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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Cultura

Sobre la soledad de las integrales de Riemann-Stieltjes

Los seres humanos somos como las integrales de Riemann-Stieljes.

La frase puede entenderse como procedente de un impulso similar al que hizo decir a Jesulín de Ubrique -el que fue famoso torero- que la vida es como el toro. Y, en efecto, por ahí vamos.

La inspiración concreta nos ha venido, sin embargo, de una de las novelas que están causando furor en el metro de Madrid -que es el barómetro de las tendencias culturales de la capital de España-: "La soledad de los números primos", de Paolo Giordano. Es un entretenido relato acerca de las dificultades de comunicación, de las consecuencias de haber tenido que asumir en la edad temprana una responsabilidad demasiado grande para nuestro tamaño.

No vamos a dar aquí un cursillo de urgencia para neófitos sobre lo estupendas que resultan las matemáticas para trasladar al campo de lo teórico muchos de los problemas del espacio real, y así poder tratarlos con comodidada. Se pueden encontrar simplificaciones para casi todo lo que nos pasa o nos preocupa, en las matemáticas.

La preocupación de matemáticos, físicos, ingenieros y de todos los que ponen ecuaciones a la observación es reducir a números y fórmulas lo empírico, (obviamente, simplificándolo), para poder trabajar con esa información y sacar consecuencias útiles.

Las integrales de Riemann-Stieltjes son, en esencia, el recurso teórico para incorporar y tratar una segunda función al concepto clásico de integral. 

 

Por eso, suponen una imagen simplificada del nosotros.

Porque somos, fundamentalmente, integrales de Riemann-Stieljes lanzadas al campo de las consecuencias vitales. Nuestra capacidad integradora no depende de una sola función (nuestro ego, el integrando), sino que también se relaciona con otra (la que aprotan los demás, que aglutinamos con el integrador).

La percepción que uno tiene de sí mismo puede ser más o menos compleja. Algunos se consideran números primos, incluso números primos especiales, porque están solo separados por otro número (por supuesto, par), sin que les sea capaz de encontrar relación alguna entre ellos.

Otros van por la vida llenos de empatía, derrochando contactos. Una buena base para desarrollar la inteligencia emocional la tienen los números pares, que forman la mitad de la población, pero hacen falta que los comunes denominadores de los individuos entre sí sean más para que encajen sus inquietudes de forma satisfactoria. Varios miles de divisores comunes, en realidad. Cuanto más alto sea el máximo común denominador, mejor.

Pues bien, considerados como trasunto de integrales de Riemann-Stieljes, estamos solos. Al lado de otros yos, por próximos que queramos vernos, siempre acabaremos advirtiendo que hay un espacio que no podemos salvar. Menos mal, porque, en otro caso, seríamos clones, sin alma, sin individualidad; con forma, pero interiormente, vacíos.

Sobre el momento del cine español

Quienes asistimos el 14 de febrero de 2010, con la emoción del directo, a la Ceremonia de entrega de los premios Goya a las mejores expresiones de esa expresión artística singular que es el cine, hemos vivido un momento muy especial.

No pretendemos referirnos aquí a los premiados, a los que felicitamos con lógico orgullo, como españoles aficionados al cine. Las dos películas vencedoras de la noche, Celda 201 y Agora, lo merecían con toda legitimidad y Monzón y Amenábar, sus directores, son un estupendo ejemplo del alto nivel que ha alcanzado el cine español. No todo el cine que se produce aquí, obviamente, pero sí la locomotora de cabeza, la que sirve de arrastre a todo el complejo.

La existencia de películas en verdadera competencia por ser ganadoras, los buenos actores, los excelentes guionistas, la preocupación por conseguir los tempos, acertar en los vestuarios, encajar la música, etc. no se improvisan. Estaban allí, mucho antes de la consecución de ningún Goya.

Lo que no estaba en el Cine español era el logro de una ceremonia de entrega de Premios que sirviera para mostrar la coherencia de la Academia, bajo una dirección de altura, y en un acto conducido por un maestro de ceremonias de excepción, cumpliendo con un guión del acto realizado con imaginación y sentido del ritmo y de la oportunidad.

Este mérito es, en primer lugar, de Alex de la Iglesia y de Andreu Buenafuente. Contar con ese guión de base con actores que se representan a sí mismos, con toda su humanidad y entrega para darle fuerza, ha sido un regalo para la audiencia.

No hemos descubiero el 14 de febrero de 2010 ni a Alejandro Amenábar, ni a Daniel Monzón, ni a Pedro Almodóvar, ni a Luis Tosar, ni a Penélope Cruz, ni a Javier Bardem, ni a Lola Dueñas, ni a Alberto Iglesias, ni  mucho menos, al genial y ahora entrañable Antonio Mercero, ni a los cientos de personajes de nuestros sueños y ensueños, de los muchos que ayer se sentaron en el patio de butacas para componer la mejor escena colectiva que recordamos del cine español, o supieron estar presentes desde la distancia, dándole calor a la escenificación.

Hemos descubierto que en España, a pesar de los tiempos de crisis, tenemos muchos elementos y activos para soñar. Para soñar despiertos. Podemos. Sabemos.

Así, así gana la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Y con su éxito, ganamos todos. Porque el cine es expresión de cultura, y al dotarla de más ilusión y mejores contenidos, nos ayuda a ser mejores. 

Sobre Tomás de Aquino y Alberto Magno

Dos de los personajes más venerados por la iglesia católica son una pareja intelectual de hecho: Alberto Magno y Tomás de Aquino, ambos Padres de la Iglesia (y, por tanto, santos). A la advocación del primero como patrono se han apuntado los licenciados en químicas y exactas y a la del segundo, los estudiantes católicos.

El día 28 de enero se conmemora la festividad de Santo Tomás de Aquino (aunque no falta quíen quiere demostrar que no nació en Aquino, sino en otros lugares de Italia, y algunos dudan de que se llamara de verdad Tomás). Fuera su nombre el que fuera, su obra, inmensa, escrita en apenas 3 décadas, deja constancia de su capacidad intelectual y su voluntad sistemática.

Traemos aquí a estos dos colosos de la ciencia teológica, porque representan la imagen ideal de maestro y discípulo, en la que el primero pone la base para que el segundo se proyecte, y salte aún más alto.

