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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Atrapados

Vamos a tener que volver a acostumbrarnos a ver reflejadas las dos Españas en la historia de cada día. En el hemiciclo de diputados, la controversia es dialéctica y, como acaba sucediendo cuando conocemos el guión y la representación se repite una y otra vez, el espectáculo es aburrido.

Aunque no faltan detalles inquietantes. Así me pareció el contemplar a los diputados del PP aplaudiendo -no exactamente a rabiar, pero sí con entusiasmo- al Presidente de Gobierno Mariano Rajoy, que acababa de anunciar que subiría el iva, quitaría una paga a los funcionarios, eliminaría la deducción fiscal por la compra de vivienda y, entre otras "medidas de austeridad inevitables", reduciría el número de concejales en un 30% y cortaría las financiaciones públicas a los partidos políticos.

Que sus señorías aplaudan cuando les reducen los ingresos es una muestra demasiado aparente de que sus preocupaciones no están al lado de la mayoría de los ciudadanos, pero es que, a lo peor, el que no entiende nada de lo que pasa soy yo.

Sería cansino repetir aquí que las medidas de austeridad no significan generación de riqueza y empleo, como pretende -basándose en una intuición sin ninguna referencia histórica- el presidente y algunos de sus asesores. Reducir ingresos y castigar el gasto no aumenta la actividad económica, y especialmente, cuando ya anda por los suelos, no va a lograr más que pisotearla.

Pero lo que más inquieta es que el Gobierno refleja de forma harto evidente que está dispuesto a seguir las instrucciones que se le den desde el búnker alemán con la devoción ciega de quien se cree en el historial milagrero de un santo de renombre al que se acude con hemiplejía.

Y aún produce más desasosiego su voluntad de no escuchar las voces de la calle, en donde estamos los del pueblo llano. Los que no aplaudimos cuando nos recortan los ingresos, nos despiden, nos cierran la empresa en donde trabajábamos.

Los que, después de hacer un esfuerzo sicológico y físico, nos decidimos a marchar hacia donde esperamos que alguien con capacidad de decisión nos escuche, y nos encontramos con que, por un lado, más de la mitad de los representantes del pueblo aplauden las medidas que provocan nuestro sufrimiento y, por otro, se incorporan a nuestra manifestación grupos de reventadores que se dicen "antisistema" y travisten el uso de nuestro derecho en una deplorable demostración de tropelía, usurpándonos el protagonismo y mancillando con inmundicia nuestra reinvindicación.

Para encerrar

Para encerrar

Los encierros de San Fermín tienen su origen, según tradición, en la necesidad de conducir los toros que se iban a lidiar en la tarde, -en Pamplona y en otros pueblos, no solo navarros-, de las carretas que los habían transportado desde las dehesas en donde se habían criado, hasta los establos de donde saldrían para encontrar la muerte.

Esta operación debía ejecutarse de forma rápida, para evitar que los animales se escaparan o dañaran; pero, como toda situación de riesgo implica un atractivo para aventureros, se cree que, ya a partir del siglo XV o XVI, jóvenes de las localidades que no tenían nada que ver con las ganaderías, se animaban a correr al lado o junto a los toros, encontrando ellos gran gusto en el baño de adrenalina que les suponía este asunto, y los que lo contemplaban, lo hallaron en jalearlos y aplaudirlos, tanto más cuanto más se exponían a ser corneados.

En 2012, los encierros de San Fermín son una consolidada fiesta nacional, un espectáculo acreditado, vistoso, emocionante, que concita la congregación de decenas de miles de personas, muchas de ellas venidas desde el extranjero. Algunos se animan a correr junto a los animales; los más, simplemente, miran y, después, mientras duran los festejos (una semana) se incorporan como les pete al jolgorio colectivo.

Confieso que las imágenes de gente corriendo en tropel perseguidos por los astados, atropellándose, empujándose, cayendo; alardeando los entendidos de su arrojo junto a la inconsciencia de los advenedizos, me resulta sugerente. Percibo una sensación de igualdad entre los cornúpetas y los que arriesgan el ser corneados. Son de dos a cuatro (máximo, seis) minutos de carrera en el que los toros y los humanos se entremezclan, para hacer lo mismo: correr de un sitio a otro.

Además de ese estético y vibrante espectáculo, a cuyo disfrute, no habiendo sido en lo más mínimo su instigador, sostengo inocente derecho pasivo, como aficionado a analizar los comportamientos humanos, añado estas consideraciones:

Los encierros de San Fermín, y otras similares demostraciones relacionadas con el deseo de correr junto a los toros de lidia, reflejan representativamente la variedad de comportamientos ligados a la naturaleza humana.

Estas conductas incluyen: a) la generación de un riesgo donde no debería existir (pues los toros podrían ser conducidos, tranquila y diligentemente, de las dehesas a los establos de la plaza); b) la exarcebación del riesgo evitable hasta convertirlo en peligro cierto (pues podría limitarse el espectáculo a ver correr a unos pocos, bien preparados físicamente y conocedores del comportamiento animal -hasta donde sea posible-, y no a convertir la carrera en un, por momentos, atolondrado y tumultuoso desafío, con imprevisibles peligros, aumentados, incluso, por la inconsciencia, temeridad y afición a llamar la atención de bastantes mozos, a algunos de los cuales no cabe sino calificar como desaprensivos); c) la conversión de todo el trasiego en espectáculo plural, no ya solo estético, sino utilitario y hasta morboso, por parte de un amplio conjunto de asistentes al acto: autoridades, hosteleros y restauradores, medios de comunicación, y espectadores directos e indirectos; d) la asunción colectiva de costes evitables: policía, personal sanitario, colocadores de barreras, "pastores", monosabios, personal de arrastre, etc.; e) la culminación desquiciante del momento vivido en auténticos daños personales: desde que se lleva el cómputo, se registran más de diez muertos por cornadas, centenares de heridos, algunos con pérdidas definitivas de miembros y apéndices.

Estamos para encerrar, ¿no?

 

 

 

 

El Club de la Tragedia: Claves y clavicordios

Los españoles tenemos algunas virtudes colectivas, pero la de conseguir mantenernos unidos ante las dificultades no es precisamente una de ellas.

No contentos con tener que afrontar los problemas que surgen por el natural devenir de las cosas, como nos entusiasma el riesgo, creamos continuamente situaciones propias de peligro. Lo hacemos para ponernos a prueba -quiero decir, sobre todo, a los demás-, pero, también, para divertirnos con los descalabros.

No de otra forma se puede explicar el comportamiento. Volver a casa después de la batalla, con magulladuras físicas o mentales resulta ser un verdadero deporte nacional. Cuanta más sangre, más mérito. Si no hay árbitros que nos agüen la fiesta, todos nos sentiremos, moralmente, vencedores; el rostro de satisfacción con que mostramos los diente perdidos en el fragor, debe ser moneda compensatoria suficiente: "si vieras cómo quedó el otro", parecemos decir como consuelo.

Nuestra capacidad para idear situaciones de peligro desciende de lo más noble a lo zafio, poniéndolos de igual en la peana. Podemos alardear de poner a miles de personas a correr como poseídas junto a seis toros, por una calle angosta, pendiente y en curva pronunciada, y ofrecer, con palabras rebuscadas y dichosas, cada día de toda una semana, el parte de heridos y contusionados con la precisión de un comunicado de guerra. Por tres minutos de chorrear adrelanina, montamos y desmontamos cada día un tenderete.

Si no hay peligro cierto, al menos, procuramos que el mundo entero vea cómo nos la jugamos por debajo de los ijares (1) con las cosas del comercio. Haciendo exhibición de una situación económica boyante, que es justo lo que no tenemos, justificamos batallas con mínimos pretextos, lanzándonos a los morros toneladas de tomates y de harina o bañándonos casi por pelotas en quintales de vino, divirtiéndonos como lo harían niños de teta con tamaño despilfarro.

Pero donde nuestra esencia de comportamiento adquiere su tono más alto es en política, que, como se sabe, es en teoría la correcta gestión del patrimonio colectivo.

Tenemos aquí una peculiaridad muy engañosa, que aprovechamos en demérito: por razones aún ignoradas, pero que pueden tener que ver con nuestro genuino desorden estructural, los ciclos económicos se producen en nuestras tierras con un desfase respecto al resto del mundo mundial, lo que podría servir, obviamente, para prepararnos para lo que nos va a venir, poniendo las barbas a remojar.

Pero quiá. En lugar de pensar en pelar barbas, las embellecemos con rizos. Por el contrario a lo sensato, esa señal nos sirve para agudizar el peligro de la situación, haciéndola, adrede, mucho más complicada. Todos contribuyen. Los que están a los mandos habrán de decir, viendo impertérritos cómo en otros lugares se afanan en enderezar los rumbos, que nuestra posición es distinta, mejor aún: privilegiada, porque tenemos las más sólidas bases y disfrutamos de un cascarón insumergible, por lo que nos animarán a seguir dándole más carbón a las calderas.

