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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Política

Alternativas

El Partido Socialista Obrero Español se encuentra inmerso en un proceso delicado por el que, en teoría, los militantes deberán elegir un nuevo Secretario General. Los principales candidatos que optan a este puesto son ambos bien conocidos, tanto por los afiliados como por el público en general (potenciales votantes, pues).

Entretanto, el Partido Popular (español) gobierna el país con su amplia mayoría, tomando decisiones que sus antecesores no se habían atrevido a adoptar, hasta el punto de que una revista ideológicamente situada en la izquierda (Tiempo, 5.01. 2012), expresaba tanto en su portada como en las páginas interiores que "la mayoría de las medidas podrían ser asumidas por la socialdemocracia".

Reducidos de ilusión, faltos de un liderazgo claro, ante la perspectiva de cuatro años de fría travesía y con la incómoda sensación de que les han birlado la cartera (la de las ideas, esto es, el programa), el partido que ha recogido los trozos mayores de la bandera socialista en este país, tiene muy difícil levantarse de esas cenizas como alternativa de gobierno para las próximas elecciones (no las autonómicas andaluzas, que puede dar por perdidas) y, sin embargo, no puede renunciar al carácter de principal partido de la oposición, articulando en torno a él las labores de control y crítica que corresponden a los representantes de quienes no han votado al partido que conforma el actual Ejecutivo. 

Cuatro años son poco tiempo para reconstruir, con credibilidad, un nuevo programa de actaciones en torno a unos voceros cuya labor fundamental habrá de estar en plantarle cara a lo que entiendan que haga mal el Gobierno, teniendo en cuenta que la situación de crisis continuará durante, por lo menos, la mitad del actual mandato y que, por mucho que sean tildados de neoliberales, los ministros principales parecen tener presentes, además de su ideario cristiano, el miedo a que la calle se les eche encima.

Por eso, presentarán como "progresistas y equitativas" las medidas que vean como imprescindibles y, si bien se podría decir que no lo son tanto como debieran, el equipo de Rajoy sí podrá indicar en su mejor descargo que los dos Gobiernos anteriores, a pesar de su teórica vocación socialista, no consiguieron ponerlas en marcha (incluso ni plantear algunas de ellas), prefiriendo ocultar el alcance de la crisis antes que tomar medidas fiscales más agresivas para captar fondos con los que paliar el déficit. ¿Defensa del estado de bienestar se llama eso?

No voy a glosar aquí toda la idea, porque da más juego que para un simple Comentario, pero creo que, independientemente de que los socialistas del PSOE restañen sus heridas y reconstruyan, rescatando de las cenizas y escombros, figuras e ideas aprovechables, sería interesante que la sociedad civil generase los embriones de un nuevo partido progresista.

Porque, nostalgias históricas aparte, el partido cuyos primeros espadones siguen reclamando, con voces ya no muy tonantes y disminuída credibilidad, que representan a la izquierda pragmática ("¿civilizada?") española, tiene demasiados agujeros de gran calado en su quilla, va equipado con instrumental averiado y obsoleto en el puente de mando y entre la tripulación se ven conspicuos individuos con extraños avíos que actúan de oficiales, sin contar que lleva tiempo dejando una estela de oportunidades fallidas, para que los que son invitados a confiar en su singladura se crean que lo único que necesita es un buen carenado y cambiar de capitán.

Es, justamente, la falta de pragmatismo la que ha motivado, en mi opinión, el desmembramiento del programa progresista entre los partidos españoles, que los menguados grupos que creen representar las ideas de izquierda aún se empeñan en seguir monopolizando.

Sobre sentimientos y talantes

Cuando murió a finales de diciembre de 2011 el presidente de Corea del Norte, Kim Jong II -unánimemente reconocido como sátrapa implacable más allá de sus fronteras-, tuvimos ocasión de asistir, entre estupefactos y divertidos, a las descomunales muestras de dolor por parte tanto de los miembros de su cómplice Gabinete, como de los fieros soldados de un Ejército que no duda en disparar contra cualquiera que se mueva, como de los más variados tipos de la calle, a los que parecía habérseles muerto, de golpe, toda la familia.

Aquellas lágrimas de cocodrilo, surgidas tanto de ojos amedrentados (los más) como de estómagos agradecidos se quedaron en nuestra memoria reciente, para contraste con las sonrisas de satisfacción que no podían disimular la mayoría de los nuevos ministros del primer gobierno de Mariano Rajoy que, desde el 22 de diciembre de 2011, han tomado posesión de sus puestos.

En el acto del traspaso (formal y simbólico) de las carteras, de exquisita factura, hubo también sonrisas -que calificaríamos, en este caso, de alivio- de los ministros salientes.

La situación, en realidad, no da para muchas alegrías. Ha habido cambio de partido en el Gobierno y, por ello, algunos se empeñan en suponer (derrotados en las urnas junto a tapados en los petit comités ) que habrá un giro sustancial en directrices claves de la política, resultado de ideologías y de otras formas de analizar la corrección de los problemas.

Dudamos que haya posibilidad de cambios bruscos, pero era imprescindible retirar de escena los rostros de aquellos a quienes se les atribuían -sin mucha razón, pero con contundencia exponencialmente creciente- las causas de la pérdida de solvencia internacional. Los márgenes para generar cambios de entidad en el sistema económico son escasos y no podrán plasmarse en el terreno de los recortes sociales sin arriesgar que la cuerda -ya muy tensa- se rompa por el lado más débil, lo que no es sinónimo de carente de fuerza, porque es enorme la capacidad de reacción de de una población descontenta.

Puesto que no hay que confiar en grandes ideas, ni en soluciones de chistera, pasado el instante de sonrisas, se impone el trabajo de motivar a todos -los que votaron y los que se opusieron, y, en especial, a los que manejan capacidad de decisión en inversiones y dineros-. Estamos mucho más solos que hace décadas, cuando nos encontramos con subvenciones de la Unión Europea y un período de ciclo alcista.

Oyendo las primeras declaraciones de los flamantes miembros del Ejecutivo, advertimos seriedad, ilusión y una lista de tareas concreta -aún elemental-, sin fantasías; podía haber sido consensuada con los salientes, porque no tiene color ideológico, sino carga de trabajo.

Estos nuevos rostros tienen otra labor, que no sería necesario explicitar: helar la sonrisa de los tiburones que, en quién sabe qué lugares, sin taquígrafos y con otras luces, mantienen la esperanza oscura de que el cambio de carteras vaya a favorecerles en sus negocios, agitando más el cardumen que formamos quienes no tenemos más opción que dejarnos guiar hacia donde podamos vivir en paz, ni más ni menos.

Suerte, ministros. Contamos con vosotros, contad con nosotros por la cuenta que nos tiene.

Sin mucha chicha

Sin mucha chicha

Las medidas que formarán el núcleo del programa factual del ya inminente presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, (que los días 19 y 20 de diciembre de 2011 defendió su investidura), están siendo probadas en el banco de pruebas de Castilla la Mancha y, como el rodaje aún no ha terminado, no han podido ser expuestas en el hemiciclo más que con genéricas pinceladas abstractas.

Esta circunstancia, y no otra, es la que debe ser causante de que el discurso de Rajoy no haya tenido mucha chicha, expresión coloquial que, como se sabe, equivale a adolecer de enjundia, esto es, no haber aportado al plato, más que hebras escasas de carne comestible.

Durante décadas, el banco de pruebas por excelencia de las medidas que se deseaba posteriormente implantar en España, fue Asturias. Esa elección inteligente e interesada fue apoyada tanto por gobiernos de la izquierda moderada como de la derecha pragmática (estos adjetivos no pretenden calificar a los Ejecutivos habidos en la democracia, sino a todos los que en la Historia moderna han sido) .

Si las medidas pergeñadas resistían esa prueba especial del algodón, -formada por manifestaciones sindicales, barricadas, petardazos, disputas a sangre y fuego en el parlamentín regional y diatribas plagadas de mala saña en los innumerables periódicos regionales, cuando no denuncias en los Tribunales o bofetadas en la calle-, pasaban ya, con todos los honores, a ser publicadas como decreto ley o disposición complementaria en el BOE, con la seguridad de que el país soportaría los recortes y/o aplaudiría -caso reconocidamente mucho más improbable- las decisiones del Gobierno.

Falto de ese campo de experimentación, el candidato del partido ganador en las elecciones de noviembre de 2011, al que se le encomendará la dirección del gobierno para enderezar un país que se nos llenó de más agujeros que un gruyére, tiene que acudir hoy por hoy a la factoría de Castilla la Mancha para probar las puntadas que pretende dar al descosido.

Castilla la Mancha es región singular, sin duda, pero habría que advertir a los del gabinete de investigación sociológico del PP que no les vale como bancada de pruebas, pues no es reflejo, ni trasunto, ni siquiera por aproximación, de la capacidad de réplica, barullo y mordiente que tiene el país, cuando las cosas se les tuercen a los que más poder de convocatoria concentran en sus filas.