Nada que ver con lo que hoy se estila, en el que la mayor parte de los maestros se sienten desmotivados, perdidos ante un alumnado demasiado numeroso y harto apático, al que no están seguros de poder enseñarle algo, y una mayor parte de los alumnos están preocupados por cualquier cosa, menos por aprender; y, mucho menos, por lo que puedan enseñarles sus docentes, a los que desprecian, critican e ignoran, esperando de ellos únicamente el aprobado final que les garantice el pase hacia un hipotético mundo mejor.

Por supuesto, hay todavía muy buenos profesores y muy buenos alumnos. No son la mayoría; ellos y solo ellos tienen derecho a festejar las efemérides de dos personajes que parecen de ficción, pero ahí quedaron sus obras: Tomás y Alberto; discípulo y maestro. Quizá no se llamaban así. Pasó todo hace tanto tiempo... (siglo XIII, para los más despistados)

 

Sobre espectadores y creativos

La proliferación de creativos no impide seguir distinguiendo a los seres humanos en dos tipos: uno, reducido, aunque con tendencia creciente -al menos, por autodefinición de los que se van incorporando-, de creativos. Otro, inmenso (en relación), de espectadores.

Identificamos a los creativos no tanto por sus resultados, sino por su voluntad. Bastantes de los nuevos creativos surgen como consecuencia del deterioro de los conceptos artísticos y, también, del aumento del tiempo sin destino y la proliferación de talleres de creatividad para que los desocupados de toda índole no se depriman demasiado.

El creativo expresa, con su obra, con su realización, cualquiera que pueda ser su valoración objetiva (si es que tal existe), una carencia: la necesidad de cariño, de ser estimado y valorado.

En la otra acera, los espectadores se concentran únicamente en el disfrute de lo que otros ponen a su alcance. Lo utilizan, lo consumen, lo aprecian o desprecian, emiten un juicio o se lo callan, y se van con su sentimiento a cuestas, para ellos solos.

El creativo no disfruta por la contemplación -ni siquiera de su propia obra, a la que, si es genuino, verá siempre imperfecta-, sino en los efímeros momentos en que el espectador le manifiesta que le gusta lo que ha creado. Lo que ha creado, en general, no para un espectador concreto, pero que ha acabado convirtiéndose en su destinatario, en su único destinatario, comensal exquisito de esa felicidad que la obra ha hecho surgir en él.

Afortunados quienes se saben reconocer únicamente como espectadores, porque de ellos será el reino de los cielos. Porque, muy seguramente, si existe alguien por encima de nosotros -con mayúsculas o con minúsculas-, y ha creado cuanto vemos -o la mayor parte-, lo que espera de nosotros es que nos manifestemos en la contemplación, y cerremos así el círculo de la relación creador-espectador indicándole que apreciamos lo que ha puesto al alcance de nuestros sentidos.

Esa religión/devoción no necesita intermediarios.

Sobre los derechos del autor y las libertades del que no paga (y 2)

Internet se ha convertido en pocos años en un instrumento con múltiples tentáculos, aristas y cabezas, cuya evolución es posible adivinar aún más intensa, más grande, más útil. También, más peligrosa, si no se ponen ciertos elementos de control a su utilización sin límites.

Porque, como hemos expresado en la primera parte de este Comentario, junto a elementos básicos para potenciar el progreso, se están colando -algunos se han colado ya, y están bien asentados- varios aspectos muy dañinos.

Unos, perjudican a la intimidad personal, a la que exponen a la utilización interesada, incluso malévola, por estafadores, delincuentes de toda índole o, simplemente, observadores de las debilidades de otro, expuestas a la luz pública como resultado de inocentes e ingenuas actuaciones, o por venganzas oscuras, o la simple intención de hacer daño.

En internet se están propagando mentiras, medias verdades, informaciones erróneas que están haciendo daño a la cultura y al saber, por la importancia que adquieren los contenidos publicados en la red, y, sobre todo, por su facilidad de acceso y la inexistencia de barreras o controles de autoridad objetivos y serios.

Por supuesto, la gran virtud de internet es otra: la facilidad para colocar de inmediato información útil, veraz, objetiva, desprovista de interés comercial o, en su caso, con interés comercial lícito y expreso, ampliando magníficamente la oportunidad de realizar transacciones, de propiciar contactos, de intercambiar datos.

Internet ha traído también la oportunidad de poner a disposición de terceros la más variada información que se puede obtener por caminos y  desde fuentes muy amplias, algunas de ellas, de muy difícil o imposible detección, por la posibilidad de enmascarar la identidad del que difunde o copia la información.

No debería haber dudas. En el caso de las obras artísticas, literarias, científicas, de todas las manifestaciones culturales que tienen autor, esta facilidad para copiar y ofrecer gratuitamente a todos el acceso a las mismas, vulnera, cuando no ha sido autorizada por quien las ha creado, los derechos de autor.

En la transmisión física de esa información, hay ya leyes que protegen al autor: los dvds, por ejemplo, recuerdan hasta la exasperación que la copia no autorizada de películas es un delito.

En internet la cuestión de control no es en absoluto sencilla y, por eso, no puede ser imporvisada. La intención de proteger la difusión de algunos contenidos y castigar ciertos comportamientos, específicos de internet, está dando nacimiento a una nueva legislación específica, un tanto balbuciente y aún desorientada, porque hace falta, no solo saber muy bien lo que se desea, sino contar con los mejores expertos en comunicaciones digitales, para evitar hacer una reglamentación descabellada.

Internet ha servido para potenciar la difusión de pornografía, de imágenes de explíticito contenido sexual, de aberraciones muy diversas y despreciables éticamente. También ha puesto aún más al descubierto la hipocresía de nuestra sociedad, que enmascara pedofilias, explotaciones sexuales de niños, hombres y mujeres, y sustenta una parte de su actividad mercantil en negocios ilícitos de todo tipo.

El gobierno español ha creado un nuevo monstruo con su propuesta de Ley antidescargas. Lo es en concepto y, sobre todo, en su forma de aplicación, ya que prevé procedimientos de actuación judicial contrarios a la presunción de inocencia y que se extralimitan respecto a las funciones de la judicatura, por lo que será, si no se corrige, tachada de inconstitucional, sin duda alguna.

