esas licenciados y licenciadas en información y, con la determinación de la maestra que saca el alumno a la pizarra, le espeta. "Ahora, te toca a tí, y borra antes el encerado, con cuidadito de hacia dónde echas el polvo".

Siempre me pregunté porqué los ministros se reunían los viernes y no, por ejemplo, los lunes, que así -suponía- tendrían tiempo para trabajar los temas durante toda la semana. Cuando me hice mayor, comprendí que los consejos del ejecutivo se hacen el fin de semana, porque no están destinados a ellos, sino a nosotros, los súbditos.

Así tenemos tiempo para digerir lo que nos han contado, derrochando la agresividad contra la familia, que es la que sufre las consecuencias del malhumor. Escuchamos el telediario en el que nos anuncian que van a hacer lo que hay que hacer (que ya son ganas de precisar) y le damos un bofetón al niño que no se come el puré de lentejas. "¿Pero es que no se da cuenta esta criatura que ya lo dijo el ministro de Economía, que todo son lentejas?"

Por suerte, como cada domingo, y cada martes y miércoles, y todos los días de la semana, hay al menos un partido de fútbol, por lo que, al día siguiente siempre tenemos cosas para discutir con otros especialistas y no preocuparnos por lo que no entiende nadie, que es de economía.

En fútbol hay opinión, hay polémica, porque tenemos mucha información y, claro, la gente se prepara, se forma, y acaba sabiendo, teniendo una opinión. Por eso, se podrá estar de acuerdo o no con la decisión del marqués del Bosque de si la posición como nueve en el campo del niño Torres es la adecuada o, en planos más íntimos, si Piqué no estará perjudicado en su rendimiento atlético por la devoción a Shakira.

Gracias a eso, a la información, podemos situarnos en la piel del otro, soñar que hemos contribuído a sus victorias, y distanciarnos de sus derrotas, porque, si nos hubieran preguntado, hubiéramos dado la clave para ganar. Pero, en economía, ¿nos preguntan algo? ¿nos dan toda la información?. Qué va. Y no se dan cuenta, sean quienes sean los que manejan el cotarro, que fútbol y economía están muy, pero que muy relacionados.

Parecen temas intrascendentes sobre los que tendríamos poca influencia, pero, vaya si la tenemos.

Por ejemplo: ¿qué sucedería con el futuro profesional de Iker, una vez que deje de ser el portero del Madrid si no aumentaran las ventas de la Hyundai? (espero acertar al escribir este nombre: I, k, e, r). Y, dada la interelación cósmica entre las partículas elementales ¿Conseguirá su objetivo la Fundación Punset, con la campaña de su mentor en favor del pan integral?

Son preguntas que están ahí, subyacentes, y que pueden atormentar a algunos. A mí, preocupado por encontrar explicaciones, me ocupan bastante tiempo. Hay que escuchar a los que más saben para no perderse ninguna opinión, y sacar consecuencias coherentes.

Por fortuna, al vivir en Madrid, tengo ocasión de asistir a multitud de conferencias sobre los temas más variados, en donde gentes de relieve explican qué es lo que está pasando. En especial, lo que les está pasando a los que lo están pasando mal. Y cuanto mejor lo pasan ellos, más palabras raras usan, para que lo entiendan mejor.

Estas exhibiciones de inteligencia me resultan sobrecogedoras, particularmente, cuando se realizan en inglés, porque entonces podemos estar seguros de que les importa menos lo que nos pueda pasar, así que son más objetivos.

Sean quien sea el conferenciante, y más si son varios los que se arriesgan a dar explicaciones, el protocolo de estos actos suele ser similar. Hay un patrocinador que presenta lo involucrados que están, ya sea la empresa, asociación o grupo de opinión al que pertenezca, por ayudarnos, por haber caído tan bajo. Luego, otro responsable de la organización o él mismo, lee los currícula de los conferenciantes, que han preparado elos mismos como si fueran a presentarse a una oposición, y que estoy convencido de que por eso se llaman ponentes.

Puede suceder que el presentador del acto, si está enfadado por algo o tiene prisa por marcharse a casa, diga que no lee las batallas libradas por los ponentes, alegando que todos son sobradamente conocidos, con lo que nos quedamos in albis de las razones por las que los han escogido para explicarnos las sinrazones.

Después, todo se desarrolla según los monólogos de El Club de la Comedia, digo, de la Tragedia. Y si hay ocasión para hacer alguna pregunta (no suele haber tiempo, porque los ponentes empiezan a hablar del tema remontándose a la edad de Piedra), solo sirve para poner de manifiesto que entre el público hay gente con muchas ganas, pero muchas, de estar en la tribuna, y que se consideran con los mismos o mejores méritos.

No nos engañemos. Lo que hace falta para sacarnos definitivamente del bache son tipos con un par de ellos bien puestos, que sepan lo que hay que hacer. Y aclaro, como no soy nada machista, no me refiero a los órganos sexuales, sino que lo que tienen que poner son los pies en la tierra. 

Sobre democracia, separación de poderes y responsabilidades

La negativa del presidente Rajoy a comparecer en el Congreso de Diputados en 2012, en el marco de un Debate sobre el Estado de la Nación, echa más leña al fuego, en mi opinión, en donde se calienta la caldera bullente de la democracia española.

Son muy escasas las posibilidades reales de participación del pueblo en las decisiones estratégicas, tanto para manifestar su apoyo, como para criticarlas. La representación por la vía de los partidos políticos se ha convertido en una madeja enmarañada, en la que se atiende preferentemente a intereses que, si no me atrevería a llamar particulares, si resultan, cuando menos, peculiares.

Se habla bastante de la sociedad civil, pero no me parece que podamos sentirnos satisfechos con verla simplemente reflejada en huelgas de transportistas, profesores o mineros (por citar algunos colectivos que han mostrado beligerancia recientemente), en acampadas de indignados, ni siquiera en manifestaciones sindicales de protesta por los recortes presupuestarios o por afectados en la pérdida de empleo.

La exposición de argumentos por parte de quienes deberían tener más conocimiento de por dónde se debe caminar en período de mudanza como el que estamos, no resultan tampoco lo convincentes que cabría esperar. Muchos de los expertos económicos no lo ven claro, los que lo ven claro, cojean de algún pie; los expertos tecnológicos se callan o son callados; hay mucho material para sociólogos e historiadores, pero no encuentro tampoco que por ahí vengan propuestas que nos puedan servir más que para conducirnos al desánimo.

¿Qué decir del comportamiento personal de algunos de los más altos miembros de los distintos poderes? Sus valores como referencia ética -que es lo menos que podíamos pedirles- se resquebrajan y aunque siempre se podrá decir que son minucias, los fallos de comportamiento de los que lideran han de ser mirados con la lupa de aumento que corresponde a su pedestal.

En una situación como la actual, pertenezco al grupo (que supongo que existirá, al menos, en concepto) de quienes defenderían la trasparencia total, la claridad en la exposición de lo que se está haciendo desde las instituciones y porqué. En momentos como éste, aunque no crea imprescindible el consenso -utopía en la que no caeré- sí me parece inexcusable, junto a la sinceridad, la demostración de que se sabe por dónde se anda.