A Castilla la Mancha la están aún peinando con los lazos y colores del gobierno de María Dolores de Cospedal. Queda escrito: el problema no es esperar a ver qué pasa allí, sino darse cuenta rápido de que la selección de la muestra no es la idónea. La culpa la ha tenido, en parte, Cascos y su Foro, que ha conseguido romper la posibilidad de un cambio de ciclo socialista en Asturias para entregar los trozos de la oportunidad al foso de los cocodrilos.

Rajoy no tiene porqué esperar a que le den los resultados de la investigación. Si su equipo tiene ideas qe cree que son válidas para salir del pozo, que las ponga sobre el mantel, ya. Y que deje a Cospedal y a los castellano-manchegos hacer de su capa el sayo que allí convenga.

¿Hacia dónde han ido los optimistas?

Cierto que ni la situación propia ni las noticias que vienen de fuera animan a tocar tambor ni castañuelas, pero es necesario preguntarse dónde se han refugiado los optimistas que, si la sabiduría sicológica los ha conseguido definir correctamente, serían aquellos que enfocan los problemas de la vida con resolución, conscientes de que aplicando ilusión, conocimiento y esfuerzo, se conseguirá resolverlos o, en todo caso, disminuir a lo soportable sus efectos negativos.

Hemos estado confundiendo a los optimistas con aquellos que negaban la existencia del problema o que disminuían su importancia, apuntando hacia otros lados. Confundidos por esas señales, hemos consumido por más valor de lo que ganábamos -e incluso de lo que necesitábamos, dilapidando recursos- y hemos descuidado la preparación de las reservas en nuestra bodega para los años peores.

Es casi seguro que, entretenidos los de más abajo de esa cadena alimentaria de despropósitos, en satisfacer su voracidad -con las sobras-, se haya dejado el campo abierto a quienes, con mayor conocimiento y medios de las oportunidades verdaderas, han mejorado sus posiciones, acumulado beneficios que han situado en lugares seguros y, en fin, generado o potenciado un marco de corrupción, de mentiras, de falsos negocios, de informaciones trucadas.

No es a los falsos optimistas -en realidad, propiamente, falsarios- a los que dedicamos esta reflexión. Queremos apelar a aquellos que, desde el realismo -la forma útil del optimismo constructivo- serían capaces de entender la situación (ésta, no otra; no necesitamos análisis académicos de rutina), encontrar sus puntos fuertes (y débiles) y estimular con sus ideas la capacidad de ponernos a todos los demás a trabajar, y sacarnos adelante, llevándonos a un lugar menos embarrado.

La situación de partida no es totalmente negativa, por supuesto. Tiene muchos elementos de anclaje, sólidos, que han de servirnos para actuar de fulcro o punto de apoyo con el que catapultarnos a lugares más ventajosos.

Tenemos una estructura productiva cuya rentabilidad es imprescindible mantener: inversiones en equipos, maquinaria, tecnología, que ni son obsoletas ni se encuentran amortizadas. Pero, y sobre todo, tenemos una formación, una capacidad, unas ganas de trabajar y ser útiles que hay que potenciar, canalizar y rentabilizar en beneficio de todos.

Hay algo en las formas de la política española actual -hoy es 14 de diciembre de 2011- que ha cambiado y para bien. Han amainado las críticas frontales y los portavoces de los diferentes partidos políticos apuntan más hacia la colaboración, cuando no al consenso. Es muy positivo, en este sentido, la constatación del carácter sereno, prudente, conciliador, de quien será próximo presidente de Gobierno, Mariano Rajoy; sus colabodores inmediatos han bajado también el nivel de tensión, y es de agradecer.

Pero no basta. Hay que llamar al escenario a los optimistas. A esas personas, en gran parte desconocidas en el panorama político, que no han tenido oportunidad de manifestarse hasta ahora, ni se les ha preguntado o escuchado su opinión, y que poseen el conocimiento para detectar soluciones.

Sí, esos optimistas a los que debemos rescatar, son los realistas; eran caracterizados como pesimistas cuando advertían de la necesidad de contener los despilfarros, priorizar las inversiones, concentrar esfuerzos en tecnologías de mayor valor añadido, evitar duplicidades y redundacias improductivas, reducir el número de funcionarios y revisar sus fórmulas de contratación, obligar a reinvertir parte de los beneficios empresariales, controlar las grandes fortunas, limitar los salarios desmesurados, perseguir el fraude, agilizar la justicia, apoyar la exportación de productos con mayor valor añadido, ...

Andan por ahí, pero son muy fáciles de detectar. No hay más que preguntar a sus compañeros de trabajo, analizar sus trayectorias profesionales, oir sin apasionamientos ni vicios a priori sus propuestas. Y ponernos a trabajar junto a ellos, apoyándolos. La política general lo agradecerá de inmediato.

Sobre la victoria del Partido Popular y la paz social

El Partido Popular ha obtenido la mayoría absoluta de los escaños en el Congreso de Diputados en las elecciones generales de 2011, lo que le permitiría -dicen las crónicas precipitadas- "gobernar en solitario".

No creemos que pueda ser así en absoluto. Ante todo, por la valoración de la situación de crisis y la necesidad de imponer medidas de austeridad y control. Estas vendrán sustancialmente impuestas por los mercados, que los intereses de Alemania y Francia traducirán a la correspondiente escala interior comunitaria, exprimiendo en lo que aguanten, a los países con menor elasticidad presupuestaria.

Pero aún es más importante, desde la perspectiva de la paz social en España, atender, no tanto al reparto de los escaños en las Cámaras -y, particularmente, en el Congreso de diputados-, sino a la realidad de las preferencias políticas expresadas por los votantes y, sin olvidar tampoco, lo que cabe deducir de la abstención, que es, como se sabe, genuina expresión del desengaño.

El fuerte castigo emitido por los votantes al Partido Socialista ha supuesto el alejamiento del bipartidismo de las Cámaras, quizá para siempre en España. Las opciones que se podrían identificar -con cierta indulgencia- como de izquierdas aparecen ahora fuertemente divididas y, lo que es el motivo central de este análisis, infrarepresentadas en aquellas.

Con más de 2,8 millones de votos recogidos, UPyD e IU-LV consiguen la atribución de solo 16 escaños, una escasísima rentabilidad representativa, sobre todo, en comparación con los partidos nacionalistas. Este mismo rédito lo alcanzó CiU con apenas 1 millón de votos, y la situación es aún más desequilibrada, cuando se constata que con solo 333.628 voluntades, Amaiur ha conseguido colar ni más ni menos que 7 diputados en el hemiciclo. El rédito de representaciones alcanzado, con artilugios de cálculo, a partir de la proporción real de voluntades por los partidos con base regionalista es, sencillamente, escandaloso.

La consecuencia es clara: el voto de los que creen en un estado central fuerte y, simultáneamente, de manera genuina respecto a lo que se puede seguir entendiendo como posiciones de izquierda ideológica -moderada o no-, defienden la atención preferente a los intereses de los que menos tienen, conservando la perspectiva global, vale mucho menos (entre un tercio e incluso solo un 20%) que el de los que exigen que, primero, se consideren las prioridades regionalistas.

La paz social está hoy por hoy, más amenazada en España. El Partido Popular tiene el respaldo mayoritario del Congreso, pero ha perdido algo que era muy importante: tener entrente una alternativa clara de gobierno, que era lo que él significó para el Partido Socialista. A cambio, se ha puesto de manifiesto, más cruelmente que en otras votaciones, que el voto de cada español no vale, ni de lejos, lo mismo.

No es que sea urgente reformar la ley electoral, desterrando a las catacumbas de la antidemocracia ese garrafal testimonio de la injusticia representativa que es la Ley d´Hont: el partido que gobernará España tiene que atender, y con mucho cuidado puesto en entender el mensaje, lo que exprese la calle.

Porque, en otro caso, si solo mira a lo que se discuta en el Congreso, dando intensidad a las voces de acuerdo con el número de escaños que tengan detrás, estaremos aún más cerca de la revuelta popular, inmersos en una situación ingobernable, aunque parezca que desde el Gobierno se tienen todas las bazas para hacer con libertad lo que crean que haga falta hacer (por cierto: ojalá lo sepan).

Los deberes, al fin y al cabo, no los impone Bruselas ni Washington, ni los mercados: los marca la calle, que entiende básicamente solo de trabajo o atenciones sociales para poder vivir dignamente. Eso han querido votar. Y ahí, en la calle, el voto de los que menos tienen, vale mucho más. Si no, al tiempo.

Hacia el pluripartidismo parlamentario

Este Cuaderno está escrito desde la independencia respecto a los partidos políticos, lo que no debe interpretarse -en absoluto- como reflejo de nuestro desinterés por la política. De hecho, quienes hayan venido siguiendo nuestros comentarios, habrán encontrado opiniones acerca de las múltiples cuestiones que afectan a la vida en sociedad y que son, fundamentalmente, regidas por decisiones de quienes gestionan los bienes comunes.

El 7 de noviembre de 2011 se produjo un debate entre los canditatos a Presidente del Gobierno de España, representantes de los dos partidos que, actualmente, suponen las facciones mayoritarias de las Cámaras. Será el único debate antes de las elecciones del 20 de noviembre y había despertado la lógica expectación.