No es una cuestión sencilla, y, por eso, no se puede improvisar. Parece más aconsejable que España vaya en el tema, a la zaga de otros países más avanzados tecnológicamente. ¿Tan grave es aquí la cuestión de la llamada "piratería informática"? Y, desde otra perspectiva, ¿Es consciente el Gobierno de la cantidad de programas pirateados que están instalados en sus oficinas, departamentos, secciones, organizaciones, o  son utilizados por los propios funcionarios y hasta por los miembros del Ejecutivo?

La libertad del que no paga ha de ejercerse desde el respeto al derecho de los demás y con base en los principios éticos universales a los que la humanidad no puede renunciar en ningún caso. Los derechos de autor son legítimos y defendibles por ley. Como los derechos a la intimidad, a la información veraz, a la libertad de comunicación. Los derechos tienen, sin embargo, límites. Para encontrarlos, hay que recurrir, muchas veces, no solamente al respeto a los derechos de los demás, sino también, a lo que la sociedad considera como merecedor de mayor protección.

En una sociedad que defiende la propiedad privada y los principios de mercado, no se puede defender que la difusión de contenidos en internet ha de ser gratuita, sencillamente porque el medio lo admite. No se puede trampear aquí. Porque si lo admitiéramos, estaríamos perjudicando a los que crean, en beneficio de los que consumen. Y preferimos siempre a los primeros.

Pero la Ley penal será siempre una ultima ratio. Si la sociedad no tiene ética ni respeto al creador, no lo vamos a corregir con leyes, sino con la educación del que cree tener el derecho a disfrutar de la libertad de no pagar, porque no valora los derechos del autor ni la necesidad de éste de que le paguen porque vive de eso.

Sobre los derechos del autor y las libertades del que no paga

En torno a la cuestión de los derechos de autor se mueven -como en casi todo- unos cuantos compañeros de viaje, que poco tienen que ver con lo que dicen defender.

Que la obra artística, literaria o  científica -por no citar todas las formas posibles de creatividad humana- han de reportar algún beneficio a su creador y que éste ha de ser quien disponga de la facultad de quedarse con ese producto de su trabajo o renunciar a él, parece incuestionable.

Ah, pero la mayor parte de los beneficios de la creatividad no van a parar a los que lanzaron la idea, o la hicieron posible, En la maraña de intermediarios que se interpone entre el creador o artífice y el consumidor, se queda la parte del león de lo que paga el usuario, espectador o lector.

Creemos que internet ha propiciado una revolución en cuanto a las decisiones de difusión de la obra propia, especialmente de la que se puede plasmar por escrito.

El creador desaparece, gracias a internet, como el responsable directo y generalmente único de la acción de permitir la libertad de acceso y de difusión de su obra. Una vez que su obra (musical, literaria, científica e incluso gráfica) ha sido colocada en la red digital, con o sin su autorización, todos pueden tener acceso a ella, a su disfrute, a su uso.

La polémica en relación con el propósito del Gobierno de promulgar una Ley que matice la normativa "antidescargas" que había colado en la disposición final de la Ley de Economía Sostenible, que ha sido protagonizada desde las blogs, ha permitido a algunos medios periodísticos y políticos atribuir la oposición al control de la "piratería digital" a los "blogueros".

No se debe, sin embargo, confundir en un mismo saco a todos los internautas, porque este grupo no forma ninguna categoría intelectual, ni el elemento que los sirve para determinar es completamente ajeno a ellos y de carácter completamente neutral desde el punto de vista ético.

Los internautas se encuentran respecto a la red, en una posición parecida a los automovilistas respecto al automóvil. Hay buenos y malos conductores; los hay que son pilotos de carreras y otros que constituyen un peligro en la carretera.

Respecto a la información que circula por internet, hay que admitir, mal que nos pese, que la mayor parte de los contenidos que los internautas vierten a la red (globalmente considerados) son "basura intelectual" o comunicaciones sin interés para terceros. 

No hay más que echarse una mirada por los blogs, nacionales y extranjeros: se han convertido en una forma gratuita y rápida de poner a disposición de todo el mundo cuantas paridas mentales  se le ocurran a uno. Es un misterio aún no desvelado porqué muchos de esos destrozos gramaticales, cuando no genuina expresión de desequilibrios mentales y testimonio de la baja formación, tienen seguidores, e incluso, muchos seguidores.

Otra parte no desdeñable de internautas se construyen su prestigio a base de copiarse e interconectarse unos a otros, alabándose mutuamente o criticando a los que hayan sido reconocidos como gurús de un tema -con la evidente intención de llamar la atención de esos principales-, generando miles de anodinos grupos de opinión, supuestas redes sociales influyentes, que se cuecen en su salsa, repitiendo hasta la saciedad comentarios escritos con los pies o con la mano derecha (la que cobra) sobre lo divino y lo humano.

Descargar gratis la obra de terceros, usando incluso programas pirateados, por aquello de que todo el campo es orégano y hay que apoyar la libertad de expresión, es una falacia argumental. Pero la copia indiscriminada, no autorizada, a la que se pretende ilegalizar, no es el único problema de la red. Si se concentran las medidas en perseguir el copieteo de obras con derechos cobrados por la Sociedad de Autores, y solo en ellos, hay motivos fundados para afirmar que se está protegiendo a una clase de creadores y a unos intereses específicos, los de las grandes sociedades multimedia.

Creemos que es necesario, ante todo, legislar para impedir la difusión de información personal no autorizada, para controlar la usurpación de personalidad en la red, el hurto de datos, y, también, controlar los contenidos falsarios que se publican en la red. Porque la difusión intencionada de información falsa, en especial, aquella destinada a causar daño a otro, o a su negocio, debe ser perseguida y castigada. En esta esfera, los potenciales perjudicados por el maluso de la red digital somos todos.

En el terreno de la creatividad, es necesario que, si el autor no ha reconocido, de forma expresa, que renuncia a sus derechos de creativo, se detecten y persigan las copias piratas, impidiendo su difusión y castigando a los que se lucran por ello. Por el respeto hacia la gente que crea y porque, la mayoría, viven de eso, de imaginar y cobrar por ello. Y es que, además, tenemos muy poca gente que cree en este universo de copieteo, por eso hay que proteger a esa población en vías de extinción.

