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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre polvos, Cuaresmas y bulas

La Iglesia más importante de este mundo ha previsto desde el siglo IV de su era, que nos preparemos en penitencia durante cuarenta días (una Cuaresma) para el domingo de Resurrección. En ese miércoles singular en el que deberíamos empezar nuestra meditación sobre lo frágil de nuestra naturaleza humana, era costumbre hace ya años ir a " tomar la ceniza".

El sacerdote católico marcaba con una cruz la frente de los fieles, que aguardaban en largas colas el momento, mientras te decía "pulvis eris et in pulveris reverteris". Las únicas dudas que había entonces las provocaban algunos listos con el Latín, que discutían académicamente si el polvo estaba bien o mal declinado.

Vino la Reforma del Vaticano Segundo y puso fin a todas las dudas idiomáticas, abriendo las puertas de la iglesia a las incógnitas esenciales del mundo, y redujo mucho las colas, dando la alternativa a otra opción: "Conviértete y cree en el Evangelio", demostrativa de que los purpurados tienen uno de sus pies, al menos, en este mundo.

En las casas de entonces se debía respetar la vigilia de los viernes del año, y los mayores  tenían que hacer ayuno en esos días y abstenerse de carne, sinónimo de pecado además de muy mala para el colesterol. Dieta mediterránea forzada que no elevaba, por cierto, el precio de los pescados, porque a pesar de la pretendida ictofagia hispánica, no llegaban la mayor parte de los peces hasta tierras adentro, salvo una supespecie del bacalao, material de desecho anglo-portugués, lleno de espinas y salado a rabiar.

Para poder saltarse ese ayuno y obtener más libertad en la preparación de los condumios, las amas de casa tenían que comprar en las parroquias unos papeles -llamados bulas- para cada una de las personas de la familia, adulto o niño (salvo los infantes de teta), con precios acomodados a las respectivas economías.

Los documentos de tal gracia, junto con los escapularios individuales que debían ser de tela aunque guardáranse en plata y las indulgencias acumuladas entre ejercicios espirituales y las salidas y entradas a las iglesias, formaban un tranquilizante bagaje defensivo de los católicos frente a las acechanzas del demonio, el mundo y la carne.

Los tiempos han cambiado tanto, que ahora echar un polvo no es ir a la Iglesia a que te pongan una cruz, sino un acto complaciente de dos o más, cuyo alcance no necesita mayor expliciación y que se hace en cualquier sitio menos en un templo. Tener bula se utiliza para expresar que alguien se salta a la torera un reglamento o una orden laicos, sin que la mayoría de los que hablan así entiendan de donde viene el cuento.

Y lo que puede parecer el colmo es que la Cuaresma ya no es tiempo de penitencia, sino simplemente el preludio de una fiesta pagana en la que hasta el personal más serio se pone un disfraz con lo que tenga más a mano y se endilga una careta o unos anteojos, con la irreverente intención de sacar a relucir a la primera sus galas carnales y, para el caso de no conseguir el objetivo principal, y -según gustos- atiborrarse de cerveza y alcoholes, dejarse empapelar en confetti y bailar la conga de jalisco o ponerse hasta el moño de cannavis y anfetas. 

Con la Cuaresma nos pasa lo que advertía el refrán: "Voy a la fuente, non po´l agua, por la xente". Que, en versión adaptada a estos tiempos de irreverencia, equivaldría a algo así como: "Gústame la Cuaresma, po´ la folixa mesma". (1)

(1) Me gusta la Cuaresma, por la fiesta misma.

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