Blogia
Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre usos y utilizaciones de las lenguas

En uno de esos curiosos pasajes bíblicos cuya interpretación literal -esto es, sin añadidos exegéticos- no dejará de sorprender a quien se acerque al texto sin ideas preconcebidas, se dice que Yahvé "descendió para ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres" que, hasta entonces, hablaban una misma lengua. Y reflexionó el Gran Espíritu de esta manera.

"He aquí que todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua, siendo esto el principio de todas sus empresas. Nada les impedirá llevar a cabo todo lo lo que se propongan. Pues bien: (...) confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos a los otros" (Génesis, 11).

Sorprende del texto que el Dios del pueblo elegido oponga su fuerza para evitar que los hombres le alcancen, le lleguen a la altura, pues no de otro modo habrá que interpretar esa reflexión acerca del poder omnímodo de una lengua y un sentir común. Ya se crea comunicado desde lo alto o surgido de la reflexión humana, el mensaje contiene una sabiduría que compartimos: la lengua une a los pueblos, facilita la comunicación de los intereses, ayuda a crecer.

Por eso, no podemos entender esta obsesión moderna por recuperar frenéticamente lenguas que han sido o están a punto de desaparecer, en un contexto de supuesto desarrollo y la globalidad. No encontramos sentido a esta simultaneidad de desempolvar lo mínimo y pretender lo máximo.

Se escuchan hoy, con el mismo énfasis, voces que defienden la opción de utilizar una lengua común para la política y los negocios, que es ya prácticamente el inglés -desde el inglés de Brown y Elisabeth pasando por el de Obama y McCain, pero que también se vale de Solana, Barroso, Aznar, Ping y Qazi-  y otras que pretenden rescatar de los archivos culturales, incluso reinventándolas, lenguas yertas, para imponérselas en las escuelas a una inocente chiquillería.

Frecuentemente, en nuestra piel de toro, coinciden los que, teniendo cargos públicos desde las provincias con lenguas vernáculas, argumentan al unísono que hay que saber inglés y los idiomas locales, pasándose por el forro el conocimiento del español, al que llaman, generalmente, castellano.

Hay que plantearse, pues, la cuestión del uso y la utlización de una lengua. Porque asunto muy diferente al uso, es la utilización de la lengua en provecho de un nrupo selecto, para crear un gueto favorable. Así, han aparecido en democracia, entornos lingüisticos que se utilizan para medrar, para obtener trabajos, para compartir prebendas.

Estos defensores del valor del lenguaje, exigen el conocimiento de una forma peculiar de expresarse, que es toda lengua, como un peaje, una entrada para el círculo secreto de sus terjemanejes, haciendo de la comunicación un galimatías que es solo comprensible para los iniciados en las trabalenguas. Su intención sería, en esencia, generar un anti-creole, porque la lengua no serviría para que se comunicasen quienes carecen de lengua común, sino para imponer una disciplina ajena a quienes tienen otras formas de entenderse, exigiéndoles que pasen por el aro.

Este esfuerzo que vivimos en nuestro atribulado país, ya desde hace años, y al amparo de uno de los agujeros constitucionales, ha permitido, de pasada, ahondar en la desculturización de nuestra juventud que, creyendo haber sido enseñada en el buen conocimiento, ha crecido en el engaño de saberse una historia de pequeñeces, una geografía de riachuelos, una personigrafía formada en gran medida por heroicillos y escribanos de media pluma.

Ni el catalán, ni el gallego, ni el euskera les van a abrir puertas a estos educados para entenderse más allá de las narices de la cortedad que les han impuesto unos aprovechados que, para auparse mejor, se obligan a emplear unas construcciones gramaticales muchas veces ficticias.

Flaco favor para la perfección de unas lenguas que, incluso en el caso del catalán, iban camino de perderse, faltas de sentido en el hoy, como no lo tienen el albanés, el eslovaco, el etrusco, y, mal que nos pese, todas esas lenguas habladas por muy pocos, y faltas de sentido, no por ser más ni menos despreciables, sino por la necesidad de esas colectividades de conectarse al resto del mundo.

Da bastante pena hoy  ver a tantos charnegos aprendiendo catalán para conseguir trabajo, y a tantos buenos catalanes de raíces regionales muy hondas, confundiendo, cuando escriben en español, las bes con las uves, las faenas con los trabajos, las íes latinas con las griegas, el seny con la intransigencia.

Duele haber alimentado con dineros de todos la mayor difusión de ese lenguaje tan pobre en expresividad de los afectos que es el euskera, y que ha servido para alimentar, de rebote, el sentimiento anti-español. Como si el resto de los españoles tuviéramos menos esencia humana por querer saber más y mejor la historia común, y dispensar el mismo cariño, admiración y respeto, tanto a lo que se cuece en Madrid, Toledo, Santander, Badajoz, Gijón o Málaga como en Manresa, Azpeitia, O Ferrol o ... Getafe.

El Manifiesto por la Lengua, una ocurrencia simpática de ese minipartido que busca llamar la atención con golpes efectistas, no anda, ni mucho menos, descaminado. Los que han salido a la palestra para defender derechos que nadie discute, como el que cada uno hable la lengua que le peta, se equivocan, pues, en algo grave: no elegimos nuestra lengua materna, nos la imponen.

Y si nos imponen una lengua materna de corto alcance, con la que podamos comunicarnos solo entre unos pocos, nos están limitando el futuro. Independientemente de que, después, vayamos aprendiendo, con el correspondiente esfuerzo, dos, diez o cuatrocientas lenguas, para estar en contacto con los otros, y hacer con ellos. Ya lo decía Dios, cuando la gente creía más en El.

0 comentarios