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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la búsqueda de una identidad

Ha muerto Michel Jackson, un hombre excepcionalmente dotado para la música y la danza, preocupado por cambiar de identidad.

No lo conocíamos más que por sus canciones, sus escenificaciones, sus éxitos como baluarte de la música pop... y por algunas de sus extravagancias. La más notable: su obsesión por modificar el color de su piel de mulato al color blanco, que en su subconsciente debía estar relacionado con el poder y la élite.

Esa intención, unida a múltiples extravagancias, así como a su supuesta afición por la pedofilia, señalaron al cantante como un ídolo acomplejado, estrambótico y con rasgos sicópatas muy del gusto de la prensa amarilla.

Hay que apuntar, sin embargo, y especialmente para los amigos de la duda, que él y su dermatólogo negaron que se hubiera aclarado la piel, y que lo que tenía era una extraña enfemedad , el vitíligo, por la que perdía la melanina. De su afición por los niños se debe precisar también que de esa acusación, llevada a los tribunales, resultó absuelto. Cabe también decir que Michael ha sido la persona física que más dinero dedicó a causas humanitarias.

Resulta difícil abstraerse de tanta intoxicación como se tejió a su alrededor, para juzgar al ser humano. En su obsesión por cambiar su fisionomía, le ayudaron, se supone, cientos de personas, -algunas, eminentes doctores suponemos- que le sacaron parte del dinero que ganaba con su arte, para modificar, en sucesivas operaciones y con variados potingues y artilugios, sus facciones, el color de su piel, las raíces de sus cabellos,... y, a la par, su psiquis.

Jackson era últimamente un enfermo, alimentado por una sociedad decadente, corrupta, que le persiguió, le aisló, le ensalzó, le ridiculizó, le amó, le criticó, lo convirtió en un mucheco, un espantajo. Lo arruinó. Lo mató.

No encontró su identidad, y tenía una magnífica. Ser, como la naturaleza lo había dotado, un genio. Quiso ser un genio blanco, no supo soportar la tensión de mostrarse, como era y entender que allí residía la base de su atractivo. No tuvo a nadie que pudiera explicárselo, convencerle. Qué pena.

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