Sobre la soledad de las integrales de Riemann-Stieltjes
Los seres humanos somos como las integrales de Riemann-Stieljes.
La frase puede entenderse como procedente de un impulso similar al que hizo decir a Jesulín de Ubrique -el que fue famoso torero- que la vida es como el toro. Y, en efecto, por ahí vamos.
La inspiración concreta nos ha venido, sin embargo, de una de las novelas que están causando furor en el metro de Madrid -que es el barómetro de las tendencias culturales de la capital de España-: "La soledad de los números primos", de Paolo Giordano. Es un entretenido relato acerca de las dificultades de comunicación, de las consecuencias de haber tenido que asumir en la edad temprana una responsabilidad demasiado grande para nuestro tamaño.
No vamos a dar aquí un cursillo de urgencia para neófitos sobre lo estupendas que resultan las matemáticas para trasladar al campo de lo teórico muchos de los problemas del espacio real, y así poder tratarlos con comodidada. Se pueden encontrar simplificaciones para casi todo lo que nos pasa o nos preocupa, en las matemáticas.
La preocupación de matemáticos, físicos, ingenieros y de todos los que ponen ecuaciones a la observación es reducir a números y fórmulas lo empírico, (obviamente, simplificándolo), para poder trabajar con esa información y sacar consecuencias útiles. Las integrales de Riemann-Stieltjes son, en esencia, el recurso teórico para incorporar y tratar una segunda función al concepto clásico de integral.
Porque somos, fundamentalmente, integrales de Riemann-Stieljes lanzadas al campo de las consecuencias vitales. Nuestra capacidad integradora no depende de una sola función (nuestro ego, el integrando), sino que también se relaciona con otra (la que aprotan los demás, que aglutinamos con el integrador).
La percepción que uno tiene de sí mismo puede ser más o menos compleja. Algunos se consideran números primos, incluso números primos especiales, porque están solo separados por otro número (por supuesto, par), sin que les sea capaz de encontrar relación alguna entre ellos.
Otros van por la vida llenos de empatía, derrochando contactos. Una buena base para desarrollar la inteligencia emocional la tienen los números pares, que forman la mitad de la población, pero hacen falta que los comunes denominadores de los individuos entre sí sean más para que encajen sus inquietudes de forma satisfactoria. Varios miles de divisores comunes, en realidad. Cuanto más alto sea el máximo común denominador, mejor.
Pues bien, considerados como trasunto de integrales de Riemann-Stieljes, estamos solos. Al lado de otros yos, por próximos que queramos vernos, siempre acabaremos advirtiendo que hay un espacio que no podemos salvar. Menos mal, porque, en otro caso, seríamos clones, sin alma, sin individualidad; con forma, pero interiormente, vacíos.
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