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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Religión

Sobre el Belén, la Navidad y otros símbolos

La democracia hispana tiene cierta fijación con los símbolos, particularmente con los religiosos. Vive con ellos una relación de amor-odio vergonzante, que la conduce a contradicciones que no tienen otra explicación más que desde la incultura.

No resulta comprensible que en un pueblo que se reconoce agnóstico, los cargos públicos juren o prometan ante un crucifijo, puesto sobre la mesa. Menos aún que el funeral previsto para honrar oficialmente con lo que se llaman pompas fúnebres sea el que se realiza bajo los ritos católicos.

La eliminación de los crucifijos en las aulas ha desatado una honda polémica, con ribetes burlescos, por la que se ha puesto en el mismo cesto a minaretes, candelabros de siete brazos y hasta cruces gamadas.

Pero al llegar la Navidad, que es la fecha en la que se conmemora la encarnación de Dios como hito especial de la genética judía, toda diferencia se olvida, y no hay ningún problema en mezclar todos los símbolos con manifiesta impudicia, con la intención subyacente, al combinarlo todo, de salvar el pellejo de lo agnóstico, aunque cayendo en un eclecticismo bastante patético.

Será así posible ver instalado en cualquier Ayuntamiento, sea del signo político que sea, el Belén en el que delicadas figuritas compongan las más cursis escenas, para gozo de intelectuales y curiosos. Hasta los pueblos más remotos tendrán su iluminación de estrellitas, cruces y banderolas que, eso sí, coexistirán con el "árbol de navidad" (natural o de plástico) y el papá Noel (que es padre navidad) de la coca-cola.

Nos gustaría tener una solución para el asunto que no hiera sensibilidad alguna. Los seres humanos necesitan fiestas y el invierno es estación dura y aburrida, por lo que no está de más romper la monotonía con algún jolgorio. Pero que se utilice como pretexto el nacimiento de la divinidad para morir en la cruz y expiar nuestros pecados originales y sobrevenidos, suena a improcedente.

Mejor celebrar directamente que no entendemos casi nada de lo que pasa enrededor y que nos gusta comer bien, estar con la familia, tomar alguna copa de más y olvidarnos que la guadaña ha dejado algunas sillas vacías.

Sobre algunas posibles actualizaciones en el modelo cristiano (y 2)

(Este comentario es continuación del realizado el 2 de diciembre de 2009 y forma parte inseparable de él).

6. Evaluación del Patrimonio de la Iglesia y decisión sobre su mejor destino. Las Iglesias han ido acumulando un importante patrimonio, no solo arquitectónico, sino también dinerario y en terrenos y bienes muebles producto de las donaciones de sus fieles a lo largo de la Historia. Afectado por desamortizaciones en algún país, y en no pocos casos, mermado por hurtos, desapariciones casuales y provocadas, enajenaciones consentidas y fortuitas, y desposeído de protección real por la frecuente ausencia de defectos de inventario o su completa ausencia, es imprescindible que se conozca su contenido completo y se haga su valoración.  Un magnífico ejemplo sería, una vez realizado, la enajenación a precio justo de una parte del mismo y su entrega a las misiones y encomiendas humanitarias que tienen lugar en países pobres (eufemísticamente denominados en desarrollo, cuando en realidad, muchos de ellos se hallan en interesado retroceso).

7. Detección y expulsión de las utilizaciones espúreas, particularmente aquellas que han supuesto la creación de grupos de influencia económicos, del seno de la Iglesia. La hipocresía, que crece siempre desde el momento en que ser cristiano no es motivo para ser perseguido (y cuando lo fue, no hay que olvidar que no sufrió esta persecución por sus ideales éticos, sino políticos) se ha vuelto a asentar entre las clases altas de la feligresía. No hay que engañarse. Aunque las sociedades, en naciones como España, se dicen laicas -incluso constitucionalmente-, la Iglesia sirve de amparo a clanes de poder económico, que se revisten de credibilidad social a su cobijo. Llámese Opus Dei, Comunidad y Libertad, Kikos, Legionarios de Cristo, etc, la existencia de esas élites, culturales y económicas, produce rechazo al creyente sencillo y ha de ser motivo de repudio de la comunidad cristiana een su conjunto, por la utilización contraria a la fe predicada de los objetivos y medios. Y ello, con independencia de que, como en todo clan, se descubra que haya gentes bien intencionadas que han resultado engañadas por la apariencia y desconocen los entresijos de su funcionamiento.

 8. Actualización del modelo de participación de los fieles en la vida comunitaria. Es uno de los aspectos que, seguramente, exigen una tarea de revisión más profunda y, al mismo tiempo, delicada. Los ritos para la participación comunitaria son arcaicos, pero eso también les dota de un cierto atractivo. Muchas veces se ha hecho notar que no trasmite la misma emoción un entierro o una boda laicos que siguiendo el rito católico (por ejemplo). Lo que sucede es que no hay que quedarse en el estereotipo, sino revolver las raíces para dotarlo de sentido permanente, actualizar su poder de comunicación, por encima del hecho de que el rito, en sí, ocupe un espacio de tiempo y exija un boato. Hay que aportar creatividad y participación a los ritos, consiguiendo que cada uno de los actos en común sea una manifestación de la solidaridad y afecto comunitarios. Por supuesto, para conseguirlo hay que tener la valentía de asumir que hay que escuchar los problemas del otro -y  sus alegrías, y sus preocupaciones-, dándole tiempo, no ocupándolo con estereotipos.

9. Respeto dinámico hacia otras religiones verdaderas. Una religión verdadera es fácil de identificar: tiene que estar basada, como estructura de mínimos, en la ética universal. El respeto al otro, la preocupación sincera y eficiente por su situación -independientemente de su origen, raza, sexo, nacionalidad- forman parte de esa base ética. El rechazo a toda forma de subordinación que implique vejación por la persona. La abominación de la guerra salvo como medio de defensa. La unidad de conocimiento científico y técnico. La búsqueda de la justicia universal. Etc. Una religión que no admita esos principios no puede ser aceptada como religión verdadera y, si los contiene como base de actuación, ha de merecer todo el respeto que lleva en sí cualquier forma de dar mensajes colectivos hacia ese desconocido, tantas veces imaginado, que hemos llamado Dios, y al que mayoritariamente se ha decidido rendir pleitesía, en buena medida, por si acaso. La ética universal es, sin embargo, la base irrenunciable. Fuera de ella, no hay ninguna religión verdadera y las que no lo admiten, no merecen ni respeto, ni apoyo y han de ser combatidas con todas las armas dialécticas, publicitarias y culturales al alcance.

10. Apertura de un proceso de reflexión teológica. La afición a incorporar verdades supuestamente reveladas, regulaciones de comportamiento (para los demás, no para uno mismo), anatemas, exoterismos, exaltaciones, castigos y marginaciones, a lo largo de la Historia, sobre quienes criticaron a los que mandaban, o se interrogaron sobre lo que decían creer los que dogmatizaban, ha llenado las religiones verdaderas de una hojarasca de la que deberían desprenderse. No vendría mal recordar al creyente potencial actual los orígenes de cada una de las verdades a las que se venera, admitir con humildad las razones por las que se varió la creencia antigua o se mantiene el empecinamiento con la vigente.

