Sobre la victoria del Partido Popular y la paz social
El Partido Popular ha obtenido la mayoría absoluta de los escaños en el Congreso de Diputados en las elecciones generales de 2011, lo que le permitiría -dicen las crónicas precipitadas- "gobernar en solitario".
No creemos que pueda ser así en absoluto. Ante todo, por la valoración de la situación de crisis y la necesidad de imponer medidas de austeridad y control. Estas vendrán sustancialmente impuestas por los mercados, que los intereses de Alemania y Francia traducirán a la correspondiente escala interior comunitaria, exprimiendo en lo que aguanten, a los países con menor elasticidad presupuestaria.
Pero aún es más importante, desde la perspectiva de la paz social en España, atender, no tanto al reparto de los escaños en las Cámaras -y, particularmente, en el Congreso de diputados-, sino a la realidad de las preferencias políticas expresadas por los votantes y, sin olvidar tampoco, lo que cabe deducir de la abstención, que es, como se sabe, genuina expresión del desengaño.
El fuerte castigo emitido por los votantes al Partido Socialista ha supuesto el alejamiento del bipartidismo de las Cámaras, quizá para siempre en España. Las opciones que se podrían identificar -con cierta indulgencia- como de izquierdas aparecen ahora fuertemente divididas y, lo que es el motivo central de este análisis, infrarepresentadas en aquellas.
Con más de 2,8 millones de votos recogidos, UPyD e IU-LV consiguen la atribución de solo 16 escaños, una escasísima rentabilidad representativa, sobre todo, en comparación con los partidos nacionalistas. Este mismo rédito lo alcanzó CiU con apenas 1 millón de votos, y la situación es aún más desequilibrada, cuando se constata que con solo 333.628 voluntades, Amaiur ha conseguido colar ni más ni menos que 7 diputados en el hemiciclo. El rédito de representaciones alcanzado, con artilugios de cálculo, a partir de la proporción real de voluntades por los partidos con base regionalista es, sencillamente, escandaloso.
La consecuencia es clara: el voto de los que creen en un estado central fuerte y, simultáneamente, de manera genuina respecto a lo que se puede seguir entendiendo como posiciones de izquierda ideológica -moderada o no-, defienden la atención preferente a los intereses de los que menos tienen, conservando la perspectiva global, vale mucho menos (entre un tercio e incluso solo un 20%) que el de los que exigen que, primero, se consideren las prioridades regionalistas.
La paz social está hoy por hoy, más amenazada en España. El Partido Popular tiene el respaldo mayoritario del Congreso, pero ha perdido algo que era muy importante: tener entrente una alternativa clara de gobierno, que era lo que él significó para el Partido Socialista. A cambio, se ha puesto de manifiesto, más cruelmente que en otras votaciones, que el voto de cada español no vale, ni de lejos, lo mismo.
No es que sea urgente reformar la ley electoral, desterrando a las catacumbas de la antidemocracia ese garrafal testimonio de la injusticia representativa que es la Ley d´Hont: el partido que gobernará España tiene que atender, y con mucho cuidado puesto en entender el mensaje, lo que exprese la calle.
Porque, en otro caso, si solo mira a lo que se discuta en el Congreso, dando intensidad a las voces de acuerdo con el número de escaños que tengan detrás, estaremos aún más cerca de la revuelta popular, inmersos en una situación ingobernable, aunque parezca que desde el Gobierno se tienen todas las bazas para hacer con libertad lo que crean que haga falta hacer (por cierto: ojalá lo sepan).
Los deberes, al fin y al cabo, no los impone Bruselas ni Washington, ni los mercados: los marca la calle, que entiende básicamente solo de trabajo o atenciones sociales para poder vivir dignamente. Eso han querido votar. Y ahí, en la calle, el voto de los que menos tienen, vale mucho más. Si no, al tiempo.
2 comentarios
Angel Arias -
Respecto a la cuestión de las movilizaciones de descontentos, entiendo que guardará relación in directa con el éxito del Gobierno del PP en controlar la crisis. De momento, los mercados (y la opinión de la calle), son escépticos, conscientes todos de la dificultad de la tarea. Ojalá que quienes tomen las decisiones que crean más adecuadas, sepan también presentarlas a la opinión pública como coherentes, proporcionadas e imprescindibles.
Guillermo Díaz -
En cuanto a la paz social, estoy convencido que lo que no han hecho antes con el gobierno del Sr. Zapatero, lo van a hacer ahora con el gobierno de Rajoy. Es decir.. estarán en la calle chillando un día sí y otro también.