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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre algunas posibles actualizaciones en el modelo cristiano (y 2)

(Este comentario es continuación del realizado el 2 de diciembre de 2009 y forma parte inseparable de él).

6. Evaluación del Patrimonio de la Iglesia y decisión sobre su mejor destino. Las Iglesias han ido acumulando un importante patrimonio, no solo arquitectónico, sino también dinerario y en terrenos y bienes muebles producto de las donaciones de sus fieles a lo largo de la Historia. Afectado por desamortizaciones en algún país, y en no pocos casos, mermado por hurtos, desapariciones casuales y provocadas, enajenaciones consentidas y fortuitas, y desposeído de protección real por la frecuente ausencia de defectos de inventario o su completa ausencia, es imprescindible que se conozca su contenido completo y se haga su valoración.  Un magnífico ejemplo sería, una vez realizado, la enajenación a precio justo de una parte del mismo y su entrega a las misiones y encomiendas humanitarias que tienen lugar en países pobres (eufemísticamente denominados en desarrollo, cuando en realidad, muchos de ellos se hallan en interesado retroceso).

7. Detección y expulsión de las utilizaciones espúreas, particularmente aquellas que han supuesto la creación de grupos de influencia económicos, del seno de la Iglesia. La hipocresía, que crece siempre desde el momento en que ser cristiano no es motivo para ser perseguido (y cuando lo fue, no hay que olvidar que no sufrió esta persecución por sus ideales éticos, sino políticos) se ha vuelto a asentar entre las clases altas de la feligresía. No hay que engañarse. Aunque las sociedades, en naciones como España, se dicen laicas -incluso constitucionalmente-, la Iglesia sirve de amparo a clanes de poder económico, que se revisten de credibilidad social a su cobijo. Llámese Opus Dei, Comunidad y Libertad, Kikos, Legionarios de Cristo, etc, la existencia de esas élites, culturales y económicas, produce rechazo al creyente sencillo y ha de ser motivo de repudio de la comunidad cristiana een su conjunto, por la utilización contraria a la fe predicada de los objetivos y medios. Y ello, con independencia de que, como en todo clan, se descubra que haya gentes bien intencionadas que han resultado engañadas por la apariencia y desconocen los entresijos de su funcionamiento.

 8. Actualización del modelo de participación de los fieles en la vida comunitaria. Es uno de los aspectos que, seguramente, exigen una tarea de revisión más profunda y, al mismo tiempo, delicada. Los ritos para la participación comunitaria son arcaicos, pero eso también les dota de un cierto atractivo. Muchas veces se ha hecho notar que no trasmite la misma emoción un entierro o una boda laicos que siguiendo el rito católico (por ejemplo). Lo que sucede es que no hay que quedarse en el estereotipo, sino revolver las raíces para dotarlo de sentido permanente, actualizar su poder de comunicación, por encima del hecho de que el rito, en sí, ocupe un espacio de tiempo y exija un boato. Hay que aportar creatividad y participación a los ritos, consiguiendo que cada uno de los actos en común sea una manifestación de la solidaridad y afecto comunitarios. Por supuesto, para conseguirlo hay que tener la valentía de asumir que hay que escuchar los problemas del otro -y  sus alegrías, y sus preocupaciones-, dándole tiempo, no ocupándolo con estereotipos.

9. Respeto dinámico hacia otras religiones verdaderas. Una religión verdadera es fácil de identificar: tiene que estar basada, como estructura de mínimos, en la ética universal. El respeto al otro, la preocupación sincera y eficiente por su situación -independientemente de su origen, raza, sexo, nacionalidad- forman parte de esa base ética. El rechazo a toda forma de subordinación que implique vejación por la persona. La abominación de la guerra salvo como medio de defensa. La unidad de conocimiento científico y técnico. La búsqueda de la justicia universal. Etc. Una religión que no admita esos principios no puede ser aceptada como religión verdadera y, si los contiene como base de actuación, ha de merecer todo el respeto que lleva en sí cualquier forma de dar mensajes colectivos hacia ese desconocido, tantas veces imaginado, que hemos llamado Dios, y al que mayoritariamente se ha decidido rendir pleitesía, en buena medida, por si acaso. La ética universal es, sin embargo, la base irrenunciable. Fuera de ella, no hay ninguna religión verdadera y las que no lo admiten, no merecen ni respeto, ni apoyo y han de ser combatidas con todas las armas dialécticas, publicitarias y culturales al alcance.

10. Apertura de un proceso de reflexión teológica. La afición a incorporar verdades supuestamente reveladas, regulaciones de comportamiento (para los demás, no para uno mismo), anatemas, exoterismos, exaltaciones, castigos y marginaciones, a lo largo de la Historia, sobre quienes criticaron a los que mandaban, o se interrogaron sobre lo que decían creer los que dogmatizaban, ha llenado las religiones verdaderas de una hojarasca de la que deberían desprenderse. No vendría mal recordar al creyente potencial actual los orígenes de cada una de las verdades a las que se venera, admitir con humildad las razones por las que se varió la creencia antigua o se mantiene el empecinamiento con la vigente.

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