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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Cultura

Sobre Factorias Culturales

Parece que vuelven a estar de moda las factorías culturales. En Asturias, hace ya la tira de años -se cumplió el trigésimo aniversario en 2006-, se pretendió organizar una en las ruinas de la Cerámica Guisasola, auspiciada por el Gobierno del presidente de la Autonomía regional,  Pedro de Silva (entonces de mote dual, cariñoso como irreverente, "el asomau", por mor de la sorna asturiana, ya que llevaba una barba al estilo de Abraham Lincoln).

El proyecto tenía todas las de ganar, que son exactamente las mismas que las de perder, según se mire. Participaban en la parida intelectual, Juan Cueto, Chus Quirós, Ignacio (Nacho) Quintana, Ana Belén, Victor Manuel y Rodrigo Uría (este último, para darle un esplendor jurídico, suponemos). Hubo múltiples reuniones, documentadas por el propio Pedro de Silva, al que le gustaba confeccionar las actas de los actos en los que participaba.

La lectura de estos documentos es materia que despertaría nostalgias, cuanto menos. Imaginamos que se guardan celosamente en la hemeroteca de Presidencia del Principado, para memento hominem et inimicus pavor.

Se acababa de celebrar la Feria Internacional de Muestras de Asturias y, según se registra en los papeles, el están de la Caja de Ahorros había sido un éxito. El Presidente de la Caja debía ser Angel Noriega, aunque quien mandaba en este instrumento de poder económico, por entonces, era Troteaga (el Trote).

El proyecto quería ser centro de irradiación de información cultural, base para la conmemoración del VI Centenario del Descubrimiento de América,  y convertirse en "centro de reflexión especular" (?), además de "servir de captación del ocio" (la frase es de Juan Cueto, ideólogo de la cosa cosadiella).

Para empezar a andar, el Gobierno regional puso desde el IFR, presidido por Leonardo Alvarez de Diego, en colaboración con Adamicro, la primera piedra. Consistió en recuperar la casita del Príncipe, un chaletito a orillas de la carretera a Llanera, en el que se instaló un centro de CAD-CAM (que la gente despistada seguramente interpretó, erróneamente, que sería un puti-clú), y que se amuebló con elementos de mobiliario estelar diseñados por Chus Quirós, uno de los mejores exterioristas de Asturias (q.e.p.d.)

La inauguración del invento, que debía ser un éxito total,  fue un fracaso sin paliativos, porque la mala uva quiso que Control Data, fabricante de los megaordenadores que debían formar la base logística, no pudo desaduanar a tiempo los equipos del que debía ser uno de los centros telemáticos de referencia en Asturias.

Para no retrasar el evento, al que acudieron el Ministro de Industria y Energía, Joan Majó Cruzate, y decenas de autoridades y empresarios, se preparó con urgencia una conexión telefónica con el ordenador de la Escuela de Industriales de Gijón, que era de la misma especie tecnológica, aunque de tamaño varios números menor. No dejaba de ser una ingenua manera de pretender lanzar el proyecto y movilizar simpatías, pero resultó que, en aras del periodismo de investigación, justo al día siguiente, en donde debería ir el éxito de la fase uno, la prensa del Movimiento se demuestra jodiendo a los de la propia cuerda, divulgó que se habían inaugurado unas cuantas cajas vacías.

Así que el proyecto quedó tocado del ala ab origine, y ni los políticos ni los ideóloogos se atrevieron a poner los dedos cerca de aquel fuego, salvo excepciones impagables, como el consejero Emilio Murcia, que, desgraciadamente para Asturias y para el proyecto, falleció poco después.

Pero a lo que íbamos. Resurgen las factorías Culturales, los Museos, la movilización de la cultura, sea lo que sea. En Avilés, sin ir muy lejos, en la antigua fábrica de Confecciones Camino, se está en ello, para potenciar aún más el Centro Niemeier, ya muy avanzado en su plasmación virtual.

El proyecto más importante, con todo, se culmina en Galicia, bajo el nombre de Ciudad de la Cultura, que se pretende que "vertebre culturalmente el corredor atlántico", según el Presidente de la Xunta, Emilio Perez Touriño. Nos suena.

Esa Factoría Cultural galega, que se abrirá a finales de 2009, se levanta en el Monte Gaiás, en Santiago de Compostela, aunque hasta 2012 no estará en pleno funcionamiento. Tendrá muitas cousas para atraer público: un Museo dos Nenos, otro da Historia de Galicia,... No faltarán, imaginamos, restaurantes, cinematógrafos y salas de arte en donde se realicen jápenins, de cuando en vez.

Como Galicia es una región con 3 millones de personas y una concentración de creatividades inagotable, no necesitarán apoyo técnico en la Xunta. Si les apeteciera, sin embargo, hacer una planificación de futuro, podrían acudir a la región vecina, y darse una vuelta por las instalaciones que fueron de Cerámicas Guisasola. La Factoría Cultural asturiana, iba a tener en su Casa del Reloj el emblemático centro de acogida. Al lado, estuvo incluso el Museo de la Ciencia, efímereidad en la que participó la Caja de Ahorros de Asturias, dejando sin pagar al Centro de Cancán una parte de la obra, al menos durante un largo período, suficiente para matar el proyecto definitivamente.

Los excursionistas gallegos, si se animan, pueden encontrar, en el camino de la Venta del Gallo, hoy irreconocible por el lío de autovías de circunvalación a la gran urbe de cemento y ladrillo en que se ha convertido Oviedo,  además de las ruinas bastante más ruinosas de lo que fue La Estufa asturiana, ocupando la Casita del Príncipe y la nave anexa en la que centenares de asturianos recibieron clases de Autocad, un hospital veterinario. Sic transit.

Sobre la noche de Madrid

La noche de Madrid hace tiempo que no es lo que era. Queremos indicar con ello, que se ha perdido el que fuera un espacio para la diversión, el ligue ocasional, disfrutar de la charla con los amigos mientras se toman unas copas de más.

Hacías todo ello con la seguridad de poder volver a casa incólume. Sin que unos desconocidos te rompieran las costillas sin mediar palabra, en un asalto para quitarte hasta las muelas doradas, Ahora, si tienes más suerte, puede que solo la noche termine de patitas en la calle, porque unos uniformados diligentes te hagan dejar el coche aparcado en el arcén porque un aparato insolente delata el ligero exceso en contenido en alcohol de tu aliento, en conexión inversa con el estado eufórico de tu cerebro.

La noche de Madrid se ha puesto peligrosa, sobre todo, porque hay grupos de matones preparados a golpe de gimnasio en artes marciales, que pueden dirimir sus diferencias a tiros. Un hampa al parecer, relacionada con el control del "próspero negocio de las discotecas y pubs", según explica una diligente policía al atónito televidente, mientras de fondo se ven unos cuerpos inertes cubiertos con esas mantas impermeables metalizadas que ponen un acento enigmático co a la muerte en la calle. 

Ocasionalmente, esos atletas venidos fundamentalmente de las guerras balcánicas o de las peleas a tiros en los barrios marginales latinoamericanos, pueden probar su fortaleza mental mediando en una celebración de cumpleaños, y rompiéndole el corazón a un chaval de 18 años que, por ello, se quedará eternamente adolescente en la imagen desolada de sus padres, familiares y amigos.