Sobre algunas posibles actualizaciones en el modelo cristiano

Perdónesenos el atrevimiento. El cambio esperanzador que prometía el Concilio Vaticano II, dirigido por aquel coloso humanista que adoptó el nombre Papal de Pablo VI, acercando a la modernidad el modelo cristiano, ha quedado roto en pedazos y, como estamos convencidos de que la religión -y en especial, las religiones verdaderas- cumplen una función primordial para conseguir la paz en este mundo y preparar la posibilidad de gozarla en el próximo, apuntamos algunas sugerencias actualizaciones o reformas del esquema, por si resultan de consideración a quien corresponda.

1. Eliminación de la marginación de la mujer. Para todas las religiones verdaderas la mujer es un sujeto de segunda, causa de múltiples pecados, e intelectualmente más débil. La desconsideración tiene raíces en el Libro sagrado de los judíos que se ha adoptado como Historia de las relaciones entre los humanos y la divinidad, pero se mantiene en múltiples acciones más recientes. Puede que el Dios hebreo haya sido misógino, pero el moderno no puede ya asumir esa carga. Liberése de ella. Mujeres sacerdotisas, revisión de reglamentos conventuales obsoletos, etc. No vendría mal, aunque es problema de mayor calado, reconsiderar la sexualidad de alguna de las figuras de la Trinidad.

2. Revisión de los objetivos del "proyecto" para la vida en común y en especial, del de la pareja humana. La heterosexualidad es, desde luego, la forma más "natural" y frecuente del ser humano, pero no se puede ignorar que también es natural lo orientación homosexual, porque de hacelo de otro modo, se estaría negando espacio vital a quienes, por las razones que sean (fisiológicas o sicológicas) ven en una persona de su mismo sexo la posibilidad de completar un proyecto vital, apoyándose en el otro. Las iglesias cristianas (por no hablar aquí ya de las islámicas o judías) se comportan hipócritamente al castigar una realidad que, además, soportan en su propio seno, en su misma organización sacerdotal o monacal, con formas incluso aberrantes y penalmente calificadas, como es la práctica de la pedofilia que esporádicamente se descubre en algunos de sus integrantes.

3. Expurgo del santoral y selección de modelos de vida ejemplares que resulten acomodados al momento actual. Aunque la guerra civil española (y, desgraciadamente, casi todos los conflictos de entendimiento entre los pueblos) proporcionan una base amplia para seleccionar mártires -y de ambos lados de la contienda-, creemos que es más importante seleccionar del santoral formas de vida que, de principio a fin, sean ejemplares, y no solo se distingan por un final de la suya en la que sufrieron una terrible muerte, con ensañamientos múltiples, en manos de enajenados por la dureza de una matanza recírproca y no tanto (seguramente) por haber adoptado un hábito. En cualquier caso y sobre la base que canonización no significa santidad, no parece descabellado definir un modelo de vida más que un modelo de muerte o extraer ejemplos de la barbarie humana frente a semejantes para mostrarlos a la memoria colectiva.

4. Eliminación de la ostentación de la jerarquía y simplificación y actualización de los ritos comunitarios, dinamizándolos y haciéndolos más participativos. Las monarquías han actualizado sus ropajes -salvo en determinadas ocasiones, en Europa, los reyes no usan coronas, diademas ni mantos de armiño, aparatosidad que se ha dejado solo para los jerifaltes africanos y algunos exóticos mandamases asiáticos- pero las iglesias siguen (y nos referimos en especial a la católica) enseñando púrpuras, tiaras y ropajes suntuosos. Aunque a algunos fieles les gustará que su líder eclesiástico se distinga de la multitud claramente, a muchos, imaginamos que lo que más les atraerá será advertir que comparte sus problemas, en estas épocas de crisis, inseguridad y zozobra.

5. Revisión de la idea de pecado y, en especial, de su forma de expiación. En la iglesia católica, parece ser que algunos pecados solo pueden ser expiados por el obispo o por las órdenes mendicantes: asesinato (incluído el aborto) y el sacrilegio. Además de profundizar, con un espíritu moderno, en la exégesis de los mandamientos que comunicó el Dios de Abraham a un pueblo que era nómada y pasaba bastante hambre, no estará de más reexplicarse si el aborto provocado de un feto que aún depende de su madre es considerado homicidio porque lo impuso la revelación o porque la mujer sigue siendo considerada un ser inferior que no debe tomar decisiones por sí misma. Seguramente -con el respeto debido- si Dios tuviera la amabilidad de enviarnos nuevas tablas de la ley, cabrían varias actualizaciones del decálogo.

(seguirá)

 

 

Sobre el Anticristo y el poder de los malos

Desde que el apóstol Juan se refirió a los anticristos como a aquellos que niegan que Jésús es el Cristo (Juan 2:22 : "¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el anticristo: el que niega al Padre y al Hijo"), la palabra ha tenido diversas interpretaciones, unidas al atractivo de que la aparición del Anticristo, tenido por plasmación del mal, sería preludio del fin del mundo.

No vamos ahora a comentar el uso variopinto que la imagen de este ente apocalíptico ha sufrido a lo largo de los siglos, sino que queremos llamar la atención sobre el auge que lo malo, lo perverso ha cobrado en nuestra sociedad. Como niños a los que gusta jugar con fuego, la apelación al Anticristo es utilizada como un elemento más de teatralidad e identificarse con él o verlo como algo próximo formaría parte de la sociopatología contemporánea.

Un sicópata de complejo diagnóstico, Charle Mason, se ha llamado a sí mismo el Anticristo, para fundar una secta "satánica" causante del asesinato de la actriz Sharon Tate. Un filósofo oscuro Friedrich Nietzsche, dedicó unas cuantas páginas infumables a demostrar que el Anticristo se identifica justamente en el cristianismo, como fórmula perversa de dominación y enajenación de los ingenuos.

Más recientemente, y a la cutre escala local, puede verse como en un concurso para premiar al mejor blog en lengua española, ocupa el primer lugar un incalificable compendio ideológico titulado "Yo soy el Anticristo", alimentado por un estudiante argentino de biología y apoyado por su grupo de amigos, que se encuentra ligeramente destacado del segundo clasificado, expresivamente identificado por su autor, un cuarentón de Castelldefels, como "Lo que me toca los cojones" (antes, simplemente: "Hasta los cojones").

No son muchos signos, pero habérlos, háylos.

 

Sobre el camino desde Populorum Progressio a Caritas in veritate

El Papa Benedicto XVI ha querido celebrar el cuadragésimo aniversario de la promulgación de la encíclica Populorum Progressio de uno de sus antecesores, Pablo VI, con una nueva carta a los fieles católicos: Caritas in veritate. Fue divulgada o promulgada en julio de 2009, por lo que se retrasó dos años respecto al objetivo de la conmemoración (la Populorum se conoció el 27 de marzo de 1967).

Bastante ha llovido -y dejado de llover, según los sitios en que se mire- desde entonces, pero la Humanidad sigue sin darse mucha cuenta de las razones teleológicas de tanto cambio climatólogico. 

El diagnóstico papal de la situación mundial, en cuanto a las preocupaciones básicas de la sensibilidad colectiva, no ha mejorado. «Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos» (sic). A nivel global, las naciones más ricas no ayudan como debieran a las más pobres, sino que las siguen explotando. A nivel particular, los que tienen más, no es ya que no lo compartan, sino que continúan acumulando, a costa del esfuerzo o de los recursos de los que nada tienen o nada creen tener.

Por eso: "El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es «la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos".

Como era de esperar en persona bien informada, ni las cuestiones energéticas ni los avances tecnológicos le son ajenos. Hay que ahorrar energía e investigar alternativas (se supone que al consumo de materias primas fósiles) . La Encíclica desconfía prudentemente de la técnica. "Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática, hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente." (sic)

El Sumo Pontífice está a favor del orden y, por eso, echa de menos un "claro liderazgo mundial", alguien que mande con mano firme en las cosas terrenales. Esa "verdadera Autoridad política mundial" ha de gozar "de poder efectivo".