(continuará)

Eutanasia y minería del carbón

Sobre la minería del carbón española se ha dicho demasiado, escrito mucho y desconocido u ocultado parte de lo sustancial, porque siempre fue presentado, según interesaba, un aspecto u otro de la cuestión. De esto se han beneficiado bastantes, y, por supuesto, no solamente los mineros; ni siquiera se puede decir que los mayores beneficios hayan sido para ellos, qué va.

Que la minería del carbón asturleonesa, transformada en caricatura de lo que fue, después de sucesivas reconversiones (léase, reducciones de personal) que la condujeron, desde la gloria a las miasmas, no tiene futuro rentable ni argumentos para su defensa por hipotético valor estratégico, es algo que tiene asumido todo el mundo: nuestro carbón es malo, de difícil extracción y, por tanto, muy caro y de explotación comparativamente peligrosa, en relación con alternativas de mercado. No hay, pues, porqué repetirlo.

Y que los mineros que aún quedan, convertidos en una suerte de especie en extinción que defiende su terruño a golpe de gritos y manifestaciones, con quema de neumáticos, petardazos y confrontaciones violentas -no importa si propias o surgidas de simpatizantes desestabilizadores- con las fuerzas del orden, arriesgan ver entendida su actitud como que no quieren abandonar un trabajo de Sísifos -¿extraer piedras inútiles, con riesgo de sus vidas, para qué?-, también se sabe o cree saber.

En estos días de junio de 2012, la cuestión minera ha resurgido -huelga indefinida, protestas, disturbios, etc- porque el Gobierno de España, al presentar los Presupuestos Generales del Estado, en los que recorta en 30.000 millones de euros las anteriores previsiones, aplica a la minería del carbón una reducción del 64% a las ayudas pactadas, que eran de 703 millones, dejándolas en 253 millones (1).

Los mineros del carbón siempre han metido mucho ruido para defender sus posiciones, y a muchos (no a ellos, no solo a ellos) han venido bien. Defender los puestos de trabajo de los mineros ha supuesto generación de riqueza y actividad para las cuencas asturleonesas, pero también para las jienenses, turolenses, onubenses, palentinas o catalanas. Con las subvenciones al carbón, se han hecho ricos algunos inteligentes y avispados empresarios y especuladores desde los despachos, que han aprovechado las oportunidades (de variadas formas), y han afilado sus dientes políticos varios sindicalistas y visionarios de dónde era conveniente poner más énfasis para sacar tajadas.

La historia reciente de la minería del carbón español es una combinación imperfecta de intereses económicos privados, de grupos de trabajadores organizados, detentadores de un trabajo duro, pero también mitificado (y bien remunerado comparativamente), de movilizaciones regionalistas más proclives al sentimentalismo y al apoyo incondicional que al análisis reposado, de una muy mala planificación energética, sin saber decidir entre autarquía y oportunidades y, sobre todo, es la manifestación de la absoluta incapacidad general para encontrar alternativas viables a los sectores no rentables. 

A los mineros del carbón se les han mentido, porque, también para ellos, se acaba de ver que los pacta nec sunt servanda, son papel mojado, cuando hay que atender a intereses superiores. Pero el ruido de los mineros nos está impidiendo reconocer otros efectos aún más dañinos para la sociedad, de los que ellos padecen, y que nos vendría muy bien, ya que han conseguido llamar la atención, que los pusieran sobre el tapete.

Porque el problema que tenemos es que pesa más el alboroto de los mineros, trabajadores en empresas que no tienen viabilidad, al defender su puesto de trabajo (lo que es legítimo, desde luego), que la desorientación (traducida en silencios) de los millones de desempleados que no conocen cuál será su futuro, porque no tienen puesto de trabajo alguno o han perdido defintivamente el suyo.

El fracaso de la gestión minera es la ausencia de alternativas. Allí es donde hay que buscar, porque en ellas está el futuro de las cuencas asturleonesas y, en esa enseñanza, en ese modelo, el de toda España. La agonía de los trabajos mineros podrá durar más o menos tiempo, estar sometida a un eutanasia activa o pasiva, pero lo que necesitamos son nuevos sectores rentables, impulsos de aire fresco; no barricadas del no nos moverán, sino carreteras hacia el futuro, y ahí, sí, tenemos el problema colectivo.

Eso también nos lo están diciendo los mineros, y hay que escuchar, bajo los arreglos musicales y los solos virtuosos o los estropicios interpretativos, el fondo del mensaje, las notas principales de la sinfonía.

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(1) El desglose es el siguiente: 63% de reducción en las ayudas a explotaciones (pasan de 301 Mill € a 111 Mill €); 39% en infraestructuras (de 167 Mill € a 102 Mill €);77% en proyectos empresariales (de 167 a 39); 96% en formación y becas (de 56 a 2); y 100% en seguridad minera (de 12 a 0).

Toros de Fálaris y política de ajustes

En las Epístolas morales a Lucilio, cuenta Séneca de un tirano, de nombre Fálaris, que ideó un instrumento de tortura perverso, consistente en un toro hueco de bronce en el que se introducía al condenado y que se ponía luego sobre el fuego, que se atizaba fuertemente hasta que el toro metálico alcanzara el rojo vivo.

Los gritos de dolor de los desventurados se convertían en mugidos, gracias a un dispositivo acústico, y esto provocaba en el sádico Fálaris un gran deleite.

No se contenta Séneca con traer a colación el cuento, porque lo que defiende para ilustración del discípulo es que si el sabio estoico fuese condenado a tal suplicio, no sufriría, pues le reconfortará este pensamiento: "Qué agradable es ésto, que a mí no me afecta en lo más mínimo" ("Dulce est et ad me nihil pertinet").

¡Ah, pero los sabios epicúreos tampoco experimentarían dolor alguno, puesto que, por una parte, les alegrará el recuerdo de los momentos agradables del pasado y, por otro, puesto que no temen el futuro, nada les importará lo que pueda pasarles (Epístola a Meceo).

A medida que se calienta la crisis, me convenzo de que los Fálaris que nos tienen dentro del toro del mercado y que calientan con medidas de ajuste, interpretan nuestros ayes de dolor y nuestros gritos inequívocos de que nos estamos asando, como bufidos y manifestaciones de fortaleza del sistema.

Nuestro margen se reduce a comportarnos como estoicos o como epicúreos. Hay grupos de insensatos que, oyendo las declaraciones de que la crisis ofrece oportunidades, creen que no les afectará, sin darse cuenta de que quienes tal dicen, están fuera del asunto, y lo contemplan desde fuera.

No menos lástima me merecen quienes se creen que volveremos a lo que teníamos como por arte de magia o que, en todo caso, como las cosas vienen siempre cíclicas, no hay más que esperar a que la tempestad amaine para que luzca de nuevo el sol.

Y mientras tanto, los Fálaris se tronchan de risa, ordenando más fuego.

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P.S. Quizá sea conveniente expresar, que la leyenda atribuye la realización del toro de bronce a un fundidor, servidor de Fálaris, de nombre Perilo. El fue uno de los que sufrieron la tortura. En el mito heleno, se nos cuenta que fue el primero. En la realidad contemporánea, parece que será de los últimos.

Antes de abdicar

Los niños de la postguerra (que, hasta ahora, siempre ha sido un ante de la siguiente) sabían de memoria, incluso sin haber sido ilustrados sobre otros pormenores de la vida, el comienzo de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, en la que Segismundo se lamentaba de su suerte, aunque reconociendo que "el delito mayor del hombre es haber nacido".

