Blogia

Al Socaire de El blog de Angel Arias

Médicos con fronteras

La publicación del Plan de Medidas de Garantía de la Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público, de la Comunidad de Madrid ha provocado reacciones de crítica fundamentada. José Manuel Ribera Casado, catedrático emérito de Geriatría y Académico de Número de la R.A.N. de Medicina, expone sus argumentos en un artículo titulado "La sanidad de Madrid o el juego de los despropósitos" (EP, 11 de noviembre de 2012).

Desde su experiencia, y centrándose fundamentalmente en la equivocación que supondría convertir el Hospital de La Princesa en un centro "de alta especializaciónpara la patología de las personas mayores", los argumentos del Dr. Ribera adquieren el carácter de principios dogmáticos y suponen la descalificación formal de las pretensiones de la Consejería de Sanidad madrileña.

Denuncia Ribera Casado que no se ha contado con los profesionales ni con los usuarios para adoptar medidas (aún, propuestas) que califica de "descabelladas", desmantelando "un hospital que viene rindiendo a satisfacción y que ha sido cabeza de área en Madrid hasta hace cuatro días", en la pretensión de generar "un hospital monográfico" -idea "prácticamente desterrada en todo el mndo, por razones funcionales y hasta éticas"-.

Son varias, y pertinentes, las preguntas que se hace, y nos hace a los lectores de su exposición, el Dr. Ribera, quien fue primer catedrático español de la especialidad de geriatría. Hay una duda, sin embargo, que plantea en el contexto de su fundamentada opinión, y que creo poder resolverle; en realidad, más que a él, qe seguro que conoce como yo la respuesta, a los lectores de su artículo que no la conozcan.

Escribe Ribera Casado: "Nunca entenderé el extraño concepto de que, a igualdad de servicios y calidades, sea más adecuado un presupuesto que incluye beneficiooos para terceros que otro que no incorpora esta partida".

Por supuesto que no tiene lógica económica que los servicios públicos desarrollados por una empresa privada sean más baratos para los usuarios. Y ni siquiera que sean mejores, cuando la entidad pública tiene ya una cierta dimensión, pues podrá dotarse de los equipos, personal y metodología más adecuados, sin que debieran existir diferencias teóricas de acceso respecto a las empresas bajo gestión privada.

En todo caso, debería ser al contrario, pues el estímulo de estar prestando un servicio directo a la colectividad y la facilidad de convicción al ciudadano de que se está haciendo lo correcto, y que se ha de suponer a los gestores públicos, tendría que contar como una ventaja.

Lamentablemente, los despilfarros de las entidades públicas son mayores, por el menor control que se ejerce en ellas. Por falta de capacidad gerencial, por disminución de interés -incomprensible- y por la ingerencia de los políticos, adulterándolas, en las decisiones puramente técnicas o preofesionales.

Hay más: el personal no está igualmente motivado ni pagado que en la privada, en donde la eficiencia se premia, por lo que los mejores profesionales suelen acabar yendo a instalarse, después de adquirir experiencia en lo público, allí donde cobran más. La dotación de equipos en las entidades públicas es, en general, inicialmente mejor, pero por malos usos, falta de adecuado mantenimiento y reinversión, una parte de ellos acaban convirtiéndose en obsoletos o inservibles.

Y no en última instancia, las entidades públicas están sobrecargadas de personal, incorporado a dedo en ocasiones y no siempre el más cualificado, que acaba enquistándose en la estructura; tampoco la adquisición de consumibles, repuestos y demás elementos de la intendencia se hace desde el más exacto y eficiente control; y las decisiones políticas interfieren sobre las profesionales, adulterándolas.

Me parece lamentable, y lo digo desde el conocimiento de haber estado en la gestión tanto pública como privada, que las entidades públicas españolas, a salvo de excepciones realmente dignas de ejemplo, y que deberían airearse más, no estén a la altura de las empresas privadas que actúan en los mismos sectores y que, por intereses que no siempre están claros, acaban asumiendo tareas imprescindibles para la buena ejecución de servicios públicos esenciales.

Y, como he escrito y difundido en múltiples ocasiones, en todo caso, lo que es inalienable es el estricto control de la gestión que realizan las empresas privadas. En un sector esencial, de gran sensibilidad social, como es el sanitario, el cumplimiento de estos principios, como excelentemente expone el Dr. Ribera, resulta inexcusable.Porque si se obvian, no hay sostenibilidad que valga. Solo zarandajas.

El Club de la Tragedia: No es país para pobres

El deterioro nos hace a todos maestros de la filosofía de andar por casa, que es la manera cómoda de poner a pasear lo obvio por los desperfectos de lo que fue otrora esplendoroso.

Contemplando las ruinas de nuestro estado social y de derecho, a los aficionados a la poesía nos vienen a la mente los versos que inspiró a Rodrigo Caro en el siglo XVI la visión de la itálica famosa. Por todas partes vemos mustios collados, trágicos teatros, cenizas desdichadas.

No es España hoy por hoy, país para pobres, pero vuelve a ser un magnífico país para ricos, para gentes de buen ver y rígido talante que miran solo o fundamentalmente por lo suyo, y que, dándose cuenta -o fingiendo no habérsela dado-, se aprovechan de la desgracia de los demás para meterles un poco más profundo el calzador de su infortunio.

No es país, en esta etapa del via crucis, España, para jóvenes, que se nos van a hacer las alemanias, en donde les prometen el oro y el moro, a cambio de hacernos a los que quedamos viéndolos marchar, algo más inermes, todavía.

España no es ahora país para inteligentes, que se refugian, conducidos a latigazos, desprecios y penurias, en las cuevas de la soledad, en donde se lamen sus heridas; o que se niegan a bajar de sus pedestales en donde juegan a estilitas anunciando, entre Simón y Jeremías, males apocalípticos, sin moverse del sitio.

No es país, España, para valientes, que andan enzarzados en disputas de galgos y podencos con los que no saben ni donde tienen la mano derecha, o que se dejan empujar, falsificados, por quienes se lanzan a la calle gritando su disconformidad, sin saber qué hacer con los culpables, pero aún peor, sin saber qué hacer en absoluto.

No es España, país; es -confío en que solo por culpa de espejismos de los que habrá que liberarse- solo tierra yerma con los colores pardos de la sequía mental y de angustias, y derrotas presentidas antes de liberar batalla alguna.

 

El Club de la Tragedia: Desquiciados o desahuciados

El suicidio de una señora en Baracaldo, que decidió tirarse por la ventana cuando la comisión judicial que se proponía desahuciarla de su vivienda subía por la escalera, ha avivado un debate sustancial: la fortaleza del derecho del acreedor para despojar al deudor de alguno de sus bienes, resarciéndose así total o parcialmente de lo que se le adeuda.

La situación se enclava dentro de un amplio capítulo del derecho -tanto práctico como dogmático- que trata del cumplimiento de las obligaciones, y el tema ha ocupado y ocupa tantas páginas de brillante literatura jurídica que sería ridículo por mi parte introducir ni siquiera la pluma para mojarla en la tinta del abundante material disponible.

Incumplimientos de obligaciones hay a diario, por miles, quizá por cientos de miles, y su variada casuística se resuelve, dada su naturaleza variopinta, también de distintas maneras. El perdón otorgado por el acreedor o la reducción de la deuda a un valor soportable por quien debe, son algunas formas de salir al paso de las situaciones críticas.

Por supuesto. incluso en los casos resueltos de forma más benevolente con el incumplidor, el asunto no deja de tener consecuencias, aunque no sean otras que la pérdida de capacidad de crédito del que no atendió a sus obligaciones y el escaldamiento del acreedor, que mirará con mayor cuidado en lo sucesivo los sitios en los que confía para obtener réditos a su patrimonio.