Puede también que en el tiroteo, por el que esas torres de alquiler no tienen mayores escrúpulos en afirmar que la vida del otro no vale un peine, hieran o maten a alguien que tuvo la mala suerte de pasar por allí. Porque la noche de Madrid no es lo que era, y el clan de los de Miami puede dilucidar, a tiros de Glock 9, con el de los búlgaros -formado por rumanos, dicen- si el Heaven Palace, el Joy Eslava, o todos los lugares de copas y bailes de Madrid son suyos o tuyos.

La delincuencia importada puede entrar en un Hospital, a sangre y fuego, y matar a tiros a un individuo recién operado, justificando su actuación en que se trataba de un jefe mafioso colombiano, muy inerpuesto en el mundo de la droga, que había decidido curarse del corazón con la medicina española.

Puede que esa delincuencia anónima para el ciudadano, pero, según se puede creer, bien conocida de las policías madrileñas y españolas (pero que no deben querer hacer trascender mucho su avance, para no asustar al personal), en la noche de Reyes, traigan a los elegidos el regalo excepcional de ver que les han desvalijado el coche, junto a otros centenares; no importa si aparcados en la calle o perchados en los garajes comunitarios.

Con lo que el ciudadano más atónito aún, acuda presto a denunciar el caso a internet, y luego a las dependencias policiales, desbordando así los eficientísimos métodos seguidos para el registro policial, cada vez más adecuados para dejar constancia burocrática de esos desmanes, con los nombres de las víctimas, sus identificaciones, las de sus padres, domicilios, y, por supuesto, número de bastidor, color del coche y matrícula del vehículo en el que han sustraído la cámara fotográfica digital.

Un consejo, pues, para navegantes. Quédense en casa, amigos. No salgan por la noche. La noche de Madrid ha perdido atractivo. Si no tienen nada mejor que hacer, y no les apetece mirar la calle con los prismáticos para descubrir lo que pasa por el barrio, pueden siempre acudir al placer solitario de ver una película norteamericana sacada del videoclub.

O también es aconsejable escribir un blog, qué carajo.

Sobre qué se puede hacer con los libros ya leídos

Habrá que comenzar el Comentario matizando sobre los distintos tipos de libros que podemos encontrar en una biblioteca casera: los que hemos estudiado, los que nos han regalado o comprado y no nos gustaron; los que nos entusiasmaron; los que no hemos leído todavía; los que nunca leeremos; y las enciclopedias y los tomos sueltos que nos regalaron con algunos periódicos.

Pero el comentario no se dirige a glosar este muestrario, sino que, sobre todo, queremos referirnos a las diferentes categorías de personas que poseen libros.

Es un postulado fundamental de este artículo, que los poseedores de libros no son, necesariamente, lectores de los mismos, y en algunos casos ni siquiera pueden alardear de ser sus legítimos propietarios (todos tenemos una parte de la biblioteca construída con los libros que nos han prestado y no hemos devuelto). De entre ellos, los que tienen desarrollado en grado avanzado la rara enfermedad de comprar libros, suelen hacerse buenos amigos de otra especie en extinción: los libreros (ahora, sucumbiendo en manos de esos asesinos en serie del placer de comprar que son las grandes superficies).

Hay quien habla de la librería señalando a un modesto par de anaqueles situados entre el televisor y las fotos de los niños, en donde se agrupa un conjunto dispar de volúmenes de muy variopintas procedencias, y hay quienes tienen una verdadera biblioteca capaz de rivalizar en número y calidad con la que tenía Alonso Quijano antes del despojo del ama y el sacristán,  a la que alimentan regularmente con más celulosa impresa, tomándola por el monstruo de las siete cabezas.

Ahora bien, el tema no está tanto en formar una biblioteca, sino en desprenderse de ella. Cuando las circunstancias de la vida obligan a prescindir de todo o parte de una gran biblioteca, aparecen, de golpe, los problemas.

El punto de partida para esa decisión tan difícil puede ser aligerado si los que tienen que prescindir de los libros son los allegados del que se vió en la obligación de hacer su viaje al más allá. Alcanza su grado máximo de penalidad, sin embargo, si el que tiene que prescindir de los libros, bien por cambio a un piso mucho más pequeño o por la toma de conciencia de que se va acabando el recreo y se pretende dejar los amados libros en buenas manos.

Aquí vienen la sorpresa y el desconcierto. Las bibliotecas públicas no admiten ya más libros. Dicen que, obligadas a admitir los tropecientos volúmenes que editan los políticos y sus amigos, no les caben más. Comienza uno su recorrido por los centros oficiales, y encuentra parecidos argumentos. Los libros sobran.

 Da igual que sea la biblioteca de una escuela, o el centro de día de la tercera edad. No importa que uno se ofrezca a donarlos a la Universidad donde uno hizo sus primeras letras, o suplique que se los queden en la parroquia para la sección laica. El declinar vendrá acompañado casi siempre de una pregunta y una asunción: "¿Qué vamos a hacer con ellos?...Ahora, con eso de internet, la gente no lee libros".

Es cierto que la gente -no por culpa de internet, que no hace falta mentar a los espíritus, sino por la falta la costumbre- no lee; se limita a comprar de cuando en cuando los best seller para regalárselos a los amigos, y a pasear por los vagones del metro Angeles y Demonios o Los pilares de la Tierra (2).

De los libros de texto, para qué decir otra cosa. Como los profesores suelen decir a los alumnos las preguntas que les van a caer en el examen (pobres docentes, no quieren suspender a más del 80 por ciento), e impera la fotocopia, no se venden tampoco. Basta para aprobar llevar anotadas en la muñeca las respuestas al test, con cuidado de no equivocarse al hacer la traslación al papel oficial.

En fin, acabáramos. Nuestra sugerencia es que, llegado el caso, se donen las bibliotecas a ongs de países con menos recursos, en los que una de las lenguas oficiales sea la del bibliotecario donante. Allí, esperemos, sabrán qué hacer con ellos. Y, en todo caso, como estarán organizando sus bibliotecas públicas, tendrán con la donación la ocasión de llenar varios anaqueles, para que no parezcan vacíos y vayan retirando las fotografías de los falsos benefactores de sus patrias.

Sobre las alegrías de la huerta

Decían que en los tiempos duros, se cuentan los mejores chistes y chascarrillos. Las penurias avivan no solamente el ingenio, sino también el sentido del humor. Por esa parte, bienvenida sea la crisis, si se comporta, al menos en ese aspecto,  como mandan los cánones. Porque, de momento, el panorama es tremendamente aburrido, penoso, triste.

Hay que cambiar el chip, y buscar nuevos elementos de risión. Desde Estados Unidos, los nuevos aires del cambio, nos obligarán a cambiar todos los chistes sobre negros, que nunca nos hicieron gracia, pero ocupaban mucho espacio en los cabarets, sobremesas de comidas de empresa y paradas en el pasillo de los chistosos oficiales.

Y qué decir de la gracia que les hacía a algunos hablar de las parejas de la guardia civil, del machismo de los Ejércitos o de los duros comportamientos de los camioneros o mineros. Pamplinas. Ahora hay por doquier mujeres llevando las armas, los pantalones, los arrojos, y hasta hacen de ministras de Defensa -antes, Guerra-, mucho mejor que cualquier otro ministro, presente y pasado.

