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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Cultura

Sobre algunos tipos de tonticie

En un Comentario anterior nos referíamos a la búsqueda y extroversión del posible idiota que todos llevamos dentro, utilizando como guía la película de Von Trier. Aunque se debe reconocer que es mucho más común investigar al idiota que, por lo general a raudales, podemos descubrir fuera de nosotros.

El descubrimiento de la existencia y catalogación de tales idiotas no tiene la menor pretensión clínica. Al contrario, se realiza al margen de cualquier sistemática siquiátrica, porque, además, los idiotas a los que nos referimos nunca serían detectados utilizando test para evaluación de inteligencia.

No. El evaluador único y exclusivo de estos idiotas es el que emite el juicio de valor. Más precisamente, en la lengua española, los idiotas de este comentario son, propiamente hablando, tontos. Por eso, frente a la pobreza léxica del alemán (por ejemplo) en que para insultar brutalmente a alguien hay que decir "Idiot!" y seguramente se acabarán enzarzando en una disputa a bofetadas, en nuestra lengua, puedes llamar a alguien "idiota" o "imbécil" y se quedará tan pancho.

Hay que poner más énfasis. Porque el objetivo de llamar a alguien idiota, o bobo, o imbécil, es emitir un juicio de desprecio, reflejar la supremacía del que lanza el insulto frente al que se las da de intelectual o de listillo, con un epíteto descalificador, pero que no se desea dirigirlo hacia el otro, sino a los que rodean a uno mismo, para que sepan a qué atenerse y para que nos comprendan mejor.

Las diferencias son sutiles y, muy posiblemente, conservando la misma fonética, los significados varían de una zona a otra. Entre los tontos de baba y los del culo hay una gradación, pero no es evidente descubrirla. ¿Dónde situar, de forma precisa, el tonto del haba (leáse "tonto l´haba")?

¿Los bobos de solemnidad, categoría aparentemente máxima, son realmente menos de fiar que el bobo o tonto esférico? ¿El tonto del pijo es,con seguridad, más tonto que el bobalicón, pero seguramente allá se andará con los tontos de capirote y los bobos de mierda?

La cultura popular ha consagrado el "tonto de remate", como aquel que las hace realmente sonadas, incluso perjudicándose a sí mismo. Un tonto de remate no sabe de la misa la media.

En la dirección completamente contraria, en Asturias  y otras regiones donde se propende al uso de diminutivos, se utiliza de forma cariñosa el "tontín"/"tontina", que tan brillantemente convirtió en acervo común el actor gijonés Arturo Fernández, y con el que se evidencia cariño, incluso de primer nivel, hacia otra persona. "Anda, tontina, acércate un poco más, que no voy facéte nada", es una manera de generar confianza, trabajando el terreno.

En el montón están los tontorrones, los babayos y los que están pallá. Aunque analizar estos aspectos ya nos llevaría a otro Comentario, porque este se ha hecho demasiado largo.

Sobre los vendedores de motos

Los vendedores de motos a los que dedicamos este Comentario, nunca han vendido una moto, y no porque no tengan éxito como vendedores. Es que, en realidad, no se esfuerzan en vender motos, sino otros productos.

No lo tienen fácil, y a veces, son descubiertos, y se caen con todo el equipo.

La frase "no me vendas la moto" es equivalente a "no te esfuerces en presentarme las ventajas de tu propuesta, que no me lo voy a creer". La expresión es una actualización de la frase "no me vendas la burra", que, a su vez, es una forma apocopada de "no intentes venderme la burra, que ya he descubierto que tiene muchos defectos, y no te la voy a comprar ni harto vino".

La mayor parte de los metafóricos vendedores de motos trabajan en la política y sus aledaños. Suelen ocupar puestos de relevancia social, desde ministros a periodistas, desde bancarios a ingenieros. Pero no solo el imaginario oficio es válido como ocupación virtual de los de arriba. También los de abajo, venden motos: serán más pequeñas, adecuadas a las situaciones que en su entorno se crean, aunque no por ello ni más pequeñas ni de peor hechura.

Se pueden vender o tratar de vender motos al llegar tarde a casa después de una noche de farra y negociar la venta con la parienta mosqueada; hay motos que afectan a las cualificaciones que uno tiene o los trabajos que pretende hacer o saber hacer; motos realizadas con sumo cuidado y armatrostes a los que les faltan el manillar, el sillín y las ruedas.

Lo más curioso es que el éxito de la venta de esas motos depende, sobre todo, de la credulidad del hipotético comprador y no de tanto de las habilidades del que ofrece el producto. En especial, en la venta colectiva de motos, -hay ejemplos sonoros en los que se ha vendido la misma moto a millones de incautos- el contagio colectivo de la estupidez es fundamental.

Y lo que ya es notable es que, en la mayor parte de las casos, los que se llevaron a casa la moto, aún creen tenerla en la vitrina, incapaces de ver el vacío de las estanterías.

Sobre la búsqueda de una identidad

Ha muerto Michel Jackson, un hombre excepcionalmente dotado para la música y la danza, preocupado por cambiar de identidad.

No lo conocíamos más que por sus canciones, sus escenificaciones, sus éxitos como baluarte de la música pop... y por algunas de sus extravagancias. La más notable: su obsesión por modificar el color de su piel de mulato al color blanco, que en su subconsciente debía estar relacionado con el poder y la élite.

Esa intención, unida a múltiples extravagancias, así como a su supuesta afición por la pedofilia, señalaron al cantante como un ídolo acomplejado, estrambótico y con rasgos sicópatas muy del gusto de la prensa amarilla.

Hay que apuntar, sin embargo, y especialmente para los amigos de la duda, que él y su dermatólogo negaron que se hubiera aclarado la piel, y que lo que tenía era una extraña enfemedad , el vitíligo, por la que perdía la melanina. De su afición por los niños se debe precisar también que de esa acusación, llevada a los tribunales, resultó absuelto. Cabe también decir que Michael ha sido la persona física que más dinero dedicó a causas humanitarias.

Resulta difícil abstraerse de tanta intoxicación como se tejió a su alrededor, para juzgar al ser humano. En su obsesión por cambiar su fisionomía, le ayudaron, se supone, cientos de personas, -algunas, eminentes doctores suponemos- que le sacaron parte del dinero que ganaba con su arte, para modificar, en sucesivas operaciones y con variados potingues y artilugios, sus facciones, el color de su piel, las raíces de sus cabellos,... y, a la par, su psiquis.

