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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los abrazos rotos y el celuloide rancio

"Los abrazos rotos", la película con guión y dirección de Pedro Almodóvar que se presenta al público en esta segunda quincena de marzo de 2009, es un buen título para una mala película.

La expectación creada no ha sido satisfecha y, aunque la crítica pagada y los incondicionales de Almodóvar intenten poner algunos apoyos al descalabro, quienes hayan visto la película con libertad se convertirán en implacables detractores que difundirán la pésima nueva: Los abrazos rotos tiene un guión fallido y, sin ser exactamente un bodrio, es una película aburrida, insulsa, construída sobre cuatro pinceladas tópicas, sin fuerza.

No tiene porqué preocuparse Almodóvar, porque todos los genios cometen pifias. Woody Allen, sin ir más lejos, está en una senda parecida, que tiene como elemento común, justamente a la pobre gran actriz Penélope Cruz, a la que no hemos vuelto a ver en un papel a su medida desde Volver o, tal vez -ay-, desde La niña de mis ojos.

Un sector del público de la sesión de tarde a la que asistimos, rió educadamente alguna de las torpes gracias del guión. Sonaban a risitas de amas de casa setentonas.

Los comentarios a la salida eran coincidentes: la peor película de Almodóvar. Celuloide rancio. Y el guiño del manchego a su mejor película, Mujeres al borde de un ataque de nervios, para darle cancha a Carmen Machi, un empaste de urgencia sin sentido...como otros,  bastantepeores, de los que el filme está sobrado.

La crisis de ideas contagia, inexorable, a todos los sectores. Algunos pueden volver a ver sus propias películas, recordar el clímax de sus mejores obras, intentar repetir los esquemas que les condujeron al éxito y a la victoria, tratando de reencontrarse. Es un consuelo para ellos tener dónde buscar.

El resto, solo podemos esperar a que ellos se recuperen del bajón y, ojalá, no hagan caso de esos aduladores sin criterio que no juzgan, simplemente aplauden convulsamente hasta los fiascos del artista, sin entender, sin valorar, sin ejercer de orientadores.

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