En este sentido, no se entienden las posturas sentimentaloides o torticeramente reivindicativas de la libertad para copietear los contenidos con los que algunos dicen proteger la libertad de opinión. Dígalo Enrique Dans, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Julio Alonso, Víctor Domingo o el lucero del alba.

(sigue)

 

Sobre la tolerancia, la religión y la cultura

La intolerancia es una manifestación prácticamente segura de falta de razón. El que no tiene razón o carece de argumentos para fundamentarla, recurre a la negación de la posición del otro o de los otros.

Las manifestaciones históricas más sonoras de intolerancia se han tejido en torno a las religiones. Resulta simplemente lamentable que, por culpa de individuos que se arrogaban la representación divina, se hubieran declarado guerras, ordenado muertes, preparado matanzas, destierros y suplicios. 

La intransigencia como doctrina de actuación ha sufrido, a lo largo de la Historia de la humanidad, los previsibles adornos, disimulos y encubrimientos. Por eso subsiste hasta hoy, en las más variadas formas y dimensiones.

No nos engañemos: quien actúa de forma intransigente tiene el poder, o cree tenerlo, y actúa para conservar su situación privilegiada. No importa con qué ropajes adultere sus intenciones, ni con qué productos edulcore el amargor de su egoísmo. Los intransigentes no ceden en su razón porque no quieren que se dispute su privilegio.

Tenemos demasiados ejemplos de intolerancia con los que tenemos que convivir, mal que nos pese, los tipos de a pié, quienes no hemos hecho nada para merecer esa imposición de otros y, desde luego, ningún beneficio pensamos obtener de ella.

Los líderes religiosos del islamismo radical y quienes promueven atentados contra quienes no piensan igual -que ordenarán ejecutar a pobres diablos a los que habrán convencido de ventajas que no pueden prometer, al menos si se refieren a un más allá que nadie ha conseguido probar-, son, por supuesto, intolerantes y defienden su status.

Desde otras parcelas de la religiosidad -sí, también en la cristiana- vemos igualmente elementos de intransigencia, que toman la apariencia de peculiares ayatolás que se jactan de interpretar los textos sagrados como nadie, superando metáforas, anacronismos y errores de apreciación de la realidad que ha superado el avance científico.

No es necesario recurrir a la esfera religiosa para apreciar dogmatismos. En la política, en la empresa, en la familia, se recurre demasiado frecuentemente al "porque lo digo yo" o "son órdenes de arriba".

Tolerancia no significa ceder ante la convicción, sino ser capaz de defenderla, para ilustrar al que no sabe, o sabe mal. Cuando hay que dar un puñetazo sobre la mesa, sacar las armas, colocar bombas, acudir al dogma, implorar verdades reveladas, o recurrir al que no está para reforzar una idea, hemos perdido la razón.

Aunque saquemos adelante nuestra idea.

Sobre la prensa escrita y su evolución

La prensa tiene una función importante que es la de informar, y otra, aún más importante para quienes se sientan en los consejos de administración de las sociedades dueñas de los medios, que es la de influir.

Podemos añadir múltiples matices y reservas a una afirmación tan severa. La realidad es que el objetivo de influir, adulterando la noticia para presentarla con aquellos matices que predisponen a extraer determinadas conclusiones y no otras, se ha convertido en lo principal de la prensa.

Las consecuencias son funestas. La noticia se carga de contenido ideológico desde su presentación, y el lector, muchas veces inconscientemente, acepta la información sin darse cuenta de su seso. También es cierto que otros lectores, predispuestos a una determinada ideología, confieren credibilidad a priori a un medio, porque lo consideran afín a su manera de pensar, desacreditando sistemáticamente cualquier información que llegue por otros medios.

 Toda esta presentación podrá verse como acertada (o no), aunque lo realmente curioso es que, conscientes de que la gente cada vez lee menos (acaso, solo los titulares mientras sorbe el café de la mañana), los medios escritos han reforzado su atractivo, no con artículos de mayor calado, sino con regalos que nada tienen que ver con la información: dvds con películas de variado interés, regalos de todo pelo, revistillas de cotilleos a bajo coste, libros clásicos reeditados en papel estraza, etc.

La pugna en los quioscos se produce, para el comprador medio -que no el lector- de la prensa escrita, no por los contenidos informativos o los comentarios de cronistas de peso, sino en relación con quién ofrece la película más atractiva, el regalo más sugerente o la cartilla de puntos para conseguir la batidora.

Ya hemos sugerido en otro comentario que, en muchos casos, podría pagarse por el periódico, recoger el dvd, y dejar intocado el periódico. Lo que ahora se nos ocurre es que, tal vez, la evolución de la prensa escrita, la salvación deseada para el sector, estaría en inventarse las noticias de acuerdo con la película del día o de la semana. Pocos se enterarían.

¿Secuestro de barco pesquero? Mejor Motín en la Mounty. ¿Desalmados asesinos que extraen la grasa de sus víctimas para amontonarla en frascos sin valor en el mercado? Mejor El perfume.

Sobre comportamientos de clase

La resistencia social a la desaparición de las diferencias de clases se muestra en varios paradójicos comportamientos.

Las instituciones y, en particular, las entidades públicas, no son ajenas a esta corriente. En muchas actuaciones de quienes deberían ejercer la más estricta neutralidad, se detecta el gusto por diferenciar. No es lo mismo, desde luego, robar a un transeúnte la cartera amenazándolo con una navaja trapera que utilizar información privilegiada para levantar un par de millones de euros de incautos inversores en Bolsa, o ocultar las opciones de vender mejor un paquete de acciones a otros accionistas menos involucrados en la gestión de un tinglado empresarial.

No es lo mismo conducir a 140 km por hora un bmw que una destartalada furgoneta. Por supuesto, tampoco será igual aparcar en doble fila ante un restaurante de lujo que superar el límite de estacionamiento en la ORA. Ni qué decir tiene de las desventajas de haberse comportado diligentemente como un ciudadano cumplidor de sus obligaciones tributarias respecto a quien a venido ocultando, con cuidado exquisito, eso sí, sus medios de fortuna a cualquier medio de documentación ciudadana, evitando ser detectado en las fuentes de dinero negro que le han permitido construir un palacete oculto tras un bosque de marañas ocultativas.