Los que esperan ansiosos el relevo -ansia que solo se puede calificar de gusto por estar donde el peligro, para que a uno le ostien- no tendrán otro objetivo aparente, al menos, que desear que las cosas se compliquen al máximo, pues, al parecer, cuando más riesgo obtengamos de que todos nos estrellemos, más placer vendrá al caso. Ellos, porque aumentarán su momento de gloria, por estar convencidos de que Santiago les cubrirá las espaldas; todos, porque damos siempre más crédito al que no tiene el volante entre las manos.

Cuando las cosas empiezan realmente a ponerse feas, y la tormenta se perfila ya con truenos que dan miedo, en lugar de ponerse todo el mundo en el barco a arriar velas, se mantienen infinitas reuniones, con plazos dilatados, en las que se perfila al cabo un grupo numeroso que propone que, según su intuición, no hay que arriar velas, sino que lo mejor sería izarlas todas, y que por algo será si no lo ha hecho nadie antes: ha de ser lo óptimo.

Al cambiarse el turno, la nueva guardia empeñará horas en echarle la culpa del tormentón a la ineptitud de la otra mitad, a su falta de previsión e incluso a su codicia, por lo que la tendrán enfrente, a la defensiva. Y a la primera, en lugar de irse a descansar o ponerse a las órdenes, pondrán empeños en hacer agujeros en la quilla, por aquello de lo que no ha de ser para mí, no lo tenga nadie.

Las cosas que aquí en estos predios suceden, sino se quieren utilizar términos de barcos, pueden tratar de explicarse también de esta manera, con nociones de música. Dice la norma que hay que elegir las piezas del repertorio musical que resulten adecuadas a las virtudes del músico y al instrumento que se tiene en la mano.

Si se tiene, por ejemplo, un clavicordio, pueden tocarse, en princioio, casi todas las piezas previstas para pianos y claves (clavecines), aunque habrá dificultades para hacer legatos y muchas más para producir armónicos, por lo que el sonido quedará débil, especialmente si se toca en teatros y grandes salas de concierto.

Así que si los que están en el escenario llevan violines y trombones, mejor es retirarse prudentemente, y en lugar de tratar de hacer sonar nuestro instrumento,  aguardar a que nos llamen para tocar en los aristocráticos salones, haciendo la pelota a los más ricos de este engendro.

Asumamos, pues, nuestra condición de pobres y dejemos a un lado las exhibiciones de fuerza bruta. Los dioses del mercado no creen que tengamos mucho futuro, y nos han enviado a las caballerizas. Mientras la prima de riesgo no se abaje de los casi seis puntos básicos que nos separen del bono alemán, nos tendrán de criados. 

Y para que penemos el disfrute pasado y en la pretensión, dicen de que podamos pagar el descalabro -lo que me parece, dicho sea de paso, imposible- tendremos que tocar en muchas fiestas, ya sean bodas, cumpleaños infantiles o despedidas de soltero. Posiblemente, hasta habrá que pasear con el yelmo y la bacía por calles y avenidas, esperando que nos caiga del cielo una limosna por quijotes.

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(1) Ijar, ijada: cada una de las cavidades entre las costillas falsas y los huesos de las caderas.

La vuelta al mundo de las maletas

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) recogió en unas crónicas de lectura muy recomendable, mezclando magistralmente inteligencia emocional y erudición, el viaje que emprendió en 1923 para dar la vuelta al mundo.

Recogidas en tres volúmenes, esas impresiones, tituladas para la posteridad como "La vuelta al mundo de un novelista" son un ejemplo para viajeros y un deleite para sedentarios.

Viajar ha dejado de ser una fuente de conocimiento, para concentrarse en su expresión más cutre: una exhibición de dineros. Para los que pueden permitírselo, está de moda viajar y, cuanto más lejos, mejor. Y el objetivo es poder contarlo, antes, durante y después, a los que se quedan. No lo que se descubre, no lo que se ve o siente, sino, sencillamente, que se pasa por allí.

Los recién casados vuelven de su viaje de luna de miel, con el bronceado adquirido en remotos lugares y miles de fotografías en las que se ven toallas, trozos de playa y chapoteos en el agua, además de habitaciones de hotel y piscinas.

Las parejas de edad más avanzada que cumplen, al borde de caer en brazos del Alzhéimer, su "sueño de conocer el mundo" no mejoran el ratio, más bien lo igualan: recorren en quince días miles de kilómetros, y resumen la proeza con un "me gustó mucho" o "ir a ese sitio no merece mucho la pena", agotados por el frenesí de hacer y deshacer maletas prácticamente cada día, haber superado una diarrea (hoy llamada, con pudicia estulta, gastroenteritis) y correr de un sitio para otro, con el verdadero objetivo de no perder el avión que les devolverá a casa.

Mejor me parecen las formas y maneras, aunque en parte se haga a costa de los que cotizamos fiscalmente, con que el Imserso Instituto de Mayores y Servicios Sociales) mueve, llevándolos de monumento en monumento, a jubilosos ancianos (entre los que siempre tengo la impresión que se cuela algún cazafortunas), para que aprendan o recuerden retazos de Historia, que les servirán para soportar mejor las soledades venideras.

Pero si de verdad quisiéramos enseñar a amar España y conocer su Historia con material inolvidable, tengo inmensa nostalgia de aquellas incursiones, preparadas concienzudamente, y en las que todos teníamos un momento de protagonismo, con las que el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Oviedo, Ignacio de la Concha, organizaba cada año, bajo el seductor apelativo de "Itinerarios Históricos", la mejor forma de pasar dos semanas a unos cuantos estudiantes elegidos de Primero de Derecho.

A los bienaventurados, aquel despliegue no nos costaba casi nada: Alsa y el Banco Herrero contribuían con sus medios; el rendimiento que sacábamos era, sin embargo, inmenso. Apuesto que nos duran todavía, los réditos de aquellos buceos por las huellas de la Historia, en los que viajábamos, la mayoría, con lo puesto.

 

El Club de la Tragedia

El otro día leía que no se puede esperar que un Registrador de la Propiedad sea la persona idónea para sacar a este país del barrizal en el que nos encontramos. Seguramente es cierto, no ya por los resultados que vamos viendo, sino porque no hace falta ser estudiado para conocer que si se quiere empujar una carreta por el fango hacen falta un buen par de bueyes y otro de pinreles.

Bueyes no consta que tengamos al mando, pero si tiran más dos tetas que dos carretas, de aquello andamos bien. Aquí, por fin, no importa el género que uno tenga, salvo cuando se habla en público, en el que ser cuidadoso de no olvidarse de nadie, para no herir sensibilidades. Yo, por ejemplo, tengo tres nietos, que son los tres unas niñas preciosas, pero si quiero ser gramaticalmente correcto, debo decir que tengo tres nietos y nietas.

Estas maneras solo pueden perderse en ciertas ocasiones y cuando se dispone de una autoridad indiscutible. Un caso típico son las ruedas de prensa después de los consejos de ministros de los viernes. Los periodistas, como les han dicho que en esos momentos representan a los ciudadanos y ciudadanas de a pie, van a esas convocatorias con un miedo que se las pela, porque saben que, a la primera, les van a largar una bofetada.

Hay que verlos cómo tiemblan cuando la vicepresidenta apunta con el dedo a uno/ una de esos/esas licenciados y licenciadas en información y, con la determinación de la maestra que saca el alumno a la pizarra, le espeta. "Ahora, te toca a tí, y borra antes el encerado, con cuidadito de hacia dónde echas el polvo".

Siempre me pregunté porqué los ministros se reunían los viernes y no, por ejemplo, los lunes, que así -suponía- tendrían tiempo para trabajar los temas durante toda la semana. Cuando me hice mayor, comprendí que los consejos del ejecutivo se hacen el fin de semana, porque no están destinados a ellos, sino a nosotros, los súbditos.

Así tenemos tiempo para digerir lo que nos han contado, derrochando la agresividad contra la familia, que es la que sufre las consecuencias del malhumor. Escuchamos el telediario en el que nos anuncian que van a hacer lo que hay que hacer (que ya son ganas de precisar) y le damos un bofetón al niño que no se come el puré de lentejas. "¿Pero es que no se da cuenta esta criatura que ya lo dijo el ministro de Economía, que todo son lentejas?"

Por suerte, como cada domingo, y cada martes y miércoles, y todos los días de la semana, hay al menos un partido de fútbol, por lo que, al día siguiente siempre tenemos cosas para discutir con otros especialistas y no preocuparnos por lo que no entiende nadie, que es de economía.

En fútbol hay opinión, hay polémica, porque tenemos mucha información y, claro, la gente se prepara, se forma, y acaba sabiendo, teniendo una opinión. Por eso, se podrá estar de acuerdo o no con la decisión del marqués del Bosque de si la posición como nueve en el campo del niño Torres es la adecuada o, en planos más íntimos, si Piqué no estará perjudicado en su rendimiento atlético por la devoción a Shakira.

Gracias a eso, a la información, podemos situarnos en la piel del otro, soñar que hemos contribuído a sus victorias, y distanciarnos de sus derrotas, porque, si nos hubieran preguntado, hubiéramos dado la clave para ganar. Pero, en economía, ¿nos preguntan algo? ¿nos dan toda la información?. Qué va. Y no se dan cuenta, sean quienes sean los que manejan el cotarro, que fútbol y economía están muy, pero que muy relacionados.

Parecen temas intrascendentes sobre los que tendríamos poca influencia, pero, vaya si la tenemos.

