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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: ¿Qué queremos decir cuando no tenemos nada que decir?

Cuando uno está varios días fuera, a la vuelta, una de las primeras cosas que se hace es abrir los buzones de correos. Me refiero solo a los buzones particulares, no a los de la oficina o el despacho, que se supone que serán vigilados a diario, por uno mismo o "por un propio".

En el buzón físico de correos encontraremos mucha propaganda: normalmente, los repartidores se ensañan con mi buzón, que tiene la boca ancha, y me cuelan decenas de ejemplares del mismo folleto; entre tantos papeles inútiles, que irán directamente al contenedor de reciclado más cercano, hay unas cuantas cartas del banco -los bancarios han descubierto, como tengo denunciado, la forma de cobrarnos varias veces el franqueo por lo que confían a una única remesa; tampoco entiendo porqué se esfuerzan en comunicarnos la evolución de los activos en bolsa o de los fondos de pensiones, por períodos variables a su antojo-; puede que haya algo más -una nota del Presidente de la Comunidad de Propietarios o la dramática indicación del Banco de Sangre diciendo por enésima vez en este año que les falta material cero positivo.

Los buzones virtuales estarán también llenos a rebosar. De spam, de propaganda de viajes que nunca haremos y hoteles que no visitaremos, de revistas de prensa y noticias de comisiones, reuniones, convocatorias y acontecimientos relevantes para los emisores que no tendremos tiempo de leer.

Habrá muchos, -demasiados- mensajes rebotados por cadenas piramidales en las que se acumulan direcciones de correos de desconocidos o eso tan enigmático como "Destinatario: Ninguno",  emitidos desde la soledad de amigos desocupados que nos ilustran sobre la última ocurrencia -real o supuesta- de Arturo Reverté, Vargas Llosa, Einstein o Mussolini (no me da lo mismo uno que otro, pero tampoco los leo).

Sepultados entre ese montón de morralla, encontramos, por fin, como una flor en el erial, la comunicación de un amigo que se toma la molestia de escribirnos algo personal y original.

¿Qué querrán decir, me pregunto, especialmente cuando veo tantos mensajes juntos, esos otros amigos que no tienen nada que decir, y que envían un pensamiento ajeno -generalmente trivial, si es que me animo ocasionalmente a leerlo-, incluso a veces, subrayando el anexo con una frase del tipo: "Me parece genial, no dejes de leerlo".

¿Se habrán convertido en robots? ¿Estarán siguiendo instrucciones de un alienígena que les haya absorbido la facultad de pensar por sí mismos, negándoles la opción de decir, "Aquí estoy, siendo, y opino esto y lo otro por mí mismo".

Porque eso, que tan raras veces sucede, es lo que esperamos, que alguien se muestre como es, no como lo que son otros. Es lo que me gustaría que los amigos creyeran que quiero de ellos. Así, desde luego, lo quiero.

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