Quedarían los chistes de gays, o sea, maricones (y tortilleras/lesbianas, por supuesto). Pero, ¿dónde va Vd?. Para empezar, cada familia tiene el /la suya, o varios. Después, su número crece ostensiblemente, y ocupan, además, ándese con cuidado con su cachondeo, porque ocupan puestos de relevancia como personas influyentes en el periodismo, las artes, la política, la empresa. No hacen gracia a nadie, vamos, y le dejarán a Vd. como un demodé, un tontorrón e, incluso, sospechoso de andar por los andurriales de los que hace mofa, por su esfuerzo en exagerar voces y modales que a nadie sorprenden.

En fin, que hay que buscar nuevas alegrías en la huerta, cosas que nos hagan gracia de verdad. Vamos, ni se le ocurra rebuscar en esas historietas ridículas de machos latinos que se comportaban en la cama como gallos de corral o de ginecólogos que hacían pruebas de fecundidad autoinmolándose. Ni hablar, si usted quiere aparecer como chistoso, encuentre cosas nuevas.

Le daremos una pista. Utilice la realidad. Aunque todos estemos metidos en la olla, si somos capaces de reirnos de las razones por las que hemos llegado hasta aquí, la catarsis será beneficiosa. Sindicalistas, banqueros, políticos, empresarios, inmigrantes, constructores, liberales, libertinos, ludópatas, jubiletas, parados, inmigrantes, economistas, tecnólogos, consumistas, cátedros, jetas, ecologistas, titulados, expertos, inversionistas, ilegales, fiscalistas, ... No queremos dejar a nadie fuera. A reir, sobre las nuevas alegrías de la huerta.

Sobre los blogs y ciertas vanidades

De vez en cuando se convoca un concurso de blogs (cuadernos informáticos como éste), por el que alguna cadena periodística -u otras agrupaciones con ánimo de lucro- pretenden premiar a los mejores. 20.minutos organiza este año nuevamente uno de estos certámenes, en el que se han inscrito más de 4.000 blogueros, aportando sus creaciones al barullo general y a la mayor gloria del universo bloguero.

Alsocaire se ha inscrito, pero no ha realizado ninguna campaña de captación de votos, ni intercambio de favores con ningún otro escritor de cuadernos. El resultado, obviamente, es que, a estas alturas del período de votación (último día válido para votar), tiene cero votos, ocupando, por tanto, el último lugar -exaquo con otros miles de invotados-. Los potenciales votantes eran, en esta ocasión, los demás blogueros.

No se trata de analizar ahora quiénes han obtenido más votos, ni por qué. Cualquier concurso hace referencia a una injusticia, porque la votación implica siempre la confrontación de dos opiniones personales: la del que pretende ser mejor y la del que lo juzga. Pero, en el caso de los blogs, con más de 4.000 candidatos escribiendo con los más variados propósitos, desde las formaciones individuales más heterogéneas, pretender seleccionar a los mejores, implica, siempre una traición. Que los demás autores voten a sus competidores en un certamen, es un ejercicio malévolo, la invitación a una aberración abominable.

Porque un cuaderno informático, como cualquier diario personal. será siempre el mejor para el que lo escribe, irremplazable, único. Los premios, por lo tanto, ya están dados a priori. Qué tongo. Los premiados deberíamos ser todos, y, en especial, los que no obtuvimos ningún voto.

Así que, felicidades, blogueros sin seguidores entre los blogueros. Hemos ganado este concurso. Nuestra pureza está intacta, los que nos siguen no nos hacen competencia alguna. No corremos ningún peligro.

Sobre los muertos y su recuerdo

Se ha puesto de moda por estas latitudes hacer chirigota de la muerte colectivamente. Tomando prestada una costumbre foránea, los jóvenes -ay, los jóvenes- se disfrazan de zombis, aparecidos, brujas, calaveras y exorcistas, y organizan bailes, jaranas y chanzas a costa de la parva.

La realidad cotidiana es otra. Del sentimiento trágico de la existencia huímos como del diablo, si existiera. Nos aplicamos en negar nuestro envejecimiento, con afeites, potingues, operaciones de estiramiento y otros disimulos.

Y de la enfermedad y la muerte, ni mentarlas. Los hospitales son lugares en donde nos da pánico entrar para visitar a los otros, y los tanatorios, lugares de malaje.

Qué decir de los cementerios. Si su sensibilidad se lo permite, dése una vuelta por ellos. Verá los nichos abandonados, las tumbas descuidadas o abiertas, las avenidas y panteones, solitarios. Cuanto más vistoso el monumento funerario, generalmente, más años le habrán pasado por encima, dejando huella de abandono.

Tal vez, allá perdido entre la hilera de nichos, descubra una mujer rezando, un hombre arreglando unas flores, una joven musitando frases de conversaciones imposibles. Algunos quieren ahora recuperar la memoria, pero sospechamos que la intención final, será, como estamos haciendo con las memorias que no se han perdido, para olvidarlas para siempre.

Qué pena, porque si nos creemos que la humanidad es un camino, cada eslabón que dejemos atrás nos impedirá avanzar con la fuerza de estar todos juntos, los muertos y los vivos.

Sobre el discurso del Príncipe de Asturias y los Premios de su nombre

D. Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias, presidió el viernes, 24 de octubre de 2008, una vez más, la entrega de los premios que llevan el nombre de uno de sus títulos. El acto tuvo lugar en el Teatro de Campoamor, con la presencia de una selección de las fuerzas vivas ovetenses (y algunos otros complementos asturianos). Hubo gaiterios, tocata de himno regional (ese de "tengo de subir al árbol, tengo de coger la flor y dársela a mi morena que la ponga en el balcón").

Los premiados, gentes de la segunda fila de la élite mundial -salvo Rafa Nadal, que es número uno justo en este instante-, estuvieron encantados, entre gozosos y sorprendidos por el despliegue de afecto que la población ovetense les dedicó, alineándose a las puertas del Teatro y del Hotel de la Reconquista -antigua Inclusa-, aplaudiendo a rabiar cada vez que un Audi pasaba por delante de sus narices.

El espectáculo del reparto de galardones no es en absoluto aburrido para nadie, ni menos para los asturianos. Les da ocasión de ver en directo o por la tele a SM La Reina -magnífica, con un traje de chaqueta rojo- a SAR Da. Letizia -que hace poco retozaba por el Campillín y los praos de la Gesta con el cartapacio, como plebeya- y que estaba muy seria, con los labios algo hinchados y la nariz helénica y a SAR D. Felipe, ya muy puesto en su papel de hombre de Estado, y que lee los papeles mejor a años luz que su padre, aunque no tiene, ni tendrá, el desparpajo real de D. Juan Carlos, porque necesita para ello un Golpe de Estado que, por fortuna, no volverá a suceder.

Del espectáculo local hay que destacar al Presidente de la Fundación Premios, Matías, algo servil, como debe ser, al Presidente del Principado, Tinín, decididamente fuera de peso, y a Gabino, que consiguió colarse un par de veces sin haber pagado, por lo que parecía la entrada. Del espectáculo nacional pudimos atisbar a varios ministros y ministras, que aprovecharon el buen día para darse una vuelta por Asturias; suponemos que habrán venido en avión militar, que es el medio más rápido de llegar a esta alejada región, seguido por el coche oficial y, a más distancia, el coche particular, el tren, el Alsa y el avión de Iberia.