El deseo de un nuevo orden mundial se encardina en la visión papal con la necesidad de un cambio de posiciones éticas: "Nos preocupa justamente la complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor." (sic)

La curia romana y los exégetas católicos se han apresurado a afirmar que la Encíclica no debe ser analizada por trozos, ni olvidar su carácter de carta pastoral, acorde con el mensaje evangélico.

Pero como está dirigida a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, conviene indicar que, una vez leída, se desprende que el análisis y diagnóstico del Papa con  aceptables (y poco originales, aunque se agradece que desde su potestad se comente lo que está pasando). Es imposible no estar de acuerdo con frases como esta: "Lamentablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres." (sic)

El punto débil, que no es dogmático, sino pragmático, es que la Iglesia que preside sigue jugando con las cartas marcadas del tópico y de la doctrina meliflua al presentar las posibles soluciones.

Porque, ¿no suena a arrebato misticista el que "el desarrollo tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración"?. Y ¿cuántas veces se ha escuchado desde el púlpito que hay que actuar llenos de "amor y perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz"?

No abogamos por la llamada a la guerra santa contra los que explotan -eso ya lo propuso Lenin y quedó demostrado su nulo éxito-, solo que, puestos a escribir con la pluma dorada de los ángeles, se hubiera agradecido la incorporación de algunos pasajes relativos al castigo con el fuego eterno de los avaros, los mentirosos, los farsantes, los explotadores, los acumuladores de riqueza improductiva.

Y es que el infierno venía al pelo para que el personal prestara más atención a esos lindos mensajes. Habría que echarle más leña a ese fuego, y no vendría mal alguna demostración de que hay Alguien más ahí.

Sobre la religiosidad como factor social

No hay duda de que algunos se empeñan en dar al César lo que debería ser de Dios, entremezclando a sabiendas los churros con las merinas. La religiosidad como elemento de influencia social, esto es, económica, viene siendo el banderín de enganche para grupos de influencia muy variados, en este país como en otros, en la religión católica como en cualquier otra.

Por supuesto, la raiz de todo ese lío de confusión de las creencias de los libros sagrados con los adoctrinamientos por los que se prometen -y consiguen- cosas de este mundo, pero solo a quienes hayan pasado por sus gañotes las piedras de molino con las que se les obliga a comulgar, está en lo apetitoso que resulta vivir como dios en esta Tierra. Y una fórmula bien acreditada es prometer la eterna bienaventuranza a los crédulos y hacerles al unísono la existencia más difícil a  cuantos osen poner objeciones en el camino hacia el altar en donde se venera el becerro del poder y el dinero.

Rezar al Ser Superior en grupo y mantener esa unión ante la fe para conseguir mover los más dorados hilos terrenales es un proyecto ambicioso  que exige de parafernalia, autoridad, dineros, presión moral, milagros, castigos y todo un edificio construído a base de favores, de hoyportimañanapormi, y de sinoestasconmigotevasaenterar. No es sencillo ni se improvisa.

Podemos poner nombres a estos grupos, -estrictamente sectas, pero en absoluto porque aglutinen a la fuerza a seres débiles, sino porque consiguen captar a seres fuertes para mejor difundir una nueva de lo más antañona, ésa de que todo lo podemos si apoyamos sin fisuras a aquel que nos importa. El credo terrenal debe adornarse con unos pocos principios que sirvan de identificación y compañía: hay que estar en contra de algo, y hacerlo con vehemencia iluminada,

Que otros poderes humanos, como son, sin duda, los partidos políticos, regidos por similares o idénticos breviarios pero con dioses más laicos y las mismas actitudes descalificatorias del contrario, ocupen circunstancialmente algunos de los sillones, no debería hacernos olvidar que ellos están ahí. Siempre están ahí.

Entre bastidores, cuando vienen mal dadas. En la palestra, si sale el sol. Son más fuertes, más resistentes a las adversidades. No tienen nada que perder, porque los dioses están de su lado. Están dispuestos a cambiar de nombre y hasta de santos y líderes. Cuentan con un arma infalible: la fe en que todo lo que no es eterno, perece.  Y manejan la eternidad con el cuidado de un sabio.

Contra la fe, paciencia. Paciencia para apoyar los avances del ser humano, en la lealtad, en la solidaridad sin contraprestaciones, en el respeto a las ideas de los otros. Esta paciencia nos permitirá presentar la batalla desigual de David contra Goliath . Manejando la finitud y la ética universal como espadas flamígeras.

Sobre traición y tradición religiosas

Pocas ciudades, pueblos o villorrios de las dos naciones que han sido, en otro tiempo, baluarte de la religión católica,  a saber, España y Portugal, dejarán de manifestar en Semana Santa la teatralidad de su fe anatañona con un desfile de encapuchados, imágenes, penitentes y fanfarrias.

Llevada la señal de la buena nueva, en plena exaltación tridentina, a Latinoamérica por esforzados exterminadores del paganismo indígena, son también muchas las localidades de Colombia, México, Guatemala, Bolivia, etc., que sacan estos días de paseo a los cucuruchos, tronos, pasos procesionales, baluartes y cornetines, en una muestra de devoción colectiva, que, si aún no ha movido montañas -que se sepa-, arrastra a devotos y curiosos por millones.

En algunos lugares, desde luego, la representación alcanzará niveles que solo la libérrima imaginación popular pudo haber concebido. Ingenuidad, saña, rivalidad, sensualidad y colorido, se entremezclan en un cóctel mágico.

Empalados, crucificados, flagelados, punzados y punzantes, místicos y paganos, iluminados, cantautores, rezadoras y danzarinas, unirán sus cuerpos, a veces ocultos y otras semidesnudos, frecuentemente descalzos, al sobreactuado fervor de quienes asisten, conmovidos hasta la piel de su alma y al borde del lloro incontenible, a esa demostración colectiva de amor por la escenografía medievalera.

Los actores son también, a la postre, espectadores, y, todos al unísono, representarán un guión sin muchas sutilezas que fue escrito originariamente, en una obra colectiva despreciable, por autores mayoritariamente anónimos. Sacerdotes hebreos, colegas envidiosos, sayones romanos, que, si Dios mantiene interés por restablecer el orden universal en esta esquina mundana de su creatividad, deben estar desde hace veinte siglos quemándose para siempre en las zonas más caldeadas de los infiernos.

La devota tradición se ha convertido, sin embargo, en traición pagana, cuya dimensión avanza año tras año.

Cuando se van los encapuchados y los porteadores de las pesadas imágenes con cristos, dolorosas y sayones, y se retiran los devotos expectadores, después de haber observado con curioso silencio el paso del vecino o haberse sentido sobrecogidos por lo sanguinolento de los piececitos descalzos de presuntamente femeninos penitentes, el tumulto no entra masivamente en las iglesias para pedir perdón a Dios.

No. La mayoría se van de copas, de comilona, de jolgorio. Porque, digerida la tradición de la Semana Santa como un pretexto para pasarlo bien, el suplicio del Redentor se ha convertido en días de fiesta contantes y sonantes para los destinatarios de tanto sacrificio.

