El Club de la Tragedia
El otro día leía que no se puede esperar que un Registrador de la Propiedad sea la persona idónea para sacar a este país del barrizal en el que nos encontramos. Seguramente es cierto, no ya por los resultados que vamos viendo, sino porque no hace falta ser estudiado para conocer que si se quiere empujar una carreta por el fango hacen falta un buen par de bueyes y otro de pinreles.
Bueyes no consta que tengamos al mando, pero si tiran más dos tetas que dos carretas, de aquello andamos bien. Aquí, por fin, no importa el género que uno tenga, salvo cuando se habla en público, en el que ser cuidadoso de no olvidarse de nadie, para no herir sensibilidades. Yo, por ejemplo, tengo tres nietos, que son los tres unas niñas preciosas, pero si quiero ser gramaticalmente correcto, debo decir que tengo tres nietos y nietas.
Estas maneras solo pueden perderse en ciertas ocasiones y cuando se dispone de una autoridad indiscutible. Un caso típico son las ruedas de prensa después de los consejos de ministros de los viernes. Los periodistas, como les han dicho que en esos momentos representan a los ciudadanos y ciudadanas de a pie, van a esas convocatorias con un miedo que se las pela, porque saben que, a la primera, les van a largar una bofetada.
Hay que verlos cómo tiemblan cuando la vicepresidenta apunta con el dedo a uno/ una de esos/esas licenciados y licenciadas en información y, con la determinación de la maestra que saca el alumno a la pizarra, le espeta. "Ahora, te toca a tí, y borra antes el encerado, con cuidadito de hacia dónde echas el polvo".
Siempre me pregunté porqué los ministros se reunían los viernes y no, por ejemplo, los lunes, que así -suponía- tendrían tiempo para trabajar los temas durante toda la semana. Cuando me hice mayor, comprendí que los consejos del ejecutivo se hacen el fin de semana, porque no están destinados a ellos, sino a nosotros, los súbditos.
Así tenemos tiempo para digerir lo que nos han contado, derrochando la agresividad contra la familia, que es la que sufre las consecuencias del malhumor. Escuchamos el telediario en el que nos anuncian que van a hacer lo que hay que hacer (que ya son ganas de precisar) y le damos un bofetón al niño que no se come el puré de lentejas. "¿Pero es que no se da cuenta esta criatura que ya lo dijo el ministro de Economía, que todo son lentejas?"
Por suerte, como cada domingo, y cada martes y miércoles, y todos los días de la semana, hay al menos un partido de fútbol, por lo que, al día siguiente siempre tenemos cosas para discutir con otros especialistas y no preocuparnos por lo que no entiende nadie, que es de economía.
En fútbol hay opinión, hay polémica, porque tenemos mucha información y, claro, la gente se prepara, se forma, y acaba sabiendo, teniendo una opinión. Por eso, se podrá estar de acuerdo o no con la decisión del marqués del Bosque de si la posición como nueve en el campo del niño Torres es la adecuada o, en planos más íntimos, si Piqué no estará perjudicado en su rendimiento atlético por la devoción a Shakira.
Gracias a eso, a la información, podemos situarnos en la piel del otro, soñar que hemos contribuído a sus victorias, y distanciarnos de sus derrotas, porque, si nos hubieran preguntado, hubiéramos dado la clave para ganar. Pero, en economía, ¿nos preguntan algo? ¿nos dan toda la información?. Qué va. Y no se dan cuenta, sean quienes sean los que manejan el cotarro, que fútbol y economía están muy, pero que muy relacionados.
Parecen temas intrascendentes sobre los que tendríamos poca influencia, pero, vaya si la tenemos.
Por ejemplo: ¿qué sucedería con el futuro profesional de Iker, una vez que deje de ser el portero del Madrid si no aumentaran las ventas de la Hyundai? (espero acertar al escribir este nombre: I, k, e, r). Y, dada la interelación cósmica entre las partículas elementales ¿Conseguirá su objetivo la Fundación Punset, con la campaña de su mentor en favor del pan integral?
Son preguntas que están ahí, subyacentes, y que pueden atormentar a algunos. A mí, preocupado por encontrar explicaciones, me ocupan bastante tiempo. Hay que escuchar a los que más saben para no perderse ninguna opinión, y sacar consecuencias coherentes.
Por fortuna, al vivir en Madrid, tengo ocasión de asistir a multitud de conferencias sobre los temas más variados, en donde gentes de relieve explican qué es lo que está pasando. En especial, lo que les está pasando a los que lo están pasando mal. Y cuanto mejor lo pasan ellos, más palabras raras usan, para que lo entiendan mejor.
Estas exhibiciones de inteligencia me resultan sobrecogedoras, particularmente, cuando se realizan en inglés, porque entonces podemos estar seguros de que les importa menos lo que nos pueda pasar, así que son más objetivos.
Sean quien sea el conferenciante, y más si son varios los que se arriesgan a dar explicaciones, el protocolo de estos actos suele ser similar. Hay un patrocinador que presenta lo involucrados que están, ya sea la empresa, asociación o grupo de opinión al que pertenezca, por ayudarnos, por haber caído tan bajo. Luego, otro responsable de la organización o él mismo, lee los currícula de los conferenciantes, que han preparado elos mismos como si fueran a presentarse a una oposición, y que estoy convencido de que por eso se llaman ponentes.
Puede suceder que el presentador del acto, si está enfadado por algo o tiene prisa por marcharse a casa, diga que no lee las batallas libradas por los ponentes, alegando que todos son sobradamente conocidos, con lo que nos quedamos in albis de las razones por las que los han escogido para explicarnos las sinrazones.
Después, todo se desarrolla según los monólogos de El Club de la Comedia, digo, de la Tragedia. Y si hay ocasión para hacer alguna pregunta (no suele haber tiempo, porque los ponentes empiezan a hablar del tema remontándose a la edad de Piedra), solo sirve para poner de manifiesto que entre el público hay gente con muchas ganas, pero muchas, de estar en la tribuna, y que se consideran con los mismos o mejores méritos.
No nos engañemos. Lo que hace falta para sacarnos definitivamente del bache son tipos con un par de ellos bien puestos, que sepan lo que hay que hacer. Y aclaro, como no soy nada machista, no me refiero a los órganos sexuales, sino que lo que tienen que poner son los pies en la tierra.
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