Sobre el asturianu y la siñalética
Que España es un país de individualidades, en el que se utiliza el principio básico de sálvese quien pueda o el que venga detrás que arree (que es una forma derivada), no admite discusión. Esa característica nos ha llevado históricamente a perder casi todo lo que otros consiguieron con esfuerzo a la primera de cambio, nos arrastra de vez en cuando a guerras civiles y a discusiones interminables, impide nuestro florecimiento intelectual colectivo, etc.
El idioma oficial de nuestro país es el español. La Constitución le supone como sinónimo el castellano, en una concesión de los padres de la Patria hacia el catalán, pero, salvo los catalanes nacidos en León o Andalucía y unos pocos catalano parlantes vernáculas, nadie se refiere a la lengua que nos une con millones de latinoamericanos y otros cuantos millones de hispanoparlantes, como castellano.
En Asturias se habla el español. Con acento y algunos modismos, y con ciertas palabras residuos de tiempos menos globales con las que, en especial los que fuimos neños en pueblinos, de vez en cuando introducimos en nuestra forma de falar, sobre todo si venimos de la emigración y dános por el xeitu de sacar a pasear nuestras raíces.
El asturianu, o bable, lengua inventada en su forma académica, se habla únicamente en el marco de las asignaturas de Llingua asturiana en Universidades y Escueles, y se escribe en una página los domingos en los períodicos regionales, que hay que leer con un diccionariu cerca, o utilizar la intuición para descifrar algún término. Por cierto, los profesores y catedráticos suelen ser gentes nacidas en León o pallá de les montañes.
Que para ilustrar la historia y características de los monumentos asturianos algún iluminado haya dispuesto dos leyendas, una en español y otra en bable, son ganas de dejar a uvas a los miles de turistas no hispanoparlantes que Asturias y sus gobiernos regionales dicen querer tener. Apostaríamos que, salvo los que los redactaron en esa lengua desconocida, todos los españoles -incluídos los asturianos- leen los letreros en español. Así que, los demás que no controlen esta lengua, se han de quedar a dos velinas.
¡Que tamos nun mundo global, paisanos, que hay que saber de chips, no de fesories! (polo menos, de momentu)
Seguramente esa misma corriente estupidizadora es la que favorece que los indicadores de carreteras estén en español y en ese bable y que, gentes que no tienen nada más que hacer que tocar los pinreles a tócristo, gocen en tachálos con espray negro, para que el visitante no pueda encontrar cómodamente ningún lugar, y ansina anden despistáos dando vueltes por les caleyes sin acertar a su destino.
Y, por supuesto, lo que escribimos aquí vale también, salvando pocas distancias, para defensores del gallego, del catalán o del euskera, cuando se imponen como lengua obligatoria dentro de una región, forzando así a los pobres niños a que, en lugar de aprender algo que les sirva para comunicarse mejor, lo vean como una asignatura que, tal vez, les podría servir -como sirvió a sus mentores- para conseguir un puesto de trabajo en la tierra cuya cultura entienden así defendida, pero no habrá de servirles a los guajes para comprender mejor el mundo.
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