Pero lo que se ha puesto con mayor fuerza sobre el tapete mediático, alumbrándolo con la luz de opiniones con fuerte base humanitaria, es la situación de quienes, habiendo suscrito un crédito con una entidad financiera para comprarse una vivienda, se encuentran ahora con que no pueden pagarlo y, en algunos casos, dada la disminución drástica del precio de la vivienda, no se pueden librar de la deuda contraída, incluso aunque entreguen el inmueble que ya tenían parcialmente pgado.

La sabiduría jurídica y la presión popular han puesto en valor la opción de la dación en pago, que es, contado llanamente, la entrega del bien hipotecado-en general, se está hablando de inmuebles-, dando por satisfecha con ello completamente la deuda en que se haya incurrido frente al acreedor financiero. Se liquida con ello la obligación, cualquiera que sea el montante por pagar.

Vengo observando que algunos comentaristas de la situación, con intenciones no siempre claras, confunden, me atrevo a decir que a sabiendas, dación en pago, de la posible protección del inquilino arrendatario, circunstancialmente insolvente frente al desahucio de la vivienda que ocupa.

Y hay, en esto como en todo, multitud de variantes que no pueden ponerse en el mismo saco, sin grave riesgo de incurrir en injusticias, discriminaciones o tratamientos heterogéneos para los mismos supuestos fácticos y, ya en el terreno puramente procesal, tensando la cuerda hacia los profesionales del derecho, ya sean éstos jueces, letrados o miembros de la policía judicial y el propio sistema que ordena la seguridad jurídica, que es parte de la seguridad económica en que se organiza nuestra convivencia.

Porque es muy distinto, por ejemplo, el caso en que es la propia entidad prestamista, títpicamente una sociedad bancaria, la que ha hecho o asumido como elemento básico, antes de conceder el crédito, la valoración del inmueble que se ha hipotecado y con aquella valoración y garantía, ha deducido las cuotas a pagar y señalado el interés aplicable. En esta situación, no parece, a primera vista, justo que la carga de la situación sobrevenida por la pérdida de valor del bien en el mercado, descanse únicamente en la responsabilidad del deudor.

La caída del mercado inmobiliario afecta a todos los que han invertido en inmuebles, tengan o no créditos pendientes. Muchos, seguirán pagando sus cuotas, aunque la realidad les haya hecho conscientes de que su patrimonio ha disminuído. No sé cuántos exactamente han perdido los inmuebles por no poder afrontar los pagos pendientes-las cifras que se manejan, ignoro con qué exactitud, hablan del orden de 400.000 desahuciados. Pero me gustaría también conocer el número de los que sí están cumpliendo con sus compromisos, con las dificultades y estrecheces que cada caso concreto ayudaría a valorar.

El completo análisis de lo que está pasando nos lleva, en mi opinión, a definir unos elementos muy precisos para aplicar dos recursos económico-procesales drásticos, como son la dación en pago y el desahucio, este último como medida extrema, que no solo redunda en beneficio del acreedor, sino que involucra la credibilidad del nuestro estado social y de derecho.

Poner toda la casuística en un mismo saco, es dejar patas arriba, de forma estrictamente libertaria, los baremos de coherencia, credibilidad y solvencia de la sociedad. Una cuestión de tan hondo calado que no se puede dejar a merced de algaradas callejeras, manifestaciones viscerales contra las entidades financieras o la protesta anárquica, teñida o no con los colores ácratas, respecto a lo que estamos haciendo desde las estructuras sociales, para repartir adecuadamente los beneficios, las cargas y las responsabilidades en una sociedad organizada, no sometida al imperio de un caos rampante.  

 

Tapiceros, sastres, restauradores y cirujanos plásticos

He agrupado en el título del Comentario cuatro profesiones muy dignas, con un excelente presente y un brillante porvenir, que encuentro emparejables, en el mismo orden en que las tengo dispuestas.

Los tapiceros y los sastres trabajan recubriendo con tejidos -en algún caso, con cueros- un material que les viene dado como base. No son, en general, ni diseñadores ni modistos: su trabajo, en relación con el cliente, consiste en ayudarle a seleccionar el recubrimiento que permita lucir con eficacia el mueble o el cuerpo que se le confía.

Un buen trabajo de tapicería como de sastrería se nota por el cuidado con el que se han cosido y rematado las distintas capas de tejido, por el ajuste perfecto al chasis corpóreo, por el satisfactorio encaje de las telas y adornos a las peculiaridades del objeto que se ha entregado a sus hábiles manos.

Su trabajo ensalza la pieza, subraya lo noble de la estructura, embellece lo que existe, haciéndolo más bello, confirmando su esencia.

En cuanto a los restauradores y cirujanos plásticos, habrá  que empezar indicando que, siendo de varios tipos, pueden encajarse, sin grandes distorsiones, en dos categorías: los que empeñan su arte en reconstruir fielmente lo que entienden existía antes del deterioro, bien sea fortuito, accidental o por el simple uso, de los objetos y sujetos; y los que, bien por indicación del cliente o por su propia vocación artística, utilizan la materia que tienen entre manos para desplegar su inventiva, sirviéndose del chasis para crear un elemento nuevo.

Tengo mucho cariño hacia los restauradores, y en especial, a los que se dedican a devolver a la vida los muebles y enseres que otros tiraron a la basura, porque ya no les servían o porque ya no les gustaban. Qué puedo decir, que no sea positivo, de los cirujanos plásticos que reconstruyen narices rotas por accidentes, bocas belfas o leporinas, ojos estrabos, piernas corvas o recuperan formas destruídas por mastectomías, por reducir a pocos ejemplos elegidos al azar el trabajo de reparación de los que han estudiado ciencias médicas.

Por contra, no le veo la gracia a quienes dicen crear arte desde la basura, pegando, soldando o amontonando clavos, cadenas, bombas, válvulas, neumáticos y quién sabe cuánta porquería, para, en su dicción, conmover nuestras conciencias y menos aún entiendo que puedan exhibirse en espacios públicos y museos los productos de sus elucubraciones derivadas de un síndrome de Diógenes no reconocido.

Y tampoco le veo gracia, ni como paciente ni agente, a las reformas del cuerpo que la naturaleza le ha dado a cada uno, incrustándose en él prótesis, metiéndose por cualquier parte líquidos, estirándose hasta las orejas para disimular por poco tiempo arrugas y plegaduras.

Pocas son las veces en que un rostro remodelado a golpe de bisturí recupera la donosura que tenía antes de caer en las garras de la búsqueda de la imposible eterna juventud; desgraciados los senos que, vueltos más grandes o más pequeños por virtud de eliminaciones sebáceas o prótesis de silicona, son mostrados por sus llevadoras (o llevadores) como pretexto para seducir mejor; qué decir de glúteos añadidos, abalorios incorporados, adornos sin prestancia. tapetes de ganchillo, reinenciones de avíos. Son inexpresivos, huecos, engañan sin gracia.

Prefiero, con los ambages expresados, a los sastres y a los tapiceros frente a los restauradores y cirujanos plásticos. Así van mis gustos, pese a quien moleste.

 

El Club de la Tragedia: Síndrome de Fukushima en el Madrid Arena

La alcaldía de Madrid, detentada en este período convulso de la historia coetánea española por un miembro de la dinastía Aznar, ha decretado el cierre preventivo del Palacio Municipal de Congresos del Campo de las Naciones, en tanto que se revise, por técnicos competentes, la seguridad de sus instalaciones.

La medida es uno de los efectos colaterales, con hipotético alcance tranquilizador a la ciudadanía, de la tragedia del Madrid Arena, en el que han fallecido cuatro jóvenes -una de ellas, menor de edad- y una quinta se mantiene, a los ocho días del suceso, en estado crítico, y con escasas posibilidades, según los informes médicos de sobrevivir sin gravísimas secuelas.

