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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre comportamientos de clase

La resistencia social a la desaparición de las diferencias de clases se muestra en varios paradójicos comportamientos.

Las instituciones y, en particular, las entidades públicas, no son ajenas a esta corriente. En muchas actuaciones de quienes deberían ejercer la más estricta neutralidad, se detecta el gusto por diferenciar. No es lo mismo, desde luego, robar a un transeúnte la cartera amenazándolo con una navaja trapera que utilizar información privilegiada para levantar un par de millones de euros de incautos inversores en Bolsa, o ocultar las opciones de vender mejor un paquete de acciones a otros accionistas menos involucrados en la gestión de un tinglado empresarial.

No es lo mismo conducir a 140 km por hora un bmw que una destartalada furgoneta. Por supuesto, tampoco será igual aparcar en doble fila ante un restaurante de lujo que superar el límite de estacionamiento en la ORA. Ni qué decir tiene de las desventajas de haberse comportado diligentemente como un ciudadano cumplidor de sus obligaciones tributarias respecto a quien a venido ocultando, con cuidado exquisito, eso sí, sus medios de fortuna a cualquier medio de documentación ciudadana, evitando ser detectado en las fuentes de dinero negro que le han permitido construir un palacete oculto tras un bosque de marañas ocultativas.

Resulta, por ello, curioso, el interés de ciertos ciudadanos por comprar más caro lo que pueden adquirir, con la misma calidad, en establecimientos menos pomposos. En el sector de la alimentación, de la ropa, del calzado, de los electrodomésticos, se pueden encontrar miles de ejemplos de productos de idéntico valor de uso o de consumo, que se pagan con un sobrecoste, simplemente por el prestigio que se supone asociado a ciertos comercios.

Las modas en el vestir o en el llevar suponen la apelación a la predisposición por comprar ciertos productos, pagándolos muy por encima de lo que sería necesario para cubrir la necesidad de estar correctamente vestido, disfrutar de un producto o comer o beber lo mismo a precio mucho más benigno.

La publicidad cumple aquí una función sustancial que está ligada con la voluntad del engaño. Una característica que está asociada, de forma incomprensible, con la voluntad de dejarse engañar. Por distinguirse, por ser de otra clase, de una categoría diferente y, en general, aceptada como más elevada, más chic, más selectiva.

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