Sobre Spe salvi y el menú del banquete eterno
El Papa Benedicto XVI ha publicado una nueva encíclica, la segunda de su papado, sobre la virtud teologal de la esperanza: "Spe salvi" (Salvados en la salvación). Aunque el Papa Pío XII (Humani generis, 1950) ya advirtió que las encíclicas no contienen pronunciamientos infalibles, sirven para reflejar el Magisterio Ordinario de la Iglesia católica, y, por eso, merecen respeto, atención y máximo interés por parte de los fieles.
El Papa Ratzinger es un teólogo de altura y un profundo conocedor de la historia de la Iglesia católica, sus vaivenes y la potencia del núcleo duro de las creencias que la han llevado hasta aquí. Como máxima cabeza visible de su organización, es el más cualificado para recibir los mensajes desde el mundo virtual (en donde la Humanidad doliente ha situado a los seres superiores a los que, por si acaso, rinde pleitesía), y transmitirlos a los habitantes del mundo real, con la pretensión de movilizarlos por la senda de la perfección.
El objetivo, simbólico, es "el banquete eterno", combinación de un placer reconocido -comer productos exquisitos preparados con imaginación y calidad, con ocasión de alguna celebración- y un concepto abstracto, la eternidad, que forma parte de la categoría de lo que entendemos por aproximación intelectual, como infinito, infinitésimo, big bang y energía oscura.
No pretendemos resumir ni comentar la encíclica, sino subrayar algunos aspectos, que pueden no ser esenciales, pero despertaron nuestra atención. Benedicto XVI transmite desde su autoridad que "un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza", un "mundo oscuro", y que una sociedad atea carece de soluciones para lo trascendental.
Desde la creencia católica -y desde todas las posiciones integristas, cualquiera que sea la religión de la que emanen-, defender que fuera del propio dogma no hay más que oscuridad y que nadie se salvará si no sigue las normas de comportamiento y relación con la divinidad prescritas por sus sacerdotes y enviados, es de una coherencia absoluta.
La base de la existencia de las religiones está en pensar que la única forma de comunicarse con Dios es la postulada por cada una de ellas, y las demás son religiones falsas, que no conducen a Dios, sino a sucedáneos.
El papa benedicto XVI, al escribir esta Encíclica, parece estar, por ello, más cerca de ese Dios verdadero que alimenta su fe y reconduce su razón que de los hombres que, faltos de inspiración divina, pero convencidos de los valores de la ética universal y de la necesidad de construir un mundo mejor y más solidario que aquel que han heredado, aún no han tenido oportunidad de preocuparse por la eternidad, sino por el día de mañana, y lo que habrán de comer.
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