Sobre efímeros y trascendentes
El galápago miró a la mariposa y le dijo: "¡Qué pena me das! Con lo hermoso que es vivir y solamente durarás este día!...En cambio yo...".
La mariposa revoloteó un instante alrededor de la cabeza de la tortuga, antes de seguir poniendo sus huevos sobre las hojas de las ortigas. "¿Acaso sabes de dónde vengo? ¿Sabes tú a dónde irás?".
Pocas horas más tarde, un muchacho que recogía galápagos para vendérselos a un restaurante de la zona que hacía una famosa sopa de tortugas, se llevó al animal de la concha, casi al mismo tiempo que la mariposa aleteaba por última vez junto al último huevo que, unos días más tarde, eclosionaría dando salida a unos diminutos y voraces gusanos.
Hay quienes andan por el mundo creyéndose trascendentes. Miran a los demás por encima de su hombro elevado y desprecian las preocupaciones de las demás, porque las suyas son las que merecen la pena.
Su petulancia encontraría justificación, al menos, si los trabajos de estos galápagos estuvieran enfocados hacia la mejora del bienestar colectivo, la búsqueda de una fórmula magistral que nos sirviera a todos o a la mayoría para algo,..., en fin, tareas que tuvieran importancia para muchos.
Pero no. Su idea de trascendencia está limitada a su propio ego. Son, por ello, tan efímeros como nosotros. Si supieran algo de Historia, sabrían que no dejarán ninguna huella más allá del agujero inútil de su petulancia.
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