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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Parejas de conveniencia

Nadie es perfecto para su ayuda de cámara, pero del trato continuado entre el que paga y el que sirve puede surgir una relación afectiva a la que nadie osará poner reproche sin aventurarse clandestinamente en las esferas de la intimidad que solo conocen quienes viven dentro de ellas.

La criada del anciano al que cuida en sus últimos años y se convierte en heredera de su patrimonio, la secretaria diligente del escritor famoso que se casa con él cuando el creativo no está para muchos trotes y se hace cargo de los royalties de sus obras, la modelo de excepcional buen ver que desplaza de un caderazo a la esposa de décadas, son ejemplos extraídos de los dietarios femeninos al que cada uno puede poner los nombres que quiera.

El acceso de las mujeres a profesiones que les estaban vetadas, ha abierto mucho el abanico de posibilidades: periodistas que se emparejan con políticos, príncipes o futbolistas; jefes de campaña que aprovechan intensas jornadas de tensión para seducir a los líderes, lejos de sus hogares habituales. La práctica del sexo a destiempo con personas inadecuadas ha servido para derribar ídolos de variados pelajes y posiciones, de los que la prensa del corazón y del dinero ha dado buena cuenta, en su momento.

Pero no dará pie este Comentario a que se me catalogue de misógino. Por el contrario, creo que la intención de aprovecharse de las situaciones para encontrar pareja fuera de contexto y, en no pocos casos, cambiar de estado financiero, es más propia de hombres que de mujeres. La caza de patrimonios con los que mejorar la posición, saltándose las reglas de la capacidad, ha sido deporte muy estimado de los varones, a lo largo de los siglos.

Como los trabajos de investigación social se quedan siempre cortos, no me consta que se haya estudiado en profundidad el material que ofrecen los matrimonios de conveniencia que vinculan a muertos de hambre con ricas herederas, a los que se podría añadir los de parejas que unen y reúnen, endogámicamente, apellidos de recio abolengo, es decir, de naderías intelectuales surgidas de circunstancias de otro tiempo que se utilizan, en el hoy, como si fueran méritos imperecederos.

 

 

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