El cierre del Palacio Municipal ha afectado de lleno al Conama 2012, el Congreso dedicado al Medio Ambiente de proyección internacional que viene organizando, con gran éxito, el Colegio de Físicos, cuyo presidente y principal impulsor es el infatigable Gonzalo Echagüe.

Con menos de dos semanas de reacción, puesto que esta actividad está proyectada para dar comienzo el 26 de noviembre, la decisión del consistorio ha creado un gravísimo problema a la organización del Congreso, que busca a la desesperada un nuevo espacio para ubicar los múltiples actos programados, en el que viene siendo una referencia mundial para el sector ambiental, y que convoca cada año a especialistas, expositores, técnicos, estudiantes y público interesado en conocer las novedades en el planteamiento y realización de un tema de extraordinaria importancia.

El síndrome de Fukushima ha golpeado, pues, una vez más, a nuestra inseguridad constitucional, entendiendo por ello, la incapacidad de sentirse responsable por lo que proyectamos, sereno ante lo que han decidido nuestros profesionales.

¿Quìén revisará, y de qué manera, la seguridad del Palacio de Congresos? ¿Cómo se ha valorado, y por quién, las repercusiones de un cierre que, además de afectar a un acontecimiento de proyección internacional, emite un mensaje de duda, aumentando la sensación de escepticismo respecto a lo que se hace en nuestro país?

De nada han servido los informes recopilados hasta ahora de que en el Madrid Arena se han incumplido las limitaciones de aforo, se han despreciado las precisas indicaciones de diseño de no incrementar la concentración de personas en los diferentes espacios en que está dividido el pabellón afectado por la avalancha incontrolada. De nada han servido las experiencias anteriores, totalmente satisfactorias, del uso del Palacio de Congresos, en el que se han realizado anteriores convocatorias, sin ir más lejos, del propio Conama, incluso con mayor audiencia que, como consecuencia de la crisis, se espera para este año.

No solamente improvisamos en este país, sino que, además, nos movemos por impulsos que nada tienen que ver con la racionalidad. Y así nos va, así queremos que nos vaya.

Mal.

El Club de la Tragedia: Instrucciones para emergencias

Protocolos de actuación, medidas de seguridad e incluso instrucciones de funcionamiento son primos hermanos pertenecientes a una misma familia de intenciones. Por desgracia, su tronco común no es generalmente otro que el salir del paso, cubrir un trámite, rellenar un expediente.

Pocas son las instrucciones de funcionamiento que corresponden exactamente al aparato en cuestión que acabamos de desembalar de la caja con la que se nos ha ofrecido en el mercado. Han variado, por ejemplo, puntos de conexión, disposición de los mandos, modificado las concretas funciones de algunas teclas.

Todo ello, además, sin contar con el lenguaje a veces ininteligible con el que se expresan algunas de las características o las formas de activarlas, traducidas desde otras lenguas por apresurados, inexpertos o incapaces conversores de idiomas, tal vez incluso desprovistos de cerebro humano.

Los protocolos de funcionamiento en caso de emergencia no están exentos de parecidas o idénticas deficiencias y carencias.

Los ensayos de actuación no ayudan, en general, a eliminarlas, sino a convivir con ellas. Recuerdo bien -porque, aunque yo ya no trabajo allí, siguen ocupadas las oficinas- una prueba de evacuación en caso de emergencia por fuego en el que, a los que teníamos los despachos por encima de un determinado piso, al que se nos ilustraba, no alcanzaban las escalas de bomberos, deberíamos subir a la azotea, en donde, se nos expresaba, seríamos recogidos por helicópteros que...no habían sido llamados, porque no había en número suficiente.

La desgracia acaecida en la macrofiesta del 1 de noviembre -convertida para, al menos media docena de familias, en macrodesgracia- que se convocó en el Madrid Arena, reuniendo más de 10.000 personas, viene a demostrar, reiteradamente, que no aprendemos. Los seres humanos -no solo los españoles: todos- no aprendemos.

El juez decano de Madrid, que reconoció que una de sus hijas estaba en la fiesta, explicaba -tampoco alcanzo a evaluar muy bien con qué exacta intención y consecuencias, a posteriori de los hechos-, repitiendo lo que ella le había trasladado, que había cuatro personas por metro cuadrado en la zona baja del gran estadio, por lo que era imposible moverse en él.

El estallido de una o varias bengalas, cuando las puertas de acceso -y, por tanto, de salida- al local estaban cerradas no podía provocar más que una estampida incontrolable, de una multitud que solo podía moverse utilizando la fuerza en la que los más débiles -adolescentes, niñas- tenían las cartas de perdedores.

Veo, por aquí y por allá, extintores tras ventanas de cristal que "solo deben abrirse en casos de emergencia", en los que faltan las llaves, los martillos que teóricamente debieran servir para romperlas...incluso, en alguna ocasión, los propios extintores.

Repaso instrucciones de funcionamiento ininteligibles, incluso para los mejor intencionados ingenieros. Encuentro en mi paso por instalaciones que han merecido, al parecer, el nihil obstat, salidas de emergencia tapadas por cajas, bloqueadas con candados, señales colocadas al revés o dirigidas hacia el cielo o el suelo; y, a veces, salones subterráneos sin otra salida que una angosta escalera.

Podemos preocuparnos muchísimo por lo que los japoneses o los norteamericanos harán cuando un ciclón les azote o un tsunami inunde sus instalaciones más preciadas, despreciando indolentemente que no nos afectarán a nosotros, situados en zona sin riesgo sísmico y lejos de todo mar (lo que, por supuesto, tampoco es cierto en todos los casos).

Pero nos afectarán otros fallos de seguridad y otras eventualidades que, con rigor y conocimiento, nos es imprescindible analizar, antes de que la realidad se presente, sin tiempo para reaccionar, no para que le abramos la puerta, sino para forzarla de un puntapié.

 

 

 

Ingenieria para Abogados y Economistas. Tratamiento de los residuos

Pocas cuestiones tienen la enjundia didáctica que cabe atribuir al análisis de los distintos métodos de tratamiento de los residuos. Ante todo, habrá que ponerse de acuerdo con lo que significa "residuo", que no hay que confundir -contrariamente a lo que creen muchos- con "mierda". Ni en sentido figurado, ni, por supuesto, técnico.

Como estas lecciones no van destinadas a especialistas, bastará con indicar que residuo, para nuestros propósitos, es cualquier elemento que no sirve ya a quien lo posee, y que, por tanto, lo abandona. Las razones para que un objeto o material cualesquiera no sirvan ya a quien, hasta entonces, era su propietario -o, al menos, su poseedor indisputado- son muy variadas.

Puede, por ejemplo, que por moda, adelanto técnico o capricho, ya no apetezca tener lo que, quizá, costó bastante obtener. Cada temporada, miles de prendas de vestir y complementos son arrojados al fondo de los armarios, al desván o al ropero de la asistenta, si es que no se decide colocarlos en uno de esos recipientes metálicos que ponen "ropa usada" y que son minuciosamente investigados por equipos de revendedores en los rastros.

No será de extrañar, que en este mundo tecnológico de impacientes consumidores, encontremos un buen día que el portátil, el móvil, la lavadora o el rizador del pelo ya no pertenecen a la última generación, no tienen recambio o, simplemente, coorresponden a un diseño o prestaciones obsoletas. Podemos optar por meter el antiguo adminículo en un cajón (si es de tamaño adecuado), abandonarlo en un cauce de agua o, más acertadamente, llevarlo a un punto limpio, en la esperanza de que obtenga un destino adecuado en el más allá.