La fórmula elegida, rígida en formato y sin admitirse preguntas de terceros, limitó las cuestiones concretas a debatir -dentro de los genéricos marcos preestablecidos- a la presentación de las propuestas que los propios candidatos realizaron y a sus interpelaciones cruzadas, por las que trataron de descalificar o despertar dudas acerca de la verosimilitud o credibilidad de las intenciones del contrario. El moderador se limitó a actuar de controlador de los tiempos.

El debate fue, consecuentemente, aburrido. Las ideas presentadas, escasas y, desde luego, bien conocidas. Los candidatos repitieron esquemas que han utilizado una y otra vez en su experiencia parlamentaria; parecían encontrarse en el hemiciclo -en una sesión de trámite- y, lo que es más grave, improvisaron respecto a lo que son, ni más ni menos, los programas que, en teoría, deberán regir su actuación -como gobierno y como principal oposición- durante los próximos cuatro años.

La línea argumental de ambas posiciones, resultó trivial: Rajoy expuso, una y otra vez, que el gobierno socialista había mentido al valorar la crisis y que había hecho una mala gestión, de la que el actual candidato socialista era uno de sus principales responsables; y Rubalcaba reiteró que el programa del PP no se iba a cumplir, era confuso en términos cruciales y mentiroso respecto a las verdaderas intenciones.

Seguramente, a medida que avanzaba el supuesto debate y se aclaraba que ambos candidatos no estaban dispuestos -seguramente, porque no las tenían- a presentar opciones de actuación respecto al futuro, crecían las opciones de los partidos que no estaban representados en el plató televisivo.

La mejor solución, hoy por hoy, para España, nos parece el pluripartidismo, como garantía que se tomarán las decisiones más adecuadas, sin caer en personalismos ni en servidumbres del pasado. Ningún partido presenta en su programa un conjunto de propuestas básicas que permitirían salir de la crisis con la mayor solvencia.

Los sensatos coinciden, independientemente de su cariz político, en que el momento es difícil; las soluciones no pueden, por tanto, limitarse a unas pocas fórmulas de manual: no será posible mantener las condiciones actuales, ni en lo social, ni en lo económico, y la necesidad de conducir el cambio obliga a trazar, con valentía, el camino que conducirá hacia la restauración del actual estado de bienestar.

En ese empeño, o colaboramos todos con lo mejor que tengamos, o no nos salva, como diría una abuela de las de antes, ni la caridad.

Por razones distintas a las que expone Vargas Llosa

En un artículo que pretende ser esclarecedor acerca de su refinada posición ideológica actual ("Una rosa para Rosa", EP, 6.11.2011), Mario Vargas Llosa anuncia su voto para UPyD en las elecciones del 20 de noviembre, "porque sería el aliado ideal para el PP".

Lo indica así, después de expresar enfáticamente que "el Partido Popular cuenta con el mejor equipo de economistas y las ideas más claras (...)". Se despega, desde luego, de apoyar la opción del Partido Socialista, al que aplica, más que un juicio a su programa, comentarios críticos a la actuación de su último Gobierno, al que atribuye -lo recogemos sintéticamente- el desastre de una "cifra escalofriante" de desempleo, las "diferencias económicas más grandes" de la Unión Europea y el "altísimo paro juvenil".

Esta situación deprimente, que más bien parece responder a una síntesis académica para estudiantes norteamericanos de economía del tercer mundo, la hace derivar el político-escritor de una "razón principal": "una política económica errática, imprudente, y de la obstinación del Gobierno Socialista en negar la existencia de la crisis a lo largo de más de un año".

Con estos antecedentes discursivos, el voto de Vargas Llosa -que, dada la proyección pública del medio para el que escribe y su indudable autoridad personal, es evidente que pretende que su proceso mental sea asumido por muchos de sus lectores- sería, por tanto, un voto calificable como estrategia perversa.

En lugar de apoyar a los que defienden -o están más próximos a ellas- las convicciones personales, se defiende reforzar una opción que atempere los riesgos de radicalización del partido que se confía que, por otros votos distintos del propio, se consolide como vencedor.

No estamos de acuerdo. En una elecciones generales, en la que el voto es individual y secreto, no se trata de forzar a que cada votante elucubre, con base en hipótesis maquiavélicas, cuál convendría que fuera el resultado óptimo de la convocatoria, atribuyendo mayores o menores posibilidades a las opciones y pretendiendo corregir, dando un desmesurado valor a la decisión propia, el sesgo colectivo. Si se pretendiera ese propósito, la papeleta de voto propondría la distribución de porcentajes entre las listas (lo que complicaría, por supuesto, hasta límites inpredecibles, el recuento).

Nos parece preferible que cada uno vote -si encuentra afinidad en alguna opción electoral- a aquella propuesta que crea que le representa mejor, y que, aún sin alcanzar la añorada perfección, le ofrezca las mejores opciones de gobernar esta crisis. Esto evitaría, no solo hacer análisis esperpénticos del resultado electoral, sino, y sobre todo, que por difusión de la teoría de la estrategia perversa, acabáramos lamentando no haber podido recoger el verdadero estado de los intereses sociales.

Y tendríamos más difícil encontrar una respuesta satisfactoria a los problemas del país. Que no son, en nuestra modesta opinión, provocados por la escasez de personas capaces, sino por la dificultad que nuestro sistema de valoración de méritos ha generado para que aquellos ocupen puestos relevantes.  Y que, por cierto, contrariamente a lo que se obstinan en repetir muchos comentaristas y analistas -incluído Vargas Llosa-, no se solucionará solo con medidas económicas, sino también técnicas, sociales y éticas.

Permítasenos decirlo con la voz más alta: sobre todo, técnicas.

Sobre la necesidad de renovar el banquillo

¿Qué habría que valorar más, la experiencia o el empuje juvenil? En un momento como éste, en el que los conocimientos y actitudes de quienes han estado tomando las decisiones, nos han llevado hasta esta situación de dificultad, convendría que el debate acerca de lo que hay que hacer ahora, pusiera en claro las responsabilidades y extrajera, con independencia, las consecuencias.

No es sencillo, claro. Las voces de quienes ocupan los puestos de mando, convertida en algarabía, como sucede siempre que no se quieren reconocer los errores, impiden que se puedan escuchar las opiniones de los que no tienen otro interés que el de sacar, cuanto antes, la carreta del barro.

Nos gustaría que quienes han asistido en posiciones secundarias a la gestación de la crisis, pero no han tenido ocasión de tomar las decisiones, subieran al estrado y nos explicaran, con claridad, qué es lo que ha pasado. Para empezar, no nos fiamos de quienes han estado en los puestos de mando y, pretendiendo que ahora saben cómo solucionar el problema, no han sabido atajarlo. Bien está que nos expongan sus propuestas, pero no esperen de nosotros que les concedamos credibilidad.

Tampoco la esperen quienes se han sentado enfrente y se han contentado con decir, "no es así". No nos sirve que pretendan convencernos que la solución está en hacer, justamente, lo contrario, porque no entendemos que exista un "contrario" a lo que, como colectivo, hemos estado admitiendo -todos: unos y otros- que sucediera.

Creemos que es la gran opción de los jóvenes; no de los muy jóvenes, sino de aquellos que tienen menos de cuarenta o cuarenta y cinco años. Ellos, que no han consumido todavía una parte importante de su existencia activa, deben aportar, no tanto las soluciones, como el imprescindible empuje para ponerlas en práctica. A ellos corresponde, en esencia, la responsabilidad -y la necesidad- de sacarnos de aquí.

Que escuchen las voces de la experiencia, pero que sean ellos quienes tomen las decisiones. Por la cuenta les tiene, por la cuenta que nos tiene a todos.

Es la hora de renovar los banquillos. Démos, no la credibilidad, sino la confianza, a quienes aporten la juventud, el dinamismo, el empuje. Y, por favor, que dejen de hacer ruido quienes se han equivocado: nos sirve su reconocimiento de que han fallado, y se lo agradecemos, pero que dejen el sitio a quienes no tienen su cesto cargado con los errores del pasado.

Entre tanto

Nos encontramos, claramente, en un intervalo: en un momento de transición, que es, al mismo tiempo, de despedida y preparación. Si estuviéramos asistiendo a un espectáculo, se estarían yendo los que han ocupado el escenario durante el acto o representación anterior y, detrás del telón (entre bastidores), se habrían ido concentrando -afinando la voz, templando instumentos o repasando partituras, letras o libretos-quienes intervendrán a continuación.

Pero no somos espectadores, sino actores. En el patio de butacas, no hay nadie. Todo el espacio es escenario. Y no se está representando nada; mejor dicho, lo que estamos viviendo es la realidad, la única plasmación de una composición colectiva que estamos construyendo a medida que van ocurriendo las cosas.

Observando en rededor, sorprende, sin embargo, el aumento de grupos y la constatación de actitudes que responden más a la naturaleza del espectador o a la idea de que están participando en un ensayo -puede que hasta crean que un ensayo general- de la actuación definitiva, que llevarán a cabo ante un selecto público -allegados y amigos- que les aplaudirá, entregado, en ese momento de la verdad para el que se estarían preparando.