El discurso de los galardonados que pudieron hablar en el acto fue corto, bien trabado y solemne. Atwood y Bethancourt demostraron su sensibilidad y buen decir. Adreu estuvo emotivo. Pero el príncipe, con estupenda dicción, estuvo plúmbeo. Quien le preparó el discurso confundió su papel con el de un becario que tuviera que demostrar lo mucho que sabe de la ciencia y del mundo. Y no era necesario eso.

Hubiera bastado resaltar, de todo lo que dijo, el mensaje de futuro, solidaridad, ejemplo que dan los que, a lo mejor no siendo los mejores exactamente, si están empujando con coraje y dedicación a que el mundo mejore. Y el papel de España en apoyar a esos secundones que merecen la gloria y nos dan mucha tranquilidad de que no se hacen las cosas siempre por dinero.

El resto de lo que leyó se lo podía haber dejado a Matías, a Tinín e, incluso, a Gabino.

Sobre caxigalinas y retóricas

Cuando los asturianos tenemos que referirnos a lo que no merece mucho la pena. -o queremos rebajarle su importancia- las llamamos "caxigalines" o casigalinas. Son pues, las menudencias, pero no en el sentido de despojos, sino de las cosas que tienen menos valor o cuyo valor no deseamos, por cualquier razón, que magnifique quien las posea.

Las casigalinas aparecen, pues, como las delicadezas de cocina de innovación que nos dejan, por lo general, con hambre, y que algunos pedantuelos de los creatividad llaman ahora por aquí mignardices o miñardices, suponemos que tratando de adaptar la fonética y la grámática de "les mignardises" que los afrancesados de colegio de pago siempre tradujimos en petícomité como mariconadas--

Son casigalinas, también, los regalos que hacen a los invitados a una boda, como recuerdo, o los presentes de cortesía que dan en los quioscos de las ferias, ya sean éstas de innovación como de mueble antigüo, o las compensaciones en especie que suelen entregar a los conferenciantes ajenos las Universidades, Fundaciones de medio pelo y entidades autónomas de la Administración pública. Estas casigalinas se ponen en una estantería del cuarto de estar (si lo hay) hasta que se rompen, y las muyeres las llaman también detallucos.

Las casigalinas ocultan su modesta condición, adornadas con papelines de brillantes colores, cintas, cajitas y, si son de comer, se acompañan de salsas, canutillos de pasta filo, jugos de frambruesas salvajes y sal mandón. Cuando las casigalinas son mentales, es necesario envolverlas en retórica.

Como la humanidad se encuentra en fase de aprendizaje, y esto va para largo, la retórica es utilizada con profusión. Pocos conferenciantes se sustraen a la obsesión de lanzar una batería de casigalinas pretendiendo que el público oyente va a satisfacer su hambre intelectual con ellas.

Por eso, cuando nos encontramos con alguien que ha preparado su lección, eliminando las obviedades de su discurso, y yendo al grano de lo poco o mucho que sabe bien, lo agradecemos tanto. No pretendemos que todos sean Demóstenes, ero, al menos, lo que cabe pedir a quien nos somete a un tercer grado de casigalinas, es que escoja las que sean divertidas, y si no, que no se moleste si echamos un pigacín mientras nos cuece la orella.

(Por cierto, echar un pigacín no tiene nada que ver con la gimnasia sexual, como suelen malinterpretar los intuitivos del bable, sino que es. simplemente,  dormitar)

Sobre los que se pasan el día miagando

Todo el mundo sabe que "el que no llora, no mama". Pero es que hay quienes "se pasan todo el día miagando".

Miagar es un sinónimo de maullar, más utilizado por el norte de las Españas, aunque autorizado genuino español o castellano por las Reales Academias de las Españas más amplias. (Nota culta: esas Españas se identifican por aquellas que celebran o celebraron, en algún momento de su historia, como día de la Hispanidad, de la Raza, de la Guardia Civil, de la Virgen del Pilar o de la Patria, el 12 de octubre).

Los gatos medianamente domesticados -ya se sabe que un gato nunca doblega del todo su independencia- miagan frecuentemente, aunque lo que buscan no es cariño, sino algo más pragmático: comida. Los seres humanos que, imitando la persistencia de estos pequeños felinos, se pasan el día pidiendo cosas, miagando, son quienes más consiguen.

El que no miaga, no recibe. Por eso, responsables autonómicos, empleados, asalariados, parceros, rentistas, en fin, todos aquellos que tienen por encima a alguien que pueda dar, tened en cuenta este consejo: Hay que miagar. No es lo mismo que llorar, es repetir una y otra vez, en tono humilde y zalamero, lo que se desea. El que no miaga, no mama. Y, además de ser más fácil que llorar, ni siquiera hay que tener hambre.

Sobre los canapés

Canapé es una palabra foránea que hemos adaptado al castellano/español con dos significados muy distintos. Lo que lleva a utilizar un único significante con intenciones tan separadas es,  en nuestra opinión, simplemente la cursilería.

Veamos: para la primera y más común de las utilizaciones, teníamos y mantenemos una palabra magnífica, que es la de "pincho". Con pinchos, englobamos todos los canapés que se comen. Los expertos dicen que los genuinos canapés tienen una base de pan, habitualmente tostado. Pero para eso podíamos utilizar la palabra "montaditos".

En las bodas, ya no ponen pinchos, sino (teóricamente) canapés. Da igual que sean croquetas, que gambas a la gabardina, que uvas con queso o trozos de empanada con berberechos. Lo que menos se encuentran, sobre todo si la celebración es de copete, son los verdaderos canapés, eso  que deberían tener un poco de mayonesa entremezclado con aceitunas y pasta de cangrejos china. Será porque manchan las corbatas...

La segunda acepción, se corresponde con la forma de designar al soporte de metal o madera sobre el que ponemos el colchón, especialmente en los casos en que la cama es de las que antes se llamaban "de matrimonio"  y ahora, king size, que tiene, como se ve, otra connotación.

Como hay mucha gente que no estamos para dibujos, se ha dado en llamar a todas las camas que tienen la más mínima estructura por la que se levanta el colchón del suelo, pues canapé. Ya no se dirá "me voy al catre", sino "me voy a yacer al canapé". Si, además, se quiere comer alguna fruslería, mientras se descansa viendo la tele, se debería decir, de la forma más elegante posible: "Me tenderé en el canapé con algunos canapés".

En las milicias, a la colección de maderas de varios tamaños sobre los que, teóricamente, había que colocar el jergón o la colchoneta, se les llamaba "pilarillos". Eran, en realidad, un estorbo, resultando preferible dormir poniendo la colchoneta sobre el cemento. No habían llegado los canapés y los bocatas de sardinas de lata con cubata (ron con coca cola) aún sabían a gloria.

Sobre la facultad de distinguir entre ser y estar

La manera segura de distinguir un angloparlante en español es oirle decir una frase en la que sea necesario emplear los verbos ser y estar. Su yo soy contento o estoy el primero en llegar, delatarán que es un impostor, que no es perfecto en nuestra lengua, el español de Cervantes.