Por ejemplo: ¿qué sucedería con el futuro profesional de Iker, una vez que deje de ser el portero del Madrid si no aumentaran las ventas de la Hyundai? (espero acertar al escribir este nombre: I, k, e, r). Y, dada la interelación cósmica entre las partículas elementales ¿Conseguirá su objetivo la Fundación Punset, con la campaña de su mentor en favor del pan integral?

Son preguntas que están ahí, subyacentes, y que pueden atormentar a algunos. A mí, preocupado por encontrar explicaciones, me ocupan bastante tiempo. Hay que escuchar a los que más saben para no perderse ninguna opinión, y sacar consecuencias coherentes.

Por fortuna, al vivir en Madrid, tengo ocasión de asistir a multitud de conferencias sobre los temas más variados, en donde gentes de relieve explican qué es lo que está pasando. En especial, lo que les está pasando a los que lo están pasando mal. Y cuanto mejor lo pasan ellos, más palabras raras usan, para que lo entiendan mejor.

Estas exhibiciones de inteligencia me resultan sobrecogedoras, particularmente, cuando se realizan en inglés, porque entonces podemos estar seguros de que les importa menos lo que nos pueda pasar, así que son más objetivos.

Sean quien sea el conferenciante, y más si son varios los que se arriesgan a dar explicaciones, el protocolo de estos actos suele ser similar. Hay un patrocinador que presenta lo involucrados que están, ya sea la empresa, asociación o grupo de opinión al que pertenezca, por ayudarnos, por haber caído tan bajo. Luego, otro responsable de la organización o él mismo, lee los currícula de los conferenciantes, que han preparado elos mismos como si fueran a presentarse a una oposición, y que estoy convencido de que por eso se llaman ponentes.

Puede suceder que el presentador del acto, si está enfadado por algo o tiene prisa por marcharse a casa, diga que no lee las batallas libradas por los ponentes, alegando que todos son sobradamente conocidos, con lo que nos quedamos in albis de las razones por las que los han escogido para explicarnos las sinrazones.

Después, todo se desarrolla según los monólogos de El Club de la Comedia, digo, de la Tragedia. Y si hay ocasión para hacer alguna pregunta (no suele haber tiempo, porque los ponentes empiezan a hablar del tema remontándose a la edad de Piedra), solo sirve para poner de manifiesto que entre el público hay gente con muchas ganas, pero muchas, de estar en la tribuna, y que se consideran con los mismos o mejores méritos.

No nos engañemos. Lo que hace falta para sacarnos definitivamente del bache son tipos con un par de ellos bien puestos, que sepan lo que hay que hacer. Y aclaro, como no soy nada machista, no me refiero a los órganos sexuales, sino que lo que tienen que poner son los pies en la tierra. 

Partículas

La curiosidad por conocer más del mundo físico nos ha introducido de lleno en terrenos imaginarios, lo que nos proporciona una serena sensación de complacencia a quienes siempre hemos creído en la poesía.

Descendiendo peldaños hacia lo pequeño, hemos pasado desde descubrir los cuerpos aplicando los sentidos a su observación (y aún nos queda terreno por andar), a desentrañar, apoyados por equipos de inspección cada vez más potentes, las sustancias que los componen.

En este camino hacia dentro de la materia, hemos desvelado que se componen de moléculas y átomos, y, cuando ya creíamos saberlo todo sobre lo minúsculo, nos han aparecido neutrones, protones y electrones, y de aquí, ya metidos en la vorágine de explicar cómo son las cosas desde dentro, que se parecía cada vez más a intuir todo lo de fuera, hemos necesitado dar a luz fotones y bosones, y, los más listos de entre nosoros, han decorado los conocimientos con hipótesis, constantes universales, variables particulares y mucha intuición.

Podemos imaginar que el camino emprendido es una vía sin final. Después de todo, si somos capaces de elucubrar algo así, esto lo hace posible, aunque la razón se niegue a admitir que el saber sea un agujero sin fondo, como si el conocimieno se alimentara de sus propias investigaciones.

Pero también podemos imaginar que estamos cada vez más próximos de descubrir el fondo del misterio que nos ha convertido en lo que somos, o parecemos ser, tanto nosotros como todo lo que existe.

Como sucedió con los teatrillos de marionetas de esos que sirven, sobre todo, para solaz infantil, tenemos ahora consciencia de que nuestra edad intelectual como colectivo humano, somos capaces de acercarnos por detrás de bastidores y desvelar el misterio de los que mueven los muñecos.

La poesía nos amenaza, con su lánguida propuesta, en que, si llegara ese instante -¿ha llegado?-, podemos convertirnos, o al menos, creernos, en cómicos de nosotros mismos, deshaciendo nuestras vidas en trazos de minúscula energía, retazoss mínimos de materia revesible. Y como la poesía no tiene fronteras, no faltarán poetas que, pretendiendo ser más escépticos, reposarán encantados con la hipótesis de que saberlo todo significará simplemente, desaparecer de este sueño, porque nos faltará el durmiente que nos justifique.

Me siento contagiado por el entusiasmo de esos científicos que aplaudían en directo la presentación de cierta evidencia sobre el bosón de Higgs. Es magnífico que creamos haber detectado su huella diminuta en el cosmos, pero, sobre todo, que hayamos podido originar la partícula que la genera.

Porque, de pronto, recuperamos una sensación: dentro de muy pocos años -nada en la eternidad conceptualmente imaginable- seremos solo minúsculas trazas a las que solo el azar haría detectables, en el marco de magnitudes inmensas, infinitamente mayores.

Y, desde esa perspectiva metafísica, poética, el microteatrillo de esta cosmonadería -valga la metáfora- en el que se mueven ahora algunos tipos que creen estar haciendo historia, no se merece ni siquiera el esfuerzo de investigar las razones por las que mueven nuestros hilos, desde la paz de saber individualmente lo que nos espera al instante siguiente, tanto a nosotros como...a ellos.

Trazas. Convertirnos en trazas. Indetectables para cualquier instrumento.

Deontología para miembros de la sociedad civil

Como la definición más común de deontología se refiere al análisis de aquellas normas y principios relacionados con la ética que deben tener presentes los profesionales, he elegido para este comentario un título algo pretencioso, pues pretendo dedicarlo a las obligaciones éticas -o, si se quiere, aunque estrictamente tienen otro significado, morales- del ciudadano normal.

La pérdida de interés por los valores colectivos, tan bellamente resumidos en el principio repetido por múltiples filósofos -incluído el etólogo con mayor repercusión en la actualidad, Jesús de Nazaret- del neminem laedere, ha puesto de actualidad los Códigos deontológicos por parte de todos los colectivos profesionales. Uno de los más antiguos -reciente si se consideran los cientos de miles de años de la especie humana sobre la tierra- es, desde luego, el de Hipócrates, que no falta en ningún consultorio médico moderno.

¿Por qué hará falta recurrir a actualizar los códigos éticos, que, sin necesidad de apelar a grandes investigaciones supra-individuales, es de fácil detección por la propia sensibilidad, eso que se venía llamando "la conciencia"?. Mi respuesta personal es que el descrédito de las religiones tradicionales, convertidas en dogmas y ritos en los que se ve a las claras la intención de sus humanos instigadores, unida a la convicción utilitaria de que "después de esta vida, no hay nada", ha implantado con fuerza el deseo de aprovechar al máximo las oportunidades que se presenten, sin preocuparse más que de obviar los riesgos de ser descubierto, en particular, por los detentadores del poder sancionador en la sociedad contemporánea.

Que algunos de esos garantes oficiales de la ética práctica hayan sido descubiertos aprovechándose de su situación de privilegio, ha sido un duro golpe, combinado con los anteriores aspectos, para el sostenimiento de la voluntad de un comportamiento deontológico ciudadano impecable. Y son muchos los que parecen haber sucumbido al encanto de aprovecharse.

La sociedad civil no puede claudicar, porque tenemos demasiado en juego: nuestra propia consistencia como colectivo empeñado, sin excusa posible, en mejorar la satisfacción colectiva, el bienestar de los que menos tienen y el control de los que, por las razones que sea, han conseguido acumular mayor cantidad de los bienes y plusvalías, para que las reinviertan con eficacia.

No se debe desfallecer ante los ejemplos de mal control por quienes están designados para vigilar que se cumplan las reglas. La sociedad civil debe recomponer, continuamente, sus mecanismos de control y sanción a incumplidores. 

Desde la perspectiva irrenunciable, si los miembros de un poder delegado -sean jueces del Consejo Superior del Poder Judicial, consejeros de Bankia, diputados o senadores, ex-miembros del Gobierno o actuales constituyentes del Gabinete, funcionarios públicos como directivos de entidades privadas, etc.- no acreditan su comportamiento deontológico impecable, es el momento de preguntarse qué está fallando y, de inmediato, corregir la oportundad de esas desviaciones, anteponiendo, frente a los que corrompen el sistema, el empuje de millones de comportamientos éticos impecables.

Si se pierde esa fuerza, estamos perdidos.