No hay tal. Es cierto que, ante la actuación de los grupos que se puedan formar en ese escenario global, hay observadores. Forman parte de otros grupos, y sacan consecuencias, principios y normas de acción que les servirán para controlar, impulsar o destruir lo que les apetezca del magma de resultados que se va formando a cada instante.

Resulta inquietante -una palabra polisémica, desde luego, que refleja el estado de ánimo del que no se atreve a predecir las consecuencias de lo que está viviendo- que, por todos los síntomas, esté creciendo el número de los que creen estar representando un papel, sin valorar las consecuencias. Protestan, se indignan, pero ya no son capaces de saber contra qué o contra quién.

Hay actitudes marginales que son fáciles de detectar y que carecen de futuro por su propio planteamiento folclórico. En el día de la Fiesta Nacional española del 12 de octubre, grupos de descontentos gritaban: "¡Zapatero, vete ya!" (las elecciones generales serán el 20 de octubre y el actual Presidente de gobierno no es candidato). Desde un punto muy visible, con insolente persistencia, unos alborotadores sistémicos enarbolaban varias banderas preconstitucionales. 

Pero otras actitudes no son marginales y, sin embargo, no han conseguido concretarse como opción de futuro. Posiblemente, la razón es doble: no existe liderazgo y no existe programa definido.

El ex-presidente González, (Los desayunos de la Uno, 17.10.2011) se refería a la facilidad con la que, a pesar del cambio de nombre de las organizaciones indepentistas en el País Vasco, los simpatizantes de las formaciones abertzales no se equivocan al decidir a quién votar. Aunque cambien los nombres de las listas, existe una intención política concreta -se podrá criticar o estar de acuerdo con ella- y un liderazgo coherente en el mensaje.

En nuestra opinión, UPyD, Equo, IU y esos otros partidos que buscan incrementar sus apoyos parlamentarios deberían tomar una decisión sobre la claridad de su mensaje, concretándolo en líneas de acción, y no tanto como Gobierno que nunca serán de forma independiente, sino ante la eventualidad de una coalición. Será la forma de forzar al PP, que no cree necesitar programa, dado el descrédito del otro partido principal y de su líder hasta ahora, a que matice el suyo.

Será también la manera de que el PSOE, con un candidato locuaz y un programa construído con la recuperación de cascotes y restos de los destrozos sobre la marcha, -consciente de que no tiene opción de seguir en un gobierno en solitario-, se acerque a lo que desean los partidos minoritarios -la parte resulte viable, no la testimonial o la estrafalaria-, y asistamos, por fin, a un verdadero debate entre opciones de Gobierno.

Entre tanto.

Sobre el uso de tropos y floripondios en política

Sobre el uso de tropos y floripondios en política

Para un político, es fundamental el conocimiento del idioma, en especial, el disponer de un acervo de palabras sinónimas, tropos, floripondios, expresiones rimbombantes, latiguillos y fórmulas que, sin parecer que te has quedado en blanco o careces momentáneamente de ideas para impulsar el carro en el que circula la sin hueso, puedas salvar el bache con donaire, gracia, gallardía, gentileza, prestancia y donosura de las buenas.

Acercando aún más la lupa de la curiosidad a los entresijos del lenguaje, si analizáramos los discursos de los líderes políticos, nos daríamos cuenta de lo importante que es para ellos, emplear palabras que, según el momento, significan lo que el oyente quiera y, por tanto, seguramente,  no signifiquen nada o casi nada.

Tomemos como ejemplo el uso de los términos "justo y equitativo". Suena bien, para cualquier oyente. Responde a lo que podríamos identificar como valores éticos universales, principios a los que la naturaleza humana no puede sustraerse. Debe ser considerado así por los líderes políticos, porque, independientemente de la ideología que dicen defender, lo emplean con persistencia.

El diccionario de la RAE, no nos desmiente de nuestra apreciación de que lo que se haga con estos principios rectores ha de ser irreprochable. Aunque "justo" tiene varias acepciones, si las reducimos al espacio socioeconómico, que es donde dicen moverse los políticos, siendo allí donde han de cocerse las habas, la que resulta más adecuada es la séptima:"apretadamente, con estrechez", o sea, ajustándose el cinturón, sin aspavientos ni despilfarros, absteniéndose, no ya de tirar la casa por la ventana, sino ahorrando en adornos, quitando lo superfluo, lo inútil, lo del cuento.

En el caso de equitativo (aquí remite el antaño docto legajo, hoy convertido en espacio de consulta virtual, al término "equidad"), no cabrían dudas de que la modalidad pertinente al caso, sería "la de dar a cada uno de lo que merece", que ha de ser igual que poner a cada uno en su sitio, cantar las cuarenta sin importar que caiga quien caiga, ni duelan prendas, y sin arrugarse ante títulos, prebendas, pretextos ni acaso subterfugios.

El candidato Rajoy ha afirmado en el Congreso del PP en Málaga que se compromete a "repartir de forma justa y equitativa los sacrificios de la crisis". Así que, cuando Rajoy sea presidente de Gobierno, reformará las disposiciones que sean precisas para que, en esto de apretarse el cinturón, no solo no haya dispendios de sustancia, sino que, además, apechuguen con el marrón los que lo han creado, que son los que merecen, sin duda, pagar los platos rotos de la crisis. 

No hace mucho -a mediados de septiembre de 2011, desde el Ministerio de Hacienda (Gestha) se había apoyado la restauración del Impuesto de Patrimonio para fortunas superiores a los 700.000 euros, pues se trata de un tributo "justo y equitativo". Coincidencia, pues con lo que, por fin, también el PSOE preconiza y no cabe esperar que el opositante Rubalcaba, aunque quiera marcar distancias con el árbol caído, haga astillas del propósito.

La muy batalladora Rosa Díez, líder de UPyD, impecable animadora de los debates parlamentarios, en una de sus últimas intervenciones en la pasada legislatura, mostrando su disconformidad con las prejubilaciones abusivas, incluídas las que afectan a los que ocupan escaños, indicaba que "Es evidente que este privilegio se opone al principio de premiar el esfuerzo, y de garantizar un sistema de Seguridad Social justo y equitativo para todos". No se puede estar más de acuerdo.

Algo más a la izquierda, Gaspar Llamazares, el médico de Izquierda Unidad, en junio de 2010, al presentar una moción contra las medidas anticrisis, que acaba de aprobar en solitario el PSOE, expresaba que "las propuestas incluidas en la moción tienen por objetivo principal el reparto justo y equitativo del esfuerzo necesario para una salida social de la crisis”. Magnífico alegato.

Solo cabe desearnos, como españoles de a pie, sin aspiraciones políticas, que nuestros políticos, en especial los que alcancen responsabilidades de gobierno, se comporten haciendo lo que es más "justo y equitativo" y, puesto que están de acuerdo, eviten llamarnos a votaciones cada cuatro años, habida cuenta de que tenemos mucho trabajo y el horno no está precisamente para bollos.

Y ahora que caemos en ello. ¿De qué nos suenan esas palabras? Sí, en efecto: la formación común cristianoromana de nuestros políticos es el elemento subyacente. No pocas veces habrán repetido, como todos, eso de "es justo y necesario, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar..." Les sugerimos que, puestos a establecer coincidencias programáticas absolutas, utilicen la expresión completa, expresando que cuanto hagan será "justo, necesario, equitativo y saludable".

Para los que están convencidos de que la botella es demasiado grande

Hay frases que desvelan mucho más que grandes discursos. El presidente de los Estados Unidos, en un acto público que tuvo lugar en California el pasado 26 de septiembre de 2011, afirmó, tan campante: "The Debt crisis in Europe is scaring the world. They have not fully healed from the crisis back in 2007 and never fully dealt with all the challenges that their banking system faced. It is now being compounded with what is happening in Greece” (1).

El comentario no implica solamente meterse en camisa de once varas, como inmediatamente han protestado, casi al unísono, todos los líderes políticos europeos y algunos banqueros y grandes empresarios. Cuando el mandatario del país que alberga las guaridas de los principales causantes de la crisis económica que ha arrastrado a Europa, pone énfasis en la culpa de otros, está sirviendo a los intereses de quienes han tirado la piedra y esconden la mano.

No era necesario, en verdad, haber sido tan explícito, pero se agradece. La alocución de Obama es el ejemplo evidente de que, en una crisis, vale todo y cada uno busca la salida como puede, incluso aplastando al contrario.

En este caso, el objetivo es -perdónesenos la metáfora elemental, si hiere sensibilidades) demostrar quién es el macho dominante frente a la hembra a la que se trata de atraer, poniendo de manifiesto las debilidades del competidor. Son estas, muy evidentes, y afectan al própósito, persistentemente frustrado, de lograr un tamaño político europeo, basado en una cohesión interna verdadera, que permita, por encima de las buenas intenciones, ofrecer el contrapunto a la ambición norteamericana de dominar la economía mundial.

Los dirigentes de Estados Unidos, como los de la Unión Europea,  saben bien que la única forma de salvaguardar, al menos por un tiempo, el bienestar de sus economías es aprovecharse de las necesidades y recursos para el crecimiento que agarrotan y estimulan por igual a las economías emergentes (ya se sabe quiénes, los BRICs).

