Al fútbol lo que es del fútbol
No será posible encontrar un ser humano en este planeta que no haya visto jamás un estadio, ni contemplado en su vida un partido de fútbol. Si pretendiéramos que ese alienígena fuera, además, un experto en política macroeconómica, la cuestión devendría un divertimento de gabinete.
Pero, como la imaginación tiene razones que la realidad ignora, ubiquemos a este retorcido producto de la elucubración en la final de la Eurocopa del año 2012, y hagámosle presenciar el encuentro deportivo entre las selecciones de Italia y España, y anotemos sus impresiones.
Más de 10.000 españoles, procedentes de un país en el que se ha estado entretanto analizando su rescate económico, por riesgo de insolvencia, han encontrado dos semanas libres de su tiempo para desplazarse hasta Polonia y Ucrania, para animar a 22 atletas, cuyos nombres y circunstancias personales, incluso íntima, conocen a la perfección.
Una media de diez millones de naturales de ese mismo territorio, en el que se ha superado la cifra de cinco millones de desempleados hace algún tiempo, han concentrado toda su atención, durante, por lo menos, diez horas de ese período, en seguir las evoluciones de los once atletas que designó, para jugar en cada confrontación con otros equipos de territorios europeos, uno de los considerados casi unánimemente como el mejor organizador de estrategias, marqués Del Bosque, por la gracia de S.M.
La confrontación que cerró el campeonato, en la que el equipo español midió sus fuerzas con otra representación de atletas italianos, contó con la presencia física en el estadio del príncipe Felipe, del presidente de Gobierno Sr. Rajoy (poco proclive a apariciones públicas) y otras autoridades; por supuesto, por parte de las administraciones italianas, se desplazaron al lugar del encuentro, personalidades equivalentes, manifestando con ello, sin duda, que se trataba de un acontecimiento del máximo interés nacional.
Al comienzo del juego, en un acto realizado con la máxima seriedad y concentración, las dos escuadras que habrían de batirse en tan singular duelo, cantaron a voz en grito (la italiana) y renovaron en silencio (la española) su voluntad de defender hasta la muerte la dignidad de sus patrias, generando un momento de máxima emotividad, seguramente parangonable a lo que sintieron los héroes del desembarco de Normandía, con la única salvedad que, entonces, se estaban aquellos jugando sus vidas, si bien éstos -según se comentó- ventilaban la posibilidad de una prima de 300.000 euros per cápita (incluídos los que no tocaron balón, por no haber salido al campo, pero que estaban dispuestos a hacerlo si se les hubiera llamado a tal proeza).
No sé explicar porqué razones concretas no me perdí ni un minuto del encuentro, porqué diablos grité con cada gol que encajó el equipo italiano (únicamente empañado, en el último cuarto, ese sentimiento de gozo con algo de lástima por la escuadra azzurra -los italianos-, pues, al fin y al cabo, no podía olvidar que también eran profesionales y estaban recibiendo un correctivo descomunal, cercano al ridículo).
No tengo ni idea porqué me pareció que la prima de riesgo, el descalabro económico que venimos sufriendo, la falta de iniciativas para crear alternativas válidas al desempleo, eran cuestiones casi baladíes, al aplaudir al aparato de televisión en el que se veía a ese grupo de atletas que representaban los valores de cohesión, sentido de grupo, imaginación, esfuerzo, éxito colectivo, que tanto hecho en falta en los demás órdenes de la vida.
Miré simbólicamente al alienígena imaginario al que había invitado a presenciar el encuentro y me pareció, incluso, que su cara de estupor al ver tal manifestación de enajenación, me resultaba molesta.
¿Me debo hacer mirar lo mío o esperaré a que nos hagan una rebaja de precio en el sicólogo social a todos los europeos, incluídos los que nos han estado puteando en la economía real?
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Julia Abrisqueta -