Haber nacido para ser Rey (con matices), y haber llegado a serlo, en una época en la que se han destruído prácticamente todos los iconos (salvo los que cantan mientras bailan, se despelotan en las películas con quienes se encaman en la vida real o juegan al fútbol por muchos dineros), tiene que ser un delito digno de cadena perpetua y permanente amenaza de ser expuesto en la picota.

S.M. Don Juan Carlos, Rey de España -al menos, hasta el 20 de abril de 2012 en que esto escribo- presionado por un clamor insaciable ha expresado, a la salida del Hospital en que le han colocado una prótesis de cadera, que: "Lo siento. Me he equivocado. No volverá a pasar".

Estas declaraciones se han producido, después de que, por una caída fatal (la que le rompió el fémur) se haya descubierto que, abandonando su Palacio y, se supone, para relajarse algo de sus tensiones familiares y los tremendos varapalos que están recibiendo nuestros fervores patrióticos, se encontraba de caza del elefante por el Africa profunda.

El periodismo de investigación se ha cebado en la noticia y, en pocos días, se han ido acumulando precisiones, junto a especulaciones, sobre quiénes acompañaban al Rey y por qué. Pero, sobre todo, el periodismo de oportunidad y los que lo alimentan y jalean, se han puesto las botas criticando la frivolidad, la falta de sensibilidad, el despilfarro y acumulando no sé cuántos improperios más, sobre la figura más venerada de nuestra decadente democracia.

Tengo el presentimiento de que las palabras del Rey son el preludio de su próxima abdicación. Es, sin duda, la natural reacción en quien está dolido porque se ha visto obligado a disculparse por algo que le gusta hacer, y que es consciente de que su imagen no se recuperará. De ser aglutinante central de la pluralidad irreconciliable de propuestas hispanas para vivir en democracia, este pueblo crítico y en crisis, ha pasado a verlo como un desnortado cazador de elefantes, con problemas insolubles en su matrimonio y con negocios y amigos misteriosos.

Pero, además de las razones personales de D. Juan Carlos, la abdicación del Rey posiblemente más admirado hasta ahora en vida de la Historia de España se ha querido convertir en una necesidad general, "institucional". Y para evitar que el miedo al vacío de la ciudadanía se exagere, se desvía la atención de la pieza real acosada, -enferma y vieja-, para centrarla en el heredero, dejando a los depredadores con su víctima, como sucede en las sabanas africanas que tanto gustan al Rey culpado.

Lo que se está preparando, pues, en esa revisión anunciada para dotar de mayor transparencia a la Casa Real, es el protocolo de retirada y honores otorgados para un Rey que ya no lo será y el traspaso del cetro, la corona y las pejigueras de representar a todos los poderes inmateriales sin tener ninguno cogido de la mano, por esa obligación latosa de tener que aparentar ser un reducto de la mitología, siendo de carne y hueso, como todos.

Desde este Cuaderno, llevado por esa presunción, soy el primero en dar la cordial bienvenida al escenario de vanidades y oropeles a S.M. D. Felipe VI. Dios lo coja confesado, porque este pueblo no perdona y siempre tiene la escopeta a punto para disparar contra lo que se mueve.

Una aplicación de los índices de embutibilidad a la política

Una aplicación de los índices de embutibilidad a la política

La metalurgia ha aportado a la sicología y a la terminología sociopolítica muchos vocablos que, a veces con significados distorsionados, se emplean con profusión por los expertos en estos dificultosos territorios.

No me consta que, hasta ahora, nadie haya aplicado los criterios utilizados para definir la mayor o menor embutibilidad a la política, por lo que, cuando a algún norteamericano le den por ello un Premio Nobel, quiero dejar aquí constancia que el precursor de esa teoría he sido yo, y en esta modesta bitácora de provincias.

Habrá que hacer algo de historia previa. Allá por 1974, en el Departamento de Investigación Metalúrgica de Ensidesa, para cumplir con la obligación de fabricar un par de informes mensuales con los que alimentar la idea de que estábamos descubriendo algo, me propuse -o propusieron- analizar, utilizando información japonesa (en inglés), norteamericana y francesa, las posibilidades de mejorar los índices que se utilizaban por entonces, en el laboratorio, para estudiar las condiciones de deformabilidad de la chapa laminada y, en especial, de las sometidas a las condiciones más severas, que eran, las que se empleaban en la fabricación de automóviles y en las latas de conserva, cuya "embutibilidad" debía ser máxima.

No descubrí nada (que yo sepa), pero anduve un par de meses calentándome la cabeza con dos índices ya conocidos: el de acritud, "n", del que parecía que, cuanto más alto, mejor se comportaba la chapa en las deformaciones con expansión; y el de anisotropía, "r", que actuaba de compensador de los valores de n bajos en las llamadas embuticiones mixtas y, si, siendo él mismo alto, se combinaba con un índice de acritud también alto, se alcanzaban los mejores resultados cuando la embutición o deformación se realizaba con predominio de la compresión.

Y aquí llego: las ideas socialistas funcionan bien en aquellas situaciones económicas en las que nos encontramos en la parte expansiva del ciclo, por lo que -con perdón de los seguidores de esta doctrina política- su índice definidor más relevante es el de la "acritud, n".

Las ideas del capitalismo liberal parecen teóricamente adecuadas cuando se está pasando por una fase de compresión, y su característica definitoria más adecuada , por ello, sería la de "anisotropía, r".

Pero un alto "r" -digamos, una mayoría del PP- solo no es suficiente, pues debe combinarse, en las fases de compresión, con un alto "n" -apoyo social-. Si "n" es bajo, de nada sirve que "r" sea alto, pues la chapa se rompe pronto, digo, el beneficio socioeconómico óptimo para una situación dada no se alcanza, los objetivos no se cumplen.

He copiado aquí una de las Figuras de ese trabajo que Jaime Acinas y yo presentamos en 1975 a las Jornadas Metalúrgicas de Bilbao en 1975, para ilustrar lo que he expresado con palabras.

Lo único que modificaría, en la aplicación a estas elucubraciones políticas, son los "porcentajes de éxito". Por pura intuición de perro viejo, me atrevería a pronosticar que la frontera de "fallos menores del 5%", más bien sería la de "riesgo de colapso total" de la economía (y, por ahí andamos, con un Gobierno liberal haciendo lo que hay que hacer, dice, pero sin acertar a explicar porqué y, con la mitad de la sociedad, al menos, en contra.

Si se consiguiera, con el mismo "índice de anisotropía, r", incorporar mayores dosis de sensibilidad social, "n", podríamos "salir adelante con las banderas desplegadas" ("fallos menores del 1 %").

Explíquennos, señores diputados, lo que desean hacer con nuestra chapa social, porque parece que está a punto de romperse a base de estirarla solo en una dirección.

 

 

Dos verdades incompatibles sobre el Once-Eme

En España, el Once-Eme (Once de Marzo) trae a la memoria reciente dos sucesos imponentes, trágicos: los atentados múltiples de 2004, perpetrados contra viajeros en trenes hacia Madrid, y que causaron casi 200 muertos, y el descomunal terromoto-tsunami que llevó por delante 20.000 vidas en Japón en 2011.

Ambos tuvieron secuelas muy importantes, y en órdenes completamente diferentes que siguen siendo motivo de análisis y discusión para muchos, y especialmente en España. Hay quienes consideran que el ataque terrorista en Madrid es una "caso abierto", pues su autoría por el islamismo fanático no está plenamente demostrada y hay quienes defienden la energía nuclear como una víctima inocente más del desastre de Fukushima.