Estados Unidos juega aquí el papel del optimista, que ve su botella medio llena, en tanto que a Europa le corresponde el del pesimista, viéndola medio vacía. Una parte menos conocida de esta historieta para aficionados a las metáforas, indica que el sabio la encontró, simplemente, demasiado grande para el líquido que debía contener.

Uno de nuestros escasos sabios locales lanzados a la palestra de opinar sobre la crisis, escéptico sobre los resultados de la carrera alocada por descubrir, como por arte de birlibirloque, la forma de atajar los desperfectos afirmaba, en nuestra opinión, atinadamente: "Muchos dicen tener la solución, pero nadie la tiene". (Antonio Garrigues Walker en la inauguración de la Jornada sobre Responsabilidad Social Corporativa de las Multinacionales, 28.09.11, en la Fundación Mapfre).

Hay que mirar también a la botella, y comprobar si no nos resulta demasiado grande para nuestras ambiciones frustradas. Lo que no vale es darle mazazos en la cabeza al que está bebiendo del mismo brebaje que nosotros, acusándole de ser el culpable de haber desperdiciado el líquido del que se ha disfrutado en mayor medida y con mejor deleite, en la pretensión de que tomen nota quienes se acercan con sus apetitosas cantimploras repletas, queriendo participar, gozosos, en nuestra excursión por los senderos de la insensata insolidaridad.

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(1) "La crisis de la deuda en Europa está asustando al mundo. Ellos no están totalmente curados de la crisis que arrastran desde 2007 y nunca han abordado totalmente la solución a todas las dificultades con las que se enfrentaba su sistema bancario. Lo que está sucediendo en Grecia está haciendo la situación más grave".

Sobre posibles ministros del futuro gobierno de España

Somos un país volcado hacia el deporte, en especial, el fútbol, que admite mucho más juego para alimentar las vanas discusiones con las que, fundamentalmente los varones, independientemente de su linaje intelectual, ocupan demasiadas de sus horas de trabajo.

La dedicación con la que los llamados medios informativos entregan páginas y espacio a glosar encuentros entre equipos, el estado físico y síquico de los atletas y las declaraciones de entrenadores, jugadores, expertos y aficionados, lo prueba.

No interesa tanto la política concreta, aunque nos afecta algo más en la vida real. Cuando dejamos de hablar del último gol espectacular de Kaká, Ronaldo, Messi o Forlán, (no se enfaden los omitidos, si nos leen), la vuelta a lo concreto de lo que atañe a nuestra situación personal debiera ocupar más espacio mental, pero lo despachamos con descalificaciones frontales.

Los tertulianos político-económicos tampoco ayudan mucho a deshacer la maraña de quién o quienes son, en verdad, los que juegan con nuestro bienestar y cuál es el estado de forma de sus equipos.

Hemos imaginado que los candidatos Rajoy y Rubalcaba, uno de ellos futuro presidente de Gobierno, han presentado, como si se tratara de entrenadores de fútbol ante un encuentro crucial con la situación de crisis, la plantilla con la que cuentan y seleccionado a quienes sacarán, por su actual estado de forma, como equipo inicial al campo, en el caso de que se clasificaran finalmente para esa liga de máximos, después de haberse batido ante las urnas el 20-N.

De la información disponible extraída de los media, esta es la plantilla de figuras con la que cuenta más directamente Rajoy: Cristóbal Montoro, Javier Arenas, Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Mato, Esteban González Pons, Miguel Arias-Cañete, Alberto Ruiz Gallardón, Gabino de Lorenzo, José Luis Ayllón, Teófilo de Luis, Juan José Güemes, Arturo García Tizón, Fátima Báñez, Celso Delgado, Alfonso Alonso Aranegui, Jesús Merino, Pedro Arriola, José Antonio Bermúdez de Castro, Juan Manuel Moreno.

Con base en las mismas fuentes, esta sería la plantilla con la que cuenta más estrechamente Rubalcaba: Jesús Caldera, Cristina Narbona, Ramón Jáuregui,Valeriano Gómez,  Cristina Garmendia, Elena Valenciano, Antonio Hernando, Gaspar Zarrías, Juan Manuel Aceña, Xoan Cornide, Pedro Sánchez, María González, Ángeles Álvarez, Carlos Hernández, Marisol Pérez, Pilar Alegría, Gregorio Martínez, Inmaculada Rodríguez Piñeiro, Micaela Navarro, Daniel Fernández y Àngel Ros.

Sería interesante que, abandonando por un par de meses la dedicación inane a glosar el estado de los futbolistas y sus entrenadores, los media nos ayudasen a hacer una valoración, trascendiendo ideologías reales o pretendidas, de la calidad de conjunto de cada uno de esos equipos, y de la experiencia, talante y conocimientos de sus integrantes. Sería de agradecer que los candidatos nos presentaran, junto a sus propias ideas, las de quienes vendrían a ocupar las plazas fundamentales de sus equipos de Gobierno.

Nosotros, sinceramente, no nos atrevemos a hacerlo; no tenemos información ni nos corresponde. Pero nos gustaría imaginar que, además de los enumerados, hay más, muchos más nombres dispuestos a entregar lo que saben por mejorar la situación de España.

Entre ojos que no ven y corazones que no sienten

El dicho popular expresa que "ojos que no ven, corazón que no siente", y seguramente tenía su justificación en tiempos en donde no existían las telecomunicaciones. Ahora, con los nuevos adelantos, nos hemos ejercitado en ver y no sentir; precisamos: cuando lo que vemos afecta a los demás, no a nosotros.

La cuestión de la vinculación entre la vista y los sentimientos podría dar bastante juego, pero queremos referirnos hoy a la convergencia final, por sus resultados -la impasibilidad, la ineficacia- tanto de los que no quieren ver la naturaleza de la situación en la que nos encontramos, como la de quienes no sienten sus efectos,  salvaguardados de ella por diversos motivos.

¿No tiene el lector la desagradable sensación, de que la crisis avanza entre ojos ciegos y espíritus apáticos? Como un pordiosero que recorriera el vagón de metro con su hucha en la mano, unos miran hacia otra parte, fingiendo no ver, y otros miran fijamente, sin llevarse la mano a la cartera, esperando que pase.

Pero por mucho que deseemos que la crisis se baje en la próxima estación, persiste en viajar en nuestro mismo tren. Algo hay que hacer.

A los ojos que no ven: tenemos una alta tasa de economía sumergida (trabajadores sin contrato laboral; pagos sin factura; compraventas parcialmente en B; dinero circulando de la prostitución y de la droga; etc.); una insuficiente inspección fiscal (¿de dónde surge el dinero para tantos chalets de lujo, segundas residencias, altos niveles de vida, vehículos de alta gama, viajes de recreo; etc.?);  la enseñanza pública está desconectada de las necesidades de mercado y desmotivados profesores y alumnos; la enseñanza privada se ha convertido en un reducto para la reproducción de privilegiados; el consumo se ha retringido más de lo necesario, por miedo a que la recesión continúe, faltando líderes que inspiren confianza y tengan credibilidad; la Administración debe demasiado dinero a empresas y, sobre todo, a pymes y autónomos, y ha alimentado una gestión de descontrol, cuando no de despilfarro; hace falta información fidedigna desde la Administración, y desde los sectores empresariales, respecto a necesidades y oportunidades de inversión; etc.

A los corazones que no sienten: carece de justificación que algunos beneficios empresariales crezcan en una situación de crisis; los empresarios de los grandes grupos no se sienten comprometidos con el desarrollo del país ni con la creación de empleo ("la creación de valor para el accionista" es un juego de desfachatez cuando olvida la responsabilidad social de la empresa); los sindicatos deben prestar especial atención a los parados, no a sus afiliados, apoyando la creación de empleo con colaboración con los demás agentes, no con reinvindicaciones improcedentes y huelgas salvajes; una cosa es estar indignado y otra muy distinta ser un insensato; hay mucha gente que lo está pasando muy mal y que no debe confudirse con los que dicen que lo están pasando mal, que son más y que, además, no suelen comprender a los primeros; etc.

No vamos a bajarnos en la próxima estación, desde luego. Tampoco podemos. ¡Ojos que no ven y corazones que no sienten, la responsabilidad es tremenda! (Y, por cierto, y aunque la tentación puede existir, no identificamos a los que no ven con la izquierda ni a los que no sienten con la derecha ideológicas; hace tiempo que no nos dejamos engañar por los mensajes)

Sobre socialdemocracia y partidos políticos

La proximidad a un nuevo debate electoral en España, en el que los representantes más cualificados de los partidos con opciones mayoritarias, se enzarzarán en discusiones insulsas, tratando de poner de manifiesto contradicciones o falsedades del contrario, nos anima a comentar lo que, en nuestra opinión, constituye la base mínima, irrenunciable, que ha de constituir el ideario de una opción política en un país avanzado.

Este núcleo principal se desarrollaría con atención a dos principios: la voluntad de actuar, en todos los órdenes, democráticamente; y la de dedicar atención especial desde los poderes públicos a los servicios asistenciales -sanidad y educación, fundamentalmente- de forma que los menos favorecidos económicamente puedan acceder, cualquiera que sea su situación, al disfrute del nivel de prestaciones que el conjunto de la sociedad haya definido como mínimas.

