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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Medicina

Consentimiento informado, ¿dígame?

La Ley 41/2002, Reguladora de los derechos del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica, contiene en su Capítulo II, los elementos de una consecuencia fundamental derivada del derecho individual a decidir por sí mismo, en relación con el tratamiento de dolencias, enfermedades y cualesquiera actuaciones de terceros, aún provistos de las mejores intenciones y de los mayores conocimientos, sobre nuestro cuerpo: el consentimiento informado.

Las dos palabras parecen decir mucho, pero pueden quedar vacías de contenido si se atiende a la tremenda desproporción de ambos mundos: el del personal sanitario y el del paciente, (admitiendo por tal denominación, sin reticencias, a la persona que demanda la atención sanitaria).

El conocimiento y la praxis están del lado de los médicos. La necesidad, el dolor, la angustia, de la parte del paciente, de su familia y demás allegados afectivos. El uso correcto del vocabulario y terminología adecuados, la capacidad para elegir la óptima entre el arsenal de opciones, residen exclusivamente en el personal sanitario. El dominio del tiempo, y el control del uso de todos los recursos hospitalarios, también. 

Los pacientes ponen de su parte la urgencia, la desorientación, y, por encima de cualquier consideración, la necesidad y el deseo ferviente de ser curados. No es poco, pero no deberían ser utilizados por ello.

No hace falta pormenorizar las situaciones para entender, porque todos hemos vivido algunas, que entrar en un hospital -de gestión pública o privada- significa introducirse con un hándicap grave -la enfermedad, la dolencia, la herida- en un mundo poblado de seres superiores, regido por una disciplina que tiene misteriosas cadencias, en la que los que más mandan han adquirido la categoría de divinidades.

En él, los dolientes y sus familias son personajes de estratos inferiores, admitido así por ellos mismos, sin que nadie se lo tenga que imponer, que están predispuestos a emplear el tiempo que haga falta, renunciar a lo que sea preciso, admitir lo que se les diga, con tal de que les curen.

Y si, como es por fortuna, la consecuencia de muchos de los tratamientos médicos en este momento de la tecnología -dejando a un lado que tenemos fecha de caducidad-, que el encuentro entre ambos mundos se finaliza con éxito, esto es, si se nos cura, si se cura a los que amamos, pasamos a ser portadores de un sentimiento de infinita gratitud hacia los expertos que han obrado el milagro.

Enterrados en el lodo de la ignorancia y, también, de la ocultación consciente, quedan los historiales de fracasos, los episodios de desencuentros totales, que pasan a formar parte de la voluntad de conformarse ante lo irremediable, de rendirse ante la imposibe demostración de que la mala práctica es imposible de probar y está protegida por la muralla de los intereses de clase, de la asunción de la debilidad de las carnes humanos frente a la incuestionada entrega, que se presupone absoluta, del profesional, cuya vocación, elegida por él para cumplir el designio de los dioses, es la salvífica, como único comandante de la nave tecológica, de lo que pueda de los desperfectos que se le han puesto en las manos, y de la que, en general, somos nosotros, los otros, los culpables.

Todas estas elementales disquisiciones no debieran ocultar algo que, todos los días, miles de veces, se vive en los hospitales, residencias, ambulatorios: el paciente no sabe lo que tiene, no se le informa de lo que padece con términos que entienda, no se le indica por qué se le realizará tal intervención y no otra y, desde luego, se le oculta el riesgo concreto de cada decisión y, para completo cierre de las ocultaciones, ni siquiera se le expresa, ni con la mínima claridad, cuál será la evolución previsible de su dolencia, los efectos sobre su organismo, etc.

Cuando, minutos antes de entrar en el quirófano, a un ciudadano, instantes antes de convertirse en paciente, se le hace firmar una o dos hojas que ratifican que otorga su consentimiento informado ("Firme aquí"), está eximiendo al personal sanitario de responsabilidades respecto a lo que le pueda suceder. Seguro que no le queda otro remedio que hacerlo así, que lo quiere evidenciar, pero no le vendría mal, nada mal, que de verdad le hubieran informado bien de lo que van a hacer con su cuerpo y cómo, probablemente, reaccionará su organismo con esa intervención.

Le ahorraría a él y a sus allegados muchas angustias, elucubraciones y preocupaciones posteriores. Porque hay otra vertiente, además de la sanitaria, en el consentimiento informado, digna de protección: el ser humano lego en las técnicas médicas, que no está acudiendo al favor divino ni celestial cuando entra en un centro sanitario, pero que, probablemente, no deseará ser tratado como un imbécil.

Médicos con fronteras

La publicación del Plan de Medidas de Garantía de la Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público, de la Comunidad de Madrid ha provocado reacciones de crítica fundamentada. José Manuel Ribera Casado, catedrático emérito de Geriatría y Académico de Número de la R.A.N. de Medicina, expone sus argumentos en un artículo titulado "La sanidad de Madrid o el juego de los despropósitos" (EP, 11 de noviembre de 2012).

Desde su experiencia, y centrándose fundamentalmente en la equivocación que supondría convertir el Hospital de La Princesa en un centro "de alta especializaciónpara la patología de las personas mayores", los argumentos del Dr. Ribera adquieren el carácter de principios dogmáticos y suponen la descalificación formal de las pretensiones de la Consejería de Sanidad madrileña.

Denuncia Ribera Casado que no se ha contado con los profesionales ni con los usuarios para adoptar medidas (aún, propuestas) que califica de "descabelladas", desmantelando "un hospital que viene rindiendo a satisfacción y que ha sido cabeza de área en Madrid hasta hace cuatro días", en la pretensión de generar "un hospital monográfico" -idea "prácticamente desterrada en todo el mndo, por razones funcionales y hasta éticas"-.

Son varias, y pertinentes, las preguntas que se hace, y nos hace a los lectores de su exposición, el Dr. Ribera, quien fue primer catedrático español de la especialidad de geriatría. Hay una duda, sin embargo, que plantea en el contexto de su fundamentada opinión, y que creo poder resolverle; en realidad, más que a él, qe seguro que conoce como yo la respuesta, a los lectores de su artículo que no la conozcan.

Escribe Ribera Casado: "Nunca entenderé el extraño concepto de que, a igualdad de servicios y calidades, sea más adecuado un presupuesto que incluye beneficiooos para terceros que otro que no incorpora esta partida".

Por supuesto que no tiene lógica económica que los servicios públicos desarrollados por una empresa privada sean más baratos para los usuarios. Y ni siquiera que sean mejores, cuando la entidad pública tiene ya una cierta dimensión, pues podrá dotarse de los equipos, personal y metodología más adecuados, sin que debieran existir diferencias teóricas de acceso respecto a las empresas bajo gestión privada.

En todo caso, debería ser al contrario, pues el estímulo de estar prestando un servicio directo a la colectividad y la facilidad de convicción al ciudadano de que se está haciendo lo correcto, y que se ha de suponer a los gestores públicos, tendría que contar como una ventaja.

Lamentablemente, los despilfarros de las entidades públicas son mayores, por el menor control que se ejerce en ellas. Por falta de capacidad gerencial, por disminución de interés -incomprensible- y por la ingerencia de los políticos, adulterándolas, en las decisiones puramente técnicas o preofesionales.

Hay más: el personal no está igualmente motivado ni pagado que en la privada, en donde la eficiencia se premia, por lo que los mejores profesionales suelen acabar yendo a instalarse, después de adquirir experiencia en lo público, allí donde cobran más. La dotación de equipos en las entidades públicas es, en general, inicialmente mejor, pero por malos usos, falta de adecuado mantenimiento y reinversión, una parte de ellos acaban convirtiéndose en obsoletos o inservibles.