Jackson era últimamente un enfermo, alimentado por una sociedad decadente, corrupta, que le persiguió, le aisló, le ensalzó, le ridiculizó, le amó, le criticó, lo convirtió en un mucheco, un espantajo. Lo arruinó. Lo mató.

No encontró su identidad, y tenía una magnífica. Ser, como la naturaleza lo había dotado, un genio. Quiso ser un genio blanco, no supo soportar la tensión de mostrarse, como era y entender que allí residía la base de su atractivo. No tuvo a nadie que pudiera explicárselo, convencerle. Qué pena.

Sobre lo cursi, lo bello y lo ridículo

No parece posible encontrar una definición asumible por todos que permitiera diferenciar estos tres conceptos, sin recurrir a equilibrios semánticos formales. Porque, de verdad de la buena: ¿Podemos seleccionar alguna actuación humana que sea, indiscutiblemente, cursi, bella o ridícula?.

En la poesía, que no es otra cosa que poner en palabras los sentimientos, es fácil encontrar ejemplos de las tres categorías, pero siempre serán subjetivas.

Sin embargo, una opinión muy extendida tiene a calificar como "cursi" casi todo lo que se escribe bajo la advocación de la poesía. Los dos grandes temas de la poesía son Eros y Tanatos, que, por supuesto, son las dos preocupaciones mayores -junto con el comer, Manduca, del ser humano.

Una parte muy importante de los poemas hablan de amor. Y, contrariamente a la visión de dos cuerpos desnudos haciendo el amor que, especialmente, si son jóvenes, es excitante, la lectura o comunicación del sentimiento es tenida por cursi, salvo, eventualmente por el ser amado.

 ¿Cómo convencer al autor/autora de estas exaltaciones del propio amor que es cursi decir: "Te amo por encima de todas las cosas", "Te deseo más que a nada", "Somos una unidad inquebrantable" y tantos miles de efusiones similares como han poblado las cuartillas colegiales y siguen disfrutando de su momento, tanto entre jóvenes como entre adultos muy trillados?

¿Serán tal vez, ridículas, las expresiones: "No hay consuelo/para tanto desamor" o "Amame, porque sin ti/solo soy un alma a la deriva? ¿O habrá que esperar a que los destinatarios acuerden su nivel de belleza?

Sobre paradigmas y poesía

Kuhn escribió que "paradigma es la infraestructura tácita, prácticamente inconsciente, que invade el trabajo y el pensamiento de una comunidad científica".

No solamente de la comunidad científica. Toda comunidad humana se precia, cuando se presenta de forma estructurada, de tener sus paradigmas. La única dificultad es que, generalmente, desconoce cuáles son.

En nuestro mundo globalizado, el observador atento puede descubrir varios paradigmas: cada grupo político pretende imponer los suyos, o, al menos, modificar parcialmente el existente.

Existen paradigmas religiosos muy potentes, que han causado algunos millones de muertes. Por supuesto, hay que considerar el paradigma genérico del mundo desarrollado (occidental vs. oriental) a su vez enfrentado al de los países en desarrollo. Etc.

La poesía trata de arañar en la superficie de lo físico, para inyectarle algunos gérmenes de lo metafísico. El paradigma del poeta está compuesto, fundamentealmente, de Eros y Tanatos. Claro que no deben faltar unas gotas de Ironía, para compensar a Desilusión y Desengaño. Y más, más cosas.

Dentro de los poetas, los místicos y los poetas sociales lo tienen más sencillo, porque su incursión en lo metafísico tiene objetivo específico. En el caso de los primeros, la prospección es lineal, y se dirige hacia la Forma Máxima, que todo se lo llena. En los poetas sociales, la incursión metafísica es incluso aparentemente despreciable, porque parecen dirigirse solo hacia lo físico.

Lo que sucede es que, a diferencia de los políticos -que persiguen adeptos, seguidores, votantes- y andan menos preocupados de mensajes metafisicos, los poetas sociales no buscan formar un partido.

Sobre inventores y patentes

Los inventores son seres escasos y, además, muchos de ellos, al ser incomprendidos, se convierten en sufridores y, si no se les detiene a tiempo, devienen pobres, como resultado cruel de su búsqueda frustrada por pretender la ilusión de que su invención se vea hecha realidad.

En la mesa redonda que celebró en el salón de Actos del IIE -como es casi habitual, muy vacío de público, a pesar del interés de los actos- su comité de Inventiva y Creatividad, se revelaron dos tipos de actitudes en relación con la invención:

a) La de quienes trabajan gozosamente en el mundo de las patentes, bien como funcionarios o como miembros de bufetes que defienden la protección legal que una patente aporta a una invención, bien como pertenecientes a equipos de investigación e innovación de las grandes empresas.

b) Los otros.

Los otros son, por una parte, quienes han descubierto o creen haber descubierto algo valioso, y se embarcan en la aventura de patentarlo pretendiendo que algun inversor les llame a la puerta para comprarles el derecho a usar de su invención o para garantizarles un royalty.

La otra sección de "los otros" la confirman quienes dudan de que el compleo proceso de patentar aporte alguna ventaja a su idea. Ven, por el contario los riesgos de publicitarla, para que se la copien fácilmente quienes tienen más poder y medios, sin pagar nada por ello y contra los que no podrán litigar y, si lo hacen, les llevará a perder su patrimonio, para nada.

Por eso también entre "los otros" estaban quienes habían perdido salud y dinero por un invento que juzgaban genial y al que habían premiado, incluso, con medallas de honor en certámenes internacionales.

Fue muy interesante escuchar el contraste entre todos estas opiniones, en un debate bien dirigido por el Presidente del Comité, Jaime Sánchez Montero, como consecuencia de ponencias provocadoras e ilustrativas.

Entre ellas, y sin desmerecer por ello a los demás, Jesús de la Peña repitió su propuesta, realizada por primera vez con ocasión del Primer Centenario del Instituto de Ingeniería, de constituir un Centro de Investigación de Ingeniería Mecánica en cada autonomía, en el que los inventores-ingenieros pudieran contar con el material y los medios para idear y probar sus invenciones.

Sobre metáforas y frases erróneas

Los poetas emplean frecuentemente combinaciones de palabras que, en una primera lectura o audiencia, no significan nada. Pero sorprenden, conmueven la imaginación. Sugieren reflexiones desconocidas, que tienen su base, justamente, en esa sacudida al árbol de las ideas.