El nombre de este ideario bien pudiera ser el de socialdemocracia. Sin embargo, el uso de esta apelación ha sufrido tales adulteraciones, apropiaciones indebidas y menosprecios injustos, que, en países como España en que su utilización ha sido tergiversada, ha perdido significado.

Ningún partido con voluntad de alcanzar la mayoría para gobernar osaría renunciar a proclamarse firme defensor de esos dos principios. En España, además, la Constitución lo proclama sin ambages en su artículo 1: "España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político".

La cuestión se reduce, pues, a elegir la forma más adecuada de plasmar la voluntad socialdemócrata, por parte de los partidos que formen parte de ese "pluralismo político". (1) Y han de hacerlo, obviamente, en el marco de una "economía de mercado", lo que nos conduce, a valorar el alcance de otro término muy baqueteado por los embates de la política callejera: el liberalismo.

Ningún representante de un partido político que desee gobernar puede defender el libre mercado absoluto, porque ha quedado ampliamente demostrado por la Historia reciente que los intereses particulares, sin limitaciones o alicientes, no cumplen satisfactoriamente las necesidades mínimas en ciertos sectores y para determinadas clases sociales.

La necesidad de incentivar algunos negocios con subvenciones -aunque sean circunstanciales- y, sobre todo, la obligación desde los órganos de la Administración del estado o las empresas públicas de asumir ciertos servicios, nos conduce a admitir que el liberalismo absoluto es inviable hoy, y que la economía de mercado debe convivir con zonas que están sustraídas a este elemento regulador, y que tendrán precios (o tasas), fórmulas de gestión y control, etc., propias.

En este vértice de compromisos prácticos -cuánto bienestar puede pagarse una sociedad concreta, con qué medios está en situación de garantizar una democracia efectiva y qué sectores debe controlar al margen, o poniéndole condiciones al mercado- radican las diferencias entre los partidos socialdemócratas.

Por favor, explíquennos bien sus propuestas.

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(1) Dejamos a un lado la, harto curiosa, vinculación de esos valores superiores con el "ordenamiento jurídico", que aparece así, no ya como el garante, sino como el inspirador e impulsor de los mismos. Consecuencias de traducir párrafos, que no atender a conceptos, suponemos, de otras Cartas Magnas, por parte de nuestros diligentes "Padres de la Patria".

El art. 20 de la Constitución alemana define, sin necesidad de circunloquios ni matices, la República como un Estado federal democrático y social. Este es su texto:

Art 20:(1) Die Bundesrepublik Deutschland ist ein demokratischer und sozialer Bundesstaat. (2) Alle Staatsgewalt geht vom Volke aus. Sie wird vom Volke in Wahlen und Abstimmungen und durch besondere Organe der Gesetzgebung, der vollziehenden Gewalt und der Rechtsprechung ausgeübt.(3) Die Gesetzgebung ist an die verfassungsmäßige Ordnung, die vollziehende Gewalt und die Rechtsprechung sind an Gesetz und Recht gebunden. (4) Gegen jeden, der es unternimmt, diese Ordnung zu beseitigen, haben alle Deutschen das Recht zum Widerstand, wenn andere Abhilfe nicht möglich ist.

Traducimos:

"Art. 20: (1) La República Federal Alemana es un Estado federal democrático y social. (2) Todos los poderes del Estado emanan del Pueblo. La promulgación de leyes, el poder ejecutivo y el judicial se ejercerán por el Pueblo en eleccciones y referendos y por medio de Órganos específicos. (3) La promulgación de leyes está vinculada al ordenamiento constitucional; el poder ejecutivo y el poder judicial, a la Ley y al Derecho. (4) Contra todo aquel que pretenda infringir este ordenamiento, tienen todos los alemanes el derecho a oponerse, si no fuera posible otra alternativa."

Para evitar discrepancias, referendos

Los magnates de dictaduras, así como de las diversas formas de seudodemocracias que la imaginación humana ha ideado para justificar la subordinación de las mayorías al poder de unos pocos, utilizan los referendos como fórmula para consolidar su posición.

Con redacciones prácticamente ininteligibles, llaman al pueblo a manifestarse con un sí o un no, y consiguen, por supuesto, una aprobación masiva de propuestas para reformas imprescindibles, decisiones ya tomadas, elucubraciones carentes de aplicación o incluso, solicitan respuestas a cuestiones de las que se advierte tendrán un carácter simplemente informativo, no vinculante, para quien toma las decisiones.

Conscientes de que los referendos suponen el reconocimiento de la derrota de los métodos de representación parlamentaria, los países democráticamente más avanzados, aunque lo tengan previsto en sus Constituciones, no recurren a convocar referendos más que en casos especialísimos, por asuntos peliagudos, en los que la consulta es, en esencia, sustitutiva de la opción de tirar una moneda al aire.

Para toda consulta pública, sin embargo, la experiencia demuestra que los resultados dependen, en realidad, de la fortaleza del Gobierno convocante.

Es así posible que, como sucedió en España, la población pueda manifestarse, en pocos años, y sin disponer de más información, a favor o en contra de la OTAN, guiada pastoralmente por los dirigentes de un partido que entonces disfrutaba de especiales simpatías.

La historia se repite continuamente: el pueblo no votará, en referendum, porque haya analizado sesudamente la propuesta y su(s) alternativa(s), -no sabría, no podría, no habría lugar- sino en relación con la simpatía -o el temor- que le despierte quien la hace.

En las dictaduras, los referendos se ganan siempre por abrumadora mayoría. Lamentablemente, en las democracias, la tendencia es que también suceda lo mismo, por lo que se convierten en plebiscitos, cartas blancas para que el Gobierno siga haciendo lo que le parezca bien en lo consultado y en lo que le peta; por el contrario, si, llevado por su debilidad, un Gobierno se ve abocado a un referéndum por las Cámaras, se verá expuesto a un voto masivo de castigo.

En cualquier caso, los referendos son, económicamente, un despilfarro.

Podemos comparar, para tener una referencia próxima de lo que estamos analizando, dos recientes referendos: en uno, realizado en Marruecos, se solicitó el apoyo de la población para una Constitución que suponía la cesión de una parcela del omnímodo poder del Rey a otras instituciones; en el otro, llevado a cabo en Italia, se interesaba por conocer la opinión acerca de cuatro cuestiones dispares, una de ellas implicando el abandono de la producción de energía con base en las centrales nucleares de fisión, ante una sociedad hipersensibilizada por los recientes acontecimientos de Fukushima.

El 99% de los votantes marroquíes (sobre casi un 80% de los que tenían derecho a expresar su opinión al respecto) se manifestaron a favor de eliminar el carácter sagrado a la figura del Rey, lo que fue interpretado como un éxito del monarca, Mohamed VI, lo que podría resultar inextricable para cualquier analista independiente.

En el caso italiano, cabe imaginar que pocos de los votantes en el referendo tenían la capacidad, o las ganas, o ambas, de entender las complejas cuestiones. Como ejemplo, sirva que la pregunta que se formulaba a los italianos, en relación con las centrales nucleares, era exactamente ésta: "Volete voi che sia abrogato il decreto-legge 25 giugno 2008, n. 112, convertito con modificazioni, dalla legge 6 agosto 2008, n. 133, nel testo risultante per effetto di modificazioni ed integrazioni successive, recante Disposizioni urgenti per lo sviluppo economico, la semplificazione, la competitività, la stabilizzazione della finanza pubblica e la perequazione tributaria, limitatamente alle seguenti parti: art. 7, comma 1, lettera d: realizzazione nel territorio nazionale di impianti di produzione di energia nucleare?”. (1)

Obtuvo, como en el caso de las tres restantes, más del 95% de respuestas positivas, en lo que fue interpretado por los comentaristas, un rechazo masivo a la política de Berlusconi, no un éxito de la conciencia colectiva de respeto ambiental, por ejemplo.

Las otras tres preguntas, referidas dos de ellas al mantenimiento de la normativa sobre gestión del agua y fijación tarifaria y la otra en relación con la jurisdicción aplicable a determinados aforados, más bien ayudaban a reflejar el estado de perplejidad en el que se encuentra la política italiana, con un primer ministro debilitado, una economía vacilante y ese muestrario de opciones ideológicas que solo son capaces de desentrañar los propios italianos...

Con estas referencias exteriores, la propuesta de Izquierda Unida y de otros partidos minoritarios de someter a referendum la modificación del artículo 135 de la envejecida Constitución Española no puede interpretarse más que bajo la intención de marear la perdiz, en la confianza de que sirva para dar algo de publicidad a opciones políticas sin peso real, sepultadas bajo las voces adormecedoras de los voceros de dos partidos mayoritarios que llevan décadas peleándose por nuestra atención en el ring embarrado por el espectáculo, más que de sus virtudes, de sus carencias.

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(1) Permítanos el lector que traduzcamos: "Quiere Vd. que sea derogado el decreto ley del 25 de junio de 2008, n. 112, convertido tras modificaciones, en la Ley del 6 de agosto 2008, n. 133, en el texto derivado por efecto de modificaciones e integraciones sucesivas, como consecuencia de Disposiciones urgentes para el desarrollo económica, la simplificación, la competitividad, la estabilización de las financias públicas y el equilibrio tributario, en lo que respecta, concretamente, a los siguientes apartados: art. 7, epígrafe 1, letra d: realización en el territorio nacional de implantaciones de producción de energía nuclear?”.

