Sobre metafísica y poesía
La creación poética supone una introspección en el mundo de la metafísica. El poeta usa del lenguaje escrito, por supuesto, pero la forma de alcanzar los significados le separa claramente de otros autores.
Un novelista, por ejemplo, selecciona los significantes- las palabras- con la intención de que el lector vea después reproducida fielmente la realidad que ha imaginado, haciéndole creer que pudo suceder así, aunque lo que haya contado sea pura fantasía. Su "buen oficio" le servirá de guía. Si la novela no ha conseguido reflejar un mundo asimilable al real, o la trama no le resulta interesante, el juicio posterior del lector la calificará de bodrio, obra frustrada.
La relación entre los significados y los singnificantes, para un poeta, se construye de manera diferente. Para empezar, el juego entre ambos niveles no se elabora plenamente desde la lógica. El poeta se siente mucho más libre que el novelista o el dramaturgo para componer relaciones entre lo que quiere expresar y la forma de hacerlo.
Eso es así, porque un buen poema ha de dejar un campo de acción importante al lector, a su imaginación. No se trata de que lo guíe, cogiéndolo literariamente de la mano, sino que lo encamine hacia un espacio de fantasías en el que el lector pueda sentirse dueño de su recreación.
Por eso, y aquí hay mucha magia, las sensaciones que puede percibir el lector de un poema pueden ser muy diferentes de las que lo motivaron. Un poema es, relativamente, un lienzo en el que apenas si se han esbozado las estucturas básicas de las formas, dejando el resto del trabajo a la voluntad e imaginación del lector, que puede construir su propio mensaje con los elementos que el poema le haya suscitado.
Un buen poema es un regalo de amor del autor al lector o lectora, en el que, al abrir la caja, el receptor la puede encontrar vacía o llena de emociones. Lo que no todos los posibles lectores saben es que la mayor parte del contenido lo pone el destinatario.
1 comentario
Rafa Ceballos -
Esas precisiones sobre las formas son una joya descriptiva que tienen su justa medida. Las llamas primeras y yo las dejaría como suficientes. No necesitan más expresión, déjame aprenderlas.
Las alegorías al tiempo que llevamos vivido y sus experiencias son notables jirones de la realidad que me han sumido en profundas reflexiones hasta que el esbozo de una sonrisa me ha distraído: el truco del almendruco.
Muchas gracias por esta selección. Algún día, no sé si en las librerías o en el espacio virtual que tanto amas, podré leer tus obras completas. Ese día estaré en un paraíso.