Resulta, por ello, curioso, el interés de ciertos ciudadanos por comprar más caro lo que pueden adquirir, con la misma calidad, en establecimientos menos pomposos. En el sector de la alimentación, de la ropa, del calzado, de los electrodomésticos, se pueden encontrar miles de ejemplos de productos de idéntico valor de uso o de consumo, que se pagan con un sobrecoste, simplemente por el prestigio que se supone asociado a ciertos comercios.

Las modas en el vestir o en el llevar suponen la apelación a la predisposición por comprar ciertos productos, pagándolos muy por encima de lo que sería necesario para cubrir la necesidad de estar correctamente vestido, disfrutar de un producto o comer o beber lo mismo a precio mucho más benigno.

La publicidad cumple aquí una función sustancial que está ligada con la voluntad del engaño. Una característica que está asociada, de forma incomprensible, con la voluntad de dejarse engañar. Por distinguirse, por ser de otra clase, de una categoría diferente y, en general, aceptada como más elevada, más chic, más selectiva.

Sobre opsimatas y marisabihondillas

(Nota previa: La palabra opsimata no está reconocida por la RAE. Ha sido introducida po Alan Bennett en su libro Una lectora poco común (Anagrama, 2008), como denominación de aquella "persona que aprende tarde en la vida", concepto que se autoatribuye una Isabel II de Inglaterra, recreada en la ficción como una lectora tardía, pero ya impenitente).

Lo opuesto de los opsimatas so, seguramente, los marisabihondillas, aquellos jóvenes que se creen saberlo todo, porque han aprendido con alfileres cuatro cosas en algunos estudios de hipotéticos altos vuelos. La palabra marisabihondilla tampoco ha merecido los laureles de la Real Academia, y es una combinación de los marisabidillas y sabihondos, que reúne en una sola las cualidades de los que alardean de lo que no saben, o saben mal.

El mundo real se ha poblado de modestos opsimatas y petulantes marisabihondillas.

Sobre la patafísica

Los modelos físicos tienen en sí mismos una trampa letal, y es que son más verdaderos, más perfectos, que el mundo al que tratan de reflejar. No se trata de una paradoja, sino de la consecuencia misma de la aplicación concatenada de las relaciones físico-matemáticas a un conjunto previo de postulados. La matemática, en tanto que apliciación estricta de la lógica formal, no tiene fisuras.

Por ello, el mundo de los físicos conduce a dos fronteras inevitables. La de la metafísica, en la que nos encontramos con el complejo universo de lo que no encuentra existencia coherente en el campo de la física, y que podemos identificar no sin algún rubor con el mundo de las ideas de Platón. Y el maravilloso mundo de la patafísica, o de las soluciones imaginarias.

La explicación encontrada para completar el big bang con una vuelta al principio, en una contracción del Universo que supone una vuelta a empezar, es un ejemplo de patafísica muy adecuado. Los más antiguos lo han localizado como la paradoja del huevo o la gallina, al no estar dispuestos a decidirse sobre lo que fue antes.

Pero los ejemplos patafísicos puede hallarse también en la vida cotidiana. El amor, como recoge Braudillard en su libro sobre Las estrategias fatales (Anagrama) es uno de ellos. El que ama necesita imaginarse que su amor es correspondido. Puede que sea así, pero, en verdad, nunca lo sabrá plenamente, porque no puede introducirse en el cuerpo del otro para asumir toda su complejidad. Necesita, simplemente, creérselo, para cerrar el círculo.

Como en el cuento del ratón y el experimentador, la cobaya cree que ha condicionado el reflejo del investigador para que le dé algo de comer cada vez que abre la tapa. No es el de la bata el que manda; es el de la cola.

Uno de los ejemplos patafísicos de la política actual lo encontramos, en nuestra opinión, en la estrategia del gobierno de Zapatero. Desde arriba se imaginan que lo están haciendo muy bien. Pero solo necesitan creérselo para no caerse con todo el equipo. Lo que le está pasando al PP no es que sea patafísica; es esperpento puro.

Sobre bodrios, infumables y tostones

Vivimos rodeados de bodrios. La producción mundial de bodrios aumenta, según los síntomas, exponencialmente. La mayor parte de los objetos que se presentan como artísticos, de las películas cinematográficas, de las obras teatrales, de los bestseller que abarrotan las estanterías de librerías y centros comerciales, son infumables, muestras del horror, faltas de imaginación, tostones. Bodrios.

¿Será por culpa nuestra? ¿Habremos perdido unos pocos el sentido de lo artístico, la conexión, siempre sutil, que nos conduce a valorar la belleza, en coincidencia con la mayoría?

Puede ser. Ojalá, por ello, nunca nos veamos en la ocasión de contrastar nuestra estética con la de alguien más poderoso. Una situación incómoda de ese estilo se produce cuando nuestro jefe, convertido en anfitrión porque quiere proponernos algo o sacarnos información sobre un compañero, nos acerca a uno de los cuadros del salón y nos pregunta qué nos parece.

¿Aquél adefesio, ese esperpento? . El cuadro es horrible. Un bodrio. Copia de un obra de un pintor muy conocido, realizada con una paleta limitada y unas desproporciones aparentes. Un paisaje tomado de una fotografía al que le falta toda gradación de color y sentido de la perspectiva y la distancia. Una de esas escenas de caza de ciervos o zorros que se estilan todavía en las salas de estar de las familias de clase media impudiente.

No queda más remedio que mentir. "Me gusta, me gusta mucho. Es muy original", balbucearemos. El peligro ahora es solamente que el patrón nos confiese: "Es de mi mujer. Se ha aficionado a pintar y resulta que vende algunos. Tiene de este mismo estilo varios. ¿Quieres uno?"

Lo más probable es que, si tal sucede, saldremos de la cena con un bodrio bajo el brazo y habremos aumentado, a costa del bolsillo, la autoestima de un/una artista imrpesentable.