Debieran introducirse algunas novedades en las tradiciones procesionales. Ya que las gentes no van a las iglesias, y a aprovechando que "los santos" andan por la calle, podría ponérseles tronante voz, y hacerles gritar algo así como "¡Arrepentíos!". (Perdónenos el lector más creyente, pero también podría gritarse de cuando en vez: "¡Consumid!", como medida circunstancial paliativa de esta crisis)

Arrepentimiento que debería tener su raíz, en nuestra heterodoxa opinión, no tanto porque unos judíos incrédulos hubieran puesto hace 2.000 años al Hijo de Dios en el camino protagonizar el más execrable Auto de fe de la Humanidad, sino porque sus farsantes imitadores actuales, después de haber representado a conciencia el papel de sayones, cristos y cruzados, prefieran refocilarse en los más conspicuos terrenales placeres, a pesar de haber sido calificados de pecados mortales por los más diversos representantes del Altísimo, en lugar de retirarse a sus hogares a meditar qué hacemos aquí, a dónde queremos ir, porqué razones.

 

Sobre María y José, una reflexión respetuosa

Para los cristianos, María y José son dos personajes que representan la culminación de lo humano, y que tuvieron la gracia especial de ser puestos en contacto especial con lo divino, actuando como guías y cuidadores muy cualificados de Quien se había decidido a dar una vuelta por lo creado, para ver cómo les iba a sus criaturas, no ya desde arriba, sino desde dentro.

Invención humana, mito sublimado o realidad imaginada por la misma divinidad, resulta interesante analizar ciertos detalles de ese trío -Jesús, María, José-, bajo cuya advocación varias Iglesias han escenificado una parte sustancial de la historia de los últimos siglos. Y, aunque perdido mucho poder de convicción, aún lo siguen intentando.

El Dios cristiano es varón y reúne en su figura las características viriles más rancias: es justiciero, implacable -incluso con su Hijo-, ausente, enigmático, guerrero, omnímodo pero tacaño. Su pareja humana es maternal, inocente, sensible, tímida, espléndida con lo poco que tiene, y hogareña. José es el perfecto criado:  trabajador, honrado, bien mandado, iletrado, ingenuo.

La Iglesia -todas las iglesias en realidad, pero nos estamos refiriendo, sobre todo, a la católica- se ha reservado para sí la comunicación con ese Dios inaccesible, al que ha interpretado, moldeado, dirigido, retraído o lanzado como le pareció conveniente. Pero nos ha entregado a los fieles a dos figuras encantadoras. María, toda sencillez y simpleza, modelo para todas las mujeres, en especial, de las madres. Y José, igualmente modelo de sumisión y laboriosidad, ejemplo para todos los hombres de buena voluntad, en especial, de los padres.

Los tiempos han cambiado. Las mujeres son hoy iguales -por lo menos, porque están en fase rampante- a los varones.. La preocupación por las hierofanías ha cedido terreno a otras obsesiones hedonistas. El poder de convocatoria de lo religioso es muy inferior a los llamados espectáculos de masas en donde no se reclama ninguna atención para las almas.  

La velocidad de los cambios no impide, sin embargo, que la curia nos siga transmitiendo los mensajes de la divinidad a los demás humanos, con atención especial a los últimos reductos de educados en la fe católica, destinatarios predilectos. Ni preservativos, ni matrimonio homosexual, ni interrupción voluntaria de embarazo, ni relaciones sexuales antes del santo matrimonio.

Demasiada preocupación por lo sexual tiene en esta época la divinidad, por lo que parece. Antes andaba por otros derroteros.

 

 

Sobre polvos, Cuaresmas y bulas

La Iglesia más importante de este mundo ha previsto desde el siglo IV de su era, que nos preparemos en penitencia durante cuarenta días (una Cuaresma) para el domingo de Resurrección. En ese miércoles singular en el que deberíamos empezar nuestra meditación sobre lo frágil de nuestra naturaleza humana, era costumbre hace ya años ir a " tomar la ceniza".

El sacerdote católico marcaba con una cruz la frente de los fieles, que aguardaban en largas colas el momento, mientras te decía "pulvis eris et in pulveris reverteris". Las únicas dudas que había entonces las provocaban algunos listos con el Latín, que discutían académicamente si el polvo estaba bien o mal declinado.

Vino la Reforma del Vaticano Segundo y puso fin a todas las dudas idiomáticas, abriendo las puertas de la iglesia a las incógnitas esenciales del mundo, y redujo mucho las colas, dando la alternativa a otra opción: "Conviértete y cree en el Evangelio", demostrativa de que los purpurados tienen uno de sus pies, al menos, en este mundo.

En las casas de entonces se debía respetar la vigilia de los viernes del año, y los mayores  tenían que hacer ayuno en esos días y abstenerse de carne, sinónimo de pecado además de muy mala para el colesterol. Dieta mediterránea forzada que no elevaba, por cierto, el precio de los pescados, porque a pesar de la pretendida ictofagia hispánica, no llegaban la mayor parte de los peces hasta tierras adentro, salvo una supespecie del bacalao, material de desecho anglo-portugués, lleno de espinas y salado a rabiar.

Para poder saltarse ese ayuno y obtener más libertad en la preparación de los condumios, las amas de casa tenían que comprar en las parroquias unos papeles -llamados bulas- para cada una de las personas de la familia, adulto o niño (salvo los infantes de teta), con precios acomodados a las respectivas economías.

Los documentos de tal gracia, junto con los escapularios individuales que debían ser de tela aunque guardáranse en plata y las indulgencias acumuladas entre ejercicios espirituales y las salidas y entradas a las iglesias, formaban un tranquilizante bagaje defensivo de los católicos frente a las acechanzas del demonio, el mundo y la carne.

Los tiempos han cambiado tanto, que ahora echar un polvo no es ir a la Iglesia a que te pongan una cruz, sino un acto complaciente de dos o más, cuyo alcance no necesita mayor expliciación y que se hace en cualquier sitio menos en un templo. Tener bula se utiliza para expresar que alguien se salta a la torera un reglamento o una orden laicos, sin que la mayoría de los que hablan así entiendan de donde viene el cuento.

Y lo que puede parecer el colmo es que la Cuaresma ya no es tiempo de penitencia, sino simplemente el preludio de una fiesta pagana en la que hasta el personal más serio se pone un disfraz con lo que tenga más a mano y se endilga una careta o unos anteojos, con la irreverente intención de sacar a relucir a la primera sus galas carnales y, para el caso de no conseguir el objetivo principal, y -según gustos- atiborrarse de cerveza y alcoholes, dejarse empapelar en confetti y bailar la conga de jalisco o ponerse hasta el moño de cannavis y anfetas. 

Con la Cuaresma nos pasa lo que advertía el refrán: "Voy a la fuente, non po´l agua, por la xente". Que, en versión adaptada a estos tiempos de irreverencia, equivaldría a algo así como: "Gústame la Cuaresma, po´ la folixa mesma". (1)

(1) Me gusta la Cuaresma, por la fiesta misma.

Sobre escépticos, cálculo de probabilidades, cambio climático y Dios

Hoy, día 24 de diciembre de 2008, el mundo cristiano celebra la conmemoración del nacimiento de Jesús, hace más o menos, 2.010 años.

Por supuesto, ese niño Jesús, del que muchos serios investigadores dudan que haya existido jamás, no nació un 24 de diciembre, porque hace esa tira de años el calendario era distinto. La fecha fue fijada, simbólicamente, incrustándola en el calendario gregoriano, fórmula para medir el tiempo de manera cabal que, a su vez, se basó en los estudios realizados por un tal Sosígenes de Alejandría, y que habían dado lugar al cómputo juliano (de Julio César).