Y no en última instancia, las entidades públicas están sobrecargadas de personal, incorporado a dedo en ocasiones y no siempre el más cualificado, que acaba enquistándose en la estructura; tampoco la adquisición de consumibles, repuestos y demás elementos de la intendencia se hace desde el más exacto y eficiente control; y las decisiones políticas interfieren sobre las profesionales, adulterándolas.

Me parece lamentable, y lo digo desde el conocimiento de haber estado en la gestión tanto pública como privada, que las entidades públicas españolas, a salvo de excepciones realmente dignas de ejemplo, y que deberían airearse más, no estén a la altura de las empresas privadas que actúan en los mismos sectores y que, por intereses que no siempre están claros, acaban asumiendo tareas imprescindibles para la buena ejecución de servicios públicos esenciales.

Y, como he escrito y difundido en múltiples ocasiones, en todo caso, lo que es inalienable es el estricto control de la gestión que realizan las empresas privadas. En un sector esencial, de gran sensibilidad social, como es el sanitario, el cumplimiento de estos principios, como excelentemente expone el Dr. Ribera, resulta inexcusable.Porque si se obvian, no hay sostenibilidad que valga. Solo zarandajas.

Sobre mellizos, fertilidad y negocio

Sobre mellizos, fertilidad y negocio

Perdemos población, pero ganamos en porcentaje de mellizos. Antes de que las técnicas de fertilización se llevasen al terreno humano, las estadísticas inicaban que las posibilidades de tener un embarazo doble no superabn el 1,3 por ciento. Hoy día, cualquiera puede constatar que el número de carritos dobles (dependiendo de la hora del día, conducidos por la cuidadora latinoamericana o marroquí o un abuelo) ha aumentado de forma significativa.

Tener mellizos a cierta edad se ha convertido en habitual.

La razón es también conocida: las mujeres, obligadas a trabajar para sostener un régimen de ingresos suficiente, deciden ser madres a edades más avanzadas, se someten con mayor frecuencia a técnicas de inducción a la ovulación o de fertilización asistida, todo lo cual aumenta la posibilidad de quedar embarazadas de mellizos; matizamos bien, porque el número de gemelos idénticos sigue inmutable: cuatro por cada mil embarazos.

Dependiendo de la droga estimulante empleada para forzar las ovulaciones, las posibilidades aumentan; con gonadotrofinas, el porcentaje es de uno de cada 5; con citrato de clomifeno, serán menor, pero no bajará de uno de cada 20. Si la técnica que los laboratorios de fertilidad emplean es la llamada de fertilización o inseminación in vitro (FIV) el porcentaje puede llegar a 1 de cada dos embarazos, ya que, para garantizar el éxito del tratamiento, se llegan a implantar hasta 6 embriones en el útero (cantidad máxima regulada legalmente).

Otras técnicas, como la transferencia de embriones o gametos en la trompa de Falopio (GIFT o ZIFT) también aumentan el porcentaje natural. Solamente la inseminación artificial, y siempre que no se combine con drogas, mantiene la tasa natural de generación de mellizos en mujeres jóvenes. Si las futuras madres tienen más de 35 años, evidencian mayor producción de hormona folículo-estimulante (FSH), que tiene el doble efecto de disminuir la fertilidad, y se aumentan también las posibilidades de embarazo multiple.

Los problemas ligados a un embarazo múltiple no son menores. Obviando la cuestión de tener que alimentar, educar, cuidar, etc. a dos o más bocas, durante el embarazdo hay que atender al crecimiento simultáneo de dos o más fetos, que obliga a vigilancias especiales, y, a término, se unen las complicaciones del parto. Por eso, la mayor parte de los nacimientos de mellizos se producen en los hospitales públicos, dotados con mejores medios y preparados para dar más atención en caso de problemas que las clínicas privadas, orientadas no precisamente a la beneficencia, sino al negocio.

La cuestión de obtener descendencia, deseo que el ser humano pocas veces puede calmar, se convierte en un asunto económico con consecuencias colaterales. Además del alto coste que supone, para los padres, un embarazo por técnicas no naturales, existe una alta posibilidad de embarazo múltiple cuando se emplean procedimientos asistidos, y los partos se conducen por las clínicas privadas de fertilidad a centros que pagamos entre todos, reservándose así la parte agradable de comunicar a los futuros padres que el tratamiento ha sido un éxito y sobrecargando los servicios asistenciales públicos y a sus profesionales. 

Hacia una gestión sanitaria más responsable por un camino tortuoso

Qué magnífica ocasión para debate, la proporcionada el 28 de abril de 2011 por la Asociación Española para la Calidad, con el apoyo de la Agencia Laín Entralgo (Gran Vía, 28, Madrid), que reunió a varios ponentes en torno al tema "Responsabilidad social de la empresa en el sector sanitario".

Fue una primera andanada (1) sobre un terreno con muchas aristas y oscuridades. Solamente pudimos asistir a la primera parte de la Jornada, en la que intervinieron Germán Granda (Forética), Yolanda Villaseñor (AENOR) y Joaquín González (Coordinador de Calidad del Hospital Universitario de getafe). La sesión comenzó con retraso y no hubo coloquio, por lo que únicamente pudimos charlar durante el café con Germán Granda, quien hizo la exposición más general sobre el tema.

No queremos entrar en este Comentario en el análisis de las ponencias, sino aprovechar el mismo para exponer nuestro criterio. Es imprescindible dotar a la gestión sanitaria de un marco de calidad homogéneo, antes de entrar en valoraciones sobre lo que es óptimo o favorecer la exhibición de excelencias de gestión puntuales.

Como usuarios de los servicios públicos, no nos interesa que en nuestra región haya uno o varios centros asistenciales magníficos, si subsisten deficiencias terribles en los demás y, justamente, en aquellos que nos corresponden.

Y, tanto o más grave, cuando los servicios sanitarios privados campan a sus anchas por el sector, amparados en una permisividad cómplice de las institucciones que deberían ejercer el control. Existen graves incumplimientos de la normativa -en la gestión de residuos sanitarios, de las normas sobre accesibilidad, de la ley de Sanidad, e incluso del código civil o administrativo- que no son supervisadas, ni sancionadas.

Mientras no se solucione este aspecto, hablar de responsabilidad social de la empresa -¡justamente de la empresa!- en el sector sanitario es una entelequia populachera, producto de un propósito más politiquero que efectivo.

Sufrimos ejemplos dramáticos de esta dejación de funciones por parte de la Administración local y autonómica, que hemos denunciado ante las autoridades y en los Juzgados, con resultados, en muchos casos, muy poco esperanzadores.

Mientras la situación se clarifica, la avidez de ciertos empresarios sanitarios, apoyada en la convivencia de algunos responsables políticos y la confusa y prolija legislación y reglamentación del sector, que está generando una maraña jurídica entre lo que es bueno, lo que es admisible y lo que es opinable, sufrimos los pacientes, es decir, la ciudadanía (convertida en paciente y sufridora) de este desorden.

Porque la Sanidad no puede ser un turbio negocio: es una necesidad básica para la población y el garantizar un nivel asistencial homogéneo, regido por unos principios éticos insoslayables, una reglamentación coherente y única para el Estado y sometido a un deber de transparencia en los resultados económicos de su ejercicio, no puede subordinarse a ninguna voluntariedad.

(1) De los muchos - y en algún caso, olvidadas- acepciones de la palabra "andanada" hemos elegido la de "orden de cosas puestas en línea" (RAE, andanada como sinónimo de andada).

Sobre la perplejidad

La perplejidad es una cualidad muy difícil de utilizar bien, ya que debe extremarse su uso cuidadoso para que no se confunda con devoción o cursilería. Ejercida en su forma natural, revela una posibilidad de salvación de los escépticos, mirada desde la tabla de los convencidos.