La culpa, en realidad, no la tienen ellos. La tiene Shakespeare, el que figura como su mayor gloria en las letras, y ha quedado resumida en una frase que conoce de memoria todo el mundo, incluso los que no tienen ni idea de inglés: to be or not to be, that´s the question (en castellano: tu bí, or not tu bí, dat is de cuéschion).

Porque el asunto no está en distinguir entre ser o no ser, sino entre el ser y el estar. Multitud de profesores de español, millones de bien intencionados enseñantes ocasionales, hemos tratado de enseñar a ingleses y americanos a diferenciar lo que para nosotros es obvio. A veces, parece que lo hemos conseguido, pero cuando abandonamos la tutela vuelve, de forma invencible, el error: estamos pocos los que conocemos bien español.

Gracias a esta rémora, a la ausencia de facultad para distinguir entre ser y estar, los latinos y, sobre todo, los españoles, quedamos eximidos de reconocer la vergüenza de ser prácticamente incapaces de aprender a hablar bien cualquier idioma que no sea el nuestro. (Bueno, últimamente, también tenemos dificultades en dominar nuestra lengua materna).

En nuestra disculpa, hay que indicar que una buena parte de los idiomas extranjeros son parecidos al español. Podemos entendernos sin problemas con italianos, portugueses, brasileños, catalanes, gallegos, con tal de que nos hablen lentamente. Prácticamente, captamos un 30% de lo que dicen, que es aproximadamente el mismo porcentaje que entendemos cuando nos hablan en español (o castellano).

Después, hay otras nacionalidades con las que no parece necesario entenderse. Los chinos, por ejemplo. Nuestra experiencia permite confirmar que nos entendemos por intuición y, en algún caso, con acompañamiento de alguna seña. Dedicados al comercio al detalle -al mínimo detalle, propiamente hablando- los chinos suelen estar acompañados, además, de un joven/una joven que parece disponer de un diccionario de equivalencias entre el español y las estanterías de la tienda.

El problema, resumiendo, lo tenemos con los americanos y los ingleses. ¿Cómo tener confianza de quien no distingue entre ser rico y estar rico, ser cómodo y estar cómodo, ser padre y estar padre?

Sobre el despilfarro del tiempo que nos queda

Parece un título poético, y lo es, o pretende serlo. El tiempo que nos queda es aquel en el que debemos entregar el resto de nuestra vida. Despilfarrarlo es dedicarlo a actividades inútiles o menos útiles de las que podríamos teóricamente ejecutar.

Habría que empezar delimitando algunos acuerdos respecto a lo que se puede entender por utilidad en el empleo del tiempo. La función de utilidad, o provecho, es una de las funciones más complejas que puedan estudiarse en psicosociología. Desde el "actúo en mi provecho", y "hay que disfrutar al máximo de la vida" hasta "me debo a la colectividad", van múltiples variantes. La forma de traducir, en dinero, en satisfacción personal, en especies, en aplausos o en glorias, los trabajos y esfuerzos realizados, lleva a varias escalas de medida.

Otro asunto de especial interés realacionado con el tema es tratar de entender cuáles son los condicionandos, externos e internos, propios y ajenos, que favorecen o nos impiden la dedicación más útil de nuestro tiempo. Sobre todo, si estamos dispuestos a entregárselo a los demás. "Hay que impedir que este cerebro piense durante 20 años", dijeron de Gramsci los que lo encarcelaron. Por diferentes motivos, así actúan algunos de los que tienen poder sobre otros.

En el microcosmos, cuando observamos lo que sucede en nuestras calles encontramos ejemplos flagrantes de despilfarro, y otros tantos de falso ahorro de tiempo. Gentes que juegan a las máquinas tragaperras, hacen solitarios con las cartas, resuelven sudokis frenéticamente, por no hablar de los que, además, acortan su futuro, emborrachándose o drogándose...

Gentes que arriesgan su vida y la de otros para adelantar peligrosamente en una curva con el vehículo a toda velocidad para luego detenerse a tomar una copa, intelectuales de saloncete que devoran libros sin digerirlos, para presumir de que los han leído, visitantes de museo que pasean a uña de caballo entre las salas, ...

Sobra mucho tiempo, podría pensarse, al ver tanto despilfarro. Faltan decisiones de cómo utilizarlo correctamente. Se necesitan valores para introducir escalas de medida que nos hagan entender que el tiempo no nos pertenece en realidad. Sobre todo, el tiempo que nos queda.

Sobre usos y utilizaciones de las lenguas

En uno de esos curiosos pasajes bíblicos cuya interpretación literal -esto es, sin añadidos exegéticos- no dejará de sorprender a quien se acerque al texto sin ideas preconcebidas, se dice que Yahvé "descendió para ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres" que, hasta entonces, hablaban una misma lengua. Y reflexionó el Gran Espíritu de esta manera.

"He aquí que todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua, siendo esto el principio de todas sus empresas. Nada les impedirá llevar a cabo todo lo lo que se propongan. Pues bien: (...) confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos a los otros" (Génesis, 11).

Sorprende del texto que el Dios del pueblo elegido oponga su fuerza para evitar que los hombres le alcancen, le lleguen a la altura, pues no de otro modo habrá que interpretar esa reflexión acerca del poder omnímodo de una lengua y un sentir común. Ya se crea comunicado desde lo alto o surgido de la reflexión humana, el mensaje contiene una sabiduría que compartimos: la lengua une a los pueblos, facilita la comunicación de los intereses, ayuda a crecer.

Por eso, no podemos entender esta obsesión moderna por recuperar frenéticamente lenguas que han sido o están a punto de desaparecer, en un contexto de supuesto desarrollo y la globalidad. No encontramos sentido a esta simultaneidad de desempolvar lo mínimo y pretender lo máximo.

Se escuchan hoy, con el mismo énfasis, voces que defienden la opción de utilizar una lengua común para la política y los negocios, que es ya prácticamente el inglés -desde el inglés de Brown y Elisabeth pasando por el de Obama y McCain, pero que también se vale de Solana, Barroso, Aznar, Ping y Qazi-  y otras que pretenden rescatar de los archivos culturales, incluso reinventándolas, lenguas yertas, para imponérselas en las escuelas a una inocente chiquillería.

Frecuentemente, en nuestra piel de toro, coinciden los que, teniendo cargos públicos desde las provincias con lenguas vernáculas, argumentan al unísono que hay que saber inglés y los idiomas locales, pasándose por el forro el conocimiento del español, al que llaman, generalmente, castellano.

Hay que plantearse, pues, la cuestión del uso y la utlización de una lengua. Porque asunto muy diferente al uso, es la utilización de la lengua en provecho de un nrupo selecto, para crear un gueto favorable. Así, han aparecido en democracia, entornos lingüisticos que se utilizan para medrar, para obtener trabajos, para compartir prebendas.

Estos defensores del valor del lenguaje, exigen el conocimiento de una forma peculiar de expresarse, que es toda lengua, como un peaje, una entrada para el círculo secreto de sus terjemanejes, haciendo de la comunicación un galimatías que es solo comprensible para los iniciados en las trabalenguas. Su intención sería, en esencia, generar un anti-creole, porque la lengua no serviría para que se comunicasen quienes carecen de lengua común, sino para imponer una disciplina ajena a quienes tienen otras formas de entenderse, exigiéndoles que pasen por el aro.