Antropología cristiana y economía de mercado

El mismo día en que los científicos del CERN (la Organización Europea para la Investigación Nuclear) anunciaban haber descubierto lo que parece ser el bosón de Higgs -por su huella de 125 GeV (1)-, en una de las salas de la Fundación Del Pino, en Madrid, Gabriel Zanotti desarrollaba sus ideas sobre la importancia de los precios libres como señales clave para la generación del "orden espontáneo" en los mercados.

El título de la entretenida conferencia que Gabriel Zanotti pronunció, ante un auditorio de apenas cincuenta personas, en el mismo lugar en el que el día antes otro exégeta de la economía, y mago también de la palabra, Paul Krugman, había provocado el "No hay entradas", fue "Antropología cristiana y economía de mercado", así que no había engaño en la oferta.

Entiendo que el lector no encuentre ninguna relación entre los trabajos de investigación que han desembocado en poder indicar por donde anduvo la "partícula de Dios" (aún no en atraparla, lo que mantiene sin ganador la osada apuesta de Stephen Hawking), y las consecuencias de las apasionantes deducciones de Zanotti.

En el coloquio, la primera pregunta que se formuló expresaba la curiosidad del interpelante acerca de la posibilidad de santificación del empresario. Reconozco que esa interpelación debilitó definitivamente mi intención de hacer algún comentario de viva voz acerca de lo que acabábamos de escuchar. La respuesta del ecónomo-teólogo argentino, confirmando que "cada uno de nosotros está llamado a ser quien es en el desarrollo de nuestra propia vocación, y nadie está fuera de este principio", me rejuveneció, pues me situó, plácidamente, en mi infancia intelectual.

Zanotti defiende "la base teológica" de los trabajos de Tomás de Aquino, y, con la sencilla guía epistemológica de que "todo lo bueno y verdadero que alguien diga es compatible con la teoría cristiana", incorpora sin problemas a su discurso, las teorías de la escuela austríaca de economía, y en especial, las del premio nobel de Economía (1974), su exponente Friedrich Hayek, venerado por los neoliberales, como fórmula para resolver los temas de la asignación y justa distribución de recursos en un contexto de escasez.

Un escenario de activos creyentes empeñados en la búsqueda de su perfección, en el que el Estado tiene un papel totalmente subsidiario: "Para la escuela austríaca es muy amplio lo que pueden hacer los particulares, y sus seguidores pensamos que, apoyando el derecho a la iniciativa privada, puede haber orden espontáneo" en prácticamente todos los órdenes, vino a expresar Zanotti, que criticó, de paso, el socialismo, las teorías de Marx y hasta ridiculizó a los seguidores de Kant con sus beatificos comentarios.

Queda pues, mucha materia oscura en el Universo.

Servirá para centrar algo mejor el Comentario, indicar que el conferenciante invitado en esta ocasión por la Fundación Del Pino es Director Académico del Instituto Aston. En la página web de esta organización se desvela, con rotunda claridad, tanto los objetivos de la investigación como el material de trabajo principal con el que cuentan: "Esperamos, con la ayuda de Dios, poder colaborar en la formación de un mundo mejor, concientes de la herida permanente del pecado original por un lado y, con la certeza sobrenatural de que la Gracia de Cristo está detrás de todos los auténticos deseos de justicia."

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(1) GeV debe leerse "Giga electrón-voltios". Un Giga son 10 exp 9 unidades, es decir, en este caso, 125 GeV son 125.000 millones de electrón-voltios. Parecería mucho, pero lo que sucede es que 1 eV es una unidad de energía muy pequeña, ya que equivale a 1,602176462 x 10 exp (-19) J (julios). Como 1 J (julio) son 0,238902957 cal (calorías), ya se comprende que un bosón solo no hace verano (equivale a unas 0,48 x 10 exp (-8) calorías).

Ingenieria para Abogados y Economistas: Cómo aprovechar lo que se sabe para crear una empresa (y 3)

(Este Comentario es terminación de los dos inmediatamente anteriores)

Las tendencias de consumo de la sociedad en un momento dado no son difíciles de detectar, por la fuerte inercia que presenta la demanda colectiva, además de que se puede distinguir claramente entre la cobertura de las necesidades que llamaríamos básicas (alimentación, vivienda, educación, sanidad) y las vinculadas a la mejora tecnológica (comunicaciones, informática, transporte, energía, materiales, etc.).

Por determinantes que pueden aparecer estas tendencias a los estudiosos de las demandas de la sociedad humana -estructurales como surgidas de la obsesión individual por maximizar la función de satisfacción en cada instante-, es increíble el poco interés que se dedica al análisis de los índices que las detectarían, y aún sorprende más la debilidad del desarrollo de una cultura colectiva que permitiría aprovecharlas al máximo.

Por una parte, es evidente que la aparición de nuevas empresas en sectores tradicionales, al ofrecer mejores soluciones técnicas y formas de ejecución, por tanto, más baratas, echan fuera del mercado a muchas de las existentes, ancladas en su capacidad de respuesta por excesos de personal, de maquinaria no amortizada pero técnicamente obsoleta o por la insuficiente formación tecnológica o la resistencia pasiva de sus gestores.

Este es un caldo de cultivo donde se generan oportunidades doradas para las start-ups (empresas de nueva creación con poco capital pero con una nueva tecnología mucho más eficiente), que se constituyen, por ello, en la base de la dinamización de la estructura económica. También, por su propia esencia, son un elemento de su desestabilización, por generar pérdidas de negocio, desempleo, cierres empresariales, en los sectores en donde irrumpen con nuevos métodos, productos e ideas.

Y aquí hay que saber distinguir claramente entre lo que son nuevas tecnologías que exigen "bajo nivel de asimilación" para su aplicación, con la capacidad de generación, desde la cúspide tecnológica,  de una estructura para impulsar nuevas opciones de alta demanda de conocimientos. Es esta punta de lanza tecnológica la que marca el verdadero potencial de desarrollo de un país y es en ese sector de avanzadilla en donde hay que concentrar los esfuerzos de formación e investigación, generando equipos de élite, dotándoles de condiciones adecuadas, incluído un claro apoyo estatal y la creación de infraestructuras y centros de alta capacitación.

Se ha puesto mucho énfasis en el cambio tecnológico que han propiciado las tecnologías de comunicación, pero, en mi opinión, no dejan de ser un soporte para la difusión de tecnología (y, desde luego, de cultura) pero su alcance como generadoras de tecnología extra- y supra-sectorial es muy limitado. Es evidente que su gran éxito (y también, su servidumbre) ha sido la facilidad de acceso general a las fuentes de información (e intoxicación ideológica y documental, por la dificultad de priorizar las fuentes fiables), introduciendo, paralelamente, la posibilidad de generación de nuevas empresas que permiten hacer lo tradicional de forma mucho más eficiente y rápida, desplazando a otras menos versátiles.

Las tecnologías de comunicación son tecnologías-soporte y, como sucedió antes con la aparición de la informática, reducen inevitablemente empleo hasta que son asimiladas por los sectores de tecnología-valor añadido global, lo que exige un período de tránsito y, además -y de eso ahora no estaría tan seguro, por causa del agotamiento de recursos y la propia difusión rápida de tecnologías entre los países llamdos emergentes- la consolidación de los mercados absorbentes.

No menosprecio las tics, en absoluto, pues contribuyen de forma tremendamente eficiente a la "sensación de bienestar", pero tienen una capacidad de ayudar al crecimiento neto del pib colectivo muy limitada: son tecnologías-disfrute, más que tecnologías- generadoras.

Parece una observación elemental, pero que a menudo se ignora: Para dedicarse a la peluquería, regentar un bar u ofrecerse como grupo familiar para pintar interiores. no se precisa la misma formación que para dominar un programa de cálculo de estructuras, calcular la eficiencia térmica de una caldera, proyectar una instalación unifamiliar con fines de autosuficiencia energética, diseñar las redes de abastecimiento de agua a un polígono industrial o, para el caso, un campo de hortalizas.

En la formación eficiente en conocimientos consolidados, no hay que ceder terreno a nadie. Estos últimos trabajos citadas sí pueden y deben ser realizados por ingenieros recién licenciados, y las Escuelas Técnicas tienen que darles plena seguridad en su realización, pues les facilitaría enormemente su integración en el mundo laboral, incluso como autónomos.

Ahora bien: compatible con ello, es imprescindible contar con centros de élite que formen a suficientes ingenieros en tecnologías-generadoras, y que, con ellos se cuente a la hora de crear empresas con tecnología punta y aplicar esos conocimientos. Serán pocos, pero serán fundamentales. Y los Economistas y Abogados que se responsabilicen de la gestión de los objetivos públicos o de las grandes empresas han de apoyar y estimular este propósito, porque en ello va el futuro de todos, de la sociedad como conjunto, no únicamente de los que se salven como puedan.

Si se está de acuerdo en que esto es así, hay que tener claro cuántos profesionales necesita una sociedad para atender a los diferentes sectores, y no hay que engañar a los que buscan empleo con falsas expectativas en subsectores maduros. El número preciso de peluqueros, talabarteros, fontaneros, como el de informáticos, abogados, ingenieros, economistas, etc. deriva de una previsión de futuro, en el que hay que incluir la pirámide vegetativa, la futura demanda de servicios y tecnológica, los índices de desarrollo, las previsiones de rentabilidad de las tareas, entre otros factores.