Son las metáforas, la máxima categoría de las frases erróneas.

Las metáforas se pueden encontrar por cualquiera. Como un excursionista que hiciera su paseo por el campo, un día, por azar, el más distraído de los mortales puede toparse con una metáfora vibrante.

En una reunión erudita, un/una conferenciante algo nervios@ puede, de pronto "traer a coalición" una idea y, si se piensa, la sugerencia podría servir de solución a algunos conflictos: ideas del mundo, uníos. Es una metáfora, pues.

Francisco García Pérez, el profesor de instituto que más sabe de Juan Benet, ha hecho una pequeña recopilación de frases erróneas (La boca del pez, LNE, 4 de junio 2009) y despropósitos verbales, realizados por inocentes, no todos iletrados. No son metáforas, sino fallas gramaticales abiertas por la zona de la palabra inadecuada, como "no lo pidas peras al horno".

También algunas veces el error proviene del contexto del que interpreta la frase, y no del que la dice, como "sáquese la polla y hágase millonario", que es, como casi todo el mundo sabe, inocente en Chile y rijosa por estos lares.

En fin, aquí van algunas metáforas: "campeón mundial de recompensas inmerecidas", "tierra de nadie que es futuro", "después de subirme al pedestal de la locura", "paseo de esperanzas junto al río", "apuntaba la barba cana de la posterior melancolía".

Ya vale.

 

Sobre escotes generosos, currículums impresionantes y otras hierbas verbales

(Nota previa: La palabra currículum no está, aún (28.05.09) en el Diccionario de la R.A.E. Luego, mal podrá figurar su plural, que debería ser currícula, pero que, a los efectos de lo que sigue, y para no desviarnos del tono que pretendemos, llamaremos currículums, como hace casi todo el mundo en las ocasiones en que se presenta el uso del plural de la palabra latina usada para designar la "Trayectoria vital" o "Trayectoria profesional" propia o ajena.)

Hay combinaciones de palabras que parecen contagiarse la una a la otra, venir pegadas como hermanas siamesas. Las mujeres elegantes y modelos de pasarela, suelen llevar escotes generosos e incluso de vértigo, que dejan, normalmente, al descubierto, una plataforma pectoral con menos curvas que las de un practicante de halterofilia.

También se da mucho la especie, en la presentación de un conferenciante hecha por un desconocido o cuasi, presidente de mesa, que renuncie a leer todo o parte de la nota con las hazañas profesionales que minutos antes le han largado los intervenientes de la mesa que le han propuesto moderar (es un decir), indicando que tiene un currículum impresionante.

No son las únicas combinaciones: Existen -al menos, en la imaginación de los que así escriben- clamorosos fracasos, espléndidos resultados, combinaciones caprichosas, extremas elegancias, rostros impávidos, apreciaciones personales, sabios consejos, inútiles apostillas, vacuos comentarios y, por supuesto, espurias intenciones.

Los políticos gustan mucho de denunciar propuestas inasumibles, escándalos sonoros, ilegítimas aspiraciones o torpes apreciaciones. Las revistas de moda hablan de senos firmes, esbeltas y espléndidas figuras, piernas largas, bellezas clásicas o radiantes.

Los decoradores nos ilustran sobre imponentes terrazas, azules intensos. Los vendedores de auténticas joyas, piezas únicas, últimas oportunidades. Se habla o escribe también de deporte favorito, luz pública, valor sentimental, viud@ desconsolado@, eterna juventud, numeroso público, deseos colmados... Y así siguiendo.

En fin, que hay adjetivos que, de puro gastados, han pasado a formar parte de los sustantivos a los que creen calificar. Claro que, en realidad, lo que están descalificando es a los seres humanos que emplean estas manidas y bastante ridículas coletillas, que solo demuestran la falta de imaginación literaria de sus emisores emocionales.

Sobre pájaros y huevos

"O páxaros o güevos", dicen en Asturias, cuando alguien quiere estar en la misa y repicando.

En muchas circunstancias, hay que elegir, porque no se puede tener al mismo tiempo la gallina y su caldo. Claro que también hay algunos que, cuando llega la hora del compromiso, encuentran la fórmula de escurrir el bulto.

Es viejo pero significativo el cuento ese que explica la diferencia entre colaborar y comprometerse. En los huevos con chorizo, la gallina colabora y el cerdo se compromete. ¡Cuántas veces se encuentra un corro de gallinas, a la espera de que aparezca alguien dispuesto a comprometerse, para apuntarse -ellas- el tanto!. Florecen, por ello, las necrológicas laudatorias, cuando no hay riesgo de competencia.

Volviendo al principio. Hay muchos ejemplos en los que se detecta a quienes pretenden servir a dos señores al mismo tiempo. No se puede ser a la vez antinuclear, y mantener el crecimiento despilfarrador del consumo energético, molestándose además porque los molinillos y las placas solares afean el paisaje (además de no servir para solucionar todo el problema).

No se puede despreciar el saber y el trabajo bien hecho y  creer que la improvisación vendrá a cubrir los huecos de lo que se ignora. No tiene justificación imaginar que el país está en disposición de inventar como los mejores sin apoyar una enseñanza coherente, seleccionar los docentes (y los discentes) y estimular a los investigadores con medios y confianza, conectando sus centros de trabajo con la sociedad civil, y, sobre todo, con el mundo empresarial.

No se puede pretender cambiar de paradigma económico, sostener las altas prestaciones sociales sin preguntarse por su equilibrio presupuestario y lo correcto de los destinos. No se puede estimular el consumo y gastar el dinero público en decisiones del corto plazo, pretendiendo generar líneas estructurales de sostenimiento futuro. No se puede apoyar el libertinaje y quejarse por la falta de seguridad. No se puede hablar de sobrepoblación mundial y estar contra los métodos anticonceptivos. No se puede...

O páxaros, o güevos.

Sobre la Madre, el Corte Inglés y la Religión

Es una buena idea tener un día para conmemorar a las madres. No hay ningún otro ser humano que personifique de manera tan excelente e indiscutida, la entrega sin espera de contraprestación, la voluntad de servicio sin reparos, la capacidad de defensa contra todo argumento, el amor sin fisuras, como la madre.

Ellas han sentido la vida del otro dentro de sí, lo mantienen como cosa suya para siempre. Y, lo que es aún más relevante, no esperan prolongarse en ese otro. Simplemente, lo quieren.

