Sobre algunas posibles actualizaciones en el modelo cristiano
Perdónesenos el atrevimiento. El cambio esperanzador que prometía el Concilio Vaticano II, dirigido por aquel coloso humanista que adoptó el nombre Papal de Pablo VI, acercando a la modernidad el modelo cristiano, ha quedado roto en pedazos y, como estamos convencidos de que la religión -y en especial, las religiones verdaderas- cumplen una función primordial para conseguir la paz en este mundo y preparar la posibilidad de gozarla en el próximo, apuntamos algunas sugerencias actualizaciones o reformas del esquema, por si resultan de consideración a quien corresponda.
1. Eliminación de la marginación de la mujer. Para todas las religiones verdaderas la mujer es un sujeto de segunda, causa de múltiples pecados, e intelectualmente más débil. La desconsideración tiene raíces en el Libro sagrado de los judíos que se ha adoptado como Historia de las relaciones entre los humanos y la divinidad, pero se mantiene en múltiples acciones más recientes. Puede que el Dios hebreo haya sido misógino, pero el moderno no puede ya asumir esa carga. Liberése de ella. Mujeres sacerdotisas, revisión de reglamentos conventuales obsoletos, etc. No vendría mal, aunque es problema de mayor calado, reconsiderar la sexualidad de alguna de las figuras de la Trinidad.
2. Revisión de los objetivos del "proyecto" para la vida en común y en especial, del de la pareja humana. La heterosexualidad es, desde luego, la forma más "natural" y frecuente del ser humano, pero no se puede ignorar que también es natural lo orientación homosexual, porque de hacelo de otro modo, se estaría negando espacio vital a quienes, por las razones que sean (fisiológicas o sicológicas) ven en una persona de su mismo sexo la posibilidad de completar un proyecto vital, apoyándose en el otro. Las iglesias cristianas (por no hablar aquí ya de las islámicas o judías) se comportan hipócritamente al castigar una realidad que, además, soportan en su propio seno, en su misma organización sacerdotal o monacal, con formas incluso aberrantes y penalmente calificadas, como es la práctica de la pedofilia que esporádicamente se descubre en algunos de sus integrantes.
3. Expurgo del santoral y selección de modelos de vida ejemplares que resulten acomodados al momento actual. Aunque la guerra civil española (y, desgraciadamente, casi todos los conflictos de entendimiento entre los pueblos) proporcionan una base amplia para seleccionar mártires -y de ambos lados de la contienda-, creemos que es más importante seleccionar del santoral formas de vida que, de principio a fin, sean ejemplares, y no solo se distingan por un final de la suya en la que sufrieron una terrible muerte, con ensañamientos múltiples, en manos de enajenados por la dureza de una matanza recírproca y no tanto (seguramente) por haber adoptado un hábito. En cualquier caso y sobre la base que canonización no significa santidad, no parece descabellado definir un modelo de vida más que un modelo de muerte o extraer ejemplos de la barbarie humana frente a semejantes para mostrarlos a la memoria colectiva.
4. Eliminación de la ostentación de la jerarquía y simplificación y actualización de los ritos comunitarios, dinamizándolos y haciéndolos más participativos. Las monarquías han actualizado sus ropajes -salvo en determinadas ocasiones, en Europa, los reyes no usan coronas, diademas ni mantos de armiño, aparatosidad que se ha dejado solo para los jerifaltes africanos y algunos exóticos mandamases asiáticos- pero las iglesias siguen (y nos referimos en especial a la católica) enseñando púrpuras, tiaras y ropajes suntuosos. Aunque a algunos fieles les gustará que su líder eclesiástico se distinga de la multitud claramente, a muchos, imaginamos que lo que más les atraerá será advertir que comparte sus problemas, en estas épocas de crisis, inseguridad y zozobra.
5. Revisión de la idea de pecado y, en especial, de su forma de expiación. En la iglesia católica, parece ser que algunos pecados solo pueden ser expiados por el obispo o por las órdenes mendicantes: asesinato (incluído el aborto) y el sacrilegio. Además de profundizar, con un espíritu moderno, en la exégesis de los mandamientos que comunicó el Dios de Abraham a un pueblo que era nómada y pasaba bastante hambre, no estará de más reexplicarse si el aborto provocado de un feto que aún depende de su madre es considerado homicidio porque lo impuso la revelación o porque la mujer sigue siendo considerada un ser inferior que no debe tomar decisiones por sí misma. Seguramente -con el respeto debido- si Dios tuviera la amabilidad de enviarnos nuevas tablas de la ley, cabrían varias actualizaciones del decálogo.
(seguirá)
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