Los perplejos genuinos son escasísimos, porque hace falta un nivel intelectual que raras veces se alcanza. Solamente pueden ser reconocidos como perplejos los que, creyendo dominar una ciencia, una disciplina, un dogma, se encuentran, de pronto, con que había más cosas escondidas hasta entonces, y que se desvelan con todo se esplendor, poniendo en solfa lo que entendíamos como inamovible.

Por ejemplo, es casi seguro que una buena parte de los mil¡tantes del PP se encuentren perplejos (a lo mejor, ya se les ha pasado), al descubrir que se podía utilizar el partido por algunos de sus dirigentes para enriquecerse personalmente. Esa perplejidad, al ser de naturaleza política, no debe ser muy disímil -aunque haya discusiones para entendidos acerca de cada una- con la que sintieron los afiliados y simpatizantes al PSOE cuando quedó al descubierto que este partido que predicaba desde la honradez había organizado una trama, en torno a Filesa, para engordar las arcas propias y, posiblemente, algunas de las ajenas, viendo de conseguir más votos.

Los perplejos pueden darse en todas las épocas y disciplinas y son gente imprescindible para avanzar. Existen manuales y guías para perplejos, que pertenecen tanto al campo de la ciencia como de la literatura. La más elaborada es la que escribió Maimónides (Rabino Moshe Ben Maimón), de exacto título Guía de Perplejos, que contiene toda su filosofía (y que resulta prácticamente ininteligible, por desgracia, provocando una perplejidad de genuina esencia en el lector no iluminado).

En la mitología bíblica, el primer perplejo fue Adán que, por comer una manzana en cuyo contenido se le había prometido distinguir del bien y del mal y ser como dioses (él y su costilla), fue castigado a perder el Paraíso, con lo que se inició una época oscura de la especia humana que, en el campo real, aún no ha terminado ni se sabe cómo podrá terminar.

Vivimos hoy una situación proclive a la perplejidad, pudiendo decirse que los niveles de perplejidad han bajado varios peldaños. Se puede estar, hoy por hoy, perplejo por múltiples motivos que, apenas hace un par de décadas, serían impensables. Perplejo de la actuación de la judicatura, como colectivo, empeñada en hacer ver sus filias y fobias personales y políticas; perplejo, desde luego, por la desfachatez con la que se actúa en las más variadas instancias, sin tener en cuenta la menor pudibundez.

Se haría necesario, incluso imprescindible, recuperar los niveles de perplejidad intelectual de los tiempos clásicos. Es que, tal como se han puesto las cosas, lo extraño sería no mostrarse perplejo-

Sobre la predisposición

Unos investigadores suecos y alemanes, utilizando un grupo de 50 voluntarios, han demostrado que existen dos polimorfismos genéticos que, cuando están presentes en algunos individuos afectan a la susceptibilidad para superar el miedo y afrontar las enfermedades.

Es decir, ciertas personas estarían predispuestas a sufrir más que otras.

El asunto es atractivo. En los colectivos, siempre hay alguien que parece destinado a recoger un mayor número de bofetadas. No necesariamente puede coincidir con el que vuelve de la excursión de fin de semana que ha realizado con los compañeros de trabajo, con un tobillo fracturado, o el que deja la maleta olvidada en el hotel y no se da cuenta hasta que se sobrevuela el aeropuerto de la próxima escala.

Tampoco tiene, seguramente, esta predisposición a sufrir con la vocación de la que tanto hemos oído hablar de niños. Pero si, finalmente, se comprueba que existen genes que nos predisponen a sufrir, habrá genes que nos predisponen para otras cosas, y acabaremos convencidos de que nuestro destino está escrito en nuestra naturaleza.

Queda aún mucho trabajo por realizar, sin duda, hasta la incorporación de las características genéticas sospechosas de encauzar nuestras predisposiciones a las tarjetas de identidad. Habría, cuando llegue ese momento, que redactar los Códigos Penales a la medida de cada individuo. El juez de instrucción, antes de meterse en más honduras en la investigación de un presunto delito, se interesaría por saber las predisposiciones, no del culpable, sino de la víctima.

Lo siento, amigo, podía concluir el togado, Vd. estaba predispuesto a sufrir y, sus posibilidades de ser víctima eran altísimas, por lo que la situación actúa de eximente para el presunto culpable. Era Vd. una víctima propiciatoria, amigo.

 

Sobre los catedráticos de Obstetricia y Ginecología

Los catedráticos de Obstetricia y Ginecología españoles son todos hombres. De sexo masculino, queremos decir. No puede darse mayor paradoja que los máximos expertos oficiales en la mujer, -en su fisiología específica y en el más indubitado proceso que solo puede albergar en sí la hembra humana y jamás, por mucho que las ciencias adelanten, realizará el macho de esta especie, la gestación y el parto-, sean tipos con pene.

Podrá decirse que no hace falta tener de lo que se sabe todo (o casi todo), ni por ser mujer se habrán visto vaginas, ovarios, úteros, o trompas de Falopio, por decir algunas especificidades físicas del segundo sexo. Tampoco los veterinarios tienen del animal al que tratan más que un porcentaje. Pero no es esa la cuestión.

Porque nadie negará que el máximo interés por analizar, ayudar o entender algo, se produce cuando te afecta directamente. Y a los varones, aunque les afecte bastante, no les afecta igual lo que sucede íntimamente a las mujeres, en cuestiones de los tejidos de los que naturalmente carecen.

Mírese, por ejemplo, cómo muchos de los famosos que ayudan a una causa humanitaria concreta, la han sufrido en sus carnes o tienen el problema en casa. Fundaciones contra el cáncer, asociaciones de niños autistas, o con síndrome de Down, o de afectados de ELA, o tetrapléjicos, o víctimas del terrorismo (perdónesenos por no citar todas las buenas razones para ayudar a los que sufren), cobran más impulso gracias a que dentro de ellas los que asumen el peso mayor de la actuación, o son afectados directos o tienen la custodia del que necesita del cuidado.

Nos podríamos imaginar, sin pretender faltar al respeto de nadie, que esos catedráticos de Ginecología y Obstetricia (o al revés), añoran, en sus momentos bajos, tener algo de aquello de lo que tanto saben. Quizá han pensado en tomar fuerzas de flaqueza y ordenar a un colega que les implante, con las mejores tecnologías disponibles, unos labios de vulva; puede que, incluso, mientras manejan las probetas con embriones humanos, hayan tenido la tentación de implantarse algunos blastocistos y ver qué pasa.

Mujeres catedráticos de Obstetricia, Ginecología, Pedagogía (y Proyectos, Urbanismo, Tecnología Nuclear, ya). Y, sí, tampoco vendría mal que hubiera alguna experta en la fisiología del Pene y en el cáncer de Próstata. No la mayoría, ni, por supuesto, todas. Algunas, no más. Para, como en cualquier tema, ver los problemas desde fuera y así ayudarnos a entender, desde todos los ángulos, las mejores soluciones.

(Nota: La idea de este irreverente Comentario -irreverente para con los cátedros de Gine- nos la dió Blanca Lleó, arquitecta, profesora titular de Proyectos, que, en una entrevista con comida, de esas que hacen para la última página del diario El Pais, al mismo tiempo que indica que no hay catedráticas ni de Urbanismo ni de Proyectos, dice que le "deja perpleja" la ausencia de mujeres catedráticos en Pediatría, ni en Obstetricia y Ginecología. )

Sobre las relaciones médico-impaciente

Dicen los expertos que el médico debe evitar mirar el rostro de su paciente (obviamente, salvo que sea clínicamente imprescindible).

Para los médicos de empresa, que deben hacer cientos de revisiones cada día, se puede sospechar una malévola razón: no vayan a perder tiempo con minucias.

También se puede pensar que, a la postre, lo que debe ocupar a un galeno en sus exploraciones del cuerpo de los otros es la anomalía y no aquello en lo que somos (a pesar de afeites, reajustes y pócimas) iguales.

