Sobre el laicismo positivo y la religión negativa
El presidente francés Sarkozy acapara protagonismos con su presencia en casi todos los fregados. Lo consigue gracias a una voluntad de desplazarse hasta el punto en donde converja la atención internacional, pero, sobre todo, gracias a la compañía de una belleza magnífica, una representante idónea de las esencias italo-francesas, con la que ha llegado al acuerdo de compartir sus intereses y los de Francia: Carla Bruni.
La fotografía de la cantante y modelo, actual esposa del presidente, rodeada de cardenales de la Iglesia Católica a la espera de que hiciera su aparición en el aeropuerto de Orly el Papa Benedicto XVI es una destinataria segura a la primera página de los periódicos europeos, y ha sido, por tanto, observada y analizada desde muy distintos puntos de vista.
El impecable traje de chaqueta, con falda a media pierna, sus zapatos bajos, el coqueto gesto de arreglarse la recogida melena, la discreción silente de Carla Bruni, todos los elementos de la femineidad con aire misterioso, atrayente y sensual, se rodean de los cuerpos caídos, los rostos envejecidos y homogéneos, cubiertos con capelas ridículas (por lo arcaicas) y uniformados con trajes talares y cíngulos que más bien parecen el acento circunflejo de la madonna.
El Papa Ratzinger y el Presidente Sarkozy han discurseado sobre el laicismo positivo, aunque tenemos dudas de que el significado de la expresión sea el mismo desde ambos lados del pensamiento. Los laicos son, o eran, para la Iglesia verdadera, los católicos que carecían de órdenes religiosas, el pueblo llano. Para los agnósticos, los laicos son quienes no tienen fe. El laicismo positivo es, en definitiva, la ética universal.
No han dicho una palabra sobre las religiones negativas. Esa combinación de fanatismos, dogmas, luchas por convencer a los otros de que sus dioses son los verdaderos, que ha hecho tanto daño a la inteligencia; es decir, también a la cultura.
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