El Club de la Tragedia: A lo loco
Cuando el magnífico director Willy Bilder animó a Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis a rodar Con faldas y a lo loco tenía un buen guión, y unos magníficos a actores, pero, sobre todo, estaba rodando una película.
Las diferencias con el momento en el que nos encontramos son absolutas: tenemos mala dirección, pésimos actores, carecemos de guión y, lo que es más grave, es que nadie está rodando una película, sino que nos encontramos viviendo una penosa realidad.
Nos hallamos, pues, en la situación de "sálvese quien pueda", sometidos al fuego graneado de medidas acaparadoras de dinero para tapar los agujeros, no ya los presupuestarios, sino, simplemente, los que servían para sostener un entramado de servicios públicos y prestaciones sociales que se desmorona implacablemente. No se crean nuevos negocios, no hay confianza ni método y, por tanto, no hay generación de riqueza, de valor, de ilusiones.
Podríamos conceder graciosamente credibilidad a quienes están tomando tan drásticas medidas, cuando reconocen ahora -con una sonrisa que, la verdad, suena a insolente- que les duele tomar unas decisiones que son justamente las que habían prometido no adoptar jamás, en su exigüo programa.
Podíamos creer que quienes están a los mandos del aparato del Estado son los más ilustrados de entre los nacidos en esta aldea, y que, educados como han sido en prestigiosas universidades nacionales y, sobre todo, extranjeras, con experiencia probada en la gestión de dineros privados -algunos, con oscuras maniobras-, saben lo que quieren los del capital, porque no en vano han sido -¿son?- sus eficientes empleados.
Podemos incluso admitir -con esfuerzo en ciertos casos- que tienen una honestidad acrisolada, con moral de catecismo que los convierte en incapaces de mentir a un nene de cinco años que les preguntara si los reyes magos son los papás o los de la cabalgata, pero que guardan secretos feroces para adultos a los que no ven suficientemente formados para entender lo que les pasa.
Pero no hay ninguna razón para que se imaginen que les hemos votado (los que les hayan votado) con carta blanca para hacer lo que les venga en gana, tanto si se lo dictan desde fuera, como si , -y les gusta mucho anunciar cuando la pregunta es complicada-, pretenden estar "haciendo lo que hay que hacer".
No es ese el juego. Se trata de defender lo que tenemos más precioso, el logro alcanzado con mayor mérito, que es trabajo de todos, y cuya fórmula es el estado social.
Está basado en la solidaridad, pero, sobre todo, en conseguir que paguen más los que más tienen, en concentrarse en atender a los que más lo necesitan, en dar oportunidades a los que no las tendrían por razón solo del mercado, en impulsar los servicios públicos, en mejorar la gestión de lo colectivo y, por supuesto, en escuchar, pero no solo escuchar, sino también, atender, las necesidades expuestas por los colectivos que estructuran la sociedad civil, cuando son justas, serias, fundadas.
Me da la impresión de que quienes se encuentran a los mandos no son los adecuados para conducir en esta coyuntura. No han alcanzado, a pesar de que indican que se esfuerzan dándoles lo que les piden desde otros aparatos, la credibilidad exterior (sí, hablo eufemísticamente de los mercados) y están perdiendo a manos llenos la credibilidad interior (sí, la de los que confesaron haberlos votado).
Es como si los que se presentaron como aptos para manejar el tren de mercancías se encontraran pilotando, con ese bagaje, un avión de pasajeros. Y uno muy grande, además.
A lo loco.
Queremos que nos expliquen muy bien lo que están haciendo, y por qué. Tenemos el derecho a espantarnos, por los resultados parciales y el pánico que se genera en el pasaje, cuando nos repiten, con énfasis de doctorandos que, con estas medidas, en un par de años estaremos estupendamente.
¿Quiénes? ¿Por qué se ríen, señoras y señores diputados?. ¿A quién aplauden? ¿Se mofan de la otra mitad de España, de los que no tienen tanto?.
Y ustedes, ¿los de la bancada contraria? ¿qué proponen?. ¿Admiten que no hay nadie que sepa cómo se maneja este avión de pasajeros y se contentan con decir que nos vamos a estrellar en uno de estos bandazos en los que en cabina prueban los mandos, o piensan que, después de todo, es mejor no convertirse en cómplices del desaguisado? ¿Han abandonado la postura incuestionable de que no se puede obligar a abandonar el avión a los pasajeros de tercera, porque el vehículo de transporte colectivo solo cumplirá su función si aterriza en el buen puerto del futuro colectivo?
Quiero que nos expliquen el guión, y ya es hora. Completo. Con todos los papeles distribuídos, muy clarito y, por supuesto, que no nos cuenten la película. No es una película. Es la realidad. La nuestra.
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