Pero resulta que el principio de no mirar a los ojos del impaciente es de aplicación general. Incluso (o en especial) rige para los siquiatras, que no pueden correr el riesgo de involucrarse en las intimidades de sus clientes,  por ser si, a fuerza de querer colocarse en su postura, acaben atrapados en aquellas.

El médico debe mantener una distancia salutífera con su paciente, precisamente para poder actuar con objetividad y neutralidad, empleando toda su ciencia en solucionar el problema. Yendo al grano, al complejo, a la disfunción, a lo patológico. 

Sospechamos que esa aseveración, de no tratarse de una leyenda urbana más, pondrá los pelos como escarpias a los sicólogos, de los que hemos oído repetidas veces que cada paciente es diferente y que hay que acomodar el tratamiento a los destilados especiales del que se ha echado en el sillón de la consulta.

Si no fuera así, pedimos perdón al colectivo que pueda sentirse agraviado. Que se vea este comentario como una simplificación irónica de cómo van las cosas.

El fondo de la cuestión es, con todo, muy real. Vamos camino -o hemos llegado ya, seguramente- de una medicina impersonal, colectiva, desanimada. El resultado es el producto combinado del crecimiento de la población humana, del trauma vocacional provocado por la proliferación de grandes hospitales, con muy buenas dotaciones materiales, pero en los que el médico es un número.

No es nada salutífero -valga la palabra- advertir la colmatación de las salas de espera de los ambulatorios como de los servicios de urgencia, con gentes que tienen desde un catarro hasta la pierna sesgada por el tractor, sin contar con el efecto llamada que hemos lanzado, desde la hipotética opulencia, a los inmigrantes de los países más pobres que nos traen a sus enfermos para obtener su tajadita de nuestro estado social. Tampoco suena bien el resquebrajamiento de la ética, incluída la parte que correspondía a Hipócrates, que ha implantado el sálvese quien pueda como medida generalizada del valor.

Lo más seguro para que un médico que ha superado una dura carrera, unas complejas prácticas clínicas, oposiciones, pruebas, privaciones, para acabar encajado en un complejo en donde se mide su efectividad con cuatro números, es no meterse en problemas, y ello supone admitir que no quiera involucrarse pensando que enfrente tiene un ser humano desnudo, sino un objeto de trabajo.

Del alma, si existe, ya se ocuparán otros.

Sobre la soledad del corredor de fondo y el cáncer de mama

Se ha puesto de moda correr, y hacerlo multitudinariamente. Correr contra el sida, para recaudar fondos a favor de una causa, por la mujer, por la investigación del cáncer, de un cáncer concreto, para protestar por aquello o lo de más allá.

El 10 de mayo de 2009, siguiendo en la línea de otros miles de participantes en otroas carreras realizadas en otros lugares y en otros días, unas 15.000 mujeres han corrido por Madrid, después de un pistoletazo de SAR Da. Letizia, dado en el Parque de El Retiro, para conseguir dinero para la investigación del cáncer de mama, según creencia extendida entre las corredoras.

Imaginamos a esos miles de mujeres tratando de aguantar el tipo, en su mayoría, para llegar a la meta. A solas con su reto, muchas con una preparación escasa, acercándose jadeantes al hito de llegada. Habrían pagado su participación, porque la recaudación de fondos implicaba aportar una cantidad, y habrían conseguido, actuando de agentes publicitarios, que algunas firmas comerciales se estiraran un poco para que su nombre apareciera entre los convocadores del evento deportivo.

El cáncer necesita todavía de mucha investigación, pero nos parece que lo que necesita el cáncer de mama, en estos momentos, es concienciación por parte de las mujeres de que deben realizarse las revisiones periódicas recomendadas (en particular, a partir de cierta edad) y -no en última medida- que los centros públicos ejecuten esas revisiones sin demoras y, en caso de detectarse anomalías, los plazos de espera para las intervenciones quirúrgicas o los tratamientos correctores sean los menores posibles,

Las mujeres que corrían ese par de kilómetros seguramente pensaban en eso, y les interesaría saber si corrían solas, o también estaban corriendo junto a ellas, los responsables de las revisiones públicas, los consejeros de Sanidad, los facultativos de los centros sanitarios, y, en puridad, toda la sociedad. Porque el riesgo, aquí como en otras manifestaciones de exhibición cuyo sentido verdadero corre el riesgo de perderse de vista -valga el juego de palabras-, es que los interesados/interesadas den sus vueltas en un circuito diferente a aquel por el que circulan los que tienen, o deberían tener, las soluciones.

Sobre la reproducción asistida: legislación y realidad

La reproducción humana asistida, entendiendo por tal, las prácticas de fecundación y desarrollo embrionario en laboratorio, para su implantación posterior en el útero de la futura parturienta, está llena de misterios.

Los oscurantismos no provienen de la metodología, porque, técnicamente, no tiene muchos. Desde hace más de un siglo se vienen realizando experiencias con éxito en mamíferos, y está perfectamente documentado que existen muchas opciones de que un embrión de pocos días implantado en el útero prosiga su desarrollo normal, en una gestación sin más complicaciones que cualquier otra.

La cuestión tiene, sin embargo, otras vertientes mucho más controvertidas. La extracción de material genético, la fecundación en el laboratorio, la selección de embriones, la implantación en la futura gestante de un número que garantice el embarazo forzado, etc., plantean debates éticos, médicos y jurídicos sustanciales. Lo cual no impide que se haya generado un gran negocio en torno a la fecundación in vitro, que es como se llama pedantemente a la fertilización de los óvulos en un tubo de ensayo.

Para dar una somera pincelada sobre la variedad de cuestiones que se plantean, recordemos que la fertilización en laboratorio no está aprobada por la Iglesia católica, . Puede parecer un tema menor, pero es una situación que se oculta a las gestantes creyentes. Los embriones desechados, mueren.

Hay más, mucho más. a) El mantenimiento de los preembriones por encima de 14 días, la implantación de un número superior a tres embriones en cada inseminación, o la mezcla de material genético de varios donantes, por ejemplo, son contraventoras de la Ley 14/2006 (que derogó la "pionera" Ley 35/88, controvertida desde múltiples ángulos). b) La autorización de muchos de los centros no existe, es provisional o contiene increíbles irregularidades. c) Se hace publicidad para captación de donantes de óvulos o semen, y, además, son remunerados "por sus molestias, pérdidas de horas de trabajo y desplazamientos", en contra de lo previsto por la legislación, que ordena que la donación sea desinteresada. d) La custodia del material genético y la identidad de los donantes plantea múltiples interrogantes respecto a su fiabilidad y control (p.ej. un mismo donante puede donar como máximo seis veces, lo que obliga a mantener un archivo central e intercomunicado de donantes) .

La posibilidad de que el espermatozoide fecundante o el óvulo receptor, o ambos,  provengan de personas diferentes a los futuros padres, y la posibilidad de investigación de la paternidad natural en casos determinados, abre, por sí misma, interrogantes  que no se resuelven únicamente con el -¿existente y eficaz?- control de los Bancos de donantes, fenotipos, o procedencia del semen y ovocitos.

En fin. Muchas parejas, deseosas de tener hijos pero con alguna incapacidad para tenerlos, están dispuestas a someterse a un proceso largo, y costoso, para obtener su sueño. Entre 4.000 y 7.000 euros (incluso más) cobran las clínicas de fertilización por cada tratamiento, al que hay que añadir, la repetición del proceso si el primer intento resulta fallido, la supervisión del embarazo y, por supuesto, el parto...

Una vez más, la satisfacción de un deseo humano se ha convertido en próspero negocio para otros. Unos cuantos semidioses con bata verde amasan o ayudan a amasar fortunas vendiendo con palabras rimbombantes un procedimiento sin mayores misterios, pero con mucha controversia ética, legal y social.