Sobre sociedad civil y liderazgo

Entre todos, hemos puesto de moda el término de "sociedad civil", que sería una forma actualizada, un neologismo de conveniencia, para denominar al "pueblo llano", a los que no tienen acceso natural a los poderes fácticos; la sublimación del significante, con perceptible descaro epistemológico, del viejo vocablo "plebe", vituperado, como otros, por su uso reiterado.

Junto a esa característica propia de la sociedad civil, aparecen otras que también le son propias, y que ponen de manifiesto sus múltiples carencias: su desorganización interna, la ausencia de líderes, y facilidad para asumir -por la vía de la pasión- objetivos fugaces, (cuyo interés por alcanzarlo decaerá si no son conseguidos de inmdiato).

Las constituciones y normas fundamentales suelen indicar que el poder reside en el pueblo, es decir, en la sociedad civil. Pero es solo una forma brillante de desviar la atención de la residencia real de la potestad de control, porque el poder reside en las instituciones, y las instituciones son gestionadas por muy pocos, que son cuidadosamente elegidos por una máquina perfectamente ideada para reproducir el statu quo, la situación llamada "el sistema", o con un anglicismo, el estáblismen.

Cada comunidad de control perfecciona su fórmula para mantenerse en el poder. Para detentar poder real en España, es necesario cumplir alguna de estas condiciones: a) la posesión de una fortuna superior a los 100 millones de euros; b) haber alcanzado el puesto de control de organizaciones con más de 50.000 socios o afiliados; c) gestionar grupos empresariales con facturaciones anuales superiores a los 1.000 millones de euros; d) haber sido designado como influyente por el sistema, o tolerado por él.

En las sociedades en paz -que no se debe confundir con pacíficas- existe un interés particular por explicar las fórmulas de acceso al liderazgo, presentándolas como abiertas, neutrales, o de una forma muy preferida, "democráticas". Analizar el currículum de los líderes, estudiar la trayectoria personal que les permitió llegar a ocupar un lugar -por la vía del apartado d) indicado en el párrafo anterior, es siempre muy interesante.

Una parte nada despreciable de los líderes han traicionado aparentemente las agrupaciones a las que pertenecieron, trasvasando así el conocimiento interno del funcionamiento de unas a otras, tenidas formalmente por opuestas.  Asombra ver los currícula de dirigentes de, por ejemplo el PSOE o el PP que provienen de otras formaciones políticas, y que presentan aquellas devociones como desviaciones de ímpetus juveniles, pretendiendo haber alcanzado la verdad en el íter, lo que no excluye que, si les fuera necesario, podrían volver a perderla.

El "sistema" valora muy alto el conocimiento que se aporta del contrario o, mejor, de la organización que se desea rentabilizar en su provecho. Por eso, altos funcionarios -ex-ministros, ex-directores generales, ex-consejeros delegados de empresas públicas, etc., y no digamos, ex-presidentes de Gobierno- son muy codiciados, porque aportan información sobre la manera de obtener mayores beneficios particulares.

Quizá el mayor mérito de la democracia en ese aspecto es conseguir, en no pocos casos, que las actuaciones públicas, además de beneficiar a capitales privados, satisfagan de manera más eficaz las necesidades de grupos específicos de la plebe. Si alguien tiene dudas de lo que significa este avance, no tiene más que atender a comparar cómo se emplean los dineros públicos en la mayoría de los países en desarrollo, donde la ausencia de escrúpulos en justificar formalmente lo que se está haciendo con ellos es habitual.

Sobre lo que conviene cambiar

El ascenso de votos favorables que los Juan Español han entregado a los militantes del Partido Popular en las elecciones de junio de 2011, ha activado reacciones y tactismos de los portavoces de los partidos mayoritarios; por su agresividad, resultan especialmente inquietantes las declaraciones de muy cualificados representantes del grupo de la gaviota, que, al tiempo que exigen elecciones generales han encontrado gusto a afirmar que la gestión de sus oponentes ha sido, está siendo y será, un completo desastre.

Como en el experimento de Pavlov, las secreciones salivares y gástricas de estos animales de la política -cuyo trabajo fundamental es hablar- ponen en evidencia los mecanismos de defensa-ofensa automáticos ante la proximidad del momento en que perderán o ganarán, respectivamente, las posiciones de control en el aparato del Estado, que es lo que más les importa.

La cadena de acción y reacción no tiene fin. La facilidad con la que unos y otros se lanzan descalificaciones personales, tachándose de ineptos, incompetentes, estúpidos y corruptos no puede, en absoluto, tranquilizar a Juan Español, por mucho que se haya pretendido abotargar su inteligencia por décadas, a base de insuflarle dosis crecientes de metadona en forma de telebasura, fútbol y explicaciones sandias de lo que pasa y lo que no y, sobre todo, de lo que no tenía que pasar.

Nos gustaría que, allí donde se haya producido un cambio político, no se organice un espectáculo de destrucción sistemática de la labor realizada por el equipo anterior.

Esa postura, ni es creíble ni es inteligente. No es creíble que los anteriores hayan sido pésimos gestores, ni que hayan sucumbido en tropel a ambiciones personales, alimentando únicamente, descontrol y despotismos. No es inteligente tampoco negar virtudes al contrario, porque ello rebaja el valor de la victoria que se ha obtenido sobre él, genera enemistades y rencores que pasarán factura a los ahora vencedores cuando se vuelvan las tornas y, además, de ser injusto, perjudica a la colectividad cuya gestión, tanto a unos como a otros, les fue encomendada.

Debemos convencernos, de una vez por todas, que el camino central del programa de bienestar común está emprendido, que no cabe improvisarlo ni torcerlo, y que ha de ser seguido con ilusión por unos y otros, gentes tanto de derecha como de izquierda, -vamos, de un signo como de otro-, porque cuando acceden al poder los políticos se convierten en independientes, es decir, en gestores movidos por el bien de todos.

Como no estamos en equilibrio inestable, o no querríamos estarlo, son solo matices y renovadas ilusiones, lo que deben añadir, con su esfuerzo y dedicación, los nuevos gestores.

Y es su obligación, canalizando sabiamente el trabajo, los recursos económicos y las ideas de millones de Juanes Español, empresarios como asalariados, funcionarios como trabajadores por cuenta ajena, aprovechar eficazmente las coyunturas, defender y mejorar lo que se ha conseguido, para que el bienestar de todos aumente y, en especial, lo haga más el de los que menos tienen.

Si seguimos destruyendo o queriendo destruir lo que el anterior ha hecho, solo porque es de otro partido -y, aunque ya a pocos se engañe, presuntamente de otra ideología-, estamos haciendo un flaco servicio al colectivo; quienes así hagan son, ya desde el principio, en pura verdad, malos gestores.

Contra vientos y mareas

Los indignados del Quince-Eme parece que, al fin, están dispuestos a levantar los campamentos con los que ocuparon algunas plazas españolas (e incluso, extranjeras), defendiendo métodos de discusión y toma de decisiones que, los que peinamos canas, no habíamos vivido desde las reuniones asamblearias en la Universidad.

Aquellas interesantísimas asambleas, en las que se perfilaron las lenguas viperinas de los mejores políticos que daría a España la democracia que se pactó constitucionalmente en 1978, terminaban de forma imprevisible, aunque, con el tiempo, se concretaron en dos opciones: acabar como el rosario de la aurora o aguantando mamporrazos y realizando carreras por obra y gracia de los grises (que era como se denominaban entonces, por el color de su indumentaria, a los guardianes del estáblismen).

Los jóvenes del Quince-Eme nos recuerdan, a los mayores, algo de lo que habíamos olvidado o querido olvidar, y del que nos parece conocer, como en una película, el desenlace.

Hemos tenido la suerte y las ganas de asistir, como espectadores mudos, a varias de estas asambleas callejeras, en diferentes lugares de España. Los medios de difusión informativa nos proporcionan también algún material para el análisis, con los sesgos que hay que saber filtrar.

Desde la simpatía inicial hacia todo lo que signifique mover el cotarro de la comodidad y la autocomplacencia, identificándonos con lo que significaba de protesta y llamada de atención, en un momento oportuno (las elecciones locales), a los que ejercen la profesión de la política, respecto a la imperiosa necesidad de escuchar a los representados y no solo a los representantes, hemos pasado rápidamente a la decepción.

La manifestación de inquietudes ha degenerado en algarabía, en barullo; la ocupación de las plazas, en kermese barriobajera; las discusiones sobre lo que hay que hacer, en elucubraciones entre la fantasía irrealizable y la realidad ya consumada.

La retirada a los cuarteles de invierno de ese autollamado movimiento era imprescindible, y vendrá bien a todos. Para quienes, con buenas intenciones y loable voluntarismo, han intentado dirigir las reuniones asamblearias, es una enseñanza que no olvidarán el haber captado lo difícil que es extraer conclusiones de un desorden ideológico. Se ha podido detectar también a los arribistas y aprovechados (por variadas razones: desarraigados, curiosos a la que salta, disconformes crónicos, macarras, violentos, drogatas, ladronzuelos,...), y podido enjuiciar el ruido que provocan, siempre malsano y a veces ensordecedor, en los mensajes.