Pero lo verdaderamente atractivo a estas alturas de nuestro caminar filosófico no es dilucidar la fecha exacta en que nació el niño Jesús, -un demiurgo que había de tener una existencia corta pero llena de acontecimientos relevantes para él, para algunos de sus coétaneos y para miles de millones de sus admiradores posteriores -, sino admitir si se trata realmente de la reencarnación de Dios.

Si se pudiera descrifrar inequívocamente esta hipótesis, no importarían tanto el resto de los dogmas que impregnan los recovecos de nuestra civilización occidental y son culpables indirectos de muchos odios incomprensibles a la luz de la razón. Ni siquiera es tan relevante que Dios haya decidido hacerse hombre incrustándose en una estirpe judía de rancia raigambre, utilizando el vehículo corporal de una virgen.

Lo verdaderamente importante es que la mente divina haya entendido que para enseñarnos el camino de la virtud a los seres humanos sería necesario que su descendiente tuviera que ser crucificado por los suyos. Y que los instigadores principales de tal sacrificio fueran, justamente, los representantes oficiales de la religión que seguían hasta entonces quienes defendían que esa reencarnación habría de llegar, considerándolo como un impostor.

A pesar de todos los esfuerzos por perfeccionar, con el paso de los siglos, el esquema de credibilidad de la religión cristiana, acompañándose, en particular, del testimonio de miles de fieles que llevaron su fe hasta el extremo de dejarse inmolar por ella, el número de incrédulos ha sido siempre muy importante, y, en la actualidad, crece.

No parece existir una fórmula perfecta para rebajar ese número de incrédulos. En otros tiempos, se habría intentado disminuirlo de múltiples maneras: por guerras santas, inquisiciones, milagros, adoctrinamientos, amenazas; etc. Hoy no queda más que un método muy especial de convencer de que los seguidores de Cristo están en la religión verdadera: convenciendo a los incrédulos con el ejemplo de una postura ética impecable y con su solidaridad con los pobres, con los desfavorecidos, con los que sufren.

Permítasenos comparar la cuestión de la religión con la cuestión del cambio climático. Hay sacerdotes de ese nuevo culto pagano absolutamente convencidos de que la concentración de CO2 equivalente en la atmósfera, de alcanzar determinados niveles -alarmantemente próximos- provocará efectos desastrosos para la Humanidad. No para el Universo, ni siquiera para Gea, desde luego: las restantes especies, y, en particular, los que hemos despreciado con el nombre genérico de microorganismos, volverán a pasar, en ese caso, por una edad de oro.

Pero, a pesar de todas las simulaciones, de las explicaciones de científicos relevantes, de películas catastrofistas, de congresos mediáticos, hay muchos escépticos. Más incrédulos que creyentes, en realidad.

El argumento principal de los incrédulos es que, siguiendo lo que se ha comprobado con otros modelos -el económico, entre ellos- existe una gran probabilidad, intuitiva, de que los cálculos de los sacerdotes-científicos del cambio climático, no incluyen todas las variables, y habrá alguna, importante, que se les haya pasado desapercibida.

En consecuencia, las cosas no sucederán como habían imaginado o no serán, si acaecen, de las anunciadas proporciones catastróficas. Por no decir que, como la ciencia siempre acude -siempre ha acudido, se dice-, algo se les ocurrirá a los más listos, o algo aparecerá en el camino de la invención humana, tal vez, incluso, abandonado por los dioses para que alguien lo encuentre: "Dios proveerá".

La verdad es que las consecuencias extraídas de la existencia probable de que un cambio climático esté a punto de suceder, son todas buenas. Hay que respetar la naturaleza, contaminar menos, aprovecharse más de las energías limpias, contener el desarrollo indiscriminado y contar mucho más con los países menos desarrollados, avanzando en una economía verdaderamente globalizada.

Si Dios y el cambio climático no existieran, habría que inventarlos. Feliz Navidad y cambio climático, amigos. Los caminos de la fe y la razón vuelven a entrecruzarse.

 

Sobre Dios, ese desconocido probablemente inexistente

Los autobuses de Londres lucirán a partir de enero de 2009 una inscripción singular: "There´s probably no God. Now stop worrying and enjoy your life".

Se trata de una campaña que auspicia la British Humanist Association, que dirige un tal Richard Dawkings, biólogo, y que está soportada por contribuyentes anónimos. Un grupo de gentes tan ilusionadas con el proyecto de difundir ese mensaje insólito que han realizado aportaciones muy superiores a lo que cuesta insertar el anuncio en el medio de transporte elegido, así que tendremos cuerda agnóstica para rato.

Aunque el lema no aporta nada nuevo, los creyentes tienen motivos para estar preocupados.

En primer lugar, pueden pensar, y con razón, que si la probabilidad, por pequeña que sea, se resuelve a favor del suceso cuestionado, y resulta que ese Ser tiene ganas de demostrar su existencia de una forma definitiva, la enojada divinidad pueda aprovechar la provocación para lanzar un mensaje inequívoco contra los díscolos humanos, quién sabe, tal vez acelerando el cambio climático o mutando un par de bacterias.

Pero el motivo de mayor contricíón puede estar en los sancta sanctorum de las religiones, allí donde se reciben, o creen recibir, se interpretan o se inventan, las señales del Más Allá. Porque ese movimiento incipiente de rebeldes contra una de las creencias más persistentes, si prospera, puede aumentar el negocio de los locales de diversión, restaurantes y sitios de lenocinio, pero arriesga dejar sin apoyo económico, las variadas máquinas de recaudar dinero que se han consolidado en la Historia de la Humanidad, que, bajo la pretensión de hacer la pelota a las divinidades inmortales, se han conformado como religiones de cometidos bastante más pedestres.

Los mandamientos de Dawkings incluyen varias reflexiones de naturaleza ética, tratando de incorporar principios universales derivados del pensamiento kantiano y de otros ilustres escépticos, pero los espacios de los autobuses no dan para más. Corren el riesgo los organizadores del show, por tanto, que el gran público se quede solo con los titulares.

Han quedado fuera de cobertura mediática frases como "No hagas a otros lo que no quieras que te hagan" o "Respeta el derecho de los demás a estar en desacuerdo contigo" y otras de igual calibre. No vendría mal rescatarlas, aunque la campaña costara mucho más dinero, porque su incumplimiento por una buena parte de la Humanidad es evidente.

Puede incluso llegar a pensarse, siendo ingenuos, que entre las razones por las que hubo que apelar a alguien superior, repartidor de premios y castigos desde su posición de eterno aburrido, estaba la necesidad de poner algo de orden a la propensión a desmadrarse. 

Mirado así, la publicidad de esos nuevos Humanistas es despilfarro. Porque, en medio de la parafernalia de ritos y devociones, pasarlo lo mejor posible que te permite el dinero disponible y la hosquedad de los de al lado, era un objetivo al que no estábamos dispuestos a renunciar.

Sobre el laicismo positivo y la religión negativa

El presidente francés Sarkozy acapara protagonismos con su presencia en casi todos los fregados. Lo consigue gracias a una voluntad de desplazarse hasta el punto en donde converja la atención internacional, pero, sobre todo, gracias a la compañía de una belleza magnífica, una representante idónea de las esencias italo-francesas, con la que ha llegado al acuerdo de compartir sus intereses y los de Francia: Carla Bruni.

La fotografía de la cantante y modelo, actual esposa del presidente, rodeada de cardenales de la Iglesia Católica a la espera de que hiciera su aparición en el aeropuerto de Orly el Papa Benedicto XVI es una destinataria segura a la primera página de los periódicos europeos, y ha sido, por tanto, observada y analizada desde muy distintos puntos de vista.