 

Sobre algunos misterios desvelados del proceso de inseminación in vitro

El proceso de inseminación artificial de las hembras de los mamíferos -a partir, obviamente, de esperma de un macho de su especie- ha sido utilizado rentablemente por los ganaderos y veterinarios que han acumulado en la técnica una gran experiencia.

Lo que no se podía imaginar a finales de los años setenta del pasado siglo, cuando se consiguió el nacimiento del primer "bebé probeta" -y son muchos quienes hoy en dia siguen oponiendo reticencias éticas- es que la implantación de embriones humanos llegara a ser utilizada con tanta frecuencia con las hembras humanas, pudiendo decirse hoy en día que si alguien no tiene hijos, es realmente porque no quiere. Porque, rizando el rizo, se pueden implantar sin mayores problemas en el útero de una mujer estéril, embriones perfectamente viables de seres humanos.

El trabajo fuera de casa de la mujer, la edad cada vez más avanzada de las que desean ser madres, el aumento de las tasas de esterilidad en varones y otras razones -incluída la comodidad de poder elegir el momento del parto- han producido una eclosión de las Clínicas que se dedican a este oficio.l Se trata, en realidad, de una pareja de intereses, pues estas "Clínicas-Laboratorio" actían casi siempre en relación con una Clínica de Maternidad, en donde las futuras mamás pueden seguir contando con la atención particular del mismo equipo que las atendió desde el principio de su gestación.

Se culmina así un proceso de intensa carga publicitaria que ha conseguido mitificar lo que naturaleza había venido haciendo sin mayores aspavientos y, al menos, hasta la generación de nuestras madres o la inmediata anterior, no exigía más que la placentera colaboración de la pareja, el esperanzado compás de nueve meses, y la atención domiciliaria de una comadrona o una enfermera amiga de la familia.

Dados los orígenes de la técnica, no debería sorprender si se analiza el proceso expuesto, que hoy en día, los Laboratorios y Clínicas de Inseminación in vitro, empleen entre sus doctores a quienes lo son, no en medicina, sino en veterinaria. La inseminación de terneras, cerdas o yeguas -tan practicada para mejorar las cabañas bovina, porcina y equina, por ejemplo- ha dado confianza a estos expertos en los misterios desvelados de los procesos de fecundación y gestación provocadas.

Nada que ver con aquellas creencias infantiles o ingenuas, de las que dan cuenta algunos relatos antañones, de que los niños vienen de Paris, de que basta besar a tu novio para quedar preñada o de que para tener hijos hay que adoptar ciertas posturas o practicar determinados ritos. Hoy todos los infantes saben que los niños se generan en probetas, a partir de preparados criogénicos, y que los bebés vienen al mundo por parejas o en grupos de tres.

Un laboratorio para inseminación debe tener una Unidad de andrología para la extracción de semen de los donantes masculinos -conseguida, generalmente, por el método de la masturbación autopropulsada-, preferentemente jóvenes universitarios, a los que se recompensará simbólicamente por el esfuerzo; y, obviamente, una Unidad de Embriología para la fertilización de los óvulos fecundados con los gametos -ajenos o del mismísimo varón de la pareja- y el crecimiento ede los ovocitos in vitro, es decir, alimentados por una suspensión acuosa en una probeta, hasta la implantación de los blastoceles -varios, para mayor seguridad de que se alcanzará el objetivo- en el útero de la que será gestante y madre.

La donación de óvulos, que tiene sus riesgos, y que supone algunas penalidades -hay que anestesiar total o parcialmente a la donante, extraerle algunos ovocitos con una punción por vía transvaginal, con un mecanismo guiado por ultrasonidos, etc., en una operación que supone varias visitas previas, ayuno total y una intervención de una media hora- se premia con unos 1.500 a 3.000 euros, siendo igualmente preferibles mujeres jóvenes, vírgenes, universitarias, obviamente sanas. Se mantiene el criterio veterinario anterior de que la especie debe ser mejorada.

La regulación de este proceso, que tanto tiene que ver con las esperanzas de muchos ciudadanos de ser padres, y que supone ingresos extras para otros, que ha fortalecido un negocio rampante, con pingües beneficios -por lo que, se envuelve en misterios, ignorancias, desconocimientos provocados y torpes foros de maternidad que tienen el aspecto de ser teledirigidos-, es urgente.

Hay que reglamentar las clínicas y los laboratorios en que se realiza el proceso, concretar sus responsabilidades y métodos, precisar su dotación facultativa y otras medidas que eviten riesgos innecesarios a donantes y receptores.

No basta, desde luego, con lo que hay, con ser una reglamentación avanzada y reciente, porque hay que aplicarla con rigor.

No estamos ante un negocio, ni ante trato con animales, sino ante un servicio asistencial. de interés general, -en muchos países, cubierto por la sanidad pública-, cuyos protagonistas son - o deben ser- doctores en medicina, y ciudadanos -donantes y receptores- que asumen, libre y conscientemente, una función responsable en el proceso de la concepción y gestación inicial de un futuro ser humano -para algunos creyentes, ya desde la concepción, un ser humano-.

 

Sobre el Alzheimer, el Alka-Seltzer y la investigación sobre el cerebro

Cuando un envejeciente de más de 40 años no encuentra, mientras habla, el nombre del amigo o se le va el santo al cielo de lo que estaba contando, trata de hacer unas risas de la situación atribuyendo el lapsus al Alkaseltzer, pariente fonético del Alzheimer y, si no más conocido, desde luego, mucho más inocente.

Todos sabemos que el mal de Alzheimer es una degeneración irreversible de las neuronas, que se presenta asociado generalmente con la edad. Afecta a un 30% de los mayores de 85 años, y es una causa de las llamadas demencias irreversibles, junto a la enfermedad de Parkinson, o la demencia por cuerpos de Lewy. No se sabe aún cómo se produce exactamente y tampoco se dispone de un tratamiento eficaz. Afecta a la memoria, al lenguaje y a la capacidad para pensar e hilvanar las ideas, disminuyendo gravemente la capacidad de desenvolverse en la vida diaria.

Hay muchas más especulaciones que certezas. No es hereditario, no existe propensión a desarrollar la enfermedad por ninguno de los dos sexos, se discute si existen genotipos que predispongan a ella. El genotipo de la apolipoproteina E (ApoE) es el más estudiado; en el organismo sirve, sobre todo, para facilitar el transporte de colesterol en el flujo sanguíneo.

Pero el carácter ambivalente de este genotipo le permite adoptar varias formas, de las que una serviría para proteger del desarrollo del Alzheimer y otra para acelerarlo. Según quién se convierta en dominante, tendríamos la diferencia entre un comportamiento normal o un proceso de degeneración sin retorno. Un reflejo más de la existencia de yin y yan-es en el Universo, trasladado a nuestro organismo.

No es la única teoría, ni mucho menos. La producción de las proteínas beta-amiloide y la alteración de otras -la tau- se relacionan también con la degeneración neuronal, al provocar el endurecimiento del esqueleto de las neuronas. En estas investigaciones, se trata de comprobar que ciertas vitaminas antioxidantes, actuando como la hormona natural llamada melatonina, pueden ralentizar o inhibir el avance de la enfermedad.

El crecimiento exponencial de enfermos con Alzheimer, se entiende como una consecuencia directa de la mayor longevidad de la especie humana, pero ello no permite excluir otras causas externas no vinculadas a la edad -tensión de la vida moderna, algunos hábitos de alimentación, ciertos entornos ambientales o urbanos, etc-. Muchas incógnitas que animan a concentrar grandes esfuerzos de investigación en esa enfermedad.