Este esfuerzo que vivimos en nuestro atribulado país, ya desde hace años, y al amparo de uno de los agujeros constitucionales, ha permitido, de pasada, ahondar en la desculturización de nuestra juventud que, creyendo haber sido enseñada en el buen conocimiento, ha crecido en el engaño de saberse una historia de pequeñeces, una geografía de riachuelos, una personigrafía formada en gran medida por heroicillos y escribanos de media pluma.

Ni el catalán, ni el gallego, ni el euskera les van a abrir puertas a estos educados para entenderse más allá de las narices de la cortedad que les han impuesto unos aprovechados que, para auparse mejor, se obligan a emplear unas construcciones gramaticales muchas veces ficticias.

Flaco favor para la perfección de unas lenguas que, incluso en el caso del catalán, iban camino de perderse, faltas de sentido en el hoy, como no lo tienen el albanés, el eslovaco, el etrusco, y, mal que nos pese, todas esas lenguas habladas por muy pocos, y faltas de sentido, no por ser más ni menos despreciables, sino por la necesidad de esas colectividades de conectarse al resto del mundo.

Da bastante pena hoy  ver a tantos charnegos aprendiendo catalán para conseguir trabajo, y a tantos buenos catalanes de raíces regionales muy hondas, confundiendo, cuando escriben en español, las bes con las uves, las faenas con los trabajos, las íes latinas con las griegas, el seny con la intransigencia.

Duele haber alimentado con dineros de todos la mayor difusión de ese lenguaje tan pobre en expresividad de los afectos que es el euskera, y que ha servido para alimentar, de rebote, el sentimiento anti-español. Como si el resto de los españoles tuviéramos menos esencia humana por querer saber más y mejor la historia común, y dispensar el mismo cariño, admiración y respeto, tanto a lo que se cuece en Madrid, Toledo, Santander, Badajoz, Gijón o Málaga como en Manresa, Azpeitia, O Ferrol o ... Getafe.

El Manifiesto por la Lengua, una ocurrencia simpática de ese minipartido que busca llamar la atención con golpes efectistas, no anda, ni mucho menos, descaminado. Los que han salido a la palestra para defender derechos que nadie discute, como el que cada uno hable la lengua que le peta, se equivocan, pues, en algo grave: no elegimos nuestra lengua materna, nos la imponen.

Y si nos imponen una lengua materna de corto alcance, con la que podamos comunicarnos solo entre unos pocos, nos están limitando el futuro. Independientemente de que, después, vayamos aprendiendo, con el correspondiente esfuerzo, dos, diez o cuatrocientas lenguas, para estar en contacto con los otros, y hacer con ellos. Ya lo decía Dios, cuando la gente creía más en El.

Sobre la exageración, el pleonasmo y la modestia

El buen paño en el arca no se vende, se apolilla. Además, para vender, hay que exagerar, ensalzar algunas cualidades, inventarse virtudes y ocultar desperfectos, mataduras y lobanillos.

Una consecuencia derivada no es solamente que a menudo nos llevemos a casa, no la ganga que nos habíamos imaginado, sino un bodrio inservible, sino que ya no sabemos distinguir bien lo verdadero de lo falso, lo que merece la pena de lo que no merece más que la patada en el culo. Por no decir de aquellas veces en donde dudamos en donde está la media, porque nos han venido mintiendo de tal forma sobre las características de los otros, que nos han presionado con el pulgar hacia abajo, haciéndonos sentir la escoria universal.

¿Es nuestro ritmo sexual el adecuado? ¿Nuestro pene no será demasiado pequeño? ¿Un orgasmo es solo éso? ¿Nuestro IQ se puede mejorar haciendo tests adecuados? ¿Si no hago diez Sudokus en una hora es que soy imbécil? ¿Es posible que Fulano de Tal tenga tres carreras, una de ellas en USA, y yo no haya podido superar el segundo de BUP? ¿Soy yo el único que no entiende ni papa de la factura de la luz?

¿Por qué no encuentro verdaderamente ningún chollo en el mercado de segunda mano? ¿La mejor ensalada de Madrid es la del VIPs´o la que me preparo en casa cuando estoy de Rodríguez? ¿Hay mujeres que mantienen la regla hasta los cincuenta y tres sin que les falle ni un período? ¿Es mejor tener un parto natural en casa o que te atiendan cuatro ats en una clínica concertada? ¿Es posible que quién más sepa de medicina sea un periodista? ¿El presidente de Gobierno tiene que saber de todo? ¿Se liga más siendo ministro o jugador de la selección?

Puros pleonasmos (palabras redundantes), exageraciones, hipérboles (tropos útiles para la poesía y el ridículo) o muy canijas rupturas de modestia. Negación de aquello tan sabido de que hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. ("Homo sum; humani nihil a me alienum puto") . De Terencio, por cierto. Se lo hi

Sobre uniformes, disfraces y desnudos

Le seguimos dando mucho culto al uniforme que, contrariamente a lo que indica su nombre, se utiliza, sobre todo, para distinguir. Que uniformes ya somos por naturaleza.

Los Colegios o Colleges -léase Cólechs- en donde se educan las élites tienen uniformes diferenciadores, que identifican por eso a sus alumnos como seres especiales. Por supuesto, también se venden insignias y camisetas para que los imitamonos se las pongan, pretendiendo confundir a los incautos o confundiéndose con los genuinos, al menos a primera vista.

¿Qué decir de los ejércitos? Los ejércitos siempre han procurado vestirse de manera distinta a como lo hacían sus enemigos, tanto para evitar matarse entre sí -lo que sería imperdonable, salvo que ésa fuera la instrucción recibida de sus mandos- como para demostrar que, al estar bien pertrechados, aseados y con comportamientos disciplinados, deberían ser más difíciles de vencer. Las turbas, sin embargo, son pan comido: el pueblo llano solo consigue cocinarse revueltas que se ahogan en su sangre y saben muy amargas en el puchero de la Historia.

El uniforme ha servido también para identificar al que más manda, a quien debe servirnos de referencia a los humiles, al jefe de la tribu, chamán o venturoso. Los monarcas, Papas, emperadores, y todos cuantos han sido mandamases (o pretendido serlo), cuentan con diseños especiales de sus atuendos, que les distinguían de sus súbditos, para que pudieran cortarles la cabeza con facilidad o hacer la genuflexión en pleitesía.

Desde los indios navajoas a los dictadores de Mogadiscio, desde los zulúes hasta los coptos, desde los quéchuas a los visigodos, chechenos o seguidores de Obama o de Casillas, todas las tribus humanas han echado y echan mano al uniforme para identificarse, disfrazar alguna cualidad, marcar paquete.

Plumas, sombreros y gorritos, pieles, pinturas y piedras, figuran en el diseño de todas las intenciones de poner en claro la nobleza de los espíritus que los portan, ocultando que, salvo excepciones, no se podría demostrar de otra forma ese prestigio.

El Papa Benedicto XVI, patriarca de una de las instituciones más respetadas en el hemisferio norte, es una persona de gusto y ha recurrido al diseñador Prada para renovar el vestuario de los Pontífices tradicionales, presentándose así como actualizado representante de Dios en la Tierra. No es asunto baladí. Hay cometidos y funciones -como cualquiera debiera entender- arriesgadas, que exigen extremar la elegancia y donosura: no es cosa de vestir cualquier trapito cuando se interpreta al Santo Espíritu.