En España estuvimos celebrando el Día de la Madre coincidiendo con la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María: el ocho de diciembre. Era, pues, una fiesta vinculada a la religión católica, pero profundamente arraigada en la sociedad.

Cuando llegó la libertad de cultos -¿la tenemos?- se creyó más oportuno trasladar la celebración al primer domingo de mayo, que es, por supuesto, una fecha variable, con una justificación confusa -¿mes de las flores? ¿origen norteamericano?- y sin tradición por estas tierras.

Como consecuencia, muchos no saben cuándo va a ser el día de la madre hasta que el Corte Inglés se lo recuerda, con profusos anuncios en los que se ofrecen magníficas sugerencias para decirles a ellas lo importante que son en nuestras vidas y, sobre todo, en la Cuenta de Resultados de las cadenas comerciales, de las pastelerías y de las floristerías.

Regala a tu madre un poema de amor. Recítaselo con tu propia voz. Envuélvelo en un abrazo.

Sobre la frontera entre el libre albedrío y la ley natural

La recuperación de formas de comportamientos éticos, menospreciados en la sociedad moderna, parece estar entre los propósitos de enmienda ante la crisis.

Sociólogos, politólogos y políticos, difunden la buena nueva de que, para vencer la crisis económica, que tiene también un trasfondo de crisis moral, hay que recuperar, no solamente la actividad de los mercados, sino las normas de lealtad  y los sistemas de control que garanticen que nadie encuentre premio en saltarse las reglas del juego.

Coincidimos, sin embargo, con quienes opinan que no se trata de recrudecer las leyes penales o aumentar la tipología de los actos delictivos. La existencia de un Código Penal muy extenso puede tranquilizar a los ingenuos, pero los delincuentes encontrarán la medida de saltárselos, o, cuanto menos, actuarán convencidos de que pueden obviarlos.

En especial, no se debe olvidar que, en lo atinente a los delitos llamados económicos, o de guante blanco, los grandes grupos de acción, contarán con los mejores bufetes de abogados y los más sofisticados gabinetes económico-financieros (además, por supuesto, de cualificadísimos técnicos de los otros haceres).

El candidato prominente del PP a las elecciones europeas,  que tendrán lugar en junio -Jaime Mayor Oreja- lo expresó de forma excelente, en este aspecto, en su charla del 14 de junio de 2009 en la Fundación Rafael del Pino: "A los corruptos de verdad no los conocemos, solo conocemos a los ingenuos".

Con algo más de autoridad filosófica, pero la misma intención subyacente, Alain Touraine (Crítica de la modernidad, 1993), escribió: "La modernidad es refractaria a todas las formas de totalidad, y es el diálogo entre la razón y el Sujeto, (...), el que mantiene el camino hacia la libertad".

Las leyes naturales no tienen formulación fácil, como las matemáticas o físicas. A diferencia de éstas, no siempre es sencillo definir los elementos de contorno o las condiciones que fuerzan su cumplimiento inexorable. Podemos entender que en un medio sin gravedad, los cuerpos floten en el espacio, y lo hemos visto por la tele; pero, en nuestro mundo al alcance, los cuerpos se caen hasta dar con el suelo.

En el mundo de las acciones humanas, que creemos regido por el libre albedrío, hay unas cuantas leyes naturales que reclaman vigencia, aunque nos obstinemos en incumplirlas. La ley de la responsabilidad ética, del responsable comportamiento moral, vuelve a emerger, una y otra vez, de entre los destrozos de cada crisis.

En esos momentos, podemos ver a la Humanidad como personificada en esa metáfora atractiva de que los ángeles rebeldes fueron expulsados del Paraíso porque quisieron ser dioses, inventarse sus propias leyes contra su naturaleza dependiente del orden universal.

Sobre emigrados, residentes y memorias

A veces se oye decir que los que se van de un sitio suelen ser los mejores. Desde luego, no se les reconoce esa cualidad, al menos, no de inmediato, por los que quedan.

Nadie se va del lugar de origen porque sí, sino porque el medio se le ha hecho inhóspito o insuficiente para desarrollar las aptitudes que uno se imagina tener.  Tampoco hay que pensar solo en realizaciones personales: para muchos, las cosas vienen mucho más difíciles.Ahora se van muchos de sus poblados, en estampida, porque las chozas no dan ningún cobijo, la hambruna azota año tras año, la televisión y el tamtam presentan tierras bendecidas, cuando no se añade que el de la tribu de al lado puede cortarte la cabeza si se levanta de mal fario.

No va este comentario para glosar a los que huyen en cayucos de la miseria absoluta, sino de los que cambian de lugar porque no tuvieron aguante para soportar lo mismo que los que se quedaron, teniendo, en principio, suficiente.

Por esos aventureros de corbata, los que siguieron residiendo en el lugar de partida, pocas veces se esforzaron ni un ápice por comprender las razones. Cuando no se les tendió un puente plata, se les criticó por haberse ido (siempre a su riesgo y ventura) y puede que hasta se les deseara un descalabro, perfecta situación que justificaría los motivos que había para quedarse.

Bienventurados los que reciben a los que emigran, en especial a los que desembarcan agotados, se implantan bajo los puentes con sus mugres, los que reconocen que los títulos que consiguieron en Universidades de nombres exóticos, no les cualificaron para limpiar mejor el culo a nuestros ancianos ni nos autorizan a tratarlos como iletrados sirvientes, sino que merecen respeto por lo que tuvieron que dejar.

En algunas tierras de España existe tradición de emigrantes. Viven aún algunos hijos y se encuentran los nietos y biznietos de quienes un día decidieron marcharse con una mano delante y otra atrás, a hacer las Américas.

Algunos, sí que las hicieron, y, si se decidieron a volver, puede verse el resultado de sus días y noches de trabajo, convertido en casas de indianos que, vendidas por sus sucesores al acervo público, fueron convertidas en centros culturales con fachadas de colorines, donde los ancianos del lugar leen periódicos atrasados y juegan al cinquillo.

La emoción que sintieron aquellos "americanos", habría de ser similar a la de los que vuelven hoy al sitio en que nacieron y donde criaron sus primeros dientes. Tendrán, para empezar, las referencias visuales, -muchas-, ya perdidas para siempre. Nuevas casas, árboles crecidos, otros aires al pueblo, otros caciques. De los contemporáneos, ellos, bastante más viejos; ellas, tal vez algo más feas, casadas con los otros.