Pero hay mucho aprovechable, y es importante que esos jóvenes -son fundamentalmente jóvenes- de los que hemos visto lo articulado de su descontento, lo serio de sus -a veces- ingenuas propuestas, pero dignas de mayor reflexión, lo noble de sus inquietudes y lo intenso de sus ganas de participar haciendo algo útil y para lo que no se les deja sitio, no abandonen su intensidad, mejoren su discurso y se lancen a la arena de la disputa por el espacio político.

Porque nos ha dejado perplejos que los que están en el poder o en la alternativa digan ahora que han entendido sus mensajes, y que en el movimiento hay mucho aprovechable. Aquí no se trata de tomar la calle para expresar un genérico descontento o para abrir un debate con propuestas generales.

Las energías alternativas son imprescindibles para conformar la democracia. Solo que lo nuclear no puede venir de la calle, entendiendo por ello, la voz de quienes no están en la gestión de lo público. Si sucediera así, estaríamos en los albores de una revolución, lo que no parece ser el caso, ni, por supuesto, sería deseable.

La enseñanza que los profesionales de la política deben sacar del Quince-eme es que se les ha olvidado que no solamente no están solos, sino que la mayoría que los apoya en las urnas no les vota por convicción de que lo harán mejor que otros, sino por costumbre de salir a la calle un domingo cada cuatro años a que les vean los vecinos en un colegio electoral, para volver luego a sus cavernas de indolencia y conformismo.

Estos jóvenes son, en verdad, la conciencia colectiva. Llena de contradicciones, ayuna de debates, falta de objetivos compartidos, perdida en discusiones que no mejoran la solución a los graves problemas que tenemos, entre todos, que resolver y que, a medida que pasa el tiempo sin abordarlos, se hacen más difíciles y disminuye la credibilidad de quienes pretenden disponer de soluciones adscribibles a las artes de birlibirloque.

En ayuda de Rajoy y Rubalcaba (2)

Proseguimos en este Comentario con la relación de temas que exigen un tratamiento más urgente, y cuyas propuestas concretas deberían ser objeto preferencial del programa de Gobierno, independientemente de su signo político.

3. Activación económica.- La reactivación supone señalar claramente los sectores estratégicos -para los que la forma de control desde la Administración puede incluso llegar a la fijación de precios independientes del mercado-, de desarrollo preferente -en el que se concretarán las ayudas y estímulos oficiales y los mecanismos de coordinación- y los que se dejan a la libre determinación del mercado.

No es una cuestión baladí. Aunque nos encontramos formando parte de la Unión Europea, nuestros representantes en esa institución parecen olvidarse a veces de que es, fundamentalmente, una agrupación de intereses comerciales, incapaz, a pesar de todos los voluntarismos, de funcionar como una verdadera unidad política.

El ejemplo más reciente de esta distancia entre lo que se dice desear y lo que en verdad se lleva a cabo es el episodio de descalabro de las exportaciones agrarias españolas, en la que otro país comunitario, Alemania, no ha dudado en imputar -se demostró que injustificadamente- a los pepinos españoles la causa del brote de la Escherichia colli en Hamburdo. La pésima gestión común de la política energética o la incapacidad para plantear una estrategia internacional, incluso ante temas tan graves como la defensa de los derechos humanos, el comportamiento ante los regímenes dictatoriales o la ayuda al desarrollo, son ejemplos concretos de la falta de criterios compartidos y de la primacía de los intereses nacionales sobre los europeos. 

La reactivación económica y, en general, la política económica, implica mantener activa la interrelación entre los agentes socioeconómicos, tutelándola y dinamizándola. El país necesita aumentar su productividad, y este punto no admite polémica en ninguna mesa de negociaciones. El sostenimiento de nuestra competitividad no puede basarse en la diferencia de los costes salariales con los países con los que competimos, a igualdad de desarrollo, porque eso es pura fantasía mercantil, que no puede sostenerse.

No existe más "clase empresarial" en esta etapa del desarrollo económico mundial que las empresas multinacionales, a las que hay que controlar con una legislación seria, bien estructurada y que impida los fraudes hacia paraísos fiscales de las plusvalías generadas aquí y que persiga las actividades delictivas, pero, y sobre todo, que anime a una colaboración y encaje entre los objetivos nacionales y los de estos grupos. Conseguir esa interlocución, y mantenerla, es sustancial.

Las empresas que cotizan en el Ibex 35 -y, por ampliación, las doscientas o trescientas empresas que generan más empleo y/o más facturación- deben ser objeto de un tratamiento especial, buscando siempre combinar la cooperación con los objetivos generales del Estado con el respeto a sus iniciativas de crecimiento. No hay que engañarse: ni existe el libre mercado ni la filantropía produce réditos económicos.

Máxima preocupación para la activación económica ha de ser la tutela de las pequeñas y medianas empresas y promover nuevas iniciativas. No toda propuesta particular es una "nueva iniciativa" que conviene proteger. Por el contrario, la imaginación individual, cuando no se cultiva con información correcta y con orientación respecto a las carencias a cubrir o perspectivas más saludables, lo que hace es generar redundancias y pérdidas de recursos, para nada.

No necesitamos más peluquerías, ni bares, ni mercerías, ni restaurantes, ni tiendas de iluminación ni complementos. Sí, en cambio, establecimientos de calidad, de muy alta calidad incluso, y especialmente en los campos de las nuevas tecnologías, de la informática, de la energía, de las comunicaciones, de control de contaminación -de las aguas, del suelo, del aire-,...

(Continuará)

Sobre el periodismo militante y el filtro de objetividad

El ex-Presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y el director de El Mundo, Pedro Jota Ramírez han resucitado viejas rencillas, de las que han hecho partícipes, como personas públicas que son, a mucha gente.

El propio Ibarra reconoció en el espacio que Toni Garrido le concede en el programa radiofónico de la tarde "Asuntos propios" (RNE1), que este nuevo episodio de su ya larga confrontación personal, surgió por la comparación que realizó el militante socialista entre el suceso -real o imaginado- que protagonizaron el ex-director del FMI, Strauss-Kahn y la limpiadora de habitaciones de hotel que lo denunció por acoso sexual y otro episodio -avalado por un vídeo vergonzante- que protagonizaron hace muchos años, el citado Pedro Jota y una trabajadora sexual con el pomposo nombre de Exuperancia Rapú.

Sin entrar en más detalles, las coincidencias que el imaginativo y tocacojones Juan encontraba, además de la componente sexual y el color de la piel de las figurantes femeninas de las respectivas historietas, se concretaban en la posibilidad de que DSK fuera hallado inocente pero la aún anónima denunciante diera con sus huesos y carnes en la cárcel, de forma similar a las consecuencias penales de aquel otro lance del que el periodista había salido colorado pero de rositas, (obviamente, pues el ser objeto de risión no está penado más que con cuchufletas y cachondeos),  en tanto que la del nombre de matrona "exhuberante y exótica" había pasado por el amargo trago de verse enchironada, por vulnerar el derecho a la intimidad, -que nada tiene que ver con tutús ni palos de escoba, sino con filmarle a uno haciendo el chorras en bolas (1) sin consentimiento-.

Utilizando el poder que le da ser director de un periódico de gran difusión, alimento espiritual del centro derecha del país, Ramírez montó la máquina de escribir en su cólera, y arremetió contra Ibarra, acusándolo de aprovecharse del dinero público para engordar su patrimonio y haber actuado como despilfarrador de recursos públicos, poniendo a los coches oficiales, en lugar de combustible, fantasías.

Todo esto fue en el programa radiofónico desmentido con serenidad por el ex-Presidente, quien dedicó palabras muy duras contra el periodista, en forma y modo tales que cabe vaticinar que habrán de verse las caras en los tribunales de Justicia, abriéndose así un nuevo capítulo de enfrentamientos entre una forma de entender, creemos que erróneamente, el periodismo -intermediarios de la noticia convertidos en primadonas- y la política -conceder más importancia a lo que se dice en los medios periodísticos que a lo que dice el pueblo-. 

Siempre ha sido imprescindible interpretar las noticias con reservas, pero se está haciendo necesario abrir un espacio en los cubos de la basura intelectual para los rifi-rafes entre periodistas y políticos, vulnerables egos que, por confusión de los biotopos, ya no pueden vivir los unos sin los otros y cuyas diferencias de opinión y rencillas personales, en realidad, no nos interesan a los demás ni siquiera como espectáculo.

(1) Nota para estudiantes de español (llamado en España castellano por algunos secesionistas, conscientes o no del valor de una lengua): "Hacer el chorras" -también se puede hacer en singular- es realizar actos contrarios a la razón, por divertimento, descuido o creyendo que uno se encuentra con la luz apagada y no hay observadores indiscretos; "hacer el chorras en bolas" comportarse como anteriormente descrito, pero en pelota picada, o sea, con las partes pudendas al descubierto.