(P.D. Para explicar la diferencia entre lo que experimenta una persona sensible ante una obra de arte y los, generalmente autoproclamados "críticos de arte", Luis Cardoza y Aragón escribió: "Hablo del poeta: no me refiero a esos tristes profetas normativos desmentidos siempre, especialistas de lo obvio y disecadores imaginarios del pasmo y de la gracia, zafios codificadores de academicismos, desahuciados censores que lanzan centellas de trapo, rutinarios necrófilos que ven decadencia o catástrofe ante las nuevas situaciones, viscosos cuerpos opacos entre la creación y el contemplador". En Arte y crítica, publicado en los 90)

Sobre los buenos guiones para películas

No hemos comentado otras veces acerca de las películas que están en la cartelera. Omisión imperdonable, porque nos gusta -nos entretiene, nos enseña- el cine y nos seduce el lenguaje cinematográfico.

Una buena película es la combinación virtuosa -esto es, nada fortuita- entre un buen guión, una dirección y fotografías acertadas y unos cuantos actores metidos con credibilidad en el papel que se les ha asignado. No hace una buena película la publicidad masiva, aunque se la emponzoñe con mensajes engañosos.

Las cosas son como son, y aunque el tiempo afecta sustancialmente al factor sorpresa, creemos en la coincidencia básica de criterios respecto a lo que es una buena o una mala película, si se emiten los juiicios libremente.

La reciente obra del excelente director español Amenábar, "Agora", nos da pie para realizar algunos apuntes, que empezamos con un mensaje: hay que verla. Es la peli que ha hecho el primero de la clase, el matrícula. Sabe todo sobre trucos, efectos, movimientos de cámara.

Pero seguimos con otro: no es una buena película.

 Agora es una obra de arte frustrada. Amenábar se ha empeñado en una obra con escenarios grandiosos, movimientos de masas importantes, pero la ha adobado en un mensaje dogmático excesivo, petulante, y, al final, fatuo, que hace que la película se le vaya por múltiples lados.

Nada que ver con las delicadas producciones del gran John Huston -ni con la pretenciosa La Biblia, a la que se asemeja, en la que el mayor culpable fue Dino de Laurentiis, o las impitaciones del Ben Hur de William Wyler. Anda más cerca en concepto visual de las adaptaciones de El señor de los anillos, de Peter Jackson, pero a años luz.

Amenábar ha sucumbido ante la idea de realizar una obra inolvidable, y se le nota demasiado la pretensión, que queda anegada por fallos evidentes. Ha combinado demasiados elementos gráficos en una sola obra, convirtiendo a la masa en protagonista y dejando a los actores sin espacio, y a la película sin argumento.

Salvo Raquel Weistz, los demás actores no tienen papel. Sobresale, desde luego, el esfuerzo de Oscar Isaac, embutido en un Orestes incongruente, apocado, insulso. E incluso el guión de la propia Raquel -magnífica en su interpretación de lo que sea, llenando la pantalla con un rostro vital, aunque diciendo tonterías y pasmándose ante lo evidente- se sostiene con muchas debilidades, a base de su profesionalidad, de su especial sensibilidad. .

En conjunto, Agora es una pretenciosa fantasía fílmica. Al faltarle suficiente argumento, no se consigue alcanzar en ella la viveza y la fuerza prescindibles para perfilar adecuadamente los personajes, que parecen figuras propias de un juego de ordenador para adolescentes, nada convincentes, recitando sus frases desencajadas, en general, del contexto o sin carga dramática, que se confía a las escenas posteriores o anteriores. Por ello, los actores se mueven como zombies por la película, sin posibilidad de expresar sus sentimientos, a pesar del uso de los primeros planos.

Y cuando la dirección pretende que algunas de las caricaturescas inflamas verbales deben haber servido para justificar el arrastre de masas de los respectivos fieles, esos movimientos fanáticos, carentes de real justificación doctrinal, confieren a la escena un aire de panfleto que mueve a risa más que a la reflexión.

El universo en el que se mueven las gentes a las que no se ha dado protagonismo está, además, vacío, es inexistente, aparecen de cartón piedra: no viven cuando salen de la pantalla. Cuando se retiran de ella, se les supone comiendo sus bocadillos de chorizo y sardinas.

Lástima de la falta de coherencia, de un guión más trabajado, de menos dogmatismo y más sutilidad y fuerza de convicción. Porque el despliegue -se advierte desde las primeras imágenes- es magnífico, costoso, arriesgado. Suponemos que Amenábar y los que arriesgaron su dinero con la película habrán tenido asesores. No les han asesorado bien, porque debieron aconsejar que el guión fuera más trabajado.

La película se cae, en fin, y muy pronto. Se mantiene la curiosidad, no por lo que se cuenta, sino por el cómo, pero la apuesta general es fallida. La insulsa repetición del soporte ideológico, -el anticatolicismo frontal, ridículizándolo, -ni siquiera un inteligente agnosticismo que la hubiera aproximado más al espectador moderno- empaña las intenciones y mensajes.

¿Cuál es la historia? ¿Qué se nos cuenta, con qué se nos quiere impresionar o divertir?¿Cuál es el eje del relato? ¿Se pretende hacernos cómplices de una mujer maravillosamente carnal, (Amenábar desnuda en dos ocasiones a la estupenda Raquel) pero con ideas de cartón piedra, de la que solo sabemos que está obsesionada hasta la enajenación por entender algo que cualquier niño actual conoce hasta por ciencia infusa?

Los hipotéticos conflictos ideológicos, de base religiosa -ni más ni menos, que la confrontación entre paganismo, cristianismo, judaísmo y agnosticismo- están tan débilmente preconstruídos que solo sobresale la intención de dañar a una religión, la cristiana, y la opción que sale robustecida, paradógicamente, es el paganismo.

Por no hablar de los errores históricos, geográficos o respecto a los libros sagrados, pero eso ya no es culpa de Alejandro Amenábar.

Sobre efímeros y trascendentes

El galápago miró a la mariposa y le dijo: "¡Qué pena me das! Con lo hermoso que es vivir y solamente durarás este día!...En cambio yo...".

La mariposa revoloteó un instante alrededor de la cabeza de la tortuga, antes de seguir poniendo sus huevos sobre las hojas de las ortigas. "¿Acaso sabes de dónde vengo? ¿Sabes tú a dónde irás?".