No dudamos que otros representantes de las distintas facciones de los avatares de la divinidad reflexionen también sobre la conveniencia de modificar los viejos hábitos talares, conectando así mejor con los creyentes. Todo esfuerzo es poco para ahuyentar la tentación de pensar que su presencia no es sino la alimentación de una posible farsa ciclópea, subsistente al paso de los siglos, para ocupar los tiempos libres de los crédulos.

Aunque, pensando en positivo, no hay sino alabar al uniforme. Gracias a él, el rey, el poderoso, el jefe, el dictador, el chamán, el ayatolah, el pontífice, el general, el ...., nunca van desnudos.

Sobre trofeos y méritos

Los plumajes son, en nuestra sociedad, más importantes que los méritos. Por ello, hay toda una corriente de efluvios malolientes que alimenta la consecución de plumajes con los que adornan la carencia de méritos.

Los ejemplos son innumerables. Personajes que se mueven con absoluta tranquilidad con alarde de títulos académicos que jamás han conseguido. Desde altos cargos de la administración hasta el fontanero que nos deja un papel con el móvil en el buzón.

Han florecido los currícula engordados sin rubor. Estudios en Norteamérica, master inventados de las más variadas versiones imaginativas que pretenden elevar algunos peldaños por encima de los demás mortales los méritos de los engañiflantes.Titulaciones de grado medio mostradas como competencia adecuada para realizar complejos proyectos. 

Nos contaba ayer el director del Centro de Enseñanza y Protección de la Naturaleza de Cañada Real que unos furtivos, hace meses, aprovechando la noche, seguramente con una catana, seccionaron la cabeza del macho cabrío de 18 años que llevaba su existencia pacífica en este recinto en donde se guardan cabras montesas de las que estuvieron a punto de extinguirse en Gredos. Objetivo: vender las cuernas del bicho a algún falso cazador que, habiendo colgado el trofeo imposible en el salón de su casa de rufianillo, se inventaría alguna aventura escalofriante ante sus atónitos huéspedes, persiguiendo imaginariamente la cabra entre riscos y precipicios.

Los entendidos descubren siempre las trampas, claro. Es imposible una cuerna tan lucida. Las desventuras de la vida dejan múltiples huellas de disputas, hendiduras, roces, grietas, en los cuernos de quienes han tenido que lidiar en la naturaleza agreste para salir adelante. Los méritos presuntos de los que han conseguido por internet o falsificando firmas sus títulos y honores, carecen de las huellas de sangre de quienes los han obtenido en buena lid, aunque no siempre es fácil hacerse un hueco entre los que empujan desde arriba, aupados en sus plumas de oropel y papeles de colorines.

Por cierto, al día siguiente de la hazaña, los mismos furtivos volvieron y seccionaron la cabeza de uno de los ciervos machos del Centro. Pedido satisfecho, suponemos.

Sobre la catarsis y el desengaño

Parece el título de una historia de amor. Catarsis y Desengaño. Amor y Psique. Calixto y Melibea.

El, algo mayor, no había viajado mucho.Había heredado una tienda de paquetería de sus padres, y, al principio, le fue muy bien. Un local en el que se vendía de muchas cosas, al por menor. Había mandado pintar la tienda, e introdujo algunos productos nuevos, importados de China. No se atrevió a ampliar mucho la gama de negocio, porque, como conservador que era, no quería alirse de la línea de productos tradicionales.

Estuvo en negociaciones para vender la tienda a unos extranjeros. Nada cuajó. Las cosas fueron de mal en peor.Ultimamente se le veía poco, se rumoreaba que estaba enfermo. Aunque los análisis médicos no reflejaban nada particular, se opinaba que no era el de antes. Le faltaba impulso para seguir insistiendo.

Ella, pizpireta y bastante más joven que él, no era de aquí. Hablaba con acento extranjero, y, aunque era evidente que venía de lejos, no se sabía a ciencia cierta cuáles eran sus orígenes. Se conocía, en realidad, muy poco de ella, pero su nombre, sonoro y hermoso: Catarsis, empezó a sonar con fuerza. Era una mujer de rompe y rasga, sin duda. Trabajaba en un Departamento de nuevas iniciativas (o algo así) en una multinacional.

Tenían pocas posibilidades de coincidir, porque eran muy diferentes. El Desengaño se movía en otros círculos, con sus amigos clásicos. Aunque había conocido en su juventud a algunas mujeres -de las familias más acrisoladas de la ciudad-, ahora se refugiaba en los amigos íntimos. Prefería reunirse con ellos. Hacían intensas discusiones sobre el pasado con Crisis, Repetición, Camelo, Piquito de Oro y Embaucadora. Qué buenos tiempos los de antes.

Los presentó Coyuntura, que vivía en el piso de abajo de Catarsis. No se hicieron al principio mucho caso. A ella, él le pareció corto de vista, con aquellas gafas de culo de vaso. A él, ella le pareció una lanzada, una aprovechada quizá, con esas ideas de tirar las cosas viejas y concentrarse en el futuro, sin importar mucho la tradición familiar.Tardaron en darse cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.

Un día, Desengaño se animó a llamar a Catarsis. Estaba ya muy, pero que muy desesperado. Estaba a punto de cerrar el negocio. Resulta que sospechaba que los amigos que creía sinceros, en realidad le mentían, actuaban en provecho propio. Se habían hecho ricos a su costa.

Catarsis aquel día no tenía ningún plan especial, queremos decir, alguien con quien salir a tomar unas copas. Funcionó, hubo una chispa. Suena a socorrido, pero lo cierto es que desde entonces empezaron una nueva vida.

Catarsis le cambió todas las ideas, le transformó la casa,. Eliminó de un plumazo todos los supuestos. Le tiró los trastos viejos, que eran muchísimos, puso en liquidación toda la mercancía. Le propuso un negocio completamente diferente, algo relacionado con la creatividad, casi intangible.

Le dió al Desengaño tantas energías, que decidió cambiar de nombre. Ahora se hace llamar Proyecto.

Andan por ahí, y hasta tienen una hija, Ilusión que, por las pintas, ha salido a la madre.

Sobre el asturianu y la siñalética

Que España es un país de individualidades, en el que se utiliza el principio básico de sálvese quien pueda o el que venga detrás que arree (que es una forma derivada), no admite discusión. Esa característica nos ha llevado históricamente a perder casi todo lo que otros consiguieron con esfuerzo a la primera de cambio, nos arrastra de vez en cuando a guerras civiles y a discusiones interminables, impide nuestro florecimiento intelectual colectivo, etc.

El idioma oficial de nuestro país es el español. La Constitución le supone como sinónimo el castellano, en una concesión de los padres de la Patria hacia el catalán, pero, salvo los catalanes nacidos en León o Andalucía y unos pocos catalano parlantes vernáculas, nadie se refiere a la lengua que nos une con millones de latinoamericanos y otros cuantos millones de hispanoparlantes, como castellano.

En Asturias se habla el español. Con acento y algunos modismos, y con ciertas palabras residuos de tiempos menos globales con las que, en especial los que fuimos neños en pueblinos, de vez en cuando introducimos en nuestra forma de falar, sobre todo si venimos de la emigración y dános por el xeitu de sacar a pasear nuestras raíces.

