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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Entre andadas y carreras

Suena a retroceso en el tiempo: Estudiantes y policías a la greña. Fue en Valencia, una de las Comunidades Autónomas más endeudadas por el generoso ejercicio de unas competencias transferidas sin suficientes ingresos para paliar los gastos.

Se nos ha contado así: Los estudiantes del Instituto Lluís Vivens, reforzados con efectivos de la Facultad de Geografía e Historia, protestaban por los recortes en los presupuestos a la educación, que afectan -no solo a la calidad de la enseñanza- a la calefacción en las aulas. Ya se venían calentando motores desde hacía días, aunque revisando retrospectivamente las noticias relacionadas, se había solicitado desde la dirección del centro que se desvinculasen del ámbito del Instituto las movilizaciones. 

Enfrente, los policías. Fiel a una formación castrense que nos deja perplejos a los pacíficos, el jefe policial valenciano hizo con esa manifestación estudiantil -"el enemigo", reconoció- lo que, seguro, alguien le ordenó: disolverla, como fuera. Y consiguió un efecto colateral que debe estar definido algo más adelante en el hipotético manual de la guerra: si empleas la fuerza contra los argumentos, los argumentos conseguirán refuerzos.

Por eso, me impresionó la facilidad con la que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, no dudó en diagnosticar la naturaleza ideológica de los estudiantes: Responden -dijo- a "una estrategia predeterminada de la izquierda", que "niega hasta el principio del Estado de Derecho y la separación de poderes".

Volvemos, pues, a las andadas y a las carreras. Nos queda mucho camino por delante. No soy de los ingenuos que pretenden que vayamos todos juntos cogidos de la mano. Pero sí de los que se mantienen firmes en que no podemos recorrerlo dándonos golpes. Y, por supuesto, no sirve ordenar a las fuerzas del orden que convenzan con porrazos a los que, desarmados, no pueden servirse más que de sus lenguas afiladas.

Porque aunque duelan sus argumentos -asumibles o no, que para eso están las simpatías ideológicas-, no hay que confundir jamás el campo de las ideas con un campo de batalla. En democracia, el que se expresa en contrario no es el enemigo a batir, y los que discrepan no son anarquistas ideológicos. Opinar así genera escaladas de violencia donde solo debería haber diferencia de opiniones, incluso sobre los poderes caloríficos de los combustibles que se queman en las aulas.

Y que llevan ya su tiempo quemándonos, a todos, las ilusiones de que se sabe, en verdad, cómo recomponer las estructuras debilitadas de la economía, sin que los recortes y cascotes se nos caigan sobre las cabezas de los que no fuimos culpables de su deterioro.

 

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