El impecable traje de chaqueta, con falda a media pierna, sus zapatos bajos, el coqueto gesto de arreglarse la recogida melena, la discreción silente de Carla Bruni, todos los elementos de la femineidad con aire misterioso, atrayente y sensual, se rodean de los cuerpos caídos, los rostos envejecidos y homogéneos, cubiertos con capelas ridículas (por lo arcaicas) y uniformados con trajes talares y cíngulos que más bien parecen el acento circunflejo de la madonna.

El Papa Ratzinger y el Presidente Sarkozy han discurseado sobre el laicismo positivo, aunque tenemos dudas de que el significado de la expresión sea el mismo desde ambos lados del pensamiento. Los laicos son, o eran, para la Iglesia verdadera, los católicos que carecían de órdenes religiosas, el pueblo llano. Para los agnósticos, los laicos son quienes no tienen fe. El laicismo positivo es, en definitiva, la ética universal.

No han dicho una palabra sobre las religiones negativas. Esa combinación de fanatismos, dogmas, luchas por convencer a los otros de que sus dioses son los verdaderos, que ha hecho tanto daño a la inteligencia; es decir, también a la cultura.

Sobre la oportunidad de una Visa para católicos

La idea se nos ocurrió al comprobar que en la mayoría de los templos católicos españoles se ha impuesto la condición de pagar una entrada para acceder a su interior. Ya no es posible entrar en las iglesias como parte del itinerario turístico. Un tenderete adecuado a la entrada, con un@ cancerber@ provisto de talonario y que también aprovecha para vender estampas y fotografías del interior, advierte que no es posible alegar únicamente la profesión de la fe católica para introducirse a la piadosa -o simplemente curiosa- contemplación del resultado de siglos de donaciones y bienventuranzas temporales.

Hay que pagar y, además, está prohibido hacer fotos: esto último, no porque se deterioren los bienes culturales guardados, sino porque se han vendido los derechos de reproducción a una agencia de publicidad.

Simultaneamos esta reflexión, nada irreverente, como se comprende, con un hecho simultáneo: la firma del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Juan José Güemes y el obispo auxiliar de esta diócesis, Don Fidel, procurando la asistencia religiosa en los centros sanitarios de la Villa y Corte, y la participación en los comités de ética y cuidados de un representante de esta formación católica. Hay que suponer que el Convenio supondrá alguna forma de compensación económica por tales desvelos.

Pues bien: proponemos la emisión de una tarjeta para los católicos, que se emitiría en colaboración con alguna empresa especializada en concesiones crediticias -valga, como ejemplo popular, Visa-. Daría acceso gratuito a la visita de los templos y a determinadas rebajas en la administración de sacramentos y otras utilizaciones de los lugares sagrados. Quizá incluso podría servir para reducir los tiempos de espera para encontrar fechas libres para bodas y bautizos, además de facilitar -porqué no- la confesión por correo electrónico, con la correspondiente clave intrasferible.

Por supuesto, aquellos devotos -por convicción o tradición- que sigan poniendo la x en la casilla de la declaración a Hacienda por la que decidan subvencionar las obras pías de la Iglesia católica, obtendrán, de forma automática y gratuita, su tarjeta, con incorporación de la unidad familiar en pleno.

Otras religiones también podrán ofrecer a sus fieles y admiradores las mismas o parecidas ventajas, siempre que gocen del imprescindible plácet de nuestras Administraciones pùblicas. No se trata de discriminar a nadie, sino de ofrecer a todos los que tengan fe, la posibilidad de rentabilizarla en este mundo.

Sobre los agujeros negros

Agujeros negros, enanas blancas, estrellas de neutrones y música celestial relacionan las complejas teorías de la física cuántica y de la astrofísica con el subconsciente colectivo. La mayoría, careciendo de conocimientos para analizar las conclusiones con las que las mentes más fértiles de la humanidad tratan de explicar lo que está pasando aquí, han renunciado a entender lo que se esconde en ellas. "Demasiado para mí", concluyen.

Algunos términos de la teoría de la relatividad y sus derivaciones, sin embargo, atraen la atención y se utilizan como moneda común en las conversaciones triviales. Una gran explosión como origen del Universo y un final oscuro para volver a empezar, encaja bien con la imaginación más modesta. No es necesario preguntarse porqué, cuanto más intenso es el campo gravitatorio, mayor es la pérdida de energía de la luz emitida por una estrella. 

No hay que saber que, cuando se está produciendo el colapso de una estrella de neutrones (la última fase de la extinción de las enanas blancas), la luz de la estrella, perdida toda su energía, ya no puede escapar. Su campo gravitatorio sería entonces tan intenso que cualquier objeto que se aproximara al mismo, sería atrapado, para hacer compañía a la luz, apareciendo su color como negro. Porque esa hormiga habría caído en un agujero negro, atrapada por la hormiga león que, situada en el centro, se lo come todo.

En la carrera entre la ciencia por conocer los inmensos misterios que conforman la naturaleza exterior al hombre, por un lado, y la naturaleza, por otro, como fuerza indudablemente superior, por escaparse de esa intención, algunos científicos se esfuerzan en descubrir algunos agujeros negros del pensamiento filosófico. Es un consuelo efímero, porque cuanto más se conoce, más misterio se desvela, por lo que nos cuentan.

Podría parecer aconsejable rendirse ante la evidencia de que lo que nos rodea es inalcanzable para el ser humano, al menos, en toda su magnitud. Esto nos llevaría de la mano a admitir que existe alguien superior a nosotros, para el que constituímos uno más de sus objetos de creación o imaginación. Tal vez, incluso, un objeto predilecto. Puede, además, que tan queridos que, si conseguimos superar ciertas pruebas, seguir algunos mandatos, purificarnos de ciertas maneras, consigamos reunirnos con El para toda la eternidad, con sus idas y venidas, sus implosiones e implosiones.

En esta fecha, domingo de Pascua, en la que la religión más elaborada venera la resurrección del hijo de Dios hecho hombre, y, además, -para más INRI- muerto por salvar a los hombres, cabe preguntarse muchas cosas. Una de ellas podría ser, desde luego, la distancia a la que nuestro sistema astral se encuentra de su propio agujero negro. Cuando observamos la cantidad de guerras, asesinatos, atentados, violaciones, avasallamientos, desprecios, etc que se multiplican en nuestro entorno, las evidencias parecen indicar que vamos camino de la luz, sí, pero para meternos en el agujero negro.

Si la realidad que nos ha tocado vivir es solo una de las infinitas opciones de reparto de las cartas en el juego del azar, y en la incomensurable eternidad tenemos opciones de volver a ser, ¿mola una cita para una próxima reencarnación?.

Sobre las devociones de la semana santa para incrédulos

Malos tiempos para la lírica y, por tanto, para la religión. Al menos, para las religiones que han evolucionado hacia la tolerancia y la comprensión del otro. Esas manifestaciones de bondad, máxime si se hacen bajo el duro propósito de que la mano izquierda desconozca lo que hace la derecha, están amenazadas.

¿Para qué sirve en este momento de hedonismo y exhibición, aquello que no se pueda mostrar a los demás, -haciéndoles palidecer de envidia-, o no nos proporcione placeres inmediatos?. ¿Se necesitan dogmas para que los más jóvenes analfabetos, desempleados y sin futuro, de cualquier país subdesarrollado, se dejen convencer por los mandamases de cualquier secta o supuesta religión, de que es lícito arrebatar bienes y hasta las vidas de quienes no pertenezcan a sus etnias o grupos?. Y, ¿cómo desmentir que, para los caídos en la batalla, el premio no será la vida eterna?

