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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los cabos sueltos del 23-F y la labor del costurero

Por fin podremos recordar la fecha del 23-F, no en relación con el susto que nos metió en el cuerpo a casi toda España un grupo de miembros -¿y miembras?- de la Guardia civil, comandados por un teniente coronel, irrumpiendo en el Congreso de Diputados (como si fuera Elefante Blanco en la cacharrería) cuando se estaba por la labor de elegir al siguiente presidente de Gobierno, después de haber conseguido poner a San Adolfo Súárez (malconfundido con un tahur del Missisipi) de vuelta y media.

(Tampoco será recordado el 23-F por haber sido el momento elegido por el hasta ayer ministro de Justicia Bermejo para dimitir, por culpa de haber cazado sin licencia junto al juez más emblemático de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón)

En este nuevo 23-F, nuestra aguerrida Penélope Cruz, desde la Belle Epoque la niña de mis ojos (la de todos), indiscutible mejor jamón, jamón de todos los tiempos, comprendidos los de Jabugo y Guijuelo, la que si se va es para volver, ha obtenido el Oscar a la mejor actriz secundaria, con un guión hecho para ella.

Se lo arrebató, golpe a golpe, a una inmensa seudosicópata -interpretada por Kate Winslet, que se vió obligada a correr en la pista de los Oscar a la mejor actriz principal-, porque en el camino revolucionario hacia el éxito no hay quien se oponga a Vicky, Maria Elena-Pé, Barcelona.

Hace un par de días, la televisión pública ha difundido la versión oficial definitiva de lo que fue aquel intento de golpe de Estado de 1981.

Supieron los jóvenes de un general, Alfonso Armada, ambicioso y traidor a la amistad del Rey, dispuesto a salvar a la Patria sin arriesgar mucho, nadando en Valencia con Miláns y guardando la ropa en Moncloa. Un vehemente inhalador de las esencias fascistas, Tejero, convencido de que los únicos guebos de verdad estaban en su uniforme. Otro general, Sabino F. Campos, diligente y sumiso pepito grillo, capaz tanto para un roto como para un descosido, alguien como de la familia. Y, en fin, por encima de todos, defendiendo la Constitución, el orden institucional, la corona y su puesto de trabajo y el de su hijo, S.M. El Rey Juan Carlos, casado por la G. de Dios con la Historia, necesitado de un hecho relevante para apalancar la monarquía.

Ya era hora de que se pusiera punto final a las especulaciones. Tenemos, por fin, el documento fehaciente de lo que pasó, sin fisuras. Carece de interés conocer lo que pudo comentar el indultado en 1988 y sensible cuidador de camelios a sus hijos y yernos militares sobre las piedras del pazo de Ribadulla que acogieron a Jovellanos.

Nada importa lo que un pintor de cotizados paisajes y retratos -a 3.000 euros el lienzo-, retirado en Alhaurín y sin haber acatado la Constitución, escribirá a su hijo sacerdote. Ni siquiera nos moverá la curiosidad por averiguar lo que el conde de Latores, irreverentemente esculpido en pelotas en el Parque de San Francisco de Oviedo, haya podido decirle al oído a su María Teresa, escritora de mérito sobre las heroínas españolas.

Nos quedamos para siempre con el recuerdo de las palabras de Pé, emocionada hasta el brote de lágrimas en este 23-F, por su triunfo indiscutible: "No se si alguien se ha desmayado antes aquí, pero me parece que voy a ser yo la primera". ¡Qué guión!. 

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