Es posible que, en esos encuentros, si no hay guía y, sobre todo, si se producen en las ciudades, muchos ni se reconozcan, o disimulen haberlo hecho. El peso de la edad y la falta de refresco a la memoria servirá de parapeto.

Cuando, por algún atisbo, o porque no haya razón para ocultarse, o porque revive de verdad un viejo afecto, se abrazan los que llevaban años sin saber del otro, por debajo de las arrugas y el cansancio que da el vivir, el único riesgo grave es sentir que hemos echado la niñez al cubo de la basura.

Sobre la investigación, esa María

Carlos Martínez Alonso, bioquímico y doctor en inmunología, es actualmente el Secretario de Estado para la investigación en España. Inmediatamente antes, y durante el período 2004-2008 fue Presidente del CSIC, Centro de Investigaciones Científicas, que aglutina la flor y nata de la investigación española: más de 10.000 empleados y destinatario de la quinta parte de los recursos que dedica el Estado a la investigación en el país.

Carlos Martínez disertó hoy, 2 de abril de 2009, en uno de esos "desayunos de trabajo" que se prodigan ahora en nuestra sociedad tan ocupada, ante un público selecto de más de cien personas, convocadas por el Foro España Innova de Nueva Economía y la Fundación Ramón Areces, sobre la situación de la investigación española, enmarcando la problemática dentro de la crisis económica.

Tiene Carlos Martínez un verbo ágil, del tipo científico-político. Es convincente y conocedor del terreno que pisa, con un excelente currículum como científico, con más de 450 artículos publicados, como se encargó de recordar en su presentación José Angel Sánchez Asiaín.

Aportó múltiples datos y difundió optimismo y credibilidad, sin ocultar los problemas centrales de la tarea del Ministerio: falta de competitivad, efectos debastadores de la crisis en sectores sensibles, insuficiente motivación privada, bajo estímulo juvenil hacia los temas de investigación, limitación de recursos e insuficiente remuneración a los investigadores. "Si tuviera las respuestas a todas las preguntas, estaría hoy en Londres, con el G-20", reconoció, con docente modestia.

Sin embargo, como es de naturaleza optimista -o debe serlo, por su trabajo actual- defendió su parcela. Habló, por ejemplo, de las ventajas de la Nueva Ley de la Ciencia, hoy todavía en borrador, y que el Gobierno espera ver aprobada antes del comienzo del verano.

En el coloquio, el director general de la Fedit -Federación de Centros Tecnológicos-, Iñigo Segura y Diez de Espada, reprochó la falta de participación del sector privado en la confección del modelo y en la posterior "gobernanza", así como exteriorizó su preocupación por la falta de competencias que se atribuyen a las empresas en la puesta en marcha de la Ley.

Los dos rectores de Universidad intervinientes en el turno de preguntas, Gabriel Peña, de la Carlos III y Juan Antonio Gimeno, de la UNED, aprovecharon la ocasión para lucir sus temores. Según Peña, no se está pagando por hacer investigación, y los sexenios ni siquiera cubren el incremento del coste de la vida.

Para Gimeno, deberían preverse desgravaciones fiscales para el mecenazgo y garantizar la financiación de los proyectos; incluso se atrevió a decir que "si se puntuara el número de proyectos respecto al dinero invertido en investigación, las Universidades españolas estarían muy arriba en el ránking".

Jesús Banegas, presidente de  la patronal que agrupa a Empresas de Electrónica, Tecnologías de la Información y Telecomunicaciones de España (AETIC), estima que la ciencia no crea empleo porque tenemos una enorme dificultad para convertir la producción científica en proyectos.

Luis Blázquez, abogado, presidente de Mercamadrid, se preguntaba por la asignación de recursos, como la tarea más difícil a resolver, así como enfatizaba sobre la importancia de la movilidad de investigadores y el apoyo a la generación de nuevas empresas creadas por personal investigador.

La presentación realizada por Carlos Martínez fue muy interesante y aportó, con datos y en un esquema sólido, las líneas básicas de su Secretaría de Estado que, por lo que tenemos comprobado hasta ahora, se encardinan como un guante con las directrices del Ministerio de Cristina Garmendía, bióloga.

Un trabajo de atlantes que, de momento, y aunque los recursos se han aumentado, debe concentrarse en pocos capítulos. Tres, sectoriales, como la salud (la niña bonita de esta generación de biomédicos en el poder político), las energías renovables (la apuesta del Presidente Zapatero que le ha servido para evidenciar coincidencias con la deseable sintonía en más órdenes del programa del Presidente Obama), y telecomunicaciones (no en vano Telefónica es la absorbedora tradicional de la parte del león de las ayudas públicas). Y dos, transversales: biotecnología  y nanotecnología.

Nada que objetar, en principio, aunque alguien habrá hecho la necesaria proyección sobre las empresas, investigadores y generación de valores añadidos que se verán postivamente afectados por la selección. Conseguir que los restantes agentes sociales y económicos se orienten hacia las líneas maestras preferidas por el Gobierno y se creen sinergias de arrastre es otro problema.

Entre tanto, sería conveniente que el Secretario de Estado, además de observar el horizonte y dejarse aconsejar por las grandes entidades, mirara hacia los lados, en donde las pequeñas empresas de tecnología, afectadas gravemente por la crisis, con una drástica reducción de contratos (las Administraciones han paralizado la mayoría de las adjudicaciones a las empresas que trabajan con la materia gris, y, además, retrasan el pago de lo que les adeudan) y con pocos recursos propios.

Mal se van a generar inquietudes nuevas si los ejemplos de los espléndidos proyectos que captaron algunos de los mejores expedientes universitarios, se dejan morir en la estacada. Ahí se necesita un plan de urgencia. La ley de la Ciencia puede esperar hasta el verano. Muchas de estas pymes innovadoras que tratan de sobrevivir en el maremoto, no.

 

Sobre los abrazos rotos y el celuloide rancio

"Los abrazos rotos", la película con guión y dirección de Pedro Almodóvar que se presenta al público en esta segunda quincena de marzo de 2009, es un buen título para una mala película.

La expectación creada no ha sido satisfecha y, aunque la crítica pagada y los incondicionales de Almodóvar intenten poner algunos apoyos al descalabro, quienes hayan visto la película con libertad se convertirán en implacables detractores que difundirán la pésima nueva: Los abrazos rotos tiene un guión fallido y, sin ser exactamente un bodrio, es una película aburrida, insulsa, construída sobre cuatro pinceladas tópicas, sin fuerza.