Sean cuales sean los ejemplos que escojamos para fundamentar lo que entendemos por residuo, el que no resulte a unos aprovechable, no quiere forzosamente decir que no sirva a otros. Generalmente, será al contrario.

Y he aquí el primer mensaje que debe incorporarse a las técnicas de tratamiento de residuos. La vida útil de un material o equipo solo se alcanza cuando el poseedor pertenece a los estratos inferiores de la sociedad económica. Para las capas altas, es la moda, el afán de exhibir y aparentar, o el capricho, lo que provoca que los objetos, sea cual sea su naturaleza, dejen de utilizarse cuando aún no han perdido, ni de lejos, sus características fundamentales.

(continuará)

 

 

 

El Club de la Tragedia: Lo que nos importa que haya ganado Obama

A pesar de que las encuestas previas presentaban un panorama de igualdad entre ambos candidatos, el actual Presidente de los Estados Unidos de América ("The States"), renovará por otros cuatro años su mandato por una cómoda mayoría. Barack Obama ha superado con cierta horlgura el número mínimo de electores -270-, derrotando al candidato republicano, Mitt Romney, quien ha aceptado el resultado.

Si los españoles hubieran tenido capacidad de decisión en este evento, la ventaja que habría obtenido el candidato demócrata hubiera sido abrumadora. Tanto los partidarios de la socialdemocracia como del liberalismo se han mostrado votantes potenciales del presidente más negro de cuantos, hasta ahora, han tenido los norteamericanos.

Y lo habrían hecho por pura simpatía ideológica, ya que la izquierda de los norteamericanos queda, en general, escorada a la derecha del espectro sentimental hispano. 

Esto es lo que se argumenta, en fin, de manera repetitiva, en los foros de los analistas, para justificar porqué los españoles preferimos a Obama, a pesar de que, como ya resulta habitual cuando las crisis azotan, tampoco ha cumplido la mayor parte de su programa. 

Me gustaría poner la atención en dos aspectos sustanciales. El más evidente: los programas de los dos candidatos norteamericanos apenas diferían entre sí, y quienes se hayan tomado la molestia de analizar los discursos pronunciados por ambos, según el momento y el auditorio, habrán quedado sorprendidos de las analogías. 

Ambos programas reflejan, principalmente, un alto sentido pragmático, y un enfoque fundamentalmente orientado a la política interior. La pesada maquinaria de una economía de gran porte, con entresijos cuyo manejo resulta inexplicable incluso para los premios nobel de economía, obliga a pasar de puntillas sobre una realidad subyacente, pero insoslayable: a ningún mandatario se le ocurrirá cambiar nada que pueda enfadar a los grandes consorcios norteamericanos, verdaderos controladores de la economía. 

El otro aspecto sobre el que deseo llamar la atención es respecto a los pretendidos efectos saludables de la elección de Obama para Europa. Si soy escéptico respecto a las consecuencias que tendrá para Europa el resultado electoral en los Estados Unidos, aún lo soy más en cómo entiendo afectará a España.

Siempre he creído que el feudo europeo, desde que los norteamericanos intervinieron en nuestras guerras para obtener la mayor parte del mérito, aprovechando muy bien la opción de tenerlas convertidas en mundiales, es un recurso más, un elemento de cambio de su política exterior. Algo, en fin, que se canjea según convenga.

Lo entenderemos mejor si hablamos en porcentajes. España representa aproximadamente el 2,1% de la economía mundial. Es el mismo peso que Asturias detenta en el contexto español (2,2% del pib). Y ya sabemos cómo nos va a los asturianos.

Me levanto, con todo, de mi asiento, para unirme al coro de los que se felicitan porque haya ganado Obama. Como los habitantes de aquella isla del Pacífico que se reunían en el centro de su minúsculo territorio, cuando azotaba el huracán, para recordar a Dios su existencia, con el grito conjunto de "¡Eh, que estamos aquí!", le digo a Obama y a sus asesores internacionales, desde lo profundo de mi escepticismo: "¡Eh!".

Uno de los nuestros: negro y demócrata

El presidente Barack Obama lo tiene negro, lo de ganar las elecciones presidenciales en el país más racista de la Tierra (1), en este año de 2012. La alternativa, Mitt Romney, blanco como la leche, le sigue tan de cerca que no solo le pisa los talones, sino que, a veces, le adelanta, en la carrera por la Casa Blanca. Por supuesto, siempre por la derecha.

Los que manipulan las dosis de ingredientes para que la pócima electoral sea la adecuada para salirse con la suya, entienden que Obama tiene que motivar a su favor al voto negro. Hay que convencer sin fisuras a la población de color de que votar a Obama es votar a uno de los nuestros; es decir, de los suyos.

Como la proporción de ciudadanos afroamericanos es del 13%, esa movilización cuyo fundamento sería el color de la piel, desestabilizaría a favor del actual presidente la realidad del voto.

No admite discusión que es más sencillo demostrar que se es negro (si se es) que demócrata (porque la democracia es un postulado y, por tanto, no admite demostración).

Estas consideraciones cobran especial carácter en un país tan poco sutil para los detalles como los Estados Unidos de América. Para lo primero solo hace falta mostrarse a cara descubierta, y no parece que Obama tenga especiales dificultades en hacer ver, incluso a los más exigentes especialistas en analizar la negritud de una piel, que, aunque con los ademanes elegantes de haber estudiado en Harvard y Columbia (más por lo primero), es bastante negro.

Lo que tiene más difícil es demostrar que es demócrata, pero no porque eso de la democracia sea una entelequia cuya valoración, a la postre, reside en el corazón de cada votante. Sino porque en Estados Unidos, ser demócrata, como el valor en el soldado, no hace falta demostrarlo: se le supone al candidato. Los votantes republicanos son, por principio, en Estados Unidos, tan demócratas como el más demócrata de los simpatizantes del partido demócrata.

El nombre solo sirve, en ese caso, para despistar. Porque Estados Unidos es una democracia republicana, aunque la discriminación sea un hecho y aunque existan familias que copen los puestos relevantes, como en las más genuinas sagas de sangre azul.

Si las elecciones tuvieran lugar en España, y se tuviera que valorar a un candidato por su pertenencia a una minoría étnica y su calidad de demócrata o republicano, apostaría que ganarían los republicanos. Por lo bien que suena. 

--

(1) La afirmación puede parecer escandalosa. Si lo indico así, es solo haciendo referencia libre a la Historia de los Estados Unidos en, digamos, los últimos 150 años; pero no pretendo, en realidad, reconstruir un ranking de la miseria humana.

Considerar al otro enemigo por pertenecer a distinta tribu, creer en un dios diferente, ser más pobre (o más rico), o haber nacido en un determinado lugar, son los matices, algunos incongruentes, de los pecados originales de los que no libera a muchos seres humanos ningún rito, ni exorcismo; ni siquiera el bautismo. 

Permisividad o dejación

Permisividad o dejación

Deben quedar pocos carteles explicativos en los que varias manos -no una, varias- malhechoras no hayan superpuesto grafismos estúpidos, adherido pegatinas de anuncios improcedentes y arrancado trozos de las placas originales, hasta hacer el conjunto inútil, ininteligible, horrible.

No estoy animando a que un ejército de imbéciles se anime a destruir con sus sprays de colorines y los productos de su ínfima inteligencia, los últimos letreros que aún sirvan para orientar al viajero y documentar, aunque sea mínimamente, a los amantes de contemplar la naturaleza pudiendo ponerle, al menos, nombre exacto a lo que están viendo.

No. Me gustaría animar, por el contrario, a que quien vea a una mano asesina estropear un letrero que debiera servir para anunciar una dirección, precisar el nombre de un pueblo, comentar los endemismos de una región o explicar lo que puede hacerse en un recinto, recrimine de inmediato al portador del desorden, denuncie después ante la autoridad a quien así destruya, desprecie hasta su arrepentimiento completo, al que tal se malcomporta.