Son dos acontecimientos desgraciados muy distintos, pero en la valoración de los elementos colaterales se han desarrollado teorías más o menos elaboradas que, en esencia, no hacen sino poner de manifiesto que en todo suceso que se analiza desde la perspectiva de las ideologías, siempre aparecerán grupos de opinión que se empecinarán en introducir sus propias intenciones para cualificar lo que podrían parecer hechos objetivos.

A los que pretendemos -y claro que no siempre es posible- resistirnos a que nos conduzcan al terreno en donde otros se sienten más cómodos, porque queremos resistir en la posición de lo que está por encima de actitudes temperamentales, nos causa dolor (ya no sorpresa) que haya, en España, dos actos de homenaje distintos a las víctimas del Once-Eme, empañadas por ideologías confrontadas.

No sé si podrían haberse evitado los atentados de Atocha y del Pozo del Tío Raimundo si España no hubiera participado en la guerra del Golfo. No sé si se debieron haber previsto tsunamis de más de 9 metros en la costa japonesa. No se sí algún descerebrado de ETA estaba también detrás de los atentados. No me parece que el accidente de Fukushima sea la demostración palpable de que la tecnología sea extremadamente peligrosa...

No me parece que la victoria del PSOE en las elecciones que tuvieron lugar inmediatamente después del Once de Marzo de 2004 sea debida al desconcierto informativo y a la atribución inicial del accidente de Madrid por parte del gobierno del PP a los terroristas etarras. No me parece que el gobierno japonés y los propietarios de las centrales hayan tardado excesivamente en dar la voz de alarma nuclear ni que, por tanto, pusieran con ello en peligro muchas vidas,

Sí tengo la opinión de que, además de la lamentable pérdida en vidas humanas, -salvada la dimensión relativa y el ámbito local-, ambas desgracias poseen un elemento común: la imposibilidad de alcanzar la seguridad absoluta ante la eventualidad de los riesgos, sean naturales o provocados, porque siempre habrá un resquicio para que los fanáticos asesinos o las fuerzas naturales descomunales provoquen una catástrofe.

Por eso, lo que me parece increíble de estos Once Eme, eliminado el fragor de los gritos y llantos iniciales por los muertos y heridos, una vez convertidas las víctimas en los héroes forzados de ese martirologio colectivo con el que pretendemos hacer página pasada de las desgracias existenciales, es que haya grupos que nos quieran obligar a profundizar en los daños colaterales que les causaron esos accidentes en sus intereses particulares y, por tanto, nos quieran poner una y otra vez sobre la mesa de discusión, sus estériles puntos de vista, perjudicando lo que más necesitamos alcanzar.  

Y en el Once Eme de Madrid lo que necesitamos es alcanzar la unidad entre los españoles en lo que merece la pena, profundizar en el avance hacia la democracia real y solidaria. Y en el Once Eme de Japón, lo que nos sería conveniente es respetar el magnífico comportamiento del pueblo japonés, ejemplo de esa virtud que nos queda tan lejos, y que ellos han definido, para asombro del mundo, como gambarimasu.

Para troncharse

Cuando percibió que estaba despierto, recogió las gafas de la mesita y leyó la relación de actividades del día. Llevaba quince meses parado pero nunca le habían faltado oportunidades.

Tenía la opción de acercarse a primera hora al Palacio Real para ser testigo de cómo se les gritaba "chorizos" y otras lindezas a los miembros de la Familia más distinguida de España (ya que le quedaba algo lejos el Juzgado número tres de Palma de Mallorca, en donde se estaba tomando declaración, por segundo día consecutivo, al único yerno remanente del posiblemente último Rey de España, por su presunta evasión de impuestos, malversación de dineros públicos y quizá algo más). Podía incluso, para dar mayor credibilidad a su pacífica protesta, llevar una bandera republicana, ya algo ajada, que sacaba a pasear cada 14 de abril y 12 de octubre, junto con un grupo de ancianos nostálgicos, separatistas catalanes y jóvenes radicales.

Otra posibilidad sería irse hasta la plaza Mayor de Madrid, en donde estaba convocada la enésima manifestación de apoyo incondicional al juez Garzón, ex-secretario de Estado de Justicia, especialista en granjearse enemistades inquebrantables, expulsado de la carrera judicial -¡al fin!- por haber investigado con astucia punible la forma en que, con la sagrada protección del derecho a la defensa, unos presuntamente honrados ciudadanos organizaban la ocultación de algunos de sus bienes al embargo judicial. 

Le atraía, claro, incorporarse a la concentración de sindicalistas, desempleados, amenazados de despido y amedrentados en general, para protestar contra el urgente decreto que, con la encomiable intención expresa de crear empleo, había aligerado con rotundidad las ya altas opciones para poner de patitas en la calle a cualquiera que no consiguiera hacer rentable la empresa en la que trabajaba. Pero pensaba que era mejor reservarse para la huelga general que había anunciado expresamente el presidente de Gobierno, Sr. Rajoy, a sus colegas europeos.

Había una estupenda opción de adherirse a la repulsa unánime, expresada con toda contundencia y por los cauces precisos, contra la desgarbada actuación policial en Valencia, en donde se habían molido a palos a unos pacíficos estudiantes de bachillerato, amigos, que no enemigos, del orden, aunque excepcionalmente hayan visto sus deseos reforzados por algunos extremistas especializados en quemar contenedores inservibles y romper lunas de coches con la tercera itv pasada, que solo pedían que se encendiera un par de horas la calefacción para que se descongelaran los grifos de los lavabos.

Otra opción sobre la que, dado su inmenso atractivo, era imposible quitar de ella un ojo, e incluso los dos, era acercarse a la embajada israelí ataviado con un pañuelo anundado al modo palestino y denunciar el peligro inminente de la anunciada invasión de Irán, preludio sospechoso del inicio de la tercera guerra mundial, a pesar de que el programa de colaboración venezolano-iraní se encontraba en un impás (¿se escribe así?) por la inesperada reproducción del tumor inguinal del presidente Chaves.

Sucedió, sin embargo, que cuando estaba preparándose la tostada para el desayuno, y mientras escuchaba la radio, le llamó una amiga que lo invitaba a irse al parque del Retiro, en donde estaba anunciado para hoy un mítin de Javier Arenas, candidato a presidente de la Junta de Andalucía, que prometía desvelar todos los tejemanejes entre los gobiernos socialistas y el empresariado andaluz.

Y, proclive, como era, a las emociones fuertes que él mismo fabricaba, liquidó de un sorbo el café, salió a la calle, compró en el kiosko habitual el último número del prestigioso diario Público, víctima de un voluntarismo fracasado, que se ofrecía hoy, gratuitamente, con La Razón y El País, y se fue de excursión -estrictamente solo- a la Pedriza, en el cuatro por cuatro que estaba pagando a plazos gracias al subsidio del paro, que aún cobraba, gracias a un chanchullo, a hacer parapente.

Entre andadas y carreras

Suena a retroceso en el tiempo: Estudiantes y policías a la greña. Fue en Valencia, una de las Comunidades Autónomas más endeudadas por el generoso ejercicio de unas competencias transferidas sin suficientes ingresos para paliar los gastos.