Si las religiones quieren captar adeptos, hay que reconocer que la mejor formación cultural ayuda poco. La fe es un don de los dioses, pero la razón es una rémora para convencer a los incrédulos. Las religiones verdaderas florecieron en tiempos de Cruzadas, de la defensa encarnizada de los dogmas, de Inquisición, de enemigos concretos y claros a los que poder avasallar, combatir, vencer. Las acciones teológicas suben cuantas más iras, pecados, odios y castigos infernales se acumulan sobre catecúmenos y adoctrinandos, y cuantas más cabezas se puedan inmolar a los dioses, que han de ser crueles, despiadados, terribles.

Menos globalización y comprensión y más intransigencia, serían las medidas adecuadas para recuperar terrenos para las feligresías. Habría que volver -si apeteciera- a la idea central de que el consuelo de los más pobres o más tontos es admitir que los altos designios les han otorgado sus miserias terrenales para que estén más confortables el resto de la eternidad.

Pero, en fin: ¿Qué puede esperarse de fieles que incumplen los preceptos, desoyen a sus ayatolás, vacían los templos para refocilarse en placeres terrenales, entregándose a la molicie en lugar de orar y flagelarse para no caer en la tentación?.

Consolémosnos ante la evidencia de que la evolución del santoral de la religión católica nos ha premiado por estas latitudes con unas magníficas vacaciones, más o menos al principio de la primavera. La Semana Santa se ha convertido, por ello, una fiesta de final del invierno. 

Tal vez los más antiguos del lugar recuerden que se conmemora la pasión de un iluminado que se decia hijo de Dios y que consintió que lo mataran, después de un juicio injusto, de una forma habitual en tiempos bárbaros, crucificándolo, (aunque ahora está en discusión si lo hicieron a la velazqueña o en posición fetal, y se está pensando en clonar el adn de la sábana que lo amortajó). Nos tememos que una buena parte de los jóvenes solo saben que se disfruta de unos días de asueto para pasarlo como dios.

Tierra de paganos, en algunos pueblos de nuestra piel de toro carpetobetónica, entre cochinillos y corderos asados, miles de personas -quizá nostálgicas, en el fondo- se reúnen para ver el desfile solemne de unos encapuchados que siguen con ritmo de no tener ninguna prisa unas composiciones de cartón piedra o barro cocido que representan momentos de aquél calvario. La multitud vibra enardecida cuando algún artista local, gratificado al efecto, canta o grita a pelo una cancioncilla triste desde un balcón de las atiborradas casas por donde transita el grupo doliente; más doliente cuanto más pesada es la carga y más angosta la calle y más caluroso el día.

No faltarán, sin embargo, algunos que aprovechan estos días de devoción para refugiarse de la furia de la ciudad en la aldea de donde tal vez no debimos salir y que se preguntarán, no ya si Dios existe, sino si esa parafernalia que hemos montado alrededor del culto a las divinidades, en atención al respeto que decimos dispensarles, no estará empezando a inflarles las teológicas narices.

Sobre la inter-relación entre religión y política

Religión y política son dos maneras de interrelación con lo que trasciende al ser humano individual. Con la primera, desde que los primeros antropoides tomaron consciencia de su condición vulnerable, trataron de lanzar mensajes de simpatía hacia supuestos seres superiores, que tenían, forzosamente, que poseer la solución a todos los arcanos y misterios que les rodeaban. Con la segunda, buscaban la forma de organizar mejor sus vidas, para defenderse de los peligros inmediatos, y sacar beneficio de la fuerza e inteligencia conjuntas.

Podían, tal vez, haberse sostenido como dos actitudes compatibles, es decir, complementarias. Pero la tentación de mezclar los sectores de influencia de ambos fue, siempre, muy fuerte. Alardear de poseer las claves del mundo invisible, apoyado con eventuales manifestaciones cósmicas que pudieran ser atribuídas a los poderes de quienes convocaban las fuerzas del más allá, tuvo siempre importantes réditos, que se traducían en más poder y más respeto para organizar la vida de los semejantes en el más acá. Así hicieron fortuna muchos gobernantes y sus séquitos próximos.

Las religiones han demostrado un inmenso poder adaptativo para incorporar los avances de la ciencia y la técnica, y disculpar sus errores de percepción social, aunque sin descuidar la proximidad al poder terrenal,  bien para apoyarlo o para criticarlo. La figura de Jesús, cuyo atractivo histórico no se puede cuestionar, supuso un avance no superado hasta ahora, en dar consuelo a una población prácticamente endógena, dándoles fuerza moral para soportar adversidades y cohesionarse. Tuvo también otro efecto: incorporar principios éticos universales a un concepto religioso que, hasta entonces, había sido demasiado pedestre, obsesivamente preocupado por controlar a los débiles.

Posteriormente, hubo diversas adaptaciones de aquel esfuerzo ético para reconducir las obsoletas religiones, siendo una de las más curiosas, -por lo que significa, en general, de paso hacia atrás- la del islamismo, cuyo efecto de proselitismo en la llamada modernidad puede parecer sorprendente a quienes no conocen o no quieren conocer los entresijos del mundo árabe.

La toma de posición de la Conferencia Episcopal Española no tiene porqué sorprender. La religión nunca ha dejado de servir a la política, de interpretar la política. Extraña, sin embargo, que, después de lo que algunos creían que había conseguido la religión católica en España, después del fiasco de la guerra civil, que era mantenerse distante prudentemente de las interpretaciones del día a día, para reconducirse hacia las mejoras sociales, vuelva a convertirse en garante de hipotéticos mensajes de la divinidad,  respecto a la homosexualidad, el celibato, el aborto, la eutanasia, etc.

Los dioses no parece que se hayan esforzado en darnos ningún mensaje en ese sentido y las iglesias deberían entender (la católica, desde luego, también), que hay cuestiones que pueden afectar al debate ético, pero como no se trata de principios globalmente aceptados, es muy posible que cada sociedad tome sus decisiones, mal que le pese al pasado y al futuro, como le parezca en un momento dado. Si las decisiones van por el camino de la tolerancia y no causan daño a terceros, bienvenidas sean.

Sobre Galileo y el Papa Benedicto XVI

El hoy Pontífice Máximo de la Iglesia Católica, papa Benedicto XVI, afirmó en 1990, para el Corrieri de la Sera  que "En el tiempo de Galileo, la Iglesia permaneció más fiel a la razón que el mismo Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo". Repetía, con ello, una afirmación de Feyerabend.

Aquella toma de posición es convertida hoy en argumento de un grupo de docentes y discentes de la Universidad de La Sapienza (Roma), para rechazar la oportunidad de que el Papa católico abra el curso el día 17 de enero de 2008, con una lección magistral, por su reaccionarismo.

El pasado dogmático y académico del papa Ratzinger se vuelve, una vez más, contra él. En esa frase, como en otros de sus escritos, el ilustrado presbítero eminente de la Iglesia Católica, lo que ha puesto de manifiesto es su concepción de que esta doctrina de la que el es ahora garante máximo, es adaptativa a los tiempos y que la moral que predica es hija de la época en que se imparte.

Peligrosa herencia para quien ha de moverse en una época dominada por las discrepancias religiosas, y en la que el fanatismo ha vuelto a resurgir con fuerza, esta vez, en una religión que la Iglesia Católica siempre ha menospreciado: el islamismo.

