Sobre el discurso del Príncipe de Asturias y los Premios de su nombre
D. Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias, presidió el viernes, 24 de octubre de 2008, una vez más, la entrega de los premios que llevan el nombre de uno de sus títulos. El acto tuvo lugar en el Teatro de Campoamor, con la presencia de una selección de las fuerzas vivas ovetenses (y algunos otros complementos asturianos). Hubo gaiterios, tocata de himno regional (ese de "tengo de subir al árbol, tengo de coger la flor y dársela a mi morena que la ponga en el balcón").
Los premiados, gentes de la segunda fila de la élite mundial -salvo Rafa Nadal, que es número uno justo en este instante-, estuvieron encantados, entre gozosos y sorprendidos por el despliegue de afecto que la población ovetense les dedicó, alineándose a las puertas del Teatro y del Hotel de la Reconquista -antigua Inclusa-, aplaudiendo a rabiar cada vez que un Audi pasaba por delante de sus narices.
El espectáculo del reparto de galardones no es en absoluto aburrido para nadie, ni menos para los asturianos. Les da ocasión de ver en directo o por la tele a SM La Reina -magnífica, con un traje de chaqueta rojo- a SAR Da. Letizia -que hace poco retozaba por el Campillín y los praos de la Gesta con el cartapacio, como plebeya- y que estaba muy seria, con los labios algo hinchados y la nariz helénica y a SAR D. Felipe, ya muy puesto en su papel de hombre de Estado, y que lee los papeles mejor a años luz que su padre, aunque no tiene, ni tendrá, el desparpajo real de D. Juan Carlos, porque necesita para ello un Golpe de Estado que, por fortuna, no volverá a suceder.
Del espectáculo local hay que destacar al Presidente de la Fundación Premios, Matías, algo servil, como debe ser, al Presidente del Principado, Tinín, decididamente fuera de peso, y a Gabino, que consiguió colarse un par de veces sin haber pagado, por lo que parecía la entrada. Del espectáculo nacional pudimos atisbar a varios ministros y ministras, que aprovecharon el buen día para darse una vuelta por Asturias; suponemos que habrán venido en avión militar, que es el medio más rápido de llegar a esta alejada región, seguido por el coche oficial y, a más distancia, el coche particular, el tren, el Alsa y el avión de Iberia.
El discurso de los galardonados que pudieron hablar en el acto fue corto, bien trabado y solemne. Atwood y Bethancourt demostraron su sensibilidad y buen decir. Adreu estuvo emotivo. Pero el príncipe, con estupenda dicción, estuvo plúmbeo. Quien le preparó el discurso confundió su papel con el de un becario que tuviera que demostrar lo mucho que sabe de la ciencia y del mundo. Y no era necesario eso.
Hubiera bastado resaltar, de todo lo que dijo, el mensaje de futuro, solidaridad, ejemplo que dan los que, a lo mejor no siendo los mejores exactamente, si están empujando con coraje y dedicación a que el mundo mejore. Y el papel de España en apoyar a esos secundones que merecen la gloria y nos dan mucha tranquilidad de que no se hacen las cosas siempre por dinero.
El resto de lo que leyó se lo podía haber dejado a Matías, a Tinín e, incluso, a Gabino.
0 comentarios