Mucho dinero público y privado también es el que, en cada país, es empleado en el cuidado de los enfermos de Alzheimer. Pacientes que, por lo demás, parecen sanos, y pueden sobrevivir bastante tiempo con su mal. Se calcula que los aproximadamente 600.000 enfermos reconocidos en España absorben más de 1.800 Millones de euros al año en atención asistencial. La cifra puede ser inabordable cuando la generación del baby-boom de los 70 alcance los 70-80 años, dada su muy alta esperanza de vida.

Sabemos, en realidad, muy poco del funcionamiento del cerebro. Es más fácil analizar lo exterior, lo físico. La investigación de lo síquico, de sus funcionalidades, de aquello que provoca las interrelaciones en nuestro organismo que tienen como resultado movilizar recuerdos o provocar pensamientos e ideas, permanece muy oscuro.

El próximo día 21 de septiembre -Día de la Paz, y festividad de San Mateo- es también el Día mundial del Alzheimer. La Fundación López-Ibor celebra, con esta ocasión, un día de puertas abiertas. Puede ser también un día para mirar de puertas adentro, y dar aún más cariño a esos enfermos de Alzheimer que nos rodean ya, convertidos muchos en zombies forzados, y que reaccionan vagamente, a veces, a nuestros estímulos, pero nos dan la impresión de que, desde lo profundo de su deterioro, nos quieren decir algo: "Y tú, ¿quién eres?. ¿Quién era yo?"

Sobre la homologación académica de la especialidad de medicina oriental

La medicina occidental ha avanzado muchísimo en las últimas décadas, y si hubiera que reducir a cuatro pinceladas las razones de este salto descomunal, habría que referirse a la farmacología, la cirugía -ayudada por la microelectrónica y otras ramas que se habían mostrado ajenas a la medicina, como la hidráulica o la mecánica- y la informática. Un buen médico, cualesquiera que sea su especialidad, ve sus diagnósticos facilitados por la existencia de una gran masa de información, una panoplia de pastillas y preparados químicos, y la disponibilidad de equipos para el análisis de humores, tejidos y líquidos corporales.

La medicina oriental no ha avanzado especialmente en las últimas décadas. Utiliza básicamente la acupuntura y la presión física sobre el cuerpo -ventosaterapia-, las sustancias naturales -no siempre para su ingesta (fitoterapia)-, la moxibustión, y un conocimiento del cuerpo humano y de las reacciones sicológicas ante el dolor y la enfermedad que arranca desde el principio de los tiempos, y que recurre a la meditación y a la filosofía.

En los modernos centros hospitalarios orientales se utiliza una sabia mezcla de ambas sabidurías. El médico oriental se basa en las facilidades para el diagnóstico rápido que ofrecen los avances occidentales en analítica, los confirma y utiliza desde la perspectiva del chi (energía vital) y la observación atenta de las reacciones de los ejes corporales o meridianos. Cuando no ve necesarias intervenciones drásticas -fármacos u operaciones-, aplica métodos curativos o paliativos muy poco agresivos: pinchazos, presiones con la mano o con ventosas, aplicación por masaje o con ingesta controlada de sustancias naturales.

Los médicos españoles están divididos acerca de la homologación de estas técnicas que, en algún otro país europeo -como paradigma, Francia-, han adquirido categoría oficial académica. En España, la aplicación de estas técnicas se restringe oficialmente a la acupuntura y al masaje, y se lleva a cabo por fisioterapeutas o ats con conocimientos en medicina oriental.

La homologación de las enseñanzas no es ni sencilla ni gratuita. Las consultas y tratamientos de medicina oriental no son cubiertos por la Seguridad Social y, por tanto, tienen que ser costeados por el propio paciente. Además, aunque se mezclen en el asunto objeciones científicas, los aspectos corporativos de la clase médica, ocupan un lugar preferente, ante lo que es visto como una injerencia de competencias. Los médicos orientales y los occidentales, obviamente, no han estudiado lo mismo para abrir sus clínicas y consultas: unos, vienen desde la histiología y  la cirugía; otros, desde la sicología y la filosofía.

Como en todas las historias en las que se reencuentran dos ancianos que llevan tiempo sin verse desde la niñez en que fueron amigos, parece muy atractivo que ambos se cuenten con tranquilidad lo que han aprendido en sus largas vidas y saquen conclusiones comunes.

Sobre la cirugía estética y el tatuaje

Letizia Ortiz, la chica del pupitre de al lado protagonista de un cuento real que le ha llevado a Princesa, se ha operado de la nariz. La Casa Real ha comunicado que la esposa del Príncipe de Asturias ha debido someterse a esta intervención quirúrgica para corregir una desviación del tabique nasal congénita que le causaba algunos problemas respiratorios.

La Princesa del cuento respirará mejor, pero también está -a los ojos de sus futuros súbditos como de cualquier observador- aún más guapa. Las fotografías que la muestran antes y después de pasar por el quirófano, dan evidencia de que se le ha eliminado el puente de la nariz, que daba a su perfil un sesgo algo aguileño. Ahora, el apéndice luce recto, inmaculado, perfecto.

Estamos en buen momento estético. Osama, Carla Bruni, nuestra familia real -y otras realezas menos nuestras, como la sueca-, deportistas del baloncesto, tenis, la natación sincronizada y de lo que nos echen, actores y actrices, presentadores de TV, gentes de empresa, contrastan con los tipos con los que nos cruzamos por la calle y, por supuesto, con nuestra imagen cuando nos atrevemos ante el espejo.

La preocupación por estar aún más hermoso lleva tiempo asentado entre nosotros, obstinándose en dividir a la población entre guapos y feos. No entre listos y torpes o entre esforzados y vagos. No. Bellos o invisibles.

Contagiados por esta obsesión que viene desde arriba, es lógico que las intervenciones para corregir "defectos" en nuestro cuerpo, mejorar el aspecto de alguna parte de él, incrementar ciertas dimensiones o reducir otras, estén en los órdenes del día de muchas familias y a la escarpela se le dediquen muchos dineros. Se ha recogido por periodistas de investigación de lo que hacen los demás que un regalo cada vez más solicitado por las adolescentes es una operación de cirujía estética.

Ya no basta pues con tener más o menos claro cuál es el ideal de belleza, sino que queremos personificarlo en nuestro propio cuerpo. Los guapos son los seres más envidiados, y el aparecer como joven y guapo aunque se sea ya viejo y se haya nacido feo, es un objetivo que obsesiona. Todos, presidentes, reyes, princesas, políticos, empresarios, gentes de la calle y del piso de arriba quieren ser, sobre todo, hermosos.

Han cambiado las cosas. Hoy veríamos a Carlos I haciéndose operar la mandíbula, a Wiston Churchill rebajándose por liposucción unos cuantos kilos de grasa, o a los Sforza cambiándose la cara siguiendo un dibujo de Botticceli.

Aunque también nos queda un mínimo consuelo a los feos. Hacernos un tatuaje horrible en la piel, incluso en la zona más visible, para aparecer horrorosos. Ese parece ser ser el objetivo de algunos humanos -en número creciente- que se hacen incrustar sobre la piel, estúpidos dibujos, leyendas o arabescos, que dejan la marca indeleble del momento de enajenación por el que han pasado y que les llevó a la puerta de un especialista en tatooing and piercing.

 

Sobre estreñimiento y almorranas

Los niños se ríen cuando decimos, caca, culo, pis, y puede que aún exista en un salón empingorotado alguna dama que se escandalice si hablamos de almorranas, aunque las padezca de pascuas a ramos.

El origen de un mal tan común que causa risas a los que no saben lo que duele, es el estreñimiento, la dificultad para que los desperdicios del bolo alimenticio, salidos del cuerpo que los aprovecha, sigan su ciclo en otros seres. Porque el estreñimiento suele venir emparejado con otra manifestación cruelísima, que es el afloramiento de las venas que se encargan de llevar sustento a la parte terminal del intestino grueso, y que llamamos almorranas, o hemorroides. Palabras cultísimas ambas, ya que provienen del griego, y significan fluir de la sangre.