Quisiera también estar seguro de que los encargados de mantener el orden (o recuperarlo, ay, donde lo hayamos perdido) no miren hacia otro lado cuando un mozalbete -aunque seguro que no son todos mozalbetes- se ampara en la nocturnidad lúgubre de la impunidad y la permisividad sórdida de los demás para estropear para siempre una información, dejando ciegos a los que eran sus destinatarios, condenados, por aquella mala saña, a navegar entre intuiciones, falsas informaciones o el desconocimiento absoluto.

¿Sería posible que la sociedad educada, formada por educadores sin sueldo pero con ganas, no cejaran un ápice, en enseñar a esa creciente masa de perturbadores que no estimamos en lo más mínimo los productos de su cortedad intelectual, que censuramos con decisión sus salidas de tono, que les castigaremos, y no solamente con desprecios, a ellos, o a sus padres y a sus cómplices, si descubrimos, y pueden estar seguros de que acabaremos haciéndolo, su identidad?

Cuando veo un cartel como el que ilustra este comentario, con decenas de intervenciones malignas sobre él, me convenzo de que algo se está quemando en esta sociedad. Algo que es de todos. Y que sus pirómanos obtienen su placer, simplemente, advirtiendo nuestro desconcierto.

---

Nota.- La fotografía está tomada el 1 de noviembre de 2012 en el Parque Rodríguez de la Fuente, en Madrid. Pero podría haber sido obtenida en casi cualquier otro lugar en donde impere el descuido, la mala uva, el desprecio hacia lo que es de todos, caído en el holocausto del nomeimportalomásmínimo.

Quejas al servicio

La vida ofrece magníficos momentos; no entro en discusión acerca de si unos disfrutan de más oportunidades que otros, porque es evidente que la naturaleza de las cosas es diferente para cada ser humano, y algunos han sido muy afortunados.

Hay ciertas inconveniencias que son propias de la fragilidad de la envoltura que nos han puesto encima de nuestra capacidad de pensar. Las enfermedades y las deformaciones -congénitas o adquiridas- condicionan mucho la posibilidad de momentos de disfrute. En cualquier caso, extenderse en estas consideraciones es moverse por el terreno de lo obvio: somos frágiles, y nuestro jarrón puede romperse en el momento más inesperado, tal vez sin arreglo posible.

La imagen de que nos encontramos destinados a una galera, condenados a trabajos forzados, puede parecer demasiado cruel, pero es la utilizada por Imre Kertész, premio nobel de literatura en 2010, para recoger varios centenares de brillantes pensamientos en un libro (falsa novela) que tituló Diario de la galera. 

"No dejo de quejarme de la vida. Y eso que todavía falta morir", es uno de ellos. En este día de difuntos de 2012, ofrezco esta reflexión -aparentemente pesimista, subterráneamente, positiva- para los que se esfuerzan en mirar hacia otros lados.

Jueces, juicios y jurados

Nunca me gustó ser miembro de jurados de certámenes, justas literarias, concursos de méritos o cualesquiera de los diversos modos que una parte de la sociedad elige para distinguir ante el resto lo que es más correcto, le gusta o prefiere mejor.

Pero en esas contadas ocasiones he podido comprobar que la unanimidad no existe por principio, que las opiniones respecto a lo que merece la selección varían, y de que, dependiendo del ardor del que defienda una opción o la resistencia de los que discrepen de ella, puede salir adelante como vencedor lo que no hubiera pasado, para otros o para los mismos en otras ocasiones, el filtro de lo destacable.

En la presentación de uno de los premios del Concurso de Novela corta Café Gijón, Eduardo Haro Teclen explicaba, con evidente sorna, que cuando varios amigos crearon el certamen, se confabularon para darse, ante todo, el premio a ellos mismos.

Es la opción generalmente seguida, aunque no siempre admitida: se crea un premio para premiarse a sí mismo, a los que lo organizan y programan. Y, por tanto, la mayor parte de los concursos tienen corta vida. Cuando se ha premiado a los amigos, a las personas a la que se quiere rendir tributo por cualquier razón, desaparecen las convocatorias, fenece la intención.

Aunque no sea así exactamente, cuando varios expertos -no pongo las comillas, pero ruego al lector que las vea- se reúnen para juzgar, están vertiendo sobre la materia que tienen ante los ojos su propia concepción subjetiva de lo que es óptimo que, por supuesto, es lo que ellos hacen o les gustaría hacer.

Las pocas veces que me presento a un concurso como candidato hago lo que supongo hacemos todos los escritores o artistas, cuando buscamos el dinero o la efímera gloria que proporciona un certamen: imaginar lo que le gustaría al jurado.

Casi nunca he acertado. Pero siempre que me han dado un premio en esas condiciones, mi satisfacción no proviene del galardón en sí, sino de haber acertado en servir de opción para la resolución del conflicto de opiniones y gustos que, estoy seguro, se habrá generado cuando cada miembro del jurado presenta sus candidatos.

 

 

 

 

El Club de la Tragedia: Creativos y anunciantes al asalto

Venía en el autobús de vuelta a casa, cuando reparé que en el ABC que estaba leyendo una viajera, se anunciaba a toda página una nueva revista de deportes, combinando el recorte de un titular del diario deportivo Marca (la competencia) que ilustraba la anodina información de que "La madre de Ballotelli ganará 8 euros a la hora limpiando oficinas", con una frase de similar profundidad escatológica:"¿Es esto deporte? Casi que no".

Aunque no soy aficionado al seguimiento pasivo de los deportes, la información general me ha ilustrado lo suficiente como para no pretender ignorar las aireadas relaciones tensas del gran futbolista italo-negro con su madre biológica. Supuse, por tanto, que los creativos que habían ideado el anuncio se habrían sentido muy satisfechos por la combinación de la agresión al competidor con la avidez del lector medio por saber más de la mamá de Balotelli, antes de caer de vuelta en la cuenta de que lo que se está criticando son determinadas noticias "deportivas" que, como expresé, también son pasto para los lectores de la prensa no especializada.

Imaginé, sobre todo, que el contenido del anncio habría sido aplaudido por quienes pagaron la publicidad, estimándola adecuada al mensaje que deseaban dar.

Tomando otra referencia reciente, algunos días antes, una "agencia de adulterios" (ya se ve que el negocio puede encontrarse con cualquier asunto) publicaba una composición fotográfica en la que se podía ver a una sonriente S. M. La Reina Sofía abrazando a un joven desnudo, bajo la frase concluyente: "Ya no tienes por qué pasar la noche sola".

Nuevamente, en este ejemplo, la agresión a una persona real (más en el segundo caso) se utiliza como reclamo. Son muchos los ejemplos que se pueden encontrar en los media con lo que califico sin reparos de pésimo gusto creativo. En ellos, el criterio de base que pulula en la mesa de los publicistas y sus clientnes es que se trata como sea de llamar la atención, sin que exista la menor preocupación por presentar la calidad del producto que se anuncia.

Mal va también, en esta debacle, el oficio de publicitario cuando la agresión a personas es la forma elegida para despertar el interés de un ciudadano, desde luego, sobrecargado de mensajes, pero al que no hay motivos para negar inteligencia ni, por tanto, buen gusto.

Les aconsejo a publicistas y anunciantes que repasen las nociones que no deben omitirse en un buen mensaje. Si, faltos de ánimo para leer literatura, prefieren verlo en imágenes, pueden deleitarse con los capítulos de la magnífica serie Mad Men, que se centra en los tejemanejes -internos y externos- de una agencia de publicidad. Para este Comentario, bastará con una frase del protagonista, Don Draper: "Las ideas las pone el cliente, nosotros solo tenemos que darles forma".