Pocas horas más tarde, un muchacho que recogía galápagos para vendérselos a un restaurante de la zona que hacía una famosa sopa de tortugas, se llevó al animal de la concha, casi al mismo tiempo que la mariposa aleteaba por última vez junto al último huevo que, unos días más tarde, eclosionaría dando salida a unos diminutos y voraces gusanos. 

Hay quienes andan por el mundo creyéndose trascendentes. Miran a los demás por encima de su hombro elevado y desprecian las preocupaciones de las demás, porque las suyas son las que merecen la pena.

Su petulancia encontraría justificación, al menos, si los trabajos de estos galápagos estuvieran enfocados hacia la mejora del bienestar colectivo, la búsqueda de una fórmula magistral que nos sirviera a todos o a la mayoría para algo,..., en fin, tareas que tuvieran importancia para muchos.

Pero no. Su idea de trascendencia está limitada a su propio ego. Son, por ello, tan efímeros como nosotros. Si supieran algo de Historia, sabrían que no dejarán ninguna huella más allá del agujero inútil de su petulancia.

Sobre la distribución de libros y las editoriales de provincias

En el Salón de Actos de la delegación del Principado de Asturias en Madrid, tres editores asturianos presentaron sus fortalezas, el día 7 de octubre de 2009, y, entre ellas, aparecieron algunas debilidades.

Miguel Munárriz, el delegado, ya los había definido como "héroes", dejando entender que la labor de editar es asunto de esforzados. Marta Magadán (Septem Ediciones), Angela Sánchez Vallina (Pintar Pintar) y Alvaro Diaz Huici (Trea) no desdijeron esta calificación, sino que se postularon para ella.

Editar en provincias no tiene, por lo oído, la dificultad de encontrar autores de calidad, bien sea en los campos de la poesía, la narrativa, la literatura infantil, el turismo, la museografía, por citar solo algunos de los muchos campos que abarcan las editoriales asturianas que se acercaron al Liber.

La dificultad reside en la distribución, que está ligada, no solamente a la promoción de las novedades.

El distribuidor es, suponemos que salvando notables excepciones, el malo de la película. Porque los distribuidores esperan novedades, pero "con las novedades los editores no ganan ni para pagar los costes de edición".

Por eso, la figura del distribuidor -"es singular que algo tan importante para la subsitencia de la editorial esté en manos de terceros"  se encuentra con una tesitura: "O cambia o desaparece". Sus pecados son múltiples: no dedica atención a las remesas de libros enviadas, no busca la calidad sino la cantidad, no cuida a los libreros que son los verdaderos clientes del editor.

Una cuestión suscitada también en el debate del interesante acto fue la utilización de internet como nuevo elemento de enlace entre el autor, el editor y el lector. Advertimos escepticismo y reservas entre los editores asturianos.

Marta Magadán, presidenta de la Asociación de editoriales de Asturias, se refirió a la demanda contra Google por los editores europeos, por no respetar derechos de autor. Los editores no quieren que el libro circule libremente, y es necesario adaptar la ley de Popiedad Intelectual.

La nueva Ley de Ciencia y Tecnología, anunciada por la ministra Garmendía, debería aportar soluciones a la cuestión de los derechos de los editores, y no solo a los del Estado, se dijo en la reunión. Los asistentes, como en otras ocasiones, fueron invitados a un magnífico cóctel, adornado esta vez con las aerografías de Jorge Serrano, que inauguraba su exposición al día siguiente.

 

Sobre metafísica y poesía (3)

El avance de la técnica, con importantes hallazgos en los dos últimos siglos, ha significado el resurgir de un nuevo antropocentrismo.

La presunción de que todo, absolutamente todo, pueda ser reducido a un conjunto entrelazado de teoremas físico-químico-matemáticos, anima –especialmente a los más incultos de entre los seres humanos- a creer que se podría explicar, a partir de un sencillo postulado o una relación somera de principios, la evolución que ha llevado al Kosmos hasta la situación actual y a predecir su desencadente futuro.

La idea, que encuentra su primera plasmación brillante en Spinoza, supone que el universo sea una unidad predecible, reducida a una concatenación de relaciones matemáticas.

El problema valorativo, sin embargo, al implicar que ninguna ciencia, ninguna filosofía, puede dar una explicación a su propia necesidad (como detectó, entre otros, Leo Strauss), nos conduce al núcleo del antagonismo manifestado permanentemente en el pensamiento humano.  

Ese conflicto entre lo que sabemos y lo que ignoramos, pero desearíamos justificar, es el móvil permanente de la curiosidad por encontrar una respuesta válida que es atributo esencial de ese ser que, por desconocido capricho de la naturaleza o de una o varias entidades superiores, ha captado su propia existencia y a la que se encuentra impelido de dotar de un sentido.

Por eso, la poesía, como un elemento a caballo entre la filosofía social y la religión (la metafísica que todo poeta exige para sí), juega un papel nada despreciable en cuanto busca comunicar a otros la tensión vital que forma parte de la emoción particular del ser humano.

 

Sobre metafísica y poesía (2)

El conocimiento de la realidad física ha mejorado con el paso de los siglos. Hoy entendemos mejor los fenómenos y, lo que es más interesante, sabemos cómo aprovecharnos de algunos. La técnica, utilizando la capacidad inductivo-deductiva del ser humano, ha perfeccionado divrsos mecanismos que nos facilitan las cosas, a nivel de lo que entendemos por bienestar material.

A nivel metafísico, es decir, extrasensorial, la situación no ha cambiado mucho. Seguimos sabiendo muy poco, por no decir, nada, de lo que existe más allá de la caverna. Aunque, abandonadas las concepciones geocéntricas o heliocéntricas, e incluso las antropocéntricas, hemos admitido que no estamos solos en el Universo y que este excede con mucho de nuestra capacidad de percepción, las cuestiones filosóficas no se han visto robustecidas por el paso del tiempo.

Los filósofos elucubran a partir de uno de estos dos postulados incompatibles: existe alguien superior, o no existe.

Si la existencia humana no está interrelacionada con la de ningún ente que la controle, de alguna manera (no importa siquiera cuál), nuestro conocimiento extrasensorial está limitado a lo que podamos conocer por la introspección.