Se nos ha contado así: Los estudiantes del Instituto Lluís Vivens, reforzados con efectivos de la Facultad de Geografía e Historia, protestaban por los recortes en los presupuestos a la educación, que afectan -no solo a la calidad de la enseñanza- a la calefacción en las aulas. Ya se venían calentando motores desde hacía días, aunque revisando retrospectivamente las noticias relacionadas, se había solicitado desde la dirección del centro que se desvinculasen del ámbito del Instituto las movilizaciones. 

Enfrente, los policías. Fiel a una formación castrense que nos deja perplejos a los pacíficos, el jefe policial valenciano hizo con esa manifestación estudiantil -"el enemigo", reconoció- lo que, seguro, alguien le ordenó: disolverla, como fuera. Y consiguió un efecto colateral que debe estar definido algo más adelante en el hipotético manual de la guerra: si empleas la fuerza contra los argumentos, los argumentos conseguirán refuerzos.

Por eso, me impresionó la facilidad con la que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, no dudó en diagnosticar la naturaleza ideológica de los estudiantes: Responden -dijo- a "una estrategia predeterminada de la izquierda", que "niega hasta el principio del Estado de Derecho y la separación de poderes".

Volvemos, pues, a las andadas y a las carreras. Nos queda mucho camino por delante. No soy de los ingenuos que pretenden que vayamos todos juntos cogidos de la mano. Pero sí de los que se mantienen firmes en que no podemos recorrerlo dándonos golpes. Y, por supuesto, no sirve ordenar a las fuerzas del orden que convenzan con porrazos a los que, desarmados, no pueden servirse más que de sus lenguas afiladas.

Porque aunque duelan sus argumentos -asumibles o no, que para eso están las simpatías ideológicas-, no hay que confundir jamás el campo de las ideas con un campo de batalla. En democracia, el que se expresa en contrario no es el enemigo a batir, y los que discrepan no son anarquistas ideológicos. Opinar así genera escaladas de violencia donde solo debería haber diferencia de opiniones, incluso sobre los poderes caloríficos de los combustibles que se queman en las aulas.

Y que llevan ya su tiempo quemándonos, a todos, las ilusiones de que se sabe, en verdad, cómo recomponer las estructuras debilitadas de la economía, sin que los recortes y cascotes se nos caigan sobre las cabezas de los que no fuimos culpables de su deterioro.

 

Porcentajes

Nos tenemos que acomodar a los porcentajes. No solamente, que es lo más fácil, a leerlos sin entender de que va la cosa (que esto es pan comido hasta para quienes no sabrían hacer la o con un canuto), sino a poner cara de que estamos en las claves de lo que significan, como si hubiéramos descubierto lo que se oculta tras ese camuflaje.

Se ha hecho normal referirse al porcentaje sin indicar la cantidad principal a la que hacen referencia, con lo que nos dejan en ayunas, in albis, de lo que nos van a hacer tragar.

Se puede, por ejemplo, decir que se va a destinar el 0,3% del pib a hacer investigación o a sostener a más iglesias, subir el iva del 7 al 8% o del 17 al 18%  y hasta el 20% sin indicarnos qué se hizo finalmente con esa recaudación, tanto en el país propio como en los ajenos (por favor: no en porcentaje); podemos estar todos empeñados como locos en bajar del 8,3 al 6% del PIB el desequilibrio en los presupuestos del Estado (sin saber en qué cantidades se han reducido, en números mondos y lirondos, los despilfarros en materias y gentes que no necesitamos); nos desplazamos entre rebajas de "casi todo al 50%" o "hasta el 70%" sin saber jamás con qué beneficios nos han calzado las compras anteriores; y no nos explican los nombres de los que evaden, sicav incluídas, cuando nos retocan -siempre hacia arriba- el porcentaje del irpf a los que hacemos las cuentas como asesores fiscales de nosotros mismos, a solas con nuestras conciencias.

Los porcentajes, que surgieron como propósito de alcanzar la máxima exactitud en la manera de reflejar nuestro estado de permanente incertidumbre, van ocupando todos los órdenes de nuestras vidas, enmarañando de supuesto conocimiento lo que, a la postre, no es más que ocultación, misterio, patraña.

Analizando algunas de las decisiones más delicadas que se adoptan en nuestra pequeña aldea, y que se refieren, naturalmente, a las conclusiones sobre culpabilidad o razón que toman nuestros órganos jurisdiccionales multipersonales (Salas de las Audiencias Provinciales, Tribunales Superiores, Tribunales Supremo o Constitucional), comprobar que en bastantes de ellas, las votaciones no reflejan unanimidad y/o contienen votos particulares o matizaciones discrepantes, nos llevaría a confirmar que la certeza se hace escurridiza como anguila en la cesta.

Porcentajes nos rodean por todas partes. Vivimos en un país que, según se dice, se ha desvelado, mayoritariamente -en porcentaje-, de derechas, entendiendo por tan discutible calificación el que en las últimas elecciones generales el Partido Popular ha sido el más votado. Si se analizan con otro aire los porcentajes de votos, relacionándolos con el número de los que pudieron haber votado, por el contrario, se comprobará que lo que España sigue siendo es un mosaico de opciones, un guirigay de opiniones e intuiciones acerca de cómo resolver lo que nos acogota, entre los que hay un buen grupo de los que prefieren votar al Pato Donald o aprovechar para irse en día de campo con los críos. (1)

Uno de los últimos porcentajes que merecen pasar a la pequeña historia de nuestros desacuerdos, es el que provocó la exoneración, por un Jurado popular -elegido tras una ceremonia de recusación que es una lástima no tener filmada-, de la acusación de cohecho (impropio, es decir, sin resultado) de quienes tuvieron, teóricamente al menos, el máximo poder en la Generalitat valenciana. Cinco de los nueve miembros del Jurado (55,55%), superando, por lo demás, las dificultades de correcta expresión gramatical del conjunto, declararon no haber lugar para condenar, en tanto que los otros cuatro, se apuntaron al sí con sus respuestas a las preguntas que les formuló el Sr. Juez.

Aplicando las consecuencias del brocardo "In dubio, pro reo", los encausados fueron liberados de su carga penal y pudieron manifestar su alegría y afirmar, ahora, sí, su "plena confianza en la justicia" (que, para bien ser, mejor hubieran expresado en su confianza en la teoría del porcentaje, y no confundir lo que se da con mayúsculas a lo que se disfruta con minúsculas y en tierra de agradecidos, por poner un nombre a los que no vieron la viga)

Donde miremos, queda consolidado un camino amplísimo, una autopista, en verdad, acerca de la compleja cuestión de la valoración subjetiva de los hechos, aunque nos pasen por encima. (2)

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(1) En realidad, nuestro complejo mosaico ideológico, inestable por lo demás cual arena movediza, reflejaría, tomando como espacio de referencia el número total de electores -34.300.000, redondeando por exceso- que el 71,67% decidieron votar, y que de ellos, el 44,62% lo hicieron al PP (es decir, el 31,97% del censo), un 28,73% al PSOE (el 20,59% del censo) y el 26,65% (el 19,10% a las restantes opciones, políticas o no).

(2) A los aficionados al fútbol: Si se sometiera a votación entre los aficionados del Madrid, habría un porcentaje alto, seguramente, incluso mayoría, que estarían a favor de resolver que en el primer partido de octavos entre el Madrid y el Barça, Pepe no pisó adrede la mano de Messi, sino que lo hizo involuntariamente.