 

 

El valle de Chamberí y Gedeón

El valle de Chamberí sería la manera de llamar en español al Chamberi Valley, una agrupación informal de una treintena de jóvenes empresarios con sede en Madrid y que se reúnen mensualmente, desde hace ya tres años, para intercambiar experiencias, apoyarse mutuamente y generar nuevas iniciativas.

Las empresas ubicadas en el espacio, a veces pedregoso, del Valle, se dedican, fundamentalmente, a sacar rentabilidad de las nuevas tecnologías en las telecomunicaciones y la informática.

El proyecto, con confesadas referencias teóricas al Silicon Valley, aunque con inconfundible sabor a ibérico en la praxis, ha merecido una página completa en el Süddeutsche Zeitung el 27 de octubre de 2012, bajo el título de "Geht doch" (¡Adelante!), y un subtítulo que, obviamente, me enorgullece: "Ein bischen Hoffnung in Spanien: Miguel Arias hat ein Netwerk für junge Unternehmer gegründet" (Alguna esperanza en España: Miguel Arias ha fundado una red para jóvenes empresarios).

No se concentra el interés por esta iniciativa en la mirada germana (Thomas Urban ha realizado un magnífico artículo); la periodista Ana Pastor -al citarla, siempre tengo presentes dos adjetivos: inteligente y hermosa-, en las páginas del suplemento del sábado O Dona, también ha hecho referencia a una de las empresas de los fundadores del Valle español, Imaste SL, creada hace varios años por Miguel y dos amigos ingenieros, cuando todos ellos estaban recién licenciados.

Me permito en este comentario asociar la idea del Valle de Chamberí con un cuento bíblico, la aventura de Gedeón.

Para los desmemoriados: Gedeón era un agricultor que fue elegido por Yahvé para salvar a su pueblo de la opresión de los madianitas. Desconfiado, pidió pruebas de que el mandato divino no era una broma, y cuando las tuvo, reunió un poderoso ejército.

Pero Yahvé le comunicó que era demasiado numeroso, así que debía eliminar a los que confesaran tener miedo. Ya diezmado por los que desertaron por esa razón, Gedeón tuvo que licenciar también a los que se arrodillaran para así beber más cómodamente agua en el río Jordán.

Cuando solo le quedaban unas decenas de soldados, las instrucciones que recibió Gedeón fueron simplemente las de dotar a cada guerrero de una antorcha y una cacerola y los dispersara. Los madianitas, que sospechaban que se aproximaba un gran ejército contra ellos, cuando oyeron el estruendo que formaban y vieron las luces que parecían provenir de todas partes, huyeron, despavoridos.

Me gusta la metáfora. Sobre todo, porque refleja que no son necesarios muchos para dominar una sítuación conflictiva, sino que basta con que estén convencidos de su fortaleza e inteligencia, y actúen coordinadamente, sin temer que los demás sean numerosos o estén aparentemente mejor dotados.

Porque no hay terreno estéril para los inteligentes ni competencia invencible para los audaces.

 

Constantes universales

La física está jalonada de constantes, relaciones misteriosas entre variables que deberían ser independientes. Una de las más conocidas -aunque no por ello menos oscura- es la constante universal de los gases ideales, R, también conocida como constante de Boltzmann, que relaciona la temperatura, la presión y el volumen a que está sometida una sustancia en estado gaseoso con comportamiento ideal, y el número de moles n de la misma, según la ecuación de equilibrio: PV=nRT.

Otra constante muy simpática es la constante de Planck, que enlaza de manera indeleble la energía E de unas seudopartículas imaginarias -en el sentido de que estamos convencidos de que han estado por ahí, pero siempre llegamos un pelín más tarde- a las que se ha denominado fotones, con la frecuencia nu de la onda de luz de la que forman parte, según la fórmula:

 E = hnu,

Seguramente la más antigua en deambular por los encerados académicos de las constantes universales es la constante de gravitación universal -también conocida como de Newton, aunque Einstein se la apropió más tarde, dándole un toque personal, haciéndola aún más universal.

Las constantes universales son números de la categoría de los reales, con infinitas cifras, y cuando a un número de apariencia anodina se le descubre su camuflaje como constante universal las consecuencias son muy variadas. Una de ellas, es, por supuesto, su conversión en mutante ininteligible para los mortales normales.

La de Newton- Einstein fue obtenida, según la leyenda, de forma empírica, o sea, experimental (y se puede volver a encontrar, no solo tirando manzanas desde los árboles sino, también, tiestos desde las ventanas) y sirve para determinar el poder de atracción de dos cuerpos (no necesariamente de sexo contrario), situados a una distancia r. Cuanto más grande es la distancia, menos intenso es el poder de atracción, lo cual parecería obvio, salvo para enamorados platónicos.

  F = G frac{m_1 m_2}{r^2}

Otro experimento, relativamente fácil de realizar en el propio dormitorio, es que si dos -o incluso más- cuerpos se quieren hasta el punto de desear idealmente fundirse en uno solo, lo que, en ciertas naturalezas es independiente de su sexo, la fuerza de atracción a la distancia cero entre ellos es incomensaurable, independientemente de sus masas y de la constante de Newton.

Todos los niños aprenden rápidamente a recitar como papagayos que la luz tiene una velocidad límite, y que esa velocidad es inalcanzable incluso para Fernando Alonso y Sebastian Vettel por mucho que calienten los motores de sus Fórmula Uno, y que es la que alcanza al propagarse en el vacío absoluto, y que resulta, aproximadamente,  igual a 300.000 km/s (o algo más exactamente, a 299.792.458 m/s)

Por su afán en complicarlo todo para hacerlo más sencillo, Einstein llamó κ (léase, kappa, como los pequeños humanoides con forma de rana de la mitología japonesa), a la constante que relaciona G, convertido ahora en el tensor de Einstein, con T, el tensor de energía.

Esta constante universal del mundo de los tensores, sirve para explicar, ni más ni menos, la curvatura del espacio- tiempo, que es atribuída a la perturbación del  tensor de energía  en el mundo tetradimensional, cuyo culpable sería, cómo dudarlo, la fuerza gravitaroria:

G^{alpha gamma} = kappa , T^{alpha gamma}~

(Para el lector curioso, satisfecho con poner nombres a las oquedades de la omnisciencia, Gαγ  es el tensor de Einstein y Tαγ, el tensor de energía-tensión).

Preocupado por resolver el galimatías, Einstein -lui toujours-acabó relacionando esa constante κ con la velocidad de la luz en el vacío y con la constante universal de Newton, metiendo por medio la relación entre la longitud de la circunferencia y su diámetro, lo cual, para él, lo aclaraba todo:

kappa , = , - { 8 , pi , G over c^2 }~

De la constante universal c se pasa como a través de una puerta estrecha que condujera al Paraíso de las náyades, ninfas y huríes, a la permitividad eléctrica del vacío (digamos, épsilon), según la sencilla ecuación.

 varepsilon_0=10^{7}/4pi c^2 quad mathrm{(en~ A^2, s^4, kg^{-1}, m^{-3}=F , m^{-1})}

Sin embargo, la permeabilidad magnética del vacío (llámese mu) no es dependiente de c, y en el sistema de medidas universal se expresa como un valor constante, de expresión algo cómica, salvando las distancias:

 mu_0=4,pi, 10^{-7} quad mathrm{(en~ kg, m, s^{-2}, A^{-2}=N , A^{-2})}

Fue Maxwell, en fin, quien, en un día inspirado, encontró algo antes las ecuaciones básicas del electromagnetismo, relacionando la permitividad, la permeabilidad y la velocidad de la luz en el vacío:

c=frac {1} {sqrt{varepsilon_0mu_0}}

Y, en esas estamos, más o menos, discutiendo si el campo electromagnético y la física cuántica tiene relaciones o son como los capuletos y los montescos, víctimas de amores imposibles, porque, llegado el séptimo día, los sabios descansaron.

