Sobre los vendedores de motos
Los vendedores de motos a los que dedicamos este Comentario, nunca han vendido una moto, y no porque no tengan éxito como vendedores. Es que, en realidad, no se esfuerzan en vender motos, sino otros productos.
No lo tienen fácil, y a veces, son descubiertos, y se caen con todo el equipo.
La frase "no me vendas la moto" es equivalente a "no te esfuerces en presentarme las ventajas de tu propuesta, que no me lo voy a creer". La expresión es una actualización de la frase "no me vendas la burra", que, a su vez, es una forma apocopada de "no intentes venderme la burra, que ya he descubierto que tiene muchos defectos, y no te la voy a comprar ni harto vino".
La mayor parte de los metafóricos vendedores de motos trabajan en la política y sus aledaños. Suelen ocupar puestos de relevancia social, desde ministros a periodistas, desde bancarios a ingenieros. Pero no solo el imaginario oficio es válido como ocupación virtual de los de arriba. También los de abajo, venden motos: serán más pequeñas, adecuadas a las situaciones que en su entorno se crean, aunque no por ello ni más pequeñas ni de peor hechura.
Se pueden vender o tratar de vender motos al llegar tarde a casa después de una noche de farra y negociar la venta con la parienta mosqueada; hay motos que afectan a las cualificaciones que uno tiene o los trabajos que pretende hacer o saber hacer; motos realizadas con sumo cuidado y armatrostes a los que les faltan el manillar, el sillín y las ruedas.
Lo más curioso es que el éxito de la venta de esas motos depende, sobre todo, de la credulidad del hipotético comprador y no de tanto de las habilidades del que ofrece el producto. En especial, en la venta colectiva de motos, -hay ejemplos sonoros en los que se ha vendido la misma moto a millones de incautos- el contagio colectivo de la estupidez es fundamental.
Y lo que ya es notable es que, en la mayor parte de las casos, los que se llevaron a casa la moto, aún creen tenerla en la vitrina, incapaces de ver el vacío de las estanterías.
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