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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre democracia, separación de poderes y responsabilidades

La negativa del presidente Rajoy a comparecer en el Congreso de Diputados en 2012, en el marco de un Debate sobre el Estado de la Nación, echa más leña al fuego, en mi opinión, en donde se calienta la caldera bullente de la democracia española.

Son muy escasas las posibilidades reales de participación del pueblo en las decisiones estratégicas, tanto para manifestar su apoyo, como para criticarlas. La representación por la vía de los partidos políticos se ha convertido en una madeja enmarañada, en la que se atiende preferentemente a intereses que, si no me atrevería a llamar particulares, si resultan, cuando menos, peculiares.

Se habla bastante de la sociedad civil, pero no me parece que podamos sentirnos satisfechos con verla simplemente reflejada en huelgas de transportistas, profesores o mineros (por citar algunos colectivos que han mostrado beligerancia recientemente), en acampadas de indignados, ni siquiera en manifestaciones sindicales de protesta por los recortes presupuestarios o por afectados en la pérdida de empleo.

La exposición de argumentos por parte de quienes deberían tener más conocimiento de por dónde se debe caminar en período de mudanza como el que estamos, no resultan tampoco lo convincentes que cabría esperar. Muchos de los expertos económicos no lo ven claro, los que lo ven claro, cojean de algún pie; los expertos tecnológicos se callan o son callados; hay mucho material para sociólogos e historiadores, pero no encuentro tampoco que por ahí vengan propuestas que nos puedan servir más que para conducirnos al desánimo.

¿Qué decir del comportamiento personal de algunos de los más altos miembros de los distintos poderes? Sus valores como referencia ética -que es lo menos que podíamos pedirles- se resquebrajan y aunque siempre se podrá decir que son minucias, los fallos de comportamiento de los que lideran han de ser mirados con la lupa de aumento que corresponde a su pedestal.

En una situación como la actual, pertenezco al grupo (que supongo que existirá, al menos, en concepto) de quienes defenderían la trasparencia total, la claridad en la exposición de lo que se está haciendo desde las instituciones y porqué. En momentos como éste, aunque no crea imprescindible el consenso -utopía en la que no caeré- sí me parece inexcusable, junto a la sinceridad, la demostración de que se sabe por dónde se anda.

(continuará)

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