No tiene porqué preocuparse Almodóvar, porque todos los genios cometen pifias. Woody Allen, sin ir más lejos, está en una senda parecida, que tiene como elemento común, justamente a la pobre gran actriz Penélope Cruz, a la que no hemos vuelto a ver en un papel a su medida desde Volver o, tal vez -ay-, desde La niña de mis ojos.

Un sector del público de la sesión de tarde a la que asistimos, rió educadamente alguna de las torpes gracias del guión. Sonaban a risitas de amas de casa setentonas.

Los comentarios a la salida eran coincidentes: la peor película de Almodóvar. Celuloide rancio. Y el guiño del manchego a su mejor película, Mujeres al borde de un ataque de nervios, para darle cancha a Carmen Machi, un empaste de urgencia sin sentido...como otros,  bastantepeores, de los que el filme está sobrado.

La crisis de ideas contagia, inexorable, a todos los sectores. Algunos pueden volver a ver sus propias películas, recordar el clímax de sus mejores obras, intentar repetir los esquemas que les condujeron al éxito y a la victoria, tratando de reencontrarse. Es un consuelo para ellos tener dónde buscar.

El resto, solo podemos esperar a que ellos se recuperen del bajón y, ojalá, no hagan caso de esos aduladores sin criterio que no juzgan, simplemente aplauden convulsamente hasta los fiascos del artista, sin entender, sin valorar, sin ejercer de orientadores.

Sobre Oscarliwood, Woody, Pé y los chicos del montón

Pasado el frenesí de la concesión de los Oscar, empapeladas las ciudades españolas de anuncios en los que se disfruta de Penélope Cruz en las más variadas posturas, exaltada hasta la adoración pecaminosa la virtud interpretativa y el sexual encanto de Pé, es hora de decirlo: Vicky, Cristina, Barcelona, es la peor película de Woody Allen, el papel de Pé es ridículo, histriónico y mínimo, y la concesión de un Oscar a una de nuestras mejores actrices por esos seis o siete minutos en una obra muy menor es un insulto a su carrera y un desprecio a nuestra inteligencia de cinéfilos. 

La película de Allen contiene varios despropósitos, para regocijo de los que gustan de encontrar incongruencias. El viaje en avioneta para tres desde Barcelona al aeropuerto de Asturias, de noche, a tiempo para llegar al Hotel de la Reconquista a plena luz del sol, después de una travesía con rayos y truenos, es entrañable. La noche ovetense a toque de guitarra española o las juergas flamencas barcelonesa son magníficas para entender el conocimiento del cineasta de las cosas de estos lares y el tipo de asesores con los que contó.

¿Y qué decir del grupo de culturetas que se mueve en torno al "Juan Antonio"-Bardem, de padre poeta asturiano?. ¿Cómo no disfrutar de los campos verdes con sabor a monte Naranco que rodean una Barcelona incongruente? ¿Por qué no sonreir ante la facilidad con la que se mueven los personajes entre Oviedo- "el faro de Avilés"- los soportales del Fontán o las desconocidas entrañas de la Asturias irredenta?

Penélope y Javier son dos de nuestros mejores actores, merecedores de todo respeto y acreedores a los más altos galardones por su ya amplia y entregada carrera. Que los hayan dado sendos Oscar por dos papelones de medio pelo es una llamada de atención al respecto de cómo se las juegan en Oscarliwood. No caigamos en la adoración del despropósito. Si hubiera que hacer una mención a su excepcional talante interpretativo, mejor dejar escrito que les han premiado por La niña de mis ojos y Mar adentro. Los chicos del montón, esos centenares de actores y actrices a los que no les han dado ni les darán premio alguno, se hubiera quedado más tranquilos.

(Por cierto, Scarlett Johansson, salva la película: magnífica)

Sobre la ignorancia supina en el decúbito prono

La ignorancia supina es una metáfora dialéctica a la que, de cuando en cuando, acuden los representantes políticos para descalificar los argumentos de contrario.

En la política superior, han sido descubiertos como detentadores de ignorancia supina (por el presidente de Gobierno español, Zapatero), por ejemplo, quienes se opusieron a la aplicación de la directiva europea que pretendía facilitar el retorno de inmigrantes ilegales, y que fija el período máximo de retención en 40 días.

Recientemente, en la política menor, el portavoz del Partido Regionalista de Cantabria ha denunciado ignorancia supina en el líder regional del PP, Ildefonso Calderón, que creyó detectar -hace un par de semanas- sucursalismo y servilismo en sus actuaciones. Hace ya unos cuantos años (1993) el entonces ministro de Economía, Carlos Solchaga, la descubrió en el Partido Popular, cuando amenazó con una querella si no se formaba una comisión de investigación por el caso Kio.

Los casos de ignorancia supina reconocidos por quienes alardean de tener un conocimiento exhaustivo de toda la situación, desde la jurisprudencia, a la técnica o a cualesquiera combinación de los elementos que sirven para juzgarla, no son, afortunadamente, muchos. Pero, cuando se desea evitar llamar sencillamente imbécil, tontoelhaba o tontoelculo al opositor ideológico, es preferible referirse a su ignorancia supina.

Lo que no hemos visto utilizada es la expresión decúbito prono para designar a aquellos que están, por voluntad propia o la presión de los hechos, boca abajo y sin intención o posibilidad de defenderse.

La ignorancia supina en el decúbito prono tiene que ser algo próximo a la ataraxia, un estado de felicidad absoluta. Combina el no saber con el no actuar. Nuestra sociedad está a punto de alcanzar esa categoría superior de la estulticia acomodaticia.

 

Sobre los cabos sueltos del 23-F y la labor del costurero

Por fin podremos recordar la fecha del 23-F, no en relación con el susto que nos metió en el cuerpo a casi toda España un grupo de miembros -¿y miembras?- de la Guardia civil, comandados por un teniente coronel, irrumpiendo en el Congreso de Diputados (como si fuera Elefante Blanco en la cacharrería) cuando se estaba por la labor de elegir al siguiente presidente de Gobierno, después de haber conseguido poner a San Adolfo Súárez (malconfundido con un tahur del Missisipi) de vuelta y media.