Si los AES que leen este Manual estuvieran conformes con lo básico que expresan estas ideas, creo que estaríamos todos de enhorabuena.

Ingenieria para Abogados y Economistas: Cómo aprovechar lo que se sabe para crear una empresa (2)

(Este Comentario es continuación del inmediatamente anterior)

Debido a las prejubilaciones anticipadas y a los despidos prematuros, son numerosos los ingenieros de más de cincuenta años, con experiencia profesional que supera las dos décadas y -dada la inmovilidad laboral, casi siempre vinculada a un mismo sector-, que se han visto de la noche a la mañana sin su puesto de trabajo en una edad en la que se consideran -y deberían ser considerados- aptos para seguir activos.

Por supuesto, las consecuencias de esa pérdida de experiencia por las empresas que han decidido prescindir de sus senior (y del impacto sobre el conjunto de la sociedad), aunque no hayan sido analizadas con profundidad por los sociólogos hasta ahora, no pueden ser calificadas, intuitivamente, más que como nefastas, por el despilfarro de saber-hacer que suponen.

Pero son pocas las alternativas que se presentan para estos senior a los que la situación económica general ha desplazado. Aunque suelen alimentar durante algún tiempo esperanzas de relocación y no dudan en presentarse a partir de entonces con una tarjeta de visita en la que se autodefinen como "consultores", la realidad viene a demostrar que, salvo trabajos esporádicos, no vuelven a tener ocupación remunerada, debiendo vivir del capital que hayan podido acumular en su anterior etapa.

Es curioso que esos desplazados, con alto nivel técnico, no se animen a montar empresas por sí mismos en los campos de los que proceden -y que no como empleados, al menos, como accionistas-, aprovechando sus frescos conocimientos sectoriales antes de que se marchiten.

Posiblemente la justificación se encuentre en que comprenden las dificultades de competir contra las empresas y en los sectores que los han licenciado; en efecto, quienes se han atrevido a crear empresas con sus medios económicos obviamente limitados para aprovechar su experiencia concreta, no pueden acreditar, en general, éxitos contundentes, sino, por el contrario, disminuciones de patrimonio: no es lo mismo estar protegido por una estructura que lanzarse a la conquista de tierra ocupada con la espada de la voluntad.

Más sorprendente aún es que, en casos que no cabría calificar, por su frecuencia, de simple casualidad, bastantes ingenieros hayan abierto un restaurante. En mi libro sobre "Cómo no montar un restaurante" recojo mi propia experiencia, en un momento concreto en el que yo me encontraba aún trabajando para una multinacional y que podría servir de orientación sobre los errores a evitar para estos aventureros.

Pues bien: algo muy distinto sucede a la hora de valorar la experiencia de un abogado o un economista senior, que es, hoy, muy apreciada por los mercados. Por ello, al menos en nuestro país, no extraña encontrar a personas de edad próxima a la jubilación, o superior, ocupar puestos relevantes en los Consejos de Administración y Dirección de empresas y departamentos del Gobierno, cuyo currículum se ha forjado en la práctica de las aplicaciones del derecho o de la economía.

Sin embargo, no me detendré en este Capítulo a analizar las razones por las que se minusvaloran los conocimientos técnicos de los senior, sino a poner de manifiesto que es imprescindible potenciar los de los junior, como forma de generación de actividad y empleo irrenunciables en una economía avanzada.

Y ello solo se conseguirá plenamente con el trabajo conjunto de profesionales procedentes de todas las disciplinas, con base en proyectos que han de surgir, principalmente, de las Escuelas de Ingeniería, y de Facultades como Biología, Medicina y Química, que son los sectores más relaciones (no únicos, obviamente) con el desarrollo y la mejora del bienestar.

No seré el único que eche de menos, a la hora de valorar la formación multidisciplinar, que en los planes de estudio españoles no se haya concedido importancia alguna a los ingenieros-económicos, a los bio-ingenieros, a los tecno-médicos, a los juristas-ingenieros, por no referirme a los socio-tecnólogos, tecno-filósofos, etc., ausencia que obligó a cuantos sintieron esa necesidad a cursar dos o tres carreras completas.

(continuará)

 

Ingenieria para Abogados y Economistas: Cómo aprovechar lo que se sabe para crear una empresa

Este capítulo, escrito desde España y fundamentalmente para españoles (pero no solo) va dedicado, en realidad, a los tres colectivos: ingenieros, abogados y economistas.

Debo comenzar indicando que la decisión de crear una empresa no figura en los planes de estudio de ninguna Universidad. Ni siquiera la posibilidad de actuar como autónomos, colocando a la puerta de la vivienda la plaquita identificadora y encomendándose a la Divina Providencia, a las influencias de los papás o a las habilidades comerciales del licenciado.

Hay que hacer, sin embargo, una importante matización: la posición ante la opción de ejercer como autónomos no se plantea de la misma manera ni en la misma época de su vida para los egresados (esto es, los recién licenciados) de esas tres vías discentes.

Son, escasos incluso hoy día (escribo esto en julio de 2012), en donde las nuevas tecnologías deberían ofrecer inmensas posibilidades de sustitución de formas de hacer a las empresas tradicionales y, por tanto, de aplicación de conocimientos y técnicas novedosos que sus profesionales de plantilla no poseen, los ingenieros que se animan a montar su propia empresa, uniendo capacidades con otros jóvenes técnicos.

Y, sin embargo, existen multitud de campos en los que un joven ingeniero bien formado -no importa si en la ingeniería de caminos, agrónomo, minas, telecomunicaciones, naval, etc.- tendría ocasión de poner en práctica lo que, en teoría, debería haber aprendido.

Los licenciados en derecho que, en específica demostración de coraje, se decidan a ejercer como abogados, sí encontrarían la posibilidad -superado ahora el período de prácticas, no en pasantía, como ordenaba el buen tino, sino en la Escuela Jurídica- de empezar a sacar provecho de lo que aprendieron. Poco provecho, en verdad, si somos realistas, pues el número de letrados que se mueven en el proceloso mar de la pleitomanía hispana es abrumador y son los grandes bufetes los que se llevan el gato al agua, los mejores casos y...las sentencias más favorables (pido disculpas a sus Señorías, pues esta regla, además, no se cumple en mi caso).

Caso aparte merecen los licenciados en empresariales (y todos aquellos que en este Manual he venido refiriendo como economistas). Salvo que pretendan vivir realizando contabilidades a empresas de medio pelo (pero no por ello de ejercicio menos dificultoso) o a hacer declaraciones fiscales a troche y moche (en dura competencia con los funcionarios de Hacienda), poco margen les queda para actuar de independientes.

(continuará)

Al fútbol lo que es del fútbol

No será posible encontrar un ser humano en este planeta que no haya visto jamás un estadio, ni contemplado en su vida un partido de fútbol. Si pretendiéramos que ese alienígena fuera, además, un experto en política macroeconómica, la cuestión devendría un divertimento de gabinete.

Pero, como la imaginación tiene razones que la realidad ignora, ubiquemos a este retorcido producto de la elucubración en la final de la Eurocopa del año 2012, y hagámosle presenciar el encuentro deportivo entre las selecciones de Italia y España, y anotemos sus impresiones.

Más de 10.000 españoles, procedentes de un país en el que se ha estado entretanto analizando su rescate económico, por riesgo de insolvencia, han encontrado dos semanas libres de su tiempo para desplazarse hasta Polonia y Ucrania, para animar a 22 atletas, cuyos nombres y circunstancias personales, incluso íntima, conocen a la perfección.

Una media de diez millones de naturales de ese mismo territorio, en el que se ha superado la cifra de cinco millones de desempleados hace algún tiempo, han concentrado toda su atención, durante, por lo menos, diez horas de ese período, en seguir las evoluciones de los once atletas que designó, para jugar en cada confrontación con otros equipos de territorios europeos, uno de los considerados casi unánimemente como el mejor organizador de estrategias, marqués Del Bosque, por la gracia de S.M.

La confrontación que cerró el campeonato, en la que el equipo español midió sus fuerzas con otra representación de atletas italianos, contó con la presencia física en el estadio del príncipe Felipe, del presidente de Gobierno Sr. Rajoy (poco proclive a apariciones públicas) y otras autoridades; por supuesto, por parte de las administraciones italianas, se desplazaron al lugar del encuentro, personalidades equivalentes, manifestando con ello, sin duda, que se trataba de un acontecimiento del máximo interés nacional.

Al comienzo del juego, en un acto realizado con la máxima seriedad y concentración, las dos escuadras que habrían de batirse en tan singular duelo, cantaron a voz en grito (la italiana) y renovaron en silencio (la española) su voluntad de defender hasta la muerte la dignidad de sus patrias, generando un momento de máxima emotividad, seguramente parangonable a lo que sintieron los héroes del desembarco de Normandía, con la única salvedad que, entonces, se estaban aquellos jugando sus vidas, si bien éstos -según se comentó- ventilaban la posibilidad de una prima de 300.000 euros per cápita (incluídos los que no tocaron balón, por no haber salido al campo, pero que estaban dispuestos a hacerlo si se les hubiera llamado a tal proeza).