Ideales

Por mi oficio de observador de la realidad metido de hoz y coz en su barullo, me cruzo muchas veces al día con los más ancianos de la tribu. 

La mayoría, dependiendo de la hora, su humor y el tiempo que haga fuera, deambulan haciendo creer que algo les ocupa, leen todos los periódicos de cabo a rabo en los Centros de Mayores, compran pan y verduras en un comercio de vecindad, toman el sol o se quejan del viruje, juegan a las cartas o a la petanca (que es diversión con banzones para mayores) y, en los largos momentos, esperan llamadas que no llegan o discuten como si les fuera algo en ello, de fútbol, política o pensiones.

Es un desperdicio tenerlos así, dejando pasar el tiempo que les queda, sin ser capaces de encontrarles un sitio en nuestras vidas y no solo cociéndose en las suyas.

Los ejemplos en sentido contrario, de envejecientes que se niegan a ser decoración -hasta molesta- en la vida de otros,  son escasos. Es cierto que algunos, resistiéndose, inventan trabajos para mantenerse activos y, al mismo tiempo, no perder la comba de la pensión, en equilibrio precario, por su cuenta y riesgo.

Ya casi nadie quiere del viejo, el consejo, aunque sea gratis, y por eso ni trae cuenta y el riesgo es recibir burla o despecho a cambio. Efecto derivado de la contracorriente de lo que más se lleva, que es la moda de ser más guapo, alardear de joven y disfrutar a tope con lo puesto, mientras dure.

Mónica de Oriol,  presidenta de Cotec, en los únicos dos minutos de que dispuso para presentar esa magnífica idea a quienes no la conocían aún de cuantos asistimos a la entrega de premios KnowSquare 2011 el 25 de enero de 2012, nos ilustraba que en esa ONG se da sostén a los desamparados tecnoeconómicos, y que han llegado incluso a confeccionarles el Plan Estratégico a las Hermanitas de la Caridad, lo  que considero ejemplo perfecto de los propósitos de ayudar a alcanzar la perfección a quienes incluso, para su fortuna, tienen el cielo ganado, como se suele decir.

Ideales, necesitamos ideales (además de ideas). Está muy bien eso de tener que escuchar a los más jóvenes hablar de renovación, de confianza en el futuro, de deseos de cambio, ... aunque les cueste, obviamente, concretar.

Pero no debemos olvidar que los más viejos son los que guardan la memoria -y hoy que se lee muy poco, casi solo ellos- de los ideales. De los que nos han llevado, aunque sea a trancas y barrancas, hasta aquí. No de los últimos que se han incorporado al decorado, sino de los que se quedan, como poso, cuando ya no hay lugar para improvisar, ni sobra el tiempo, ni está el cuerpo para ganas de buscar nuevas veneras.

 

Apología del dragón

Apología del dragón

El 23 de enero de 2012 comenzó el año para los chinos, que terminará el 9 de febrero de 2013 y estará bajo los auspicios del dragón; más precisamente, del dragón de agua (subespecie dura de asimilar para los que lo tenemos por bestia con garganta flamígera).

Siguiendo una tradición que cuenta con varios milenios, los especialistas chinos en ponerle puertas al campo de la indefinición, están convencidos de que todo lo que tenga que ver con el dragón es positivo, y que, siendo éste el mejor signo bajo el que se puede nacer o vivir, los humanos y sus negocios están de enhorabuena. Se espera un aumento de los nacimientos en China y, para los que ya están con los pies en la tierra, cambios positivos en sus vidas, en especial, si han nacido en los años en que campó el dragón.

El dragón oriental, como es sabido, tiene poco que ver con el adoptado por la cultura cristiana que, aunque coincidiendo ambos en ser seres legendarios, se asocia por aquí al mal y al demonio. En la leyenda dorada, por ejemplo, escrita por un ingenioso monje algo desocupado amigo de dar que hablar de los santos conocidos hasta el siglo IX, aparece un San Jorge que vence a su dragón en desigual batalla; seguramente, por sublimación de este episodio, los cuentos infantiles están llenos de caballeros que derrotan a dragones para liberar fundamentalmente princesas, entregadas por sus congéneres a la voracidad del macrosaurio o víctimas del mismo por quién sabe qué perversas intenciones. 

Una excepción occidental a la regla de lo mal que se reportan los dragones a la imaginación infantil en nuestras latitudes, es el congénere solitario de cierto cuento inglés, que, en su primera realidad, fue princesa,  condenada a esa cruel transmutación por su malvada madrastra, y que solo recupera su verdadera identidad cuando su hermano la encuentra, en un episodio que los perversos, a los que no va dedicado el cuento, pudieran encontrar incestuoso.

El grafismo del dragón fue reduciéndose con los siglos, y ahora los chinos se conforman con representarlo con un carácter bastante simplón que, nos dicen a los adultos para facilitarnos la memorización, es combinación de un cuerpo de perro (entiéndase, su grafismo chino) con la cabeza de una serpiente. A mí me sugiere, como prácticamente todos los signos de la escritura china, el esquima para un paso de coreografía para el balet del Lago de los cisnes, por lo que no me ha servido como regla nemotécnica.

Picado por la curiosidad, he investigado, utilizando técnicas avanzadas de Google (aprovecho para enviar mi sentido pésame a los usuarios de Megaloud, en especial, a los de pago), los signos bajo los que nacieron varios de los políticos que ocuparán una parte del espacio de los telediarios en este año draconiano. El resultado ha sido decepcionante: no vamos a poder aprovechar la buena estrella. Tenemos cabras (Rajoy, 27.03.55), cerdos (Saenz de Santamaría, 10.06.7; y Guindos, 16.01.60), conejos (Rubalcaba, 28.07.51), ratas (Zapatero, 4.08.60: en este caso, teníamos), tigres (Montero, 28.07.50), pero no dragones.

Tampoco sirve de consuelo que en el exterior español, quienes controlan nuestros hilos no tengan la protección coyuntural: Sarkozy (28.01.55) es tan cabra como Rajoy, la física Merkel (17.07.54) es caballo y hasta Obama (4.08.61) nos ha salido vaca.

Queda solo confiar en que China tire del carro, apoyada en sus creencias y en la tremenda fuerza de sus cifras. Vaya para estos nuevos redentores, mi felicitación más entusiasta: 新年快乐! (Xīnnián kuàilè - ¡Feliz año nuevo!)

Aires de mujer

Si resultara cierto, como alardean cada dos por tres de haber probado, graciosos pero acientíficos, estudios sobre el comportamiento humano, que hombres y mujeres pertenecemos a dos especies diferentes, aunque genéticamente compatibles, los varones tendríamos resuelto, al fin, el reto insuperable de competir, pretendiendo superarlas, con las hembras.

Mientras tanto, habrá que contemplar con masculino pavor la sistemática derrota de nuestro género, cada vez que uno de los nuestros pretende entablar una comparación en igualdad de condiciones con el equívocamente llamado sexo débil, ... salvo que se trate de temas rigurosamente irrelevantes para el común bienestar de las especies, como correr en una pista de arena con zapatillas de Nike, dar golpes a otro especimen con guantes de cuero o trepar por un andamio con una descomunal carga de maderos sin adoptar mínimas medidas de seguridad.