El asturianu, o bable, lengua inventada en su forma académica, se habla únicamente en el marco de las asignaturas de Llingua asturiana  en Universidades y Escueles, y se escribe en una página los domingos en los períodicos regionales, que hay que leer con un diccionariu cerca, o utilizar la intuición para descifrar algún término. Por cierto, los profesores y catedráticos suelen ser gentes nacidas en León o pallá de les montañes.

Que para ilustrar la historia y características de los monumentos asturianos algún iluminado haya dispuesto dos leyendas, una en español y otra en bable, son ganas de dejar a uvas a los miles de turistas no hispanoparlantes que Asturias y sus gobiernos regionales dicen querer tener. Apostaríamos que, salvo los que los redactaron en esa lengua desconocida, todos los españoles -incluídos los asturianos- leen los letreros en español. Así que, los demás que no controlen esta lengua, se han de quedar a dos velinas.

¡Que tamos nun mundo global, paisanos, que hay que saber de chips, no de fesories! (polo menos, de momentu)

Seguramente esa misma corriente estupidizadora es la que favorece que los indicadores de carreteras estén en español y en ese bable y que, gentes que no tienen nada más que hacer que tocar los pinreles a tócristo, gocen en tachálos con espray negro, para que el visitante no pueda encontrar cómodamente ningún lugar, y ansina anden despistáos dando vueltes por les caleyes sin acertar a su destino.

Y, por supuesto, lo que escribimos aquí vale también, salvando pocas distancias, para defensores del gallego, del catalán o del euskera, cuando se imponen como lengua obligatoria dentro de una región, forzando así a los pobres niños a que, en lugar de aprender algo que les sirva para comunicarse mejor, lo vean como una asignatura que, tal vez, les podría servir -como sirvió a sus mentores- para conseguir un puesto de trabajo en la tierra cuya cultura entienden así defendida, pero no habrá de servirles a los guajes para comprender mejor el mundo.

 

Sobre el arte del toreo

En estos tiempos en que se discute sobre los términos concretos de lo que es arte, su valor y su precio, un grupo de puristas de ese espectáculo inclasificable que son las corridas de toros, no tiene dudas. El toreo es arte, y mayor. Y su artífice máximo actual, el diestro José Tomás, es Su Sumo Pontífice.

Un inspirado que en días señalados, como sucedió en su actuación del día 5 de junio de 2008, es capaz de bordear lo sublime. Lo ha conseguido, además, en la plaza mayor de España, en Las Ventas,  en Madrid que, con Sevilla, reúnen lo más granado de los entendidos del toreo. Porque en La Maestranza como en Las Ventas, están los más exigentes del purismo de esa profesión que hizo inmortales a Cúchares y a Joselito y a Miguel Bohórquez y a...

Cuando un matador convoca con su faena la completa expresión de lo artístico, los hados le besan en los labios. Y en premio a tan meritorio trasteo, además de los encendidos aplausos del respetable, del dinero que cobró por exponerse al riesgo de que le empitonen, a José Tomás le obsequiaron que los dos apéndices auditivos de los dos toros que lídió. Orejas que le entregó, con un abrazo, el alguacilillo, que fue quien se encargó de cortárselas a ambos bichos antes de que se los llevaran al desolladero unas recuas primorosamente enjaezadas.

La gloria de José Tomás coincide en el tiempo con la defensa que una selección de ganaderos, veterinarios y toreros hicieron ante el Parlamento Europeo de la pulcritud de las corridas, en el único aspecto en que el amor a los animales las ha hecho controvertidas: que los toros de lidia, en esos quince últimos minutos de ir y venir tras capas y capotes, entre clarines y avisos, entre puyas, pinchazos y estocadas, sufren y mucho.

No dudamos de la estética del toreo y del goce visual -para el humano que lo contempla- de una buena faena, aunque no se acierte a ponerle los nombres adecuados: desde la recepción del morlaco a la porta gayola, pasando por los bellos volapiés, naturales, derechazos, pases de pecho, hasta la estocada asomándose al tendal de las cuernas y metiendo la espada hasta la bola, hay mucho morbo.

Es bella la estampa que componen torero y animal. Embriagador el ambiente. Y da placer ver, por ejemplo, la fuerza con la que el bicho se defiende, apurando su rabia contra la montura bien protegida desde la que un individuo con traje campero le hunde una pica hasta el tope metálico.

Pero no nos engañemos. Tampoco dudamos de que el toreo que culmina con la muerte del toro es un espectáculo arcaico, cruel, en el que los espectadores, en su mayoría, no perciben la estética, sino el gusto ácido del riesgo del torero entremezclado con la rabia impotente del toro encelado.

Que como intuye cualquiera, no deja de ser una reproducción sintética del acto sexual, en la que, si hay mala suerte, las imágenes se tornan esperpentos. 

Sobre periodismo, insultos y opiniones

La denuncia por injurias del alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón, contra el locutor Jiménez Losantos, ha servido para alimentar la actualidad de este polémico converso que ha recorrido casi todo el arco ideológico en sus casi sesenta años de vida.

Jiménez Losantos no es periodista de carrera, sino que pertenece al grupo de aficionados a los media a los que la experiencia ha dotado del bagaje de  formas y maneras que sirven para comunicar eficazmente.

No puede decirse, pues, que lo que ejerce es lo que ha aprendido en las aulas, aunque con ello no estamos realizando ningún juicio a favor del nivel que se adquiere en la Universidad, porque, en el caso de los licenciados en información, hay casos que no dejan precisamente alto ni el pabellón de la ética universitaria ni el de la formación cultural adquirida en las aulas.

Jiménez Losantos es, sin duda, un resentido ideológico, que conoce a muchos de los personajes de la política y la cultura españoles, desde dentro, es decir, desde sus contradicciones, miserias y dudas. Ello parece conferirle una autorización especial para apodar, discriminar, insultar y juzgar, según le venga en gana y humor, todo en virtud de la necesidad de comunicar y, sobre todo, de conseguir audiencia.

Jiménez ha dicho en el juicio que le plantea el alcalde de Madrid por haberle espetado que no le preocupan los muertos del once eme, que la información y la opinión están unidas. Nada más erróneo. Una cosa es informar y otra es opinar. La información ha de ser neutral, objetiva. La opinión, por su propia esencia, es sesgada, lo que no la exime de ser sincera y leal.

Aunque Jiménez no haya ido a ninguna escuela de periodismo debería saberlo. Ah, y para conseguir más audiencia lo que no debiera estar autorizado, ni por la propia audiencia ni, por supuesto, por los jueces que hubieran de juzgar su tolerancia, es insultar a nadie en un medio de difusión.

Ni maricomplejines, ni la prima de Gallardón, ni zapatitos, ni...por muy desorientado de lo que supone el buen periodismo que el autor de tales epítetos insultantes pudiera sentirse desde su pasado errante, sin brújula ni destino. Y aunque contara con el beneplácito de la Cope, de parte del episcopado español y del mismísimo lucero del alba.

Hace tiempo que Jiménez no aporta nada positivo a la información de este país, y ha estado contaminando de su mala baba las opiniones que vertía desde su pedestal de locutor muy premiado, antes de perder la razón.