El Club de la Tragedia: Desequilibrios compensados con azotes
Los empleados de transportes de Madrid y Barcelona están realizando paros parciales en estos servicios públicos, para protestar de la eliminación de la paga extra de Navidad.
Como consecuencia de esa huelga, que afecta especialmente a las horas de máxima concentración de viajeros, los servicios mínimos acordados con los comités de empresa son insuficientes para cubrir la demanda, y los frustrados ciudadanos se agolpan en los andenes antes de amontonarse incómodamente en los vagones.
Un altavoz repite periódicamente, con voz monótona, que se lamentan las molestias.
Entre tanto, casi seis millones de desempleados deambulan por un mercado de trabajo inexistente, preguntándose por el tipo de milagro que les sacará de la penuria. Desde las alturas, voces de gentes bien alimentadas les indican que perdonen las molestias, que no pierdan la ilusión, y que deben poner de su parte todo el empuje que les sea posible, pues salir de la crisis es cosa de todos (y de todas).
Mientras cientos de miles de viviendas permanecen sin comprador, en un mercado inmobiliario que prosigue su camino descendente hacia un destino desconocido pero no por ello menos dramático, miles de ciudadanos viven la angustia de no poder pagar las hipotecas que suscribieron con entidades financieras que les animaron hace un par de años a convertirse en propietarios, y se ven ahora inmersos en procesos de desahucio que les quitarán sus viviendas aunque eso no bastará, en muchos casos, para liberarles completamente de sus deudas.
Cuando esto sucede, personas de gran capacidad intelectual (académica) y excelente capacidad negociadora (presunta), se reúnen en foros adecuados para debatir propuestas de saneamiento de la economía de los estados más afectados por la crisis, entre las que sobresalen dos ideas que no es posible juzgar de otra forma que estrictamente contrarias: disminuir el gasto público y aumentar los impuestos a las clases medias, o aumentar el gasto público y disminuir los impuestos a las empresas.
Resulta no menos chocante que las preocupaciones de los gobiernos legítimados por la votación popular se concentren en encontrar la forma de aliviar la situación contable de las entidades financieras, en tanto que sobre la situación económica de las familias se viertan toneladas de perfume adormecedor, cuando no algunos golpes propiciados por las llamadas fuerzas del orden, empleadas en sofocar a los más rebeldes de los descontentos con epítetos como elementos antisistema o fuerzas desequilibradoras.
Desequilibrios. Producidos por grietas muy profundas en el sistema productivo de los países desarrollados, que se pueden analizar de maneras incluso muy brillantes, pero que solo se solucionan con medidas muy elementales: controlando el coste del dinero, y, en particular, el coste de la financiación de los estados con problemas.
Que los capitales necesarios para sostener la economía provengan de elementos especuladores ajenos a los estados es la prueba evidente de que el sistema está mal construído, y que hay que rehacerlo. No tiene sentido alguno que mientras los ciudadanos sin culpa nos empobrezcamos y pasemos penurias inimaginables, los altavoces oficiales nos indiquen, como hacen los responsables de los servicios públicos de transporte, que debemos admitir las disculpas que nos ofrecen.
Porque, ya está bien de bromas. No las admitimos. No podemos admitirlas, y no tiene nadie el derecho a interpretar nuestra posición de pacíficos como que nos estamos conformando con que nos azoten. No es así, y deberían saberlo ya los que manejan los látigos y aumentan la presión de las calderas.
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