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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre qué se puede hacer con los libros ya leídos

Habrá que comenzar el Comentario matizando sobre los distintos tipos de libros que podemos encontrar en una biblioteca casera: los que hemos estudiado, los que nos han regalado o comprado y no nos gustaron; los que nos entusiasmaron; los que no hemos leído todavía; los que nunca leeremos; y las enciclopedias y los tomos sueltos que nos regalaron con algunos periódicos.

Pero el comentario no se dirige a glosar este muestrario, sino que, sobre todo, queremos referirnos a las diferentes categorías de personas que poseen libros.

Es un postulado fundamental de este artículo, que los poseedores de libros no son, necesariamente, lectores de los mismos, y en algunos casos ni siquiera pueden alardear de ser sus legítimos propietarios (todos tenemos una parte de la biblioteca construída con los libros que nos han prestado y no hemos devuelto). De entre ellos, los que tienen desarrollado en grado avanzado la rara enfermedad de comprar libros, suelen hacerse buenos amigos de otra especie en extinción: los libreros (ahora, sucumbiendo en manos de esos asesinos en serie del placer de comprar que son las grandes superficies).

Hay quien habla de la librería señalando a un modesto par de anaqueles situados entre el televisor y las fotos de los niños, en donde se agrupa un conjunto dispar de volúmenes de muy variopintas procedencias, y hay quienes tienen una verdadera biblioteca capaz de rivalizar en número y calidad con la que tenía Alonso Quijano antes del despojo del ama y el sacristán,  a la que alimentan regularmente con más celulosa impresa, tomándola por el monstruo de las siete cabezas.

Ahora bien, el tema no está tanto en formar una biblioteca, sino en desprenderse de ella. Cuando las circunstancias de la vida obligan a prescindir de todo o parte de una gran biblioteca, aparecen, de golpe, los problemas.

El punto de partida para esa decisión tan difícil puede ser aligerado si los que tienen que prescindir de los libros son los allegados del que se vió en la obligación de hacer su viaje al más allá. Alcanza su grado máximo de penalidad, sin embargo, si el que tiene que prescindir de los libros, bien por cambio a un piso mucho más pequeño o por la toma de conciencia de que se va acabando el recreo y se pretende dejar los amados libros en buenas manos.

Aquí vienen la sorpresa y el desconcierto. Las bibliotecas públicas no admiten ya más libros. Dicen que, obligadas a admitir los tropecientos volúmenes que editan los políticos y sus amigos, no les caben más. Comienza uno su recorrido por los centros oficiales, y encuentra parecidos argumentos. Los libros sobran.

 Da igual que sea la biblioteca de una escuela, o el centro de día de la tercera edad. No importa que uno se ofrezca a donarlos a la Universidad donde uno hizo sus primeras letras, o suplique que se los queden en la parroquia para la sección laica. El declinar vendrá acompañado casi siempre de una pregunta y una asunción: "¿Qué vamos a hacer con ellos?...Ahora, con eso de internet, la gente no lee libros".

Es cierto que la gente -no por culpa de internet, que no hace falta mentar a los espíritus, sino por la falta la costumbre- no lee; se limita a comprar de cuando en cuando los best seller para regalárselos a los amigos, y a pasear por los vagones del metro Angeles y Demonios o Los pilares de la Tierra (2).

De los libros de texto, para qué decir otra cosa. Como los profesores suelen decir a los alumnos las preguntas que les van a caer en el examen (pobres docentes, no quieren suspender a más del 80 por ciento), e impera la fotocopia, no se venden tampoco. Basta para aprobar llevar anotadas en la muñeca las respuestas al test, con cuidado de no equivocarse al hacer la traslación al papel oficial.

En fin, acabáramos. Nuestra sugerencia es que, llegado el caso, se donen las bibliotecas a ongs de países con menos recursos, en los que una de las lenguas oficiales sea la del bibliotecario donante. Allí, esperemos, sabrán qué hacer con ellos. Y, en todo caso, como estarán organizando sus bibliotecas públicas, tendrán con la donación la ocasión de llenar varios anaqueles, para que no parezcan vacíos y vayan retirando las fotografías de los falsos benefactores de sus patrias.

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