Sobre metafísica y poesía (2)
El conocimiento de la realidad física ha mejorado con el paso de los siglos. Hoy entendemos mejor los fenómenos y, lo que es más interesante, sabemos cómo aprovecharnos de algunos. La técnica, utilizando la capacidad inductivo-deductiva del ser humano, ha perfeccionado divrsos mecanismos que nos facilitan las cosas, a nivel de lo que entendemos por bienestar material.
A nivel metafísico, es decir, extrasensorial, la situación no ha cambiado mucho. Seguimos sabiendo muy poco, por no decir, nada, de lo que existe más allá de la caverna. Aunque, abandonadas las concepciones geocéntricas o heliocéntricas, e incluso las antropocéntricas, hemos admitido que no estamos solos en el Universo y que este excede con mucho de nuestra capacidad de percepción, las cuestiones filosóficas no se han visto robustecidas por el paso del tiempo.
Los filósofos elucubran a partir de uno de estos dos postulados incompatibles: existe alguien superior, o no existe.
Si la existencia humana no está interrelacionada con la de ningún ente que la controle, de alguna manera (no importa siquiera cuál), nuestro conocimiento extrasensorial está limitado a lo que podamos conocer por la introspección.
Ni verdades reveladas ni sometimientos a la voluntad de dioses han de variar, en este caso, la profunda crueldad existencial del ateísmo: no somos nada, salvo para nosotros mismos y el resto de seres con los que podamos establecer comunicación mientras existamos.
La poesía, desde el nivel de no-consciencia, profundiza en las intuiciones, recurre a las imágenes y a las metáforas, para provocar reflexiones y sensaciones en el lector que no se provocarían por otros medios.
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