Sobre lo que conviene cambiar
El ascenso de votos favorables que los Juan Español han entregado a los militantes del Partido Popular en las elecciones de junio de 2011, ha activado reacciones y tactismos de los portavoces de los partidos mayoritarios; por su agresividad, resultan especialmente inquietantes las declaraciones de muy cualificados representantes del grupo de la gaviota, que, al tiempo que exigen elecciones generales han encontrado gusto a afirmar que la gestión de sus oponentes ha sido, está siendo y será, un completo desastre.
Como en el experimento de Pavlov, las secreciones salivares y gástricas de estos animales de la política -cuyo trabajo fundamental es hablar- ponen en evidencia los mecanismos de defensa-ofensa automáticos ante la proximidad del momento en que perderán o ganarán, respectivamente, las posiciones de control en el aparato del Estado, que es lo que más les importa.
La cadena de acción y reacción no tiene fin. La facilidad con la que unos y otros se lanzan descalificaciones personales, tachándose de ineptos, incompetentes, estúpidos y corruptos no puede, en absoluto, tranquilizar a Juan Español, por mucho que se haya pretendido abotargar su inteligencia por décadas, a base de insuflarle dosis crecientes de metadona en forma de telebasura, fútbol y explicaciones sandias de lo que pasa y lo que no y, sobre todo, de lo que no tenía que pasar.
Nos gustaría que, allí donde se haya producido un cambio político, no se organice un espectáculo de destrucción sistemática de la labor realizada por el equipo anterior.
Esa postura, ni es creíble ni es inteligente. No es creíble que los anteriores hayan sido pésimos gestores, ni que hayan sucumbido en tropel a ambiciones personales, alimentando únicamente, descontrol y despotismos. No es inteligente tampoco negar virtudes al contrario, porque ello rebaja el valor de la victoria que se ha obtenido sobre él, genera enemistades y rencores que pasarán factura a los ahora vencedores cuando se vuelvan las tornas y, además, de ser injusto, perjudica a la colectividad cuya gestión, tanto a unos como a otros, les fue encomendada.
Debemos convencernos, de una vez por todas, que el camino central del programa de bienestar común está emprendido, que no cabe improvisarlo ni torcerlo, y que ha de ser seguido con ilusión por unos y otros, gentes tanto de derecha como de izquierda, -vamos, de un signo como de otro-, porque cuando acceden al poder los políticos se convierten en independientes, es decir, en gestores movidos por el bien de todos.
Como no estamos en equilibrio inestable, o no querríamos estarlo, son solo matices y renovadas ilusiones, lo que deben añadir, con su esfuerzo y dedicación, los nuevos gestores.
Y es su obligación, canalizando sabiamente el trabajo, los recursos económicos y las ideas de millones de Juanes Español, empresarios como asalariados, funcionarios como trabajadores por cuenta ajena, aprovechar eficazmente las coyunturas, defender y mejorar lo que se ha conseguido, para que el bienestar de todos aumente y, en especial, lo haga más el de los que menos tienen.
Si seguimos destruyendo o queriendo destruir lo que el anterior ha hecho, solo porque es de otro partido -y, aunque ya a pocos se engañe, presuntamente de otra ideología-, estamos haciendo un flaco servicio al colectivo; quienes así hagan son, ya desde el principio, en pura verdad, malos gestores.
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