No sé explicar porqué razones concretas no me perdí ni un minuto del encuentro, porqué diablos grité con cada gol que encajó el equipo italiano (únicamente empañado, en el último cuarto, ese sentimiento de gozo con algo de lástima por la escuadra azzurra -los italianos-, pues, al fin y al cabo, no podía olvidar que también eran profesionales y estaban recibiendo un correctivo descomunal, cercano al ridículo).

No tengo ni idea porqué me pareció que la prima de riesgo, el descalabro económico que venimos sufriendo, la falta de iniciativas para crear alternativas válidas al desempleo, eran cuestiones casi baladíes, al aplaudir al aparato de televisión en el que se veía a ese grupo de atletas que representaban los valores de cohesión, sentido de grupo, imaginación, esfuerzo, éxito colectivo, que tanto hecho en falta en los demás órdenes de la vida.

Miré simbólicamente al alienígena imaginario al que había invitado a presenciar el encuentro y me pareció, incluso, que su cara de estupor al ver tal manifestación de enajenación, me resultaba molesta.

¿Me debo hacer mirar lo mío o esperaré a que nos hagan una rebaja de precio en el sicólogo social a todos los europeos, incluídos los que nos han estado puteando en la economía real?

 

 

 

Parejas de conveniencia

Nadie es perfecto para su ayuda de cámara, pero del trato continuado entre el que paga y el que sirve puede surgir una relación afectiva a la que nadie osará poner reproche sin aventurarse clandestinamente en las esferas de la intimidad que solo conocen quienes viven dentro de ellas.

La criada del anciano al que cuida en sus últimos años y se convierte en heredera de su patrimonio, la secretaria diligente del escritor famoso que se casa con él cuando el creativo no está para muchos trotes y se hace cargo de los royalties de sus obras, la modelo de excepcional buen ver que desplaza de un caderazo a la esposa de décadas, son ejemplos extraídos de los dietarios femeninos al que cada uno puede poner los nombres que quiera.

El acceso de las mujeres a profesiones que les estaban vetadas, ha abierto mucho el abanico de posibilidades: periodistas que se emparejan con políticos, príncipes o futbolistas; jefes de campaña que aprovechan intensas jornadas de tensión para seducir a los líderes, lejos de sus hogares habituales. La práctica del sexo a destiempo con personas inadecuadas ha servido para derribar ídolos de variados pelajes y posiciones, de los que la prensa del corazón y del dinero ha dado buena cuenta, en su momento.

Pero no dará pie este Comentario a que se me catalogue de misógino. Por el contrario, creo que la intención de aprovecharse de las situaciones para encontrar pareja fuera de contexto y, en no pocos casos, cambiar de estado financiero, es más propia de hombres que de mujeres. La caza de patrimonios con los que mejorar la posición, saltándose las reglas de la capacidad, ha sido deporte muy estimado de los varones, a lo largo de los siglos.

Como los trabajos de investigación social se quedan siempre cortos, no me consta que se haya estudiado en profundidad el material que ofrecen los matrimonios de conveniencia que vinculan a muertos de hambre con ricas herederas, a los que se podría añadir los de parejas que unen y reúnen, endogámicamente, apellidos de recio abolengo, es decir, de naderías intelectuales surgidas de circunstancias de otro tiempo que se utilizan, en el hoy, como si fueran méritos imperecederos.

 

 

Libertad y libre albedrío

Es una cuestión que ocupa muchos tomos de elucubraciones filosóficas, pero no se ha encontrado una definición perfecta sobre el libre albedrío y, por tanto, puesto que no se sabe con exactitud qué es ni cuáles son sus límites, pocas consecuencias se pueden extraer al respecto que sean compartidas sin generar grandes discusiones, especialmente entre quienes se asoman al tema de manera  espontánea.

Desde que la física cuántica incorporó algunos principios de aparente comprensión sencilla, como el principio de no-determinación de Heisenberg -que niega nuestra opción de ubicar con certeza la posición de ciertas partículas elementales (subatómicas), que no tienen porqué preocuparnos demasiado en general, incluso un instante después de haber definido dónde estaban (1)-, son muchos los que afirman que, gracias a ese principio, el azar rige nuestras vidas y que el libre albedrío no existe. 

Esta conclusión no tiene ninguna base ni teórica, ni práctica. Confunde, además, el mundo de la física con el de las ideas y traslada un principio de la física teórica a la sicosociología, sin fundamento alguno.

El cerebro humano no responde, en lo que observamos -y no tenemos más medio de aproximarnos a la comprensión de lo propio como de lo ajeno que la observación, para de ahí extraer consecuencias- a ese principio de no-determinación, por más que algunas veces y en algunos momentos haya individuos que parecen regirse mentalmente por la improvisación más absoluta. Pero no por resultarnos difícil predecir cómo van a actuar, estamos autorizados por la física a imaginar que su comportamiento es azaroso.

Si dejamos a un lado el espacio de lo estrictamente intelectual, esto es, lo que se cuece en el cerebro de cada uno, y os atenemos al terreno de lo físico, la observación empírica nos facilita algunos datos y con ellos, podemos tratar de analizar la aplicación de las previsiones deterministas.

Localizados en las coordenadas espacio-tiempo, y conocidas las variables que influyen en nuestra posición, las leyes de la física permiten deducir, con probabilidad determinable, dónde estaremos en los instantes siguientes. Y esto, incluso admitiendo que ser humano puede elegir, en medida variable pero probabilísticamente calculable, qué va a hacer.

Todo depende de los grados de libertad de cada uno, que son consecuencia, si simplificamos las capacidades de decisión al campo económico, por nuestras disponibilidades de efectivo y crédito en un instante dado.

Por eso, la libertad de, por ejemplo, la Reina de Inglaterra, es muy alta para poder comprarse, si le apetece, un inodoro de oro -máximo acuerdo entre esa opción de su libre albedrío y de su libertad de ejecución-, aunque escasa para salir a la calle sin uno de sus aparatosos sombreros -alto desacuerdo entre su peculiar gusto estético y su libertad para ir con la cabeza descubierta, incluso sin corona-.

En otra dirección, la libertad del inmigrante sin papeles que pide una limosna en la calle para sentarse a comer langosta en el Hilton es mínima -por más que su libre albedrío le estimule a probar lo que puede sentirse en esa situación que no a todo el mundo tiene que gustar, por lo demás-. Como contrapartida, la opción de ese desgraciado acordarse -en su idioma- de la madre de todos los transeúntes que pasen a su lado sin ni siquiera mirarlo es muy alta -ejercicio de la libertad intelectual, metafísica, que aunque no supere la sensación física de hambre en el estómago le puede proporcionar alguna satisfacción momentánea-.

No estoy seguro de haber explicado correctamente la diferencia entre libertad y libre albedrío, pero, al menos, doy fe de que me he divertido bastante escribiendo este comentario, utilizando -en mi ámbito- ambos.

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(1) No es extraño que impere la confusión. Hace unos días, oí en la radio a un empresario bancario español con gran poder de representación en su colectivo, que "la posibilidad de que España fuera rescatada ha pasado a ser una probabilidad".

Ignoro si en el lenguaje vulgar de los banqueros esa frase significa algo, pero en la de los que sabemos algo de estadística, no significa nada: Si el rescate de España es posible -como, desgraciadamente seguirá siendo así, mientras se mantenga una intolerable tasa de interés para el dinero prestado a nuestro país-, tendrá una probabilidad de ocurrencia, que podrá ser mayor o menor (dependiendo, entre otros muchos factores, del riesgo de que dejemos de pagar a los banqueros alemanes, y de la presión de Italia para no caer en el mismo pozo).

Solo lo imposible es improbable o, si se quiere, y mejor expresado, tiene probabilidad cero de ocurrencia. Por eso, si algo es posible, en un espacio temporal infinito, acabará ocurriendo...lo que, si es muy dañino, hay que desear que no lleguemos a verlo. Y si no es posible, por supuesto, por mucho que deseemos fervientemente que exista, no existirá jamás, aunque lo invoquemos por toda la eternidad.

 

Sobre el sentido de la vida (y 2)

(Este Comentario es continuación del anterior)

Encontrar un sentido a la existencia, que tranquilice la tensión que nos provoca la capacidad del ser humano para plantearse interrogantes a los que necesita ofrecer una respuesta que le resulte satisfactoria, es, en mi opinión, imprescindible.

Por supuesto, hay prioridades. Como he escrito otras veces, la cuestión fundamental para el ser humano surge del conocimiento de la certeza de la propia muerte, incluso aunque no tenga enfermedad ni daño alguno, y que estimo que es única de entre todos los seres vivios.

Llamamos espíritu o alma, en esencia, a la compleja situación que se genera en nuestra interioridad como consecuencia de esta percepción desagradable. Ya no nos (pre)ocupará solamente comer para subsistir o desear aparearnos, incluso obsesivamente, respondiendo a un impulso temporal que está imbricado en el sostenimiento de nuestra especie como la de cualquier otra, sino que el ser humano ha ido añadiendo otras preocupaciones, haciendo de ellas objeto de nuevas obsesiones.

Como ya lleva el ser humano muchos siglos de evolución, ha habido tiempo para mucho: desplazamientos, guerras, exterminios, invenciones tecnológicas, elucubraciones éticas y estéticas, incluso paseo por la Tierra de seres imaginados y paseo por la Luna de astronautas.