Dormiremos, pues, hasta que alguien vuelva a poner en marcha los despertadores de la inquietud por conocer qué está pasando aquí y porqué razón alguien se tomó la molestia incomprensible de dotarnos de una inteligencia manifiestamente insuficiente para entenderlo todo pero bastante para desearlo compulsivamente.

---

El valor conocido de la constante de Planck es:

 R = 8,314472 quad J / K cdot mol ,

h =,, 6,626 068  96(33) times10^{-34} mbox{J}cdotmbox{s} ,, = ,,  4,135 667 33(10) times10^{-15} mbox{eV}cdotmbox{s}

G = (6{,}693pm 0{,}048) cdot 10^{-11}~mathrm{frac{m^3}{kg cdot s^2}}

El Club de la Tragedia: Desequilibrios compensados con azotes

Los empleados de transportes de Madrid y Barcelona están realizando paros parciales en estos servicios públicos, para protestar de la eliminación de la paga extra de Navidad.

Como consecuencia de esa huelga, que afecta especialmente a las horas de máxima concentración de viajeros, los servicios mínimos acordados con los comités de empresa son insuficientes para cubrir la demanda, y los frustrados ciudadanos se agolpan en los andenes antes de amontonarse incómodamente en los vagones.

Un altavoz repite periódicamente, con voz monótona, que se lamentan las molestias.

Entre tanto, casi seis millones de desempleados deambulan por un mercado de trabajo inexistente, preguntándose por el tipo de milagro que les sacará de la penuria. Desde las alturas, voces de gentes bien alimentadas les indican que perdonen las molestias, que no pierdan la ilusión, y que deben poner de su parte todo el empuje que les sea posible, pues salir de la crisis es cosa de todos (y de todas).

Mientras cientos de miles de viviendas permanecen sin comprador, en un mercado inmobiliario que prosigue su camino descendente hacia un destino desconocido pero no por ello menos dramático, miles de ciudadanos viven la angustia de no poder pagar las hipotecas que suscribieron con entidades financieras que les animaron hace un par de años a convertirse en propietarios, y se ven ahora inmersos en procesos de desahucio que les quitarán sus viviendas aunque eso no bastará, en muchos casos, para liberarles completamente de sus deudas.

Cuando esto sucede, personas de gran capacidad intelectual (académica) y excelente capacidad negociadora (presunta), se reúnen en foros adecuados para debatir propuestas de saneamiento de la economía de los estados más afectados por la crisis, entre las que sobresalen dos ideas que no es posible juzgar de otra forma que estrictamente contrarias: disminuir el gasto público y aumentar los impuestos a las clases medias, o aumentar el gasto público y disminuir los impuestos a las empresas.

Resulta no menos chocante que las preocupaciones de los gobiernos legítimados por la votación popular se concentren en encontrar la forma de aliviar la situación contable de las entidades financieras, en tanto que sobre la situación económica de las familias se viertan toneladas de perfume adormecedor, cuando no algunos golpes propiciados por las llamadas fuerzas del orden, empleadas en sofocar a los más rebeldes de los descontentos con epítetos como elementos antisistema o fuerzas desequilibradoras.

Desequilibrios. Producidos por grietas muy profundas en el sistema productivo de los países desarrollados, que se pueden analizar de maneras incluso muy brillantes, pero que solo se solucionan con medidas muy elementales: controlando el coste del dinero, y, en particular, el coste de la financiación de los estados con problemas.

Que los capitales necesarios para sostener la economía provengan de elementos especuladores ajenos a los estados es la prueba evidente de que el sistema está mal construído, y que hay que rehacerlo. No tiene sentido alguno que mientras los ciudadanos sin culpa nos empobrezcamos y pasemos penurias inimaginables, los altavoces oficiales nos indiquen, como hacen los responsables de los servicios públicos de transporte, que debemos admitir las disculpas que nos ofrecen.

Porque, ya está bien de bromas. No las admitimos. No podemos admitirlas, y no tiene nadie el derecho a interpretar nuestra posición de pacíficos como que nos estamos conformando con que nos azoten. No es así, y deberían saberlo ya los que manejan los látigos y aumentan la presión de las calderas.

El Club de la Tragedia: Marcando paquetes

Puedo suponer que el título de este Comentario parezca a algunos una grosería machista o el lema subliminal de la publicidad de una marca de calzoncillos masculinos; es conscientemente provocativo, pero el contenido no puede ser más inocente. Me quiero referir a la separación de los regalos de Navidad y Reyes que ya ofrecen muchos comercios, y que me recuerdan tiempos de penuria anteriores.

"Se separan regalos para Reyes" contrasta con el "No se fía", que es otra forma de ver las mismas cosas, y convive en la tienda de al lado con el "Se cogen puntos a las medias" o el "Se hacen recauchutados a las gomas viejas" -que es, al mismo tiempo, ejemplo, de cómo se va imponiendo el mix hispano-latino en nuestras ciudades-.

Hay, pues, ocasión, de ir marcando los paquetes que pensamos regalar a los niños y a los mayores en esa fiesta de ensueño, y así mantener la ilusión, por la parte del que pretende dar, de que podrá pagarlo y hacer realidad su propósito.

Separar del comercio los regalos que uno aún no puede comprar, porque no tiene el dinero necesario, es un acto de posesión adelantada, de una especie entroncada con la de pasar el dedo impregnado con la propia saliva por los pasteles que nos gustaban, allá en la niñez, indicando así a los demás miembros de la familia con los que compartíamos bandeja, que, cuando llegase la hora del postre, ésos deberían ser para nosotros.

El gobierno de Rajoy lleva tiempo marcando los paquetes que desearía repartirnos por Navidad o, a más tardar, antes de que termine su legislatura o se la hagan finiquitar.

También ha hecho el mismo gesto, S.A.R. El Príncipe de Asturias, en la entrega de premios que llevan su título, el 26 de octubre de 2012, en mi ciudad natal, Oviedo, antes y después de aguantar el chaparrón que le organizaron desde un grupete de oportunistas que sostenía un cartel con la palabra "fartones" (1) y se condecoraba con la bandera republicana.

Va pasando el tiempo, y los paquetes se quedan en el almacén, con la señal que les han puesto los que prometieron entregárnoslo. Emplean demasiado tiempo en explicar porqué no han cumplido su palabra, mientras siguen marcando más y más paquetes.

 

------

(1) "Fartarse" es bable y significa comer hasta saciarse, esto es, hartarse. El que se harta, es un "fartón". La palabra en el cartel esgrimido en tan fausta ocasión parecería indicar que los asturianos tenemos/tienen esa impresión de la familia real (puesto que podría deducirse que a ella iba dirigida el mensaje). No creo que sea así, en absoluto. Los asturianos ya no somos ni republicanos ni monárquicos; con tal de que no nos abofeteen demasiado fuerte, tragamos cualquier cosa.

El Club de la Tragedia: Consejos para

No importa cuál sea la especialidad o la trayectoria vital del entrevistado, hay un momento en el que el cuestionario planteará la interrogante inevitable: ¿Qué consejo daría Vd. para...?

Pienso que lo más sensato sería contestar: En realidad, no tengo ni idea. Mi experiencia es muy limitada y, en gran parte, el resultado es debido a que tuve mucha suerte; otros con parecidas e incluso superiores cualidades a las mías, se han quedado con sus ilusiones en el camino.

