Sobre la tolerancia, la religión y la cultura
La intolerancia es una manifestación prácticamente segura de falta de razón. El que no tiene razón o carece de argumentos para fundamentarla, recurre a la negación de la posición del otro o de los otros.
Las manifestaciones históricas más sonoras de intolerancia se han tejido en torno a las religiones. Resulta simplemente lamentable que, por culpa de individuos que se arrogaban la representación divina, se hubieran declarado guerras, ordenado muertes, preparado matanzas, destierros y suplicios.
La intransigencia como doctrina de actuación ha sufrido, a lo largo de la Historia de la humanidad, los previsibles adornos, disimulos y encubrimientos. Por eso subsiste hasta hoy, en las más variadas formas y dimensiones.
No nos engañemos: quien actúa de forma intransigente tiene el poder, o cree tenerlo, y actúa para conservar su situación privilegiada. No importa con qué ropajes adultere sus intenciones, ni con qué productos edulcore el amargor de su egoísmo. Los intransigentes no ceden en su razón porque no quieren que se dispute su privilegio.
Tenemos demasiados ejemplos de intolerancia con los que tenemos que convivir, mal que nos pese, los tipos de a pié, quienes no hemos hecho nada para merecer esa imposición de otros y, desde luego, ningún beneficio pensamos obtener de ella.
Los líderes religiosos del islamismo radical y quienes promueven atentados contra quienes no piensan igual -que ordenarán ejecutar a pobres diablos a los que habrán convencido de ventajas que no pueden prometer, al menos si se refieren a un más allá que nadie ha conseguido probar-, son, por supuesto, intolerantes y defienden su status.
Desde otras parcelas de la religiosidad -sí, también en la cristiana- vemos igualmente elementos de intransigencia, que toman la apariencia de peculiares ayatolás que se jactan de interpretar los textos sagrados como nadie, superando metáforas, anacronismos y errores de apreciación de la realidad que ha superado el avance científico.
No es necesario recurrir a la esfera religiosa para apreciar dogmatismos. En la política, en la empresa, en la familia, se recurre demasiado frecuentemente al "porque lo digo yo" o "son órdenes de arriba".
Tolerancia no significa ceder ante la convicción, sino ser capaz de defenderla, para ilustrar al que no sabe, o sabe mal. Cuando hay que dar un puñetazo sobre la mesa, sacar las armas, colocar bombas, acudir al dogma, implorar verdades reveladas, o recurrir al que no está para reforzar una idea, hemos perdido la razón.
Aunque saquemos adelante nuestra idea.
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