Tenemos bastantes ejemplos actualmente que deberían ponernos en guardia a los portadores del dedo prominente (con permiso de C.J. Cela, y aunque su dimensión no sea para alardear), de que la especie a la que la naturaleza otorgó capacidad paridora nos quiere abandonar. No hay ya necesidad de acudir al hipocampo, ni al lóbulo frontal, ni a las amígdalas; se han dado cuenta de que somos un estorbo, y nos dejan en la estacada.

Veo al candidato (no sé bien a qué, pero así se lo consideran) tiranosaurio Rubalcaba pretender competir con la velociraptor Chacón -que, además, según la he oído, se dirige tanto a los votantes como a las votantas- y me pregunto cómo no se ha dado cuenta el pobre Alfredo de que, aunque gane por la mínima, le van a comer vivo por la máxima los partidarios de que el PSOE se convierta en un partido charnela. Cúlpase del descalabro a Zapatero, pero no hay más que ver cómo se le han ido colando en las fotos de familia los alienígenas, pretendiendo cuotas de paridad, cuando hay millones de desigualdades que podrían haber sido resueltas primero.

Sigo con admiración -y miedo- la trasmutación de Ana Botella, pasando de acompañante en traje de baño de un tipo con dentadura y bigotes (y que, después nos enteramos, resultó que era el mejor Presidente que hubo en la España posconciliar), a auparse a alcaldesa de la mayor ciudad española sin necesidad de cambiar de sastra de toda la vida, y demostrando que lo sabe hacer mejor -o, al menos, igual- que el político mejor preparado del país, Alberto Gallardón, apto para un roto como para un descosido ministerio de Justicia. (1)

¿Vamos más allá de nuestras fronteras pirenaicas, más allá del peñón de Gibraltar, allende la mar océana? ¿Alguien se acuerda del marido de Hillary, que algunos siguen apodando Clinton (sí, el tipo aquél de la becaria), cuando camina con el mismo aire entre chinos, tirios, troyanos, árabes, israelíes, dando órdenes en el inglés que entienden todos los mercados de inmediato?

¿Qué decir de la pareja Merkel-Sarkozy? ¿Quién, con perdón por la osadía, dudaría en identificar "la hembra" -si por ello se entendiera, la parte más débil- de la desigual comunidad de intereses?

Puedo poner muchos más casos. Basten éstos para que el lector sagaz admita, especialmente si es varón -para la otra especie no hace falta argumentar la diferencia-, que una vez que se ha abierto la puerta a la igualdad, se le quitan a las mujeres las cadenas por las que se ha pretendido tenerlas enjauladas en sus labores, es imposible defender que Platón acertó al escribir que los dioses repartieron a los primeros hombres en dos trozos iguales, como castigo por no se qué veleidad. Quiá.

Uno de los pedazos se llevó la mejor parte y la otra, los despojos.

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(1) Releo, ya en la tarde de este sábado, el Comentario y no quiero olvidarme de otra hembra de armas tomar que le está comiendo la tostada no solo al, por fin, aupado a su desgracia (por la nuestra) Rajoy sino a todos sus compañeros de bancada y cierra España: Soraya Sáenz de Santamaría y todos los santos, más lista que el hambre y la abundancia juntas, que, como es o ha sido docente, nos da clases de cómo entender lo que nos está pasando, e incluso de los que nos va a pasar o puede no pasar, para consuelo de partidarios, vergüenza de detractores y modelo global de lo que vale una fémina cuando la dejan campear a sus aires por los estrados.

Così fan tutti?

He trastocado algo el título de la conocida ópera jocosa de Mozart, para reflejar con la sonoridad del italiano la que parece la mejor excusa que ha encontrado -sin valor jurídico, desde luego- el aún yerno de S. M. El Rey Juan Carlos para justificar el empleo maligno de los conocimientos que recibió de la prestigiosa Escuela de Negocios Essade, delegación de Barcelona.

El asunto de los negocios turbios de este miembro de la Familia Real española, hasta que se produzca su defenestración, como sucedió -por otros motivos, también de intensa proyección mediática, pero éticamente más dignos- está ya popularmente juzgado, sentenciado y, como dicen los analistas bursátiles, descontado.

Esta es una buena noticia, porque los más alarmistas y los acérrimos republicanos habían visto en el decurso del culebrón por el que se iban conociendo los tejemanejes, cada vez menos presuntos y más evidentes, de D. Iñaky Urdangarin, su mentor y asesores, la creación de una tela de araña en torno a la infanta Da. Cristina y, por ende y naturaleza, de la Monarquía. Que por un quítame allá un par de milloncejos, se arriesgase poner bajo la piqueta del escándalo el pilar más sólido, por intocable, de nuestras instituciones, era insoportable.

Pasado el susto, ya podemos predecir lo que sucederá: el fenómeno Urdangarín será aislado de cualquier contaminación hacia los miembros de la familia real y, con un poco de suerte y algo de humo, exculpado como coautor, coadyuvante o colaborador necesario de esas malversaciones de fondos públicos destinados en origen a ayudar a fomentar el deporte. Si acaso, su Fundación tendrá que devolver parte de lo concedido y no justificado. Pero no va a ser cosa de complicarlo más, obligando a que, quien puede hacerlo, le amnistíe de una condena penal.

Que así hacen todos es una torpe argumentación exculpatoria, pero se suele emplear mucho, en todos los órdenes de la vida, para apelar a los usos y costumbres y defender lo que, de otra forma, no tendría justificación.

Con ese argumento, sin ir más lejos, se ha enmarcado la visita del presidente Rajoy a Marruecos, como costumbre de los presidentes de la democracia española de hacer su primera visita al exterior a este país frontera, con el que nos unen tantos disgustos.

En sentido contrario, desviarse de lo que hacen todos, puede traer muy malas consecuencias. Que se lo pregunten al ya apartado provisionalmente de la carrera judicial, el en otras épocas intocable juez Garzón, que va camino de ser condenado por escuchas ilegales a los abogados de ciertos personajes públicos que hacían lo que, al parecer, hacen todos -hay que puntualizar, mientras no demuestren lo contrario- los representantes del populacho con mando sobre la pasta pública.

Actividades generadoras de empleo (3)

En fin, voy al grano. Construyo las conclusiones prácticas de mi argumentación, analizando los efectos de la interacción entre tres de las variables formales más importantes de una economía (típicas de la llamada "función de producción·: trabajo, capital y aportación de tecnología).

La generación de trabajo por la aportación creciente de capital no es una función monótona creciente. A partir de un cierto momento, se produce la saturación de las actividades posibles para un flujo de capitales dado, y la creación marginal de trabajo disminuye rápidamente. Las empresas compiten ineficazmente entre sí, duplican sus cometidos sin que exista mercado, y se destruye empleo, pasando a ser más rentable -desde la perspectiva socioeconómica global, que voy a tratar no perder en este Comentario- la incorporación de tecnología para devolver a los inversores los rendimientos al capital que desean.

La relación entre capital y tecnología es mucho más eficiente: a mayores desembolsos en i+d, todo el mundo está de acuerdo -con la excepción injustificable de algunos gobiernos- en que se incrementa el desarrollo tecnológico. 

En cuanto a las interdependencias entre trabajo y tecnología, mi criterio es que son competidores irreconciliables. Para un entorno dado, el aumento de la tecnología destruye empleo: en una economía expansiva, se puede recuperar con el tiempo, gracias al crecimiento de las empresas tecnológicas, a base de apropiarse de mercados de economías menos avanzadas, a las que colonizarían.