Por el contrario, no me consta que nadie haya rehusado dar su opinión acerca de lo que deben hacer los jóvenes para triunfar en literatura, los empresarios para tener éxito en los negocios, los parados para encontrar empleo, las mujeres para estar más bellas o más fuertes, los hombres para estar más fuertes o más bellos, etc.

Cuando en cualquier medio de difusión me encuentro con la cara satisfecha de alguien dispuesto a dar consejos, me pregunto -fuera del guión- cuál sería la respuesta del mismo entrevistado si se viera, por circunstancias de la vida, envuelto en una situación crítica.

Muy pocos pueden jactarse de haber superado, sin graves heridas en el alma, esa prueba de fuego: encontrarse totalmente arruinado y demandado en los tribunales de justicia -injustamente, preciso- por levantamiento de bienes; verse mutilado o enfermo con pocas posibilidades de sobrevivir; haber perdido a la persona más querida en un accidente o haber causado uno que provocó varias víctimas, ...

Solamente me interesan los consejos que permitirían evitar las situaciones dramáticas, atajándolas a tiempo. Las medidas que hubieran permitido no llegar a una situación en la que la mitad de los jóvenes se encuentran en paro; o hubieran conseguido una estructura económica diversificada y dinámica para aguantar cualquier crisis, sistémica o... polisémica; o hubieran controlado el crecimiento exponencial de la corrupción, la evasión de capitales o la economía sumergida; etc.

Todos esos expertos de aula y gomina que, a posteriori, nos indican que no hay que perder nunca la esperanza, que hay que presentar lo mejor de uno mismo, que hay que reconvertirse, que se debe apoyar la investigación, que tenemos que reducir los consumos superfluos, que tenemos que apretarnos el cinturón, etc., me hacen pensar que, en efecto, tenemos un problema estructural en nuestra sociedad: no aprendemos; aprehendemos.

 

La visión del mundo de Albert Einstein

Allá por 1981, curioseando por una librería de Düsseldorf, en la sección dedicada a la Física, me encontré con un librito titulado "Mein Weltbild", que estaba firmado por Albert Einstein.

Aunque lo cogí inmediatamente de la estantería, después de hojearlo, no lo compré. Era una selección de textos extraídos de cartas y artículos escritos con otro fin, y me pareció oportunista su publicación. Supongo también que me decepcionó que no tuviera cientos de ecuaciones que explicaran, de una vez, cómo había llegado a descubrir la teoría de la relatividad, y por la que le habían dado el Premio Nobel de Física en 1921 a los 42 años.

Hace unos días, mi tío Manuel F. Carrio me regaló la traducción de aquel libro. Se trata de la tercera edición española de "Mi visión del mundo", publicada por Gráficas Diamante.

Me lo leí de un tirón, adquiriendo a medida que avanzaba en la lectura, la convicción de que había en el texto reflexiones que me acercaban sustancialmente a la visión global de Einstein, que no difería de la Bertran Russel y otros "humanistas" convencidos.

No pretendía encontrar la verdad en aquellos escritos; Einstein no es la Suprema Providencia. Me lo demostraba el texto al advertir que, junto a cuestiones filosófico-existenciales que reflejaban un espíritu abierto, sereno, analista de las cuestiones claves que deberían ocupar y preocupar al ser humano y a la colectividad, propias de un ser escéptico respecto a la capacidad del ser humano para entenderse a sí mismo, cohabitaban escritos dedicados a temas triviales, perecederos, circunstanciales. Y hasta cómicos.

Demostraban, a la postre, que Albert Einstein no era una figura literaria. Había vivido una vida. La suya. Su visión del sionismo y de la femineidad lo venían a corroborar, en mi opinión. Incorporaban una manera de asumir lo judaico como producto singular de una élite elegida por la divinidad para conseguir sus designios, como -y esto me resulta aún más obsoleto- una manera delicada, pero decididamente no comprensiva, marcadamente "machista", del papel de la mujer entendida como elemento subsidiario del varón y no como igual.

De entre las citas que vendrían a soportar mi juicio puntualmente rebelde a lo que pensaba Einstein cuando se salía del guión, extraigo, para este comentario, con el que, desde luego, no aspiro ni siquiera a figurar entre los anti-Nobel, esta curiosa reflexión.

"Pienso que en la próxima guerra habría que enviar al frente a las mujeres patrióticas en lugar de los hombres. Sería algo nuevo en este interminable y desesperante asunto. Y además, ¿por qué no dar ocasión a que los sentimientos heroicos del bello sexo se expresen de manera más pintoresca que atacando a miembros indefensos de la población civil?" (A.E. 1933)

Esa guerra que temía Einstein tuvo lugar, como es sabido. Y vendrán otras, tal vez la última. El escrito queda como una pequeña demostración, en fin, de que no se puede ser genio en todos los campos. Hasta los mejores escribanos del porvenir de la Humanidad no son inmunes a verter, de vez en cuando, un borrón que convierte esas páginas manchadas por la visión del momento -el temible "efecto túnel"-, en circunstancial material de desecho.

 

El Club de la Tragedia: ¿Qué queremos decir cuando no tenemos nada que decir?

Cuando uno está varios días fuera, a la vuelta, una de las primeras cosas que se hace es abrir los buzones de correos. Me refiero solo a los buzones particulares, no a los de la oficina o el despacho, que se supone que serán vigilados a diario, por uno mismo o "por un propio".

En el buzón físico de correos encontraremos mucha propaganda: normalmente, los repartidores se ensañan con mi buzón, que tiene la boca ancha, y me cuelan decenas de ejemplares del mismo folleto; entre tantos papeles inútiles, que irán directamente al contenedor de reciclado más cercano, hay unas cuantas cartas del banco -los bancarios han descubierto, como tengo denunciado, la forma de cobrarnos varias veces el franqueo por lo que confían a una única remesa; tampoco entiendo porqué se esfuerzan en comunicarnos la evolución de los activos en bolsa o de los fondos de pensiones, por períodos variables a su antojo-; puede que haya algo más -una nota del Presidente de la Comunidad de Propietarios o la dramática indicación del Banco de Sangre diciendo por enésima vez en este año que les falta material cero positivo.

Los buzones virtuales estarán también llenos a rebosar. De spam, de propaganda de viajes que nunca haremos y hoteles que no visitaremos, de revistas de prensa y noticias de comisiones, reuniones, convocatorias y acontecimientos relevantes para los emisores que no tendremos tiempo de leer.

Habrá muchos, -demasiados- mensajes rebotados por cadenas piramidales en las que se acumulan direcciones de correos de desconocidos o eso tan enigmático como "Destinatario: Ninguno",  emitidos desde la soledad de amigos desocupados que nos ilustran sobre la última ocurrencia -real o supuesta- de Arturo Reverté, Vargas Llosa, Einstein o Mussolini (no me da lo mismo uno que otro, pero tampoco los leo).

Sepultados entre ese montón de morralla, encontramos, por fin, como una flor en el erial, la comunicación de un amigo que se toma la molestia de escribirnos algo personal y original.

¿Qué querrán decir, me pregunto, especialmente cuando veo tantos mensajes juntos, esos otros amigos que no tienen nada que decir, y que envían un pensamiento ajeno -generalmente trivial, si es que me animo ocasionalmente a leerlo-, incluso a veces, subrayando el anexo con una frase del tipo: "Me parece genial, no dejes de leerlo".

¿Se habrán convertido en robots? ¿Estarán siguiendo instrucciones de un alienígena que les haya absorbido la facultad de pensar por sí mismos, negándoles la opción de decir, "Aquí estoy, siendo, y opino esto y lo otro por mí mismo".

Porque eso, que tan raras veces sucede, es lo que esperamos, que alguien se muestre como es, no como lo que son otros. Es lo que me gustaría que los amigos creyeran que quiero de ellos. Así, desde luego, lo quiero.