(Tampoco será recordado el 23-F por haber sido el momento elegido por el hasta ayer ministro de Justicia Bermejo para dimitir, por culpa de haber cazado sin licencia junto al juez más emblemático de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón)

En este nuevo 23-F, nuestra aguerrida Penélope Cruz, desde la Belle Epoque la niña de mis ojos (la de todos), indiscutible mejor jamón, jamón de todos los tiempos, comprendidos los de Jabugo y Guijuelo, la que si se va es para volver, ha obtenido el Oscar a la mejor actriz secundaria, con un guión hecho para ella.

Se lo arrebató, golpe a golpe, a una inmensa seudosicópata -interpretada por Kate Winslet, que se vió obligada a correr en la pista de los Oscar a la mejor actriz principal-, porque en el camino revolucionario hacia el éxito no hay quien se oponga a Vicky, Maria Elena-Pé, Barcelona.

Hace un par de días, la televisión pública ha difundido la versión oficial definitiva de lo que fue aquel intento de golpe de Estado de 1981.

Supieron los jóvenes de un general, Alfonso Armada, ambicioso y traidor a la amistad del Rey, dispuesto a salvar a la Patria sin arriesgar mucho, nadando en Valencia con Miláns y guardando la ropa en Moncloa. Un vehemente inhalador de las esencias fascistas, Tejero, convencido de que los únicos guebos de verdad estaban en su uniforme. Otro general, Sabino F. Campos, diligente y sumiso pepito grillo, capaz tanto para un roto como para un descosido, alguien como de la familia. Y, en fin, por encima de todos, defendiendo la Constitución, el orden institucional, la corona y su puesto de trabajo y el de su hijo, S.M. El Rey Juan Carlos, casado por la G. de Dios con la Historia, necesitado de un hecho relevante para apalancar la monarquía.

Ya era hora de que se pusiera punto final a las especulaciones. Tenemos, por fin, el documento fehaciente de lo que pasó, sin fisuras. Carece de interés conocer lo que pudo comentar el indultado en 1988 y sensible cuidador de camelios a sus hijos y yernos militares sobre las piedras del pazo de Ribadulla que acogieron a Jovellanos.

Nada importa lo que un pintor de cotizados paisajes y retratos -a 3.000 euros el lienzo-, retirado en Alhaurín y sin haber acatado la Constitución, escribirá a su hijo sacerdote. Ni siquiera nos moverá la curiosidad por averiguar lo que el conde de Latores, irreverentemente esculpido en pelotas en el Parque de San Francisco de Oviedo, haya podido decirle al oído a su María Teresa, escritora de mérito sobre las heroínas españolas.

Nos quedamos para siempre con el recuerdo de las palabras de Pé, emocionada hasta el brote de lágrimas en este 23-F, por su triunfo indiscutible: "No se si alguien se ha desmayado antes aquí, pero me parece que voy a ser yo la primera". ¡Qué guión!. 

Sobre lo que compramos con el periódico

Las empresas que fabrican diarios de papel no saben ya qué hacer para convencernos de que compremos el periódico. Más fútbol y baloncesto, menos internacional, más noticias locales, más chismorreos de toreros, cantantes o políticos, menos economía, menos cultura, más sangre. Más páginas, menos páginas...

No hay razón alguna, en realidad, para gastarse ni en un euro en un periódico.

Las noticias más importantes se pueden conocer, mucho más cómodamente -al estar resumidas-, por medio de la radio, la televisión o por internet. Este último instrumento, tiene la ventaja de que se puede utilizar, sin levantar sospechas de inactividad, con el ordenador del trabajo. 

¿Artículos de opinión?. Sin necesidad de expresar que no habrá con quién discutirlos, los comentarios de los periodistas y otros aficionados a escribir, son publicados el día antes por los interesados en que los lea, al menos, alguien, en sus propios blogs. En todo caso, la mayor parte de las cosas que se escriben para publicar en letra impresa en los diarios se podrán comprar, antes de que acabe el año, por cuatro euros, recopiladas,  con su índice y todo, editadas bajo portadas muy atractivas y, en general, corregidas las faltas de ortografía.

Pero es que, además, si quieres enterarte de algo por comentarios libres de toda servidumbre y, tal vez, incluso técnicamente bien construídos y documentados, no tienes más que bucear por internet. Si lo deseas, puedes recibir en tu propio ordenador la noticia inmediata de que se publicó algo en cualquier lugar del mundo de un tema que te interese. Un avisador -como cacareo de gallina informática- te pondrá al tanto de que un bloguero, articulista, aficionado, gurú o cretino, ha puesto su huevo en algún cubículo de la web (que, si te molestan los neologismos anglóginos, puedes llamar red).

En fin, a lo que íbamos. Como no les quedaba otra remedio, los periódicos se ofrecen junto con cds, que se regalan o se ofrecen a precios de coste. Contienen óperas cantadas por divos hoy difuntos, sinfonías de culto, y películas que han agotado su vida útil en los cines. Estas últimas, suelen ser aceptablemente  buenas por lo general, y, además, se podrán ver en dos o tres idiomas.

Estamos próximos a una gran revolución cultural. Las tiendas esas llamadas videotecas o videoclubs en donde te dejan sacar una peli para que te la lleves a casa el fin de semana, están llamadas a desaparecer. Nadie querrá gastarse 3 euros en alquilar un dvd que habrá que devolver a la carrera en 24 o 48 horas, cuando por un euro o un euro cincuenta puedes obtener en propiedad, para ir montando tu colección, ese mismo plástico, con idéntico contenido, y que podrás ver/visionar cuantas veces te apetezca, a la hora que te pete.

Tampoco están de enhorabuena los pobres exiliados del top manta, que no sabemos obedeciendo a qué tribales complecencias, viven de ofrecerte unas pésimas copias de bodrios infumables, por tres euros y la voluntad y que, para colmo, vienen con una carátula fotocopiada que se borra, como los zombies, al darle algo la luz.

Pero la mayor revolución vendrá cuando nos demos todos cuenta que merece la pena comprar todos los periódicos del día que tengan anexo un dvd, sin que nos importen filias, fobias ni ideologías, porque el objetivo será tirarlos a la papelera sin leerlos. Lo que interesa es ir amontonando las pelis en la videoteca privada que ya se veremos con el tiempo.

Sobre Francis Bacon, Madrid, y los pintores abstractos chinos

Madrid no es precisamente una ciudad de la cultura, aunque la oferta de cuencos en los que beber néctares, placebos o brebajes con su nombre, resulta abrumadora.