Inexplicablemente, cuanto más se conoce de la física del Universo, más materia oscura necesitamos. La división entre seres humanos -restringiéndome solo a valorar las capacidades intelectuales que se derivan de la curiosidad activa por conocer cuanto más, mejor- crece, manifiestamente, de forma quizá exponencial.

Cuanto mejor cree nuestra élite conocer la física de la naturaleza o dominar los conceptos de la ética universal, incluso exponiendo que existe una relación directa entre satisfacción global y la explotación ordenada de los recursos naturales, mayor se hace el desconcierto de quienes se encuentran en la masa de la población, faltos de información y, sobre todo, de representatividad.

No tengo propuestas generales para encontrar ese sentido a la vida. Estoy convencido, por supuesto, de que, para los seres humanos -a los que, obviamente, limito estas reflexiones- ha variado a lo largo de ese millón de años desde que parece haberse detectado un primer vestigio de la anomalía que nos ha conducido a separarnos algo de la materia irracional, introduciendo nuestras percepciones en el terreno de lo metafísico.

Más aún, cuanto más contemplo lo que nos rodea, más me persuado de que no todos los seres humanos, hoy mismo, somos idénticos en el uso de ese potencial y en la adopción de una postura coherente, no ya con las percepciones generales o con las posiblemente más sagaces de entre ellas.

Pero sí entiendo que nadie debería descartarse a sí mismo, conscientemente, de actuar en un terreno apasionante: el que nos conecta, como individuos diferenciados, desde nuestro yo con la sociedad humana de la que somos coetáneos. Y ese enlace, que cada uno debe resolver, implicaría no renunciar, mientras vivamos, a ser activos, en lo que podamos, para mejorar lo que nos rodea, utilizando la única herramienta cuyo control está en nosotros: saber ser y ayudar a los demás a saber ser.

Ese es el sentido de la vida que me gustaría compartir.

 

Sobre el sentido de la vida

¿Qué sentido tiene la vida? es una de esas preguntas a las que se puede dar muchas posibles respuestas, pero el espíritu crítico encontrará que todas ellas necesitan peticiones de principio -postulados o imposiciones provenientes desde fuera del sistema- que condicionan dramáticamente el resultado.

Desde luego, la pregunta también admite contrapreguntas incisivas, del tipo ¿Para quién? o ¿en relación con qué?. Para el conjunto de seres vivos sobre el planeta Tierra, -debiendo superar, además, las controversias que genera la definición de "vida"- la teoría de la evolución ofrece una explicación aceptable de cómo la dinámica de la materia ha llegado hasta aquí, pero no permite deducir hacia dónde va y, desde luego, no tiene solución para el camino de los seres que nos autoconsideramos inteligentes.

Los creacionistas lo tienen incluso más difícil, al apelar a uno o varios seres exteriores al sistema, que, además de su indemostrada/indemostrable realidad en el espacio tridimensional, deberían tener objetivos personales -incluída la opción de divertirse- respecto a los productos de su actividad. Cualquier elucubración sobre su identidad y objetivos tiene todas las opciones de corresponder, en verdad, con la imaginación e intereses de nuestros compañeros de mortalidad.

Utilizando nuestra capacidad de observación y analizando los datos de que disponemos, la respuesta individual al sentido de la vida del ser humano está llena de trampas que no es sencillo sortear.

Somos diferentes, no solo en el aspecto físico, sino, para lo que más importa, en la capacidad intelectual y en su ejercicio; en buena parte, esta diversidad es debida a la formación recibida en la niñez y adolescencia -y aquélla, dependerá de múltiples factores, con responsabilidades de control y corrección muy variadas-, pero su sesgo es de imposible modificación individual, salvo excepciones que solo confirman la regla.

Un elemento inquietante viene a añadirse a estas percepciones. Nos movemos en un entorno en el que predomina la maldad, el egoísmo individual y grupal, la falta de solidaridad. No me parece casual, sino intrínseco a la condición oportunista de la especie humana, que haya individuos que subordinen cualquier principio ético a su propio beneficio, utilizando los medios a su alcance para conseguir la máxima acumulación de poder y bienes, sin importarles a qué afectan.

(continuará)

Relaciones entre fútbol, política y economía

Una vez más, la convocatoria de un campeonato de fútbol internacional ha suscitado emociones, que en algún sector de intereses se identifican con devociones nacionalistas, y, como efecto lateral no menos importante, consigue paralizar parte de la actividad de los países en liga y centralizar la mayoría de las conversaciones de cortesía.

La clasificación, en esta Eurocopa 2012, en la fase semifinal, de casi todos los equipos representando  países graves dificultades financieras -Portugal, España, Italia-, podía servir de elemento de reflexión para creer que opera una suerte de principio de compensación por la que el orgullo de los que se ven obligados a agachar la cerviz ante los intereses de mercado y las altas primas de riesgo, pueden tratarse de tú a tú con formaciones provenientes de esos colosos de la economía europea, como Francia, Alemania o ese verso libre que solo rima con sus propios intereses llamado Inglaterra (derrotada in articulo mortis por Italia, en una proeza justiciera).

Hay que analizar, sin temor, las vinculaciones entre fútbol, política y economía, porque son sustanciales para entender qué es lo que nos mueve, y porqué. Cuando veo a los políticos y mandatarios de mayor nivel apretarse en los palcos de los estadios para no perderse un acontecimiento de claros reflejos infantiles, romper su hiératica posición, abrazándose como no lo harían con su padre, alzando los puños con orgullo incontenible, tal si hubieran logrado generar un millón de puestos de trabajo en la tacada, o saltando, presos sobre sus asientos cuando el equipo de sus sueños de grandeza mete un gol y no digamos si ha vencido al oponente, dejándose besar -ellos y ellas- por tipos en calzoncillos que les centuplican los salarios oficiales, obtengo una deducción que quiero compartir.

Vivimos en una farsa múltiple, en la que mentimos respecto a lo que interesa, incluso desde la inercia. En un momento de crisis gravísima, en la que las clases medias de media Europa están sufriendo la volatilización de sus ahorros, la pérdida de valor de sus propiedades, la eliminación de perspectivas de lo que se les habí presentado como futuro, trasladando sobre sus espaldas la corrección de los errores de la mala planificación, aderezada con la especulación y la avaricia de quienes no creen en ética ni en dioses, se nos vuelca hacia el consuelo del fútbol. No del deporte, porque no hace deporte el que luce una camiseta de colorines o coloc una banderola en la ventana. Del negocio del fútbol.

Por supuesto, quiero que el equipo español gane y me sentaré ante una televisión para ver las evoluciones de los Iniesta y compañía. Pero no dejaré de verlos como deportistas de élite que no tienen porqué marcarnos ni los valores morales de nuestra sociedad, ni los gustos, ni tiene sentido alguno que se nos obligue a recordar sus nombres, sus gustos, sus opiniones sobre los temas más obstrusos como más triviales. Ni Del Bosque es un ejemplo mundial de comportamiento de un gestor (y el tipo me merece la máxima simpatía como persona, aunque nunca crucé con él media palabra), ni Casillas es el modelo para la juventud que se pretende (y me parece un tipo sano y serio, aunque no siempre sea capaz de decir, en lugar de "ahora, vamos a emborracharnos", algo más acorde con el prototipo ideal de "vamos a divertirnos"...

Necesitamos un programa que ayude a generar en los niños el amor por la investigación, el saber, el estudio; bien está que hagan deporte (no solo que lo vean hacer), pero como complemento, no como fin. El día en que los niños, cuando se les pregunte qué quieren ser, contesten que "catedrático", "investigador", o, mejor aún "Margarita Salas" o "Pedro Luque" o "Pedro Alonso" o "Juan Luis Arsuaga" o ..., habremos puesto las cosas en su sitio y a españa, de veras, en el mapa económico. Entretanto, a ganar la Eurocopa y a ver cómo el dinero le cuesta al Estado español cinco veces más que a Alemania. (1)

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(1) Este Comentario no pretende ofrecer más que elementos generales para reflexión. Si se quiere conocer una clasificación de los científicos y estudiosos españoles, puede consultarse: http://indice-h.webcindario.com/

Sobre democracia, separación de poderes y responsabilidades

La negativa del presidente Rajoy a comparecer en el Congreso de Diputados en 2012, en el marco de un Debate sobre el Estado de la Nación, echa más leña al fuego, en mi opinión, en donde se calienta la caldera bullente de la democracia española.

Son muy escasas las posibilidades reales de participación del pueblo en las decisiones estratégicas, tanto para manifestar su apoyo, como para criticarlas. La representación por la vía de los partidos políticos se ha convertido en una madeja enmarañada, en la que se atiende preferentemente a intereses que, si no me atrevería a llamar particulares, si resultan, cuando menos, peculiares.

Se habla bastante de la sociedad civil, pero no me parece que podamos sentirnos satisfechos con verla simplemente reflejada en huelgas de transportistas, profesores o mineros (por citar algunos colectivos que han mostrado beligerancia recientemente), en acampadas de indignados, ni siquiera en manifestaciones sindicales de protesta por los recortes presupuestarios o por afectados en la pérdida de empleo.