Para curar el estreñimiento ocasional, la cultura popular recomienda lavativas. En las casas con solera, esas peras de goma utilizables con fin tan innoble ocupan un lugar destacado en las mesitas, junto a la vaselina y otros unguentos con los que aliviar los dolores o facilitar las cosas.

Está también ese otro aparato caído injustamente en la batalla por reducir el tamaño de los pisos: el bidé. La función del bidé, tan asociado en la imaginería del siglo pasado a los meublés y a las casas de meretrices, es servir para algo más que para la higiene íntima rápida o lavarse los pies, explicación esta última que nos daban a los niños. El bidé sirve, sobre todo, para limpiarse bien el culo luego de hacer las propias necesidades, que es como se dice.

Los baños de asiento, alternando aguas frías con calientes, y reforzadas con la recolocación digital -extremando el cuidado- de las venas hinchadas, son un alivio importante para las almorranas, aunque han de combinarse con una pomada adhoc, como Hemoal o Trombocid, y el descanso de la parte afectada sobre un cojín bien aireado mientras se piensa en otra cosa. Los farmacéuticos de la esquina estarán encantados de servirnos algo así, sin necesidad de receta, solo viendo la cara que llevamos (e imaginando lo otro).

Para tratar el estretenimiento, utilice mejor líquidos introducidos por la boca que por salva sea la parte. Tiene sentido, si bien se mira. El flujo natural de las cosas es hacia abajo, no hacia arriba. Será mucho más eficiente un buen laxante que tres supositorios y una lavativa. Y mucho menos doloroso si el taponamiento ha venido acompañado de esa manifestación cruenta de la insoportable levedad del ser que son las almorranas.

Tómese un comprimido de Daflon (500 g) durante dos ó tres días, con las dos comidas principales y un sobre de Duphalac (15 ml) diluído en agua tres veces al día, y mande la lavativa a freir gárgaras. Si lo hace con receta médica, mejor que mejor.

Sobre aborto, eutanasia y prioridades

La tensión en torno a la vida y la muerte, que es característica de la esencia del ser humano, se ha venido manifestando a lo largo de la historia de la Humanidad de muy distintas maneras. Nuestros antepasados han matado a sus ancianos, han seleccionado a los nacidos varones, han marginado razas, exterminado pueblos, no necesariamente al amparo de una justificación, que hubiera sido, por supuesto, en cualquier caso, interesada.

¿Es esto un cuento del pasado?. Obvio que no. Hoy se sigue matando a semejantes, dejando abandonados en la indigencia, la inanición o el desprecio a miles, a millones de seres humanos. Mueren muchos. Millones. Niños a los que les falta el agua, ancianos sin atención, mujeres de parto, adultos víctimas de enfermedades que tienen cura en otros países.

En este momento se ha abierto un debate cruzado que afecta a dos momentos de la exisencia, y al poder de decisión de un ser humano sobre la vida de otro. Aborto y eutanasia; cuándo, por qué, por quién, con qué justificación legal.

Hay muchas diferencias y matices, y, entre todas, además de que nos encontramos en la decisión de definir si podemos negar el comienzo o el fin de otro ser por razones externas, sobresale esta idea.

Aunque podemos decidir legalmente -y convencernos de lo acertado de la decisión. cuándo alguien comienza a ser persona, y, para más tranquilidad, vincularlo con la capacidad de ese ser para vivir por sí mismo, fuera del útero materno -cuidado con la ciencia-, es mucho más delicada la decisión acerca del momento en que podamos decidir que alguien, manteniendo su carácter de persona, -porque no se la vamos a quitar, ¿verdad?-ha perdido la capacidad de vivir por sí mismo. No es lo mismo avanzar del no ser al ser que del ser al no ser, aunque sea jurídicamente y estemos en una ficción legal.

No digamos ya de la complejidad que presenta el caso de aquel que solicita la ayuda para morir, porque entiende que la sociedad ya no le ofrece atractivos.

Sobre la em

EM. Una abreviatura que a muchos no dirá nada y para otros será como referirse a Dios. Porque lo significa todo o casi todo en sus vidas.

EM es la forma asincopada de hablar de la esclerosis múltiple, una enfermedad del sistema nervioso central que afecta a más de tres millones de personas en el mundo (diagnosticadas), unas 30.000 a 40.000 en España. Una persona de cada 1.000.

Aunque sus causas exactas se desconocen, las más recientes investigaciones coinciden en caracterizarla como una autoreacción del organismo relacionada con la inmunidad. Qué cosas.

La mielina, la materia grasa que sirve de elemento de aislamiento para que no se pierdan los impulsos nerviosos que se generan en el cerebro y la médula, y que determinan el funcionamiento de cada una de las piezas de ese complejo organismo que es nuestro cuerpo, se pierde o se esclerosa en algunos puntos. Al azar: no podemos, quizá, mover una mano, o las piernas, un par de dedos, o deja de funcionar alguna zona del cerebro, relacionada quizá con el habla, con la memoria, con el equilibrio.

Una parte del cuerpo deja de recibir los impulsos del cerebro. Quizá solo por unos días. Quizá, para siempre. Múltiple significa, en varios puntos, en varios momentos. Esclerosis significa endurecimiento.

No es contagiosa, no es hereditaria. No es constante en su evolución. No acorta la esperanza de vida.  Incluso puede remitir, -en los casos más leves-, de pronto. Es esencialmente personal, propia de la persona afectada, una servidumbre con sus intrasvasables características con las que, quien esté afectado por ella -y sus familiares y cuidadores-, tienen forzosamente que acostumbrarse a convivir.

Según las cifras estadísticas, afecta más a mujeres que a hombres, más a gentes con estudios que sin ellos, más a jóvenes que a mayores de 55 años.

No se muere por culpa de la EM. Se vive con ella. Los que la padecen acaban conociéndola muy bien, para aprovechar cuando se sienten mejor, como un regalo. Para encontrar sus fisuras, sus debilidades, quizá sus trucos. Pueden hasta ponerle un nombre propio, como a un alter ego. Alguien que viviera dentro de uno, con su existencia propia.

Quisiéramos tener un mensaje de aliento para los sufridores de la EM, y para sus familias. Existen prometedores avances para tratar de curar y, al menos, para paliar los efectos de esta dolencia. Hace falta mucha investigación, sin embargo, para conocer mejor la EM, encontrar formas de obviar la utilización de las áreas donde la mielina se ha anquilosado o perdido, estimular a tiempo las zonas parcialmente necrosadas.

Aunque el número de afectados no es tan grande, cuanto más se investiga acerca de esta enfermedad, cuanto más se sabe de ella y de la forma de comportarse frente a ella por los pacientes, se adquiere la convicción de que, enfermo o no, entender cómo funciona exactamente la em es también conocerse mejor a uno mismo.

 

Sobre el dolor

Es amplio el tema, y mucho lo que se ha escrito sobre el dolor: intensidades, consecuencias, formas de controlarlo, enmascararlo o paliarlo. Dicen que el dolor se comparte y se alivia, cuando una persona nos muestra su cariño al vernos dolientes, aunque más bien parece que el dolor tiende a expandirse y a crecer, y que el propio, se debe sufrir en soledad, como recordatorio severo de que somos finitos, de que nos vamos.

Hay quienes se jactan de aguantar bien el dolor, y existen entrenamientos sicológicos para aprender a ignorar lo que nos duele, haciendo como si una zona del cuerpo no formara parte del nosotros. No es sencillo. Podemos mirar hacia otro lado (lo hacemos) cuando el dolor está en los otros, pero no nos deja desviar su atención si se ha instalado dentro del yo. "No estoy para nada -decimos- me duele la cabeza", la espalda, o una muela.