Ni verdades reveladas ni sometimientos a la voluntad de dioses han de variar, en este caso, la profunda crueldad existencial del ateísmo: no somos nada, salvo para nosotros mismos y el resto de seres con los que podamos establecer comunicación mientras existamos.

La poesía, desde el nivel de no-consciencia, profundiza en las intuiciones, recurre a las imágenes y a las metáforas, para provocar reflexiones y sensaciones en el lector que no se provocarían por otros medios.

 

Sobre metafísica y poesía

La creación poética supone una introspección en el mundo de la metafísica. El poeta usa del lenguaje escrito, por supuesto, pero la forma de alcanzar los significados le separa claramente de otros autores.

Un novelista, por ejemplo, selecciona los significantes- las palabras- con la intención de que el lector vea después reproducida fielmente la realidad que ha imaginado, haciéndole creer que pudo suceder así, aunque lo que haya contado sea pura fantasía. Su "buen oficio" le servirá de guía. Si la novela no ha conseguido reflejar un mundo asimilable al real, o la trama no le resulta interesante, el juicio posterior del lector la calificará de bodrio, obra frustrada.

La relación entre los significados y los singnificantes, para un poeta, se construye de manera diferente. Para empezar, el juego entre ambos niveles no se elabora plenamente desde la lógica. El poeta se siente mucho más libre que el novelista o el dramaturgo para componer relaciones entre lo que quiere expresar y la forma de hacerlo.

Eso es así, porque un buen poema ha de dejar un campo de acción importante al lector, a su imaginación. No se trata de que lo guíe, cogiéndolo literariamente de la mano, sino que lo encamine hacia un espacio de fantasías en el que el lector pueda sentirse dueño de su recreación.

Por eso, y aquí hay mucha magia, las sensaciones que puede percibir el lector de un poema pueden ser muy diferentes de las que lo motivaron. Un poema es, relativamente, un lienzo en el que apenas si se han esbozado las estucturas básicas de las formas, dejando el resto del trabajo a la voluntad e imaginación del lector, que puede construir su propio mensaje con los elementos que el poema le haya suscitado.

Un buen poema es un regalo de amor del autor al lector o lectora, en el que, al abrir la caja, el receptor la puede encontrar vacía o llena de emociones. Lo que no todos los posibles lectores saben es que la mayor parte del contenido lo pone el destinatario.

Sobre los premios 20 blogs

Acabamos de recibir el resultado -aún provisional- de las votaciones que los blogueros inscritos en el Concurso 20.blogs han otorgado a sus colegas. Este blog ha conseguido "cero" votos, y ha quedado, por tanto, exaequo con otros miles, el último.

Enhorabuena a todos los blogs que han conseguido cero votos. Es una magnífica demostración de independencia, posiblemente también de calidad.

¡Perdón, se nos olvidaba!. El ganador (más votado, con 196 votos) en la sección Cultura, en la que participábamos, ha sido el intitulado: "Lo que me toca los cojones".

Sin más palabras, ¿verdad?

Sobre cómo detectar un buen blog sin morir en el empeño

En otros lugares hemos escrito que mantener un blog con regularidad es una tarea desagradecida. Nos referimos a sostener un buen blog, por supuesto.

¿Qué es un buen blog?. La mayor parte de los que viven al margen del mundo creado por internet, (por fortuna para ellos) creen que un blog es un diario que, en lugar de escribirse sobre el papel, se coloca sobre las ondas, en un ejercicio de exhibicionismo que, muchos de esos ignorantes, desearían ver castigado algún día con el robo de la cuenta bancaria del incauto que comunica sus experiencias vitales urbi et orbe.

Por su parte, la mayoría de los que escriben blogs creen que un blog es una plataforma para contar, en un lenguaje simple y con redacción apurada, las emociones de cada día. Como los autores suelen ser gente jovenzuela, los comentarios habituales van de cosas de esas del amor, la última película que ví o lo mucho que me fastidia me hermana cuando pone la música muy alta. También mola cantidad incluir muchas fotos de la última quedada, y lanzar mensajitos a la nena que nos hace tilín o al perchas de la clase de al lado. Es decir, estos blogueros de ida y vuelta creen, también, que un blog es un bloc de notas, un diario aéreo.

Nos preocupa ese otro grupo de gentes que creen que un blog es una oportunidad para lanzar ideas, realizar comentarios enjundiosos, aportar información relevante. Nos preocupa, en especial, si advertimos -por los indicadores de entradas a sus guaridas intelectuales- que no los lee prácticamente nadie.

Cuando comprobamos que, día, tras día, esos esforzados quasidesconocidos se empeñan en ofrecer al mundo (sin éxito) sus elucubraciones, nos preguntamos, cómo hacerles caer de la burra, hacerles ver lo inútil de su trabajo. ¿O es que, en verdad, no pretenden más que tranquilizarse a sí mismos, en la esperanza de que un buen día obtengan esas cientos o miles de seguidores que, secretamente, anhelan como recompensa a sus desvelos?

Nada ni nadie los detendrá, persiguiendo, incansables esa quimera. Mirarán de reojo, tal vez con algo de envidia, las listas de blogs más leídos, y se preguntarán porqué. Por qué los microsiervos, los Dans, los Beppegrillo, los Sabediosquienestadetras, tienen tantas entradas, puede que, incluso, tantasd lecturas...

Solo cuando los dioses de la blogosfera, un mal día, destruirán con un virus letal todo lo acumulado durante años, podrá llegar el momento en que, viéndolas convertidas en nada, sin copia de seguridad ni la madrequeloparió, ese conjunto de felices ideas alcancen el plenamente el inefable destino para el que fueron creadas: la exclusiva satisfacción del ego de sus autores, la comprobación de la indescriptible levedad del ser y del no ser.

¿Que cómo se detecta un buen blog? ¿Pero de veras tal cuestión le interesa a alguien? Si esa preocupación desea verse cumplidamente satisfecha, aconsejamos que se visite, como ejemplo, la actual clasificación de los mejores blogs en el Concurso organizado por 20.minutos. Mírense los que están arriba y los que están abajo del todo, con sus cero votos, y extráiganse las consecuencias que parezca al lector sean del caso.