La exposición de argumentos por parte de quienes deberían tener más conocimiento de por dónde se debe caminar en período de mudanza como el que estamos, no resultan tampoco lo convincentes que cabría esperar. Muchos de los expertos económicos no lo ven claro, los que lo ven claro, cojean de algún pie; los expertos tecnológicos se callan o son callados; hay mucho material para sociólogos e historiadores, pero no encuentro tampoco que por ahí vengan propuestas que nos puedan servir más que para conducirnos al desánimo.

¿Qué decir del comportamiento personal de algunos de los más altos miembros de los distintos poderes? Sus valores como referencia ética -que es lo menos que podíamos pedirles- se resquebrajan y aunque siempre se podrá decir que son minucias, los fallos de comportamiento de los que lideran han de ser mirados con la lupa de aumento que corresponde a su pedestal.

En una situación como la actual, pertenezco al grupo (que supongo que existirá, al menos, en concepto) de quienes defenderían la trasparencia total, la claridad en la exposición de lo que se está haciendo desde las instituciones y porqué. En momentos como éste, aunque no crea imprescindible el consenso -utopía en la que no caeré- sí me parece inexcusable, junto a la sinceridad, la demostración de que se sabe por dónde se anda.

(continuará)

Eutanasia y minería del carbón

Sobre la minería del carbón española se ha dicho demasiado, escrito mucho y desconocido u ocultado parte de lo sustancial, porque siempre fue presentado, según interesaba, un aspecto u otro de la cuestión. De esto se han beneficiado bastantes, y, por supuesto, no solamente los mineros; ni siquiera se puede decir que los mayores beneficios hayan sido para ellos, qué va.

Que la minería del carbón asturleonesa, transformada en caricatura de lo que fue, después de sucesivas reconversiones (léase, reducciones de personal) que la condujeron, desde la gloria a las miasmas, no tiene futuro rentable ni argumentos para su defensa por hipotético valor estratégico, es algo que tiene asumido todo el mundo: nuestro carbón es malo, de difícil extracción y, por tanto, muy caro y de explotación comparativamente peligrosa, en relación con alternativas de mercado. No hay, pues, porqué repetirlo.

Y que los mineros que aún quedan, convertidos en una suerte de especie en extinción que defiende su terruño a golpe de gritos y manifestaciones, con quema de neumáticos, petardazos y confrontaciones violentas -no importa si propias o surgidas de simpatizantes desestabilizadores- con las fuerzas del orden, arriesgan ver entendida su actitud como que no quieren abandonar un trabajo de Sísifos -¿extraer piedras inútiles, con riesgo de sus vidas, para qué?-, también se sabe o cree saber.

En estos días de junio de 2012, la cuestión minera ha resurgido -huelga indefinida, protestas, disturbios, etc- porque el Gobierno de España, al presentar los Presupuestos Generales del Estado, en los que recorta en 30.000 millones de euros las anteriores previsiones, aplica a la minería del carbón una reducción del 64% a las ayudas pactadas, que eran de 703 millones, dejándolas en 253 millones (1).

Los mineros del carbón siempre han metido mucho ruido para defender sus posiciones, y a muchos (no a ellos, no solo a ellos) han venido bien. Defender los puestos de trabajo de los mineros ha supuesto generación de riqueza y actividad para las cuencas asturleonesas, pero también para las jienenses, turolenses, onubenses, palentinas o catalanas. Con las subvenciones al carbón, se han hecho ricos algunos inteligentes y avispados empresarios y especuladores desde los despachos, que han aprovechado las oportunidades (de variadas formas), y han afilado sus dientes políticos varios sindicalistas y visionarios de dónde era conveniente poner más énfasis para sacar tajadas.

La historia reciente de la minería del carbón español es una combinación imperfecta de intereses económicos privados, de grupos de trabajadores organizados, detentadores de un trabajo duro, pero también mitificado (y bien remunerado comparativamente), de movilizaciones regionalistas más proclives al sentimentalismo y al apoyo incondicional que al análisis reposado, de una muy mala planificación energética, sin saber decidir entre autarquía y oportunidades y, sobre todo, es la manifestación de la absoluta incapacidad general para encontrar alternativas viables a los sectores no rentables. 

A los mineros del carbón se les han mentido, porque, también para ellos, se acaba de ver que los pacta nec sunt servanda, son papel mojado, cuando hay que atender a intereses superiores. Pero el ruido de los mineros nos está impidiendo reconocer otros efectos aún más dañinos para la sociedad, de los que ellos padecen, y que nos vendría muy bien, ya que han conseguido llamar la atención, que los pusieran sobre el tapete.

Porque el problema que tenemos es que pesa más el alboroto de los mineros, trabajadores en empresas que no tienen viabilidad, al defender su puesto de trabajo (lo que es legítimo, desde luego), que la desorientación (traducida en silencios) de los millones de desempleados que no conocen cuál será su futuro, porque no tienen puesto de trabajo alguno o han perdido defintivamente el suyo.

El fracaso de la gestión minera es la ausencia de alternativas. Allí es donde hay que buscar, porque en ellas está el futuro de las cuencas asturleonesas y, en esa enseñanza, en ese modelo, el de toda España. La agonía de los trabajos mineros podrá durar más o menos tiempo, estar sometida a un eutanasia activa o pasiva, pero lo que necesitamos son nuevos sectores rentables, impulsos de aire fresco; no barricadas del no nos moverán, sino carreteras hacia el futuro, y ahí, sí, tenemos el problema colectivo.

Eso también nos lo están diciendo los mineros, y hay que escuchar, bajo los arreglos musicales y los solos virtuosos o los estropicios interpretativos, el fondo del mensaje, las notas principales de la sinfonía.

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(1) El desglose es el siguiente: 63% de reducción en las ayudas a explotaciones (pasan de 301 Mill € a 111 Mill €); 39% en infraestructuras (de 167 Mill € a 102 Mill €);77% en proyectos empresariales (de 167 a 39); 96% en formación y becas (de 56 a 2); y 100% en seguridad minera (de 12 a 0).

Desenmascarados

Rápidamente se han quitado del escenario los decorados que han servido para la representación de esa obrita improvisada que pretendía difundir un mensaje de solidaridad internacional, con términos en los que se mezclaban las amenazas de la bruja del calentamiento global con la bondad acaramelada del desarrollo sostenible y la protección ambiental.

Se ha perdido el eco de los aplausos que se iniciaban desde el patio de butacas, los palcos y plateas, y que eran coreados, con desigual entusiasmo, por los demás espectadores-protagonistas que asistían a la performance, sin haber sido advertidos que podían formar parte del menú. Ya no se acuerda nadie de porqué estamos aquí, preocupados ahora únicamente -han sonado las alarmas- por encontrar la forma de salir de lo que se ha convertido en una encerrona, a la búsqueda desesperada de las salidas de emergencia.

En este momento del sálvese quién pueda, los españoles estamos situados en el peor lugar, que es el escenario. La gran capacidad para el drama de nuestra idiosincrasia ha sido puesta de manifiesto, una vez más, y tan pronto como nos pareció que podía ser el momento para empezar una nueva representación en la que lo typical spanish pudiera ser protagonista, nuestra voluntad colectiva surgió, implacable, demostrando un sentido de la inoportunidad histórico.

Que el pueblo español creyera, hasta el punto de otorgarle manos libres, que un partido de la derecha heterogénea fuera capaz de sacarlo de una crisis -que ya estaba planteada con suficiente crudeza-, con un programa lleno de vaguedades en el que solo podía deducirse una promesa imposible de no tocar nada de nada, es una muestra de su gran ingenuidad intrínseca, -constitucional, en fin- que no aprende de la Historia más que lo que le subrayan con lápiz rojo, y eso, si le han hecho la advertencia complementaria de que caerá en el examen.

Que el partido de la derecha heterogénea, una vez aupado en el Gobierno, y sin fijarse en otros movimientos de poder que se estaban perfilando en Europa y consolidando en el resto del mundo, anunciara, antes de haber mirado siquiera los papeles que estaban sobre la mesa, que todo estaba mucho peor de lo que nadie hubiera podido imaginar, y que se dedicara a hurgar en la basura, con aires de Pepito Grillo, aireando con gritos de gallina ponedora cada pedazo de mierda que encontraba en los cajones, proclamando urbi et orbe que el país tenía remiendos y rotos allí donde se había jactado que disponíamos de paño fino, es una muestra evidente de la falta de visión para valorar las consecuencias totales de las propias acciones.

Que, colapsado en su actividad, desorientado y falto de fuelle, este país deba acudir a los mercados financieros para pagar los intereses de los créditos que se le habían concedido cuando se creyó que el futuro era espléndido, y que tenga que pagar los nuevos préstamos a intereses cercanos al 10%, cuando los países más ricos del club encuentran el dinero que quieran, y más, al 1%, no es más que la demostración evidente de que, en este mundo de egoísmos e individualidades, trasladados a nivel de Estado, se cumple el cuento del pollito a la perfección.

"Si estás en una granja, no salgas; si sales, no te alejes; si te alejas, ojalá tengas suerte; si tienes suerte, disfruta del momento, pero no la píes; y si la pías, ojalá tengas una muerte rápida". Porque zorros y lobos acechan sin descanso.