Recientemente, altos copetes de la iglesia católica nos han recordado que el dolor es mérito especial para entrar por esa puerta que conduciría al Paraíso prometido para quienes cumplen mandamientos y normas, ya que en este valle -de lágrimas para casi todos a pesar de que también unos pocos se salvan incólumes- hay que sufrir mucho para ser luego eternamente feliz. Habrá que verlo.

Lo que en este comentario nos apetece reflejar es que el dolor pone el acento sobre una cuestión nada baladí que tenemos, casi siempre, olvidada. La fragilidad del propio cuerpo, su vulnerabilidad. Tendemos a menospreciar que esa coraza de nuestra esencia es frágil, como un cántaro de barro. Cuando sentimos dolor, dolor intenso, todo nuestro yo se concentra en él, obsesivamente, y no hay otra cosa que podamos hacer sino atender a su reclamo.

Ha sido un logro importante de la Humanidad el descubrir que se consigue combatir el dolor creando euforias, aprovechando que se puede desorientar al cerebro enmascarándole la realidad con fantasías. Las bebidas alcohólicas han creado muchos momentos de alegría entre el dolor. Las drogas han propiciado el olvido de muchas desgracias, siquiera momentáneamente.

Nuestra sociedad, huyendo del dolor, se ha introducido peligrosamente en el mundo de las falsas euforias, provocadas con engaños al cerebro.

Cuando la droga se administra a enfermos terminales, ayudándoles a soportar el dolor que es antesala de la muerte, no se debería estar en contra de su aplicación. Cuando la droga entra en nuestras vidas para disimular los sinsabores cotidianos y crear espacios imaginarios, nos hacemos más débiles para afrontar la realidad, dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en zombies de la virtualidad, esclavos de la nada.

A todos los que duelen, les enviamos desde aquí nuestra simpatía, el cariñoso abrazo de los que sabemos que acecha, para vencer la delicada sensación de disfrute.

Sobre la medicina pública y las autonomías

Alguien tiene que decirlo: la medicina pública en España va cuesta abajo, y en algunas autonomías la pendiente es muy inclinada. La atención en Madrid se ha derivado hacia la supuesta sedación terminal de algunos pacientes de urgencias y, como en el caso del Once-Eme, hay quien sigue defendiendo sus argumentos, a pesar de fallos en contra y a favor de rencillas entre colegas y sin embargo, enemigos. Los cánticos suenan en un lado, pero los huevos se ponen (o faltan, en este caso) en otros nidos.

Desde Madrid, el observatorio privilegiado de cuanto sucede en el país, campo de pruebas de las opciones políticas y de sus políticas asistenciales, las cosas están claras. Los tiempos de espera para recibir atención facultativa aumentan, el nivel de dedicación profesional de médicos y ATSs disminuye, el descontento y desorientación de los enfermos, se dispara.

Si Vd. acude a su médico de cabecera a reclamar una revisión mamaria, porque le haya crecido un forúnculo o porque le duelan las encías -ejemplos elegidos al azar para reforzar la idea-, se encontrará con la realidad de un volante para el especialista para unos cuantos meses después, cuando no con la sorprendente afirmación (contrariando los carteles publicitarios de amplia difusión) de que el control de cáncer de pecho puede demorarse cada tres años.

Un número alarmante de sanitarios se muestra desmotivado o indiferente, falto de esa calidad humana que es virtud de la buena praxix médica. Proliferan las bajas por depresión, las escapadas para hacer la compra, ls confesiones de desánimo a los usuarios. Las consultas duran apenas un par de minutos y las autorecetas son  bienvenidas, porque facilitan la satisfacción del fulano que se sienta al otro lado de la mesa. Los diagnósticos apurados, como si se tratara de un juego de adivinación en el que el porcentaje de error solo tuviera importancia en relación con el premio final, abundan. Las historias que se intercambian los pacientes, sangran y supuran cada vez más.

No entra en la discusión el que los facultativos españoles tengan un alto nivel de formación y, por supuesto, hay que admitir que desean hacer las cosas bien. Pero la terrible masificación de la asistencia sanitaria, unida a una falta creciente de coordinación y autosuficiencia, mezclada con la escasez de medios personales y físicos, puede estar generando un monstruo si no se le alimenta con ilusión, control, medios, estímulos, orden.

El desplazamiento de las competencias en Sanidad a las autonomías ha servido en algunas para reforzar un modelo de prestaciones ejemplar, cercano al paciente y ágil. En otras, ha actuado multiplicando gastos y reduciendo calidad. En Madrid, parece existir un -deliberado o derivado, qué importa- apoyo indirecto a la sanidad privada, como solución a los males de la pública; si Vd. puede pagárselo, aléjese de este mal, déjeselo a los más pobres y a los crédulos del sistema.

Póngase orden en el cotarro, señoras y señores. Que los inspectores sanitarios hagan mejor su labor, y que los funcionarios de la sanidad pública se vean más motivados, vigilados y enaltecidos, como convenga. Para los pacientes, no se trata solamente de morir con dignidad, -que ya-, sino de que nos ayuden a vivir mejor.

Y queremos que la mejora nos alcance a todos, no solamente quienes conocen mejor los entresijos del sistema para tener un trato preferencial, saltándose las colas de neo-parias, y, por supuesto, no queremos que su ineficiencia sea utilizada como forzada justificación para que aquellos que puedan pagárselo, acudan a la medicina privada para que les hagan allí los diagnósticos y tratamientos, manteniendo el colchón de la asistencia pública spara el caso de que su currículum clínico precise algún equipo caro del que su médico particular no disponga todavía.

¿No estamos en un mundo informatizado? ¿Qué se puede hacer para que las historias clínicas -manteniendo la confidencialidad, por supuesto- reflejen más datos que sirvan para contrastar la eficiencia de nuestro sistema asistencial, eliminar consultas inútiles y agilizar las prestaciones?

 

Sobre la explotación del deseo de ser padres

La anteposición del deseo de obtener estabilidad economica, antes de lanzarse a la satisfacción de ser padres, está provocando el que las futuras madres tomen la decisión de quedar embarazadas cuando la naturaleza ya no está tanto por la labor. Las tensiones de la vida moderna, llena de angustias -reales e inventadas- y la pérdida de fertilidad de los espermas, son algunos de los factores coadyuvantes para que las sociedades occidentales se compongan de familias con menos vástagos, o ninguno.

La ciencia de la inseminación, tan probada en el mundo de la explotción animal (sobre todo por los veterinarios) viene en ayuda de las parejas que no pueden tener hijos de forma natural o que no tienen paciencia para esperar que Gea haga su labor.Otros acuden a la adopción, siendo China país preferido sobre cualquier otro, porque pone menos pegas, y los trámites se realizan sin tanto papeleo ni interención judicial,o sea, más baratos y más ràpidos.

Tener un hijo por inseminación artificial viene a costar unos 12.000 euros. Un magnífico negocio con una cualidad natural casi perdida, que está movilizando intereses empresariales que están más cerca del lucro desmedida que de la ética de Hipócrates. Pero no son precisamente los razonamientos éticos los que imperan como móviles de esta sociedad.

Sin embargo, analizando las cifras de beneficio de las clínicas de fertilización (pocos son los gastos a afrontar, inlcuída la compensación a los donantes de òvulos o esperma, si los futuros padres tienen alguna dificultad en producirlos por sí mismo), y la persistencia de pérdidas en las clínicas de maternidad y hospitales, cabe preguntarse: ¿Por qué nadie controla, si es que se trata de una función social, como se pretende, el excesivo lucro empresarial de estos laboratorios de recién nacidos, y por qué no existe información pública acerca de la verdadera ciencia que se necesita para dejar embarazada a una mujer o hacer crecer a unos cuantos embriones in vitro?