La visión del mundo de Albert Einstein
Allá por 1981, curioseando por una librería de Düsseldorf, en la sección dedicada a la Física, me encontré con un librito titulado "Mein Weltbild", que estaba firmado por Albert Einstein.
Aunque lo cogí inmediatamente de la estantería, después de hojearlo, no lo compré. Era una selección de textos extraídos de cartas y artículos escritos con otro fin, y me pareció oportunista su publicación. Supongo también que me decepcionó que no tuviera cientos de ecuaciones que explicaran, de una vez, cómo había llegado a descubrir la teoría de la relatividad, y por la que le habían dado el Premio Nobel de Física en 1921 a los 42 años.
Hace unos días, mi tío Manuel F. Carrio me regaló la traducción de aquel libro. Se trata de la tercera edición española de "Mi visión del mundo", publicada por Gráficas Diamante.
Me lo leí de un tirón, adquiriendo a medida que avanzaba en la lectura, la convicción de que había en el texto reflexiones que me acercaban sustancialmente a la visión global de Einstein, que no difería de la Bertran Russel y otros "humanistas" convencidos.
No pretendía encontrar la verdad en aquellos escritos; Einstein no es la Suprema Providencia. Me lo demostraba el texto al advertir que, junto a cuestiones filosófico-existenciales que reflejaban un espíritu abierto, sereno, analista de las cuestiones claves que deberían ocupar y preocupar al ser humano y a la colectividad, propias de un ser escéptico respecto a la capacidad del ser humano para entenderse a sí mismo, cohabitaban escritos dedicados a temas triviales, perecederos, circunstanciales. Y hasta cómicos.
Demostraban, a la postre, que Albert Einstein no era una figura literaria. Había vivido una vida. La suya. Su visión del sionismo y de la femineidad lo venían a corroborar, en mi opinión. Incorporaban una manera de asumir lo judaico como producto singular de una élite elegida por la divinidad para conseguir sus designios, como -y esto me resulta aún más obsoleto- una manera delicada, pero decididamente no comprensiva, marcadamente "machista", del papel de la mujer entendida como elemento subsidiario del varón y no como igual.
De entre las citas que vendrían a soportar mi juicio puntualmente rebelde a lo que pensaba Einstein cuando se salía del guión, extraigo, para este comentario, con el que, desde luego, no aspiro ni siquiera a figurar entre los anti-Nobel, esta curiosa reflexión.
"Pienso que en la próxima guerra habría que enviar al frente a las mujeres patrióticas en lugar de los hombres. Sería algo nuevo en este interminable y desesperante asunto. Y además, ¿por qué no dar ocasión a que los sentimientos heroicos del bello sexo se expresen de manera más pintoresca que atacando a miembros indefensos de la población civil?" (A.E. 1933)
Esa guerra que temía Einstein tuvo lugar, como es sabido. Y vendrán otras, tal vez la última. El escrito queda como una pequeña demostración, en fin, de que no se puede ser genio en todos los campos. Hasta los mejores escribanos del porvenir de la Humanidad no son inmunes a verter, de vez en cuando, un borrón que convierte esas páginas manchadas por la visión del momento -el temible "efecto túnel"-, en circunstancial material de desecho.
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