En una economía globalizada, especialmente en las zonas en donde se ha alcanzado la saturación tecnológica para aportaciones dadas de capital, sin embargo, grandes bolsas de trabajo se perderán para siempre: los rendimientos crecerán gracias a los robots, las redundancias serán eliminadas, la mejora de gestión evitará despilfarros y tiempos improductivos, los empleos de menor cualificación serán poco remunerados y, en su mayoría, sustituídos por máquinas..

¿Qué hacer, pues, en una economía de país intermedio? Mi criterio es que hay que comportarse de manera absolutamente pragmática, y tratar de construir una pirámide de empleo posibilista, en la que se dejen, adrede, huecos por cubrir que se confiarán a las importaciones, y que actúe concentrada en las particularidades, ventajas comparativas e intereses específicos del propio país.

Es decir: no se trata de imitar locamente lo que hacen otros -en particular, no lo que hacen los países más avanzados- sino estudiar lo que hacen para, aprovechando sus necesidades no cubiertas, carencias, abandonos de producción o intereses en servicios, ubicar las bases de nuestra producción, pensando, ante todo, en el empleo que podamos generar, pero también en lo que nos cuesta el desempleo que provocan nuestras decisiones.

En la base de nuestro sistema productivo, está el sostenimiento de las siguientes actividades, ampliamente generadoras de empleo: producción agropecuaria, incluída la forestaL; servicios de sanidad y salud, servicios de educación, servicios de apoyo al bienestar (ocio, turismo, hostelería, distribución y comercio, banca), infraestructuras en general, y específicamente, de transporte; construcción y rehabilitación de viviendas; producción de energía; gestión de recursos hídricos; eliminación de residuos; función pública;

En el nivel intermedio (además de parte de los citados, en la medida en que producen bienes más elaborados), se encontrarían: produccción metalúrgica y de aceros especiales; talleres de transformación metalmecánica de piezas contra pedido; minería de metales escasos; fabricación de automóviles y vehículos de transporte; transformación de materiales de fibra de vidrio reforzada y materiales especiales; fabricación de componentes para equipos electrónicos y de comunicaciones; productos para farmacología y aparatos quirúrgicos y para medicina asistencial; etc.

En el vértice se encontrarán los trabajos en investigación en las líneas preferentes de desarrollo para el país. A ese cuerpo de élite habrá que cuidarlo especialmente, consiguiendo la coordinación entre los centros de investigación públicos y privados, remunerando económicamente a los equipos, con solvencia y largueza, y recompensando a los mejores con prestigio social y proyección científica.

(seguiré)

Inspirándose en un trabajo de chinos

Entre las muchas sugerencias constructivas que pueden deducirse de culturas diferentes en las que no hemos sido educados, la oriental (me refiero aquí especialmente a la china) proporciona un bagaje que me parece excepcionalmente atractivo.

Crece el número de estudiantes de la lengua china, y las razones para ese interés parecen derivarse de la convicción de que así se facilita el acceso a un mercado imprescindible, cuya entidad no hará más que aumentar en las próximas décadas. Desde luego, como mejora de la dotación personal para encajar en "un nuevo orden" previsible, en donde ciertos países con economías emergentes jugarán un papel predominante, esa decisión no puede sino compartirse.

Sin embargo, aprender a leer y a expresarse satisfactoriamente en esa lengua tan diferente a las occidentales solo será factible (salvo para privilegiados) si se toma la decisión cuando se es muy joven. Así que, sin faltar al respeto, considero muy poco probable que si el lector ha llegado hasta aquí pueda cumplir el reto, dada su edad.

Con todo, introducirse en las formas de relación y razonamiento verbal de las lenguas orientales resulta muy útil como provocación para generar ideas o metodologías en las que, seguramente, no se hubiera reparado. Ya se sabe que la creatividad se refuerza situando la reflexión personal en entornos que no habían sido trillados.

La estructura gráfica de la escritura china descansa en un conjunto de caracteres o signos básicos, con el carácter de clasificadores, -unos 250- que se combinan idealmente para formar ideogramas más complejos -hasta 50.000, aunque con el conocimiento de 3.000 o 4.000 se podrá leer un periódico y entender la mayor parte de los escritos-.

No existe una metodología clara para esa combinación, aunque en bastantes ideogramas se puede detectar algo de la intención que los originó, si bien, con el transcurso del tiempo, muchos se han adulterado hasta hacer irreconocibles sus intenciones originales, y constituyendo un quebradero de cabeza para quienes tratan de sistematizar de pé a pá (符号中的意义) el aprendizaje.

Voy ahora a la aplicación. La cultura occidental nos ha llevado a suponer que existen 8 o 9 tipos personalidad que constituyen las líneas básicas del comportamiento. Cuando analizamos con sentido crítico la relación de personas a las que se les atribuye cada uno  -gentes públicas de las que sabemos, realmente, poquísimo-, advertimos, en general, que lo que se está valorando son, en realidad, sus actuaciones frente a situaciones excepcionales.

Pues bien: Desde mi observación, resulta sorprendente comprobar que las personas adultas asimilan las características de lo que ven o experimentan con mayor frecuencia, transformando su aspecto físico y adoptando sus módulos de comportamiento a lo que pueda derivarse de ese estado circunstancial.

Por ejemplo, una persona con un perro se acabará pareciendo a él y, para facilitar la transformación, comenzará eligiendo, si puede, uno que ya se le parezca algo, y adquirirá la costumbre de hablar para él, darle órdenes, comer lo mismo que él y, ya como culmen de la identificación, sacarlo a pasear por la mañana temprado o de noche cerrada, para evitar recoger sus cacas, alegando que es él, el supuesto propietario, quien sale a dar un paseo: se estará comportando como el animal que tiene por compañia y, por extensión, como casi todo individuo con perro: egoísta, despreocupado por sus semejantes, etc.;

Si alguien tiene la boca o las orejas grandes, se emparejará con alguien de parecidas características, porque se habrá acostumbrado a no verse esa cuestión como defecto, sino como mérito: los de las orejas, serán melómanos; los de las bocas, golosos: Si se ha vivido en Alemania -especialmente, si allí ha sido marginado como gastarbeiter- se presumirá de ser más rígido que sus nacionales y, además, si se es varón, existe una alta probabilidad de que se deje crecer una barbita de chivo, beberá mucha cerveza y dirá jawohl a cada tontería que se le ocurra, convirtiéndose en un plomo para sus semejantes ; si es propietario o usuario de un lujoso chalet individual, es casi seguro de que también manejará un coche de alta gama y evadirá impuestos, cazará bichos con muchas cuernas y alimentará la suya; etc.

Añadiendo signos a lo que se sabe de una persona, se podrá perfilar lo esencial de la personalidad y comprobar que está reflejado en su apariencia, y esta observación puede perfeccionarse con el añadido de combinaciones de nuevos signos, hasta llegar a alcanzar una precisión satisfactoria -e inquietante- acerca del previsible comportamiento del individuo.

Haga la prueba con su jefe o compañeros de trabajo, con los políticos más relevantes y, cuando adquiera práctica de clasificación, experimente con desconocidos. Si le contestan con un exabrupto y no digamos, si le largan una bofetada, es signo inequívoco de que está en el buen camino.