Galileo tenía razón, y la presión de la Iglesia de entonces para hacerle renunciar a su teoría, se convierte hoy en un símbolo para los que creen que las religiones son, simplemente, una oportunidad de ciertos humanos hábiles para presentarse como portavoces de un ser superior y dominar lo que piensan y hacen sus contemporáneos.

La libertad intelectual es otra cosa, sin duda, y el papa católico debería reconocer que no tiene una fórmula mágica para conectar con Dios, como no la tiene nadie, y que lo único que hace grande y aceptable a una religión es la humildad de tratar de aproximarse al misterio de la existencia con un escasísimo bagaje, mientras la ciencia va concretando algunas verdades dentro del pavoroso universo del desconocimiento.

Sobre los deseos de cierto sector eclesiástico católico de intervenir en política

La religión atiende a la relación entre un ser asustado y una entidad intelectualmente necesaria, a la que el primero rinde pleitesía, aún a riesgo de que la existencia del segundo sea únicamente fruto de la contingencia del otro.

La historia de los últimos veinte siglos ha traído una notable simplificación de las creencias religiosas, agrupando a los dioses de forma monoteísta, como expresión de coherencia. Si hay un ser superior, tiene que ser superior para todos. Lo que no ha evitado la evolución del pensamiento humano es que la religión se mantenga como uno de los elementos más seguros de distanciamiento entre los humanos. Desde su pretendida proximidad al Dios que hacen venerar, sacerdotes, imanes, rabinos e iluminados de todo tipo, no han dudado en lanzar a guerras santas a sus fieles, ocultando el móvil sustancial del ser humano: el interés económico.

Algunos obispos españoles vienen desde hace algún tiempo apostando por una nueva guerra santa, al parecer, ya olvidado el dolor de la guerra civil de 1936-1939, en el que la Iglesia católica ocupó un papel relevante. De nada ha servido que una parte del clero, liberado de su papel de sumisión al poder terrenal, haya recuperado el contacto con los problemas de los demás mortales, bajando a la arena de la cuestión social, colocándose decididamente del lado de los que menos tienen.

A pesar del poder de convocatoria del cardenal Rouco Varela y sus obispos en la nueva Cruzada contra la hipotética -e indemostrable- actuación del Gobierno de Rodríguez Zapatero contra los designios del Dios que defienden, son mayoría los cristianos y no cristianos que piensan, desde lo profundo de su ser, que los poderes eclesiásticos harían muy bien en preocuparse sustancialmente por mejorar la tolerancia de los creyentes, reconociendo que hace ya mucho tiempo que Dios ha dejado de manifestarse entre los humanos y que, cuando lo hizo -real o imaginado- lo fue, justamente, para predicar el amor entre todos los hombres y decir que había que dar al César lo que era del César.

O sea, no mezclar la política con la religión. Y vaya si acertaba Jesús. Cada vez que lasIglesias inmiscuyen en política, resulta un fiasco, un error histórico, un paso atrás.

Sobre el significado de la Navidad para los agnósticos

Hace unos días, un grupo numeroso de jóvenes católicos fanáticos -norteamericanos- aporrearon a tres confesos judíos en un metro -norteamericano- porque no respondieron a sus deseos de Feliz Navidad como esperaban y corresponde.

Los jóvenes judeocristianos, que festejaban otra fiesta litúrgica (la suya), con una sonrisa en los labios, expresaron su felicidad con otro esterotipo, en reciprocidad.

Fue proverbial que un joven musulmán, frente a la indiferencia del resto de los viajeros, se interpusiera para defender a los agredidos que, de otra forma, hubieran terminado mucho peor. Se podía hablar, por tanto, de alianza de civilizaciones contra los incivilizados.

Este suceso nimio nos sirve de pie forzado para un comentario crítico. Las religiones siguen sirviendo de pretexto para algunos para desahogar su agresividad (descalificaciones, bofetones, cuchilladas, asesinatos, atentados, bombas).

No son los creyentes los únicos que pueden ser afectados por fanatismo, ya que también se pueden encontrar algunos agnósticos potencialmente agresivos, pero no se conocen casos de que los afectados por la incredulidad respecto a la existencia de un ser superior omnipresente se líen a tortas contra los que pretenden conocer de la presencia de alguien en el mundo invisible y, además, se jactan de que les va a hacer caso cuando lo necesiten.

La Navidad debiera ser, para los agnósticos, la fiesta de exaltación de su virtud. Tiene mérito conservarse incólumes en el escepticismo, a pesar del esfuerzo de tanto creyenzuelo de tres al cuarto, que, mientras se atiborra de turrón y pavo trufado, pretende convencernos de que están felices de que Dios haya tenido que ser traido a este mundo para recordar a los violentos que tenemos que amarnos.

Triste mensaje divino para una humanidad desorientada: Que hay que ser buenos con los otros, que no se debe hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Kant lo dijo después, y seguramente algo mejor, pero no acertó a hacer ningún milagro.

Sobre Spe salvi y el menú del banquete eterno

El Papa Benedicto XVI ha publicado una nueva encíclica, la segunda de su papado, sobre la virtud teologal de la esperanza: "Spe salvi" (Salvados en la salvación). Aunque el Papa Pío XII (Humani generis, 1950) ya advirtió que las encíclicas no contienen pronunciamientos infalibles, sirven para reflejar el Magisterio Ordinario de la Iglesia católica, y, por eso, merecen respeto, atención y máximo interés por parte de los fieles.

El Papa Ratzinger es un teólogo de altura y un profundo conocedor de la historia de la Iglesia católica, sus vaivenes y la potencia del núcleo duro de las creencias que la han llevado hasta aquí. Como máxima cabeza visible de su organización, es el más cualificado para recibir los mensajes desde el mundo virtual (en donde la Humanidad doliente ha situado a los seres superiores a los que, por si acaso, rinde pleitesía), y transmitirlos a los habitantes del mundo real, con la pretensión de movilizarlos por la senda de la perfección.

El objetivo, simbólico, es "el banquete eterno", combinación de un placer reconocido -comer productos exquisitos preparados con imaginación y calidad, con ocasión de alguna celebración- y un concepto abstracto, la eternidad, que forma parte de la categoría de lo que entendemos por aproximación intelectual, como infinito, infinitésimo, big bang y energía oscura.

No pretendemos resumir ni comentar la encíclica, sino subrayar algunos aspectos, que pueden no ser esenciales, pero despertaron nuestra atención. Benedicto XVI transmite desde su autoridad que "un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza", un "mundo oscuro", y que una sociedad atea carece de soluciones para lo trascendental.

Desde la creencia católica -y desde todas las posiciones integristas, cualquiera que sea la religión de la que emanen-, defender que fuera del propio dogma no hay más que oscuridad y que nadie se salvará si no sigue las normas de comportamiento y relación con la divinidad prescritas por sus sacerdotes y enviados, es de una coherencia absoluta.

La base de la existencia de las religiones está en pensar que la única forma de comunicarse con Dios es la postulada por cada una de ellas, y las demás son religiones falsas, que no conducen a Dios, sino a sucedáneos.

El papa benedicto XVI, al escribir esta Encíclica, parece estar, por ello, más cerca de ese Dios verdadero que alimenta su fe y reconduce su razón que de los hombres que, faltos de inspiración divina, pero convencidos de los valores de la ética universal y de la necesidad de construir un mundo mejor y más solidario que aquel que han heredado, aún no han tenido oportunidad de preocuparse por la eternidad, sino por el día de mañana, y lo que habrán de comer.