Por estas fechas (febrero de 2009) se han reunido, entre otras manifestaciones de ese subcapítulo del arte que entendemos por pintura en la capital de España, obras de Francis Bacon, vacas pintadas y una muestra de la designada como Escuela Yi. Esta última denominación recoge 30 años de arte conceptual chino que, con mucha mayor tradición que en la cultura occidental, pretende llamar la atención, más que en lo creado por el artista, en los propios objetos o en el estado creativo que condujo aquél hasta lo mostrado al expectador.

Resulta para ese observador muy difícil entender como arte, y seguramente aún menos como pintura artística, la mayor parte las obras expuestas en la muestra de creadores chinos que se visita en instalaciones de La Caixa. Para muchos, la creación artística no debería necesitar tantas explicaciones ajenas al objeto expuesto para justificar la obra. Por mucho que los movimientos de arte conceptual o minimalismo se esfuercen en presentar los recovecos ocultos de un objeto y su mensaje, una obra de arte tendría que ser capaz de ser por sí misma.

Cuando se nos dice que el artista ha necesitado 15 años para completar su obra, con la apariencia de un lienzo en blanco, porque cada día fue poniendo una mínima rayita en el lienzo, o que lo fotografiado representa una selección de los momentos en los que el artista (otro) recorrió Gran Bretaña durante seis meses con una piedra al hombro, no somos capaces de emocionarnos.

Tampoco cuando una ilustrada guía -muy simpática, por cierto- nos confiesa que aquellas bolitas pegadas al lienzo son, originariamente, papeles con mensajes en idioma que parece chino, pero que no es chino, y  que el autor de la desestructuración ha ido arrugando y haciendo esféricas, con engrudo y paciencia.

Hemos visto en el Museo del Prado, por las mismas fechas, la exposición retrospectiva de Francis Bacon, el artista irlandés fallecido en Madrid en soledad, que, especialmente a partir del suicidio, en 1971, de su amante Georges Dyer, prefirió expresarse en trípticos, contando a modo de historietas que, dado el expresionismo figurativo con que fueron realizadas, pueden interpretarse como representaciones de la soledad, la desesperanza vital y el escepticismo. O también, pueden interpretarse como al espectador le venga en gana, porque están, en fin, ahí, grandes y vigentes.

No necesitan los pintores, en general, mucha filosofía para expresarse. La necesitan sus comentaristas y, como proliferan, cada vez se dicen más cosas respecto a una obra. Parece que los que controlan las manifestaciones culturales de nuestra sociedad, se empeñan en que vayamos a las exposiciones de pintura con un montón de libritos en los que se nos presente, como parte indisociable de cada obra, un libro plagado de explicaciones, realizadas por alguien que ni siquiera conoció al artista.

Requiescat in pace, ars. Mala tempora currunt. 

Sobre la expectación en el cine

La asimilación -ligera o profunda- de lo escrito la realiza el lector mediante un acto de su voluntad que llamamos lectura.

La situación deja bastante margen de protagonismo -si bien, secundario- al lector: puede alargar o reducir a su antojo el tiempo que dedica a repasar las páginas del libro, saboreando más intensamente unos párrafos o saltándose sin más varios capítulos, y hasta puede permitirse empezar a leer por el final. Puede elegir el lugar, leyendo lo que el otro escrito en el metro, en el váter o en la cama.

Y el lector, además, al seleccionar el momento, el autor, incluso habiéndose informado antes personalmente hojeando el libro, pone de su parte algunas condiciones. Al margen de lo que el autor haya pretendido contar y su forma de hacerlo, su aportación puede ser sustancial por las circunstancias personales, cultura y conocimientos como lector, configurando, en suma, la proximidad o lejanía, el interés o el desprecio respecto a lo que se le pretende contar.

Aunque existen algunos elementos comunes, pues se trata también de una relación entre dos sujetos que no están en una relación de igualdad, en el cine, a diferencia de en la lectura, el espectador adopta una posición menos intervencionista, su campo de acción está mucho más limitado.

No elige el espacio, está limitado por el tiempo, no le es posible saltarse escenas, el ritmo de percepción está preimpuesto para él. En principio, lo que pone a disposición del director, actores y demás artífices de la obra colectiva, es -ni más ni menos que -un espacio de tiempo y una tensión superpuesta a él, que es el deseo de pasar un rato entretenido, diferente, nuevo con la película. Si el trabajo del autor está bien hecho, una película puede llegar a incorporar vivencias ajenas  sobre las propias, con total verosimilitud, y más intensas y más numerosas que las que provoca la lectura en la mayoría.

Situación no exenta de peligros, pues como pretende el aforismo latino, Maximum impedimentum vivendi est  espectatio. Y cuando la expectación se circunscribe a un momento y a un tempo o ritmo específicos, señalados por otro, el riesgo es muy alto. No podemos dejar de referirnos, además, a la posibilidad de contagio de sensaciones que proviene de otros espectadores simultáneos: no se disfruta igual viendo una película con la pareja que con un grupo de desconocidos que exteriorizan su aceptación o disgusto con estridencia.

El equivalente al acto de la lectura respecto al libro no tiene un nombre especial, pero debería tenerlo. Se suele hablar del visionado de una película, pero es una designación imperfecta, porque no es únicamente la vista la que trabaja y, además, la palabra suena ajena a nuestro lenguaje.

El espectador de cine es un perceptor. Percibe por sus sentidos, siente, experimenta, la oferta que supone la película. Podría entenderse, por ello, que hay un contrato virtual de duración temporal limitada-100 a 115 minutos, en general- entre el equipo que la rodó y protagonizó y el que se dispone a ve, oir y sentir lo que se ha preparado. 

Ese momento puede convertirse en algo insuperable, sublime, cuando en tan corto espacio de tiempo hemos podido trasladarnos, para vivirlo con la imaginación con todo intensidad, la vida y circunstancias de otros, o desplazarnos por un paisaje hasta entonces desconocido, o puede sumirnos en la desagradable sensación de haber sido engañados, frustrados porque la espectativas, la tensión que habíamos puesto a disposición del otro, no se han colmado y tenemos que volver a nuestra vida normal sin la carga momentánea de adrenalina que nos entrega una buena película.

El espectador de una película pone su expectación al servicio de un equipo profesional, al que le dice, sin palabras: "Arrégleme esto. Pero sorpréndame, ofrézcame algo original"