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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Detallistas, que no expertos

Se han hecho tantos diagnósticos -bien intencionados, aleatorios, probablemente certeros, rebuscados, o simplemente, falsos- sobre las características principales de los españoles que a nadie extrañará que, entrando en el juego, aporte una apreciación personal: nos gustan los detalles.

Los españoles somos muy detallistas. De los detalles inútiles.

El tiempo que se consume en reuniones, congresos, comités, asambleas, senados, cámaras, etc. en precisar los detalles, apurar en las comas, rectificar los adjetivos calificativos, es muy superior al que se dedica a analizar las líneas centrales de un documento, propuesta o línea de acción.

Como resultado de tantas aportaciones insustanciales, de tantas horas perdidas en analizar frases aisladas, por, en general, decenas de desocupados reacios a reconocer su incapacidad para proponer algo realmente útil, pocas leyes, reglamentos, actas, conclusiones, programas políticos, informes, proyectos,... resultan impecables y, en no pocos casos, el mínimo común múltiplo de tanto esfuerzo efectivo por adulterar el documento original, dejándole su impronta, a base de tijeretazos, remiendos y cosidos, es... un monstruo. Un adefesio infumable, algo inútil, en la práctica, o motivo de sempiternas discusiones interpretativas.

Este gusto por los detalles inútiles se manifiesta, sobre todo, en la revisión de las Actas de la reunión anterior. El tiempo para modificaciones previas a la aprobación, ccupará, en general, más de la mitad de la reunión presente: los yonodijeexactamenteeso y losmepermitounaprecisionposterior expresan el deseo subyacente de pasar a una posteridad que, por supuesto, maldito si valorará un ápice ese interés del corrector por sacar pecho de una reunión para la que la Historia de la Humanidad no dejará hueco ni en los nanoagujeros.

 Sugiero al lector, si no lo ha hecho aún, que en la próxima reunión de la que sea testigo, bien como simple espectador o como miembro de número, observe la feroz manera en que la mayor parte de los asistentes con voz a esa convocatoria se dedicarán a despedazar el texto de la propuesta, sea la que sea, contenga lo que contenga, arrancándole trozos, no por el fondo, sino por la forma. El sentido de una frase por aquí, un adejtivo, por allá, una precisión descabalgada por acullá, tal vez la supresión de un párrafo completo, por demasiado grave, demasiado leve, excesivamente oscuro, palmariamente claro...

Por eso, cuando la serie de reuniones y cónclaves termina con un texto, decidido por consenso de un comité, con base de una propuesta de alguien que haya estudiado a fondo el tema, ya sea éste la Constitución de uno de nuestros Estados en los que se descompone el grande y libre del que procedemos desde el siglo XV, el reglamento electoral de un colegio profesional de chicha y nabo o los estatutos de una comunidad de propietarios de merinas, el resultado que se ofrecerá a la luz, será, probablemente, un mantel gramatical con remiendos, un patch-work de aportaciones estrambótico-marginales, en el que el texto original solo mantendrá su tronco argumental, con mucha suerte.

Aplastado por detalles inútiles, meteduras de mano que lo son de pie, frases intercaladas que desestabilizan sentidos. Se abre así, permanentemente, el camino para seguir destrozando, con detalles inútiles, las iniciativas mejores; se seguirá perdiendo el tiempo, con tonterías sin base, en comités y comisiones de expertos que se preocuparán, sobre todo, de cobrar sus dietas y aportar cuatro comas y dos líneas al texto que se les proponga, y, siendo tantos a hacer lo mismo, desfigurándolo entre todos. 

 

El Club de la Tragedia: ¿Qué nos está pasando?

Ayer, 18 de diciembre de 2012, se celebraron elecciones en el Colegio de Abogados de Madrid.

Primero, he aquí las frías cifras: Los 65.000 colegiados (entre ejercientes y no ejercientes), podían optar entre 14 candidaturas a decano, entre ellas la del que terminaba su mandato, Antonio Hernández Gil. Votaron casi 9.000, una participación 3 puntos por encima de la que se registró en las anteriores, en 2007.

Y ahora, el calor de la batalla. El recuento de papeletas confirmaba que la candidatura de Sonia Gumpert Melgosa era la ganadora, cuando los representantes de otras siete, impugnaron el resultado, objetando elementos gravísimos. El más grave, de confirmarse, sería el acuerdo entre la candidata y la Asociación ALTODO para proporcionarle un mínimo de 900 votos, a cambio de diversos favores para sus miembros que afectarían directamente a la deontología profesional.

La prensa detalla lo que sucedió en el Colegio que tiene su sede en Serrano, con datos suficientes para entender dañado el prestigio de la abogacía. Denuncias de irregularidades. Palabras elevadas de tono. Insultos. Listas de votantes que parecen obtenidas irregularmente. Ordenadores que se intenta sustraer subrepticiamente al llegar la policía, que es llamada por algún miembro de la Comisión Electoral. Periodistas. Escándalo. Impugnación por escrito del resultado, denunciando infracciones deontológicas y hasta delicitivas. Suspensión del acto sin proclamación de decano.

Como muchos otros abogados -sobre todo, los ejercientes-, estoy entre los que apoyamos cambios en los Colegios profesionales, para dinamizarlos, rompiendo la dinámica de autoreproducción que, durante décadas, los ha guiado. En muchos de ellos, Juntas directivas de edades provectas, que se repiten en sus asientos, alejadas del problema real de los ejercientes y, en especial, de los más jóvenes. Por no hablar del peso de los grandes bufetes, de las grandes empresas, de las amistades peligrosas (es decir, fructíferas, entre judicatura, abogacía, gobiernos,...).

Es significativo que, siendo tantos los problemas a resolver, el porcentaje de votantes sea tan escaso. El desinterés es máximo. No se confía en que los Colegios puedan resolver los problemas, supongo que, ni siquiera, plantearlos bien, por la inmensa mayoría de los que tienen derecho a voto.

Así que tenemos, dos problemas más: resolver el guirigay montado en estas elecciones, en las que, por el ardor con que se disputa, varios centenares de abogados han encontrado razones para romper la cordialidad colegial, con base en presuntas-probadas irregularidades y contundentes denuncias de infracciones del candidato ganador; y otro, aún más grave: el claro desinterés manifestado por más de 55.000 abogados que tienen su despacho en Madrid (el 85% del electorado), no ya por la disputa, lo que es ya imposible (el efecto llega a mancillar la profesionalidad y la deontología de todos los abogados españoles, y ese es nuestro valor principal en el mercado), sino por las cosas de su Colegio, de las que, hasta ahora al menos, pasaban.

Eso es lo que nos está pasando. Que la inmensa mayoría, sin atender a razones ni intereses, pasa de participar; y hay una minoría que, sin claras razones, lo que deja entrever presuntos intereses, se pasa participando, al pretender el acceso -o la permanencia- en puestos que (y no me corrija nadie, por favor), son de honor, no de rédito.

 

 

La Sociedad Honorífica Internacional Alpha Sigma Mu

Acabo de recibir un tarjetón del Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste en el que esta institución colegial y la Sociedad Honorífica Internacional Alpha Sigma Mu se complacen en invitarme al Acto Académico de nombramiento como miembros de honor de dicha Sociedad a los "Ingenieros Superiores de minas, graduados y postgraduados de las últimas promociones, que han sido nominados por su excelencia académica y su destacado desempeño profesional en el campo de la Ciencia e Ingeniería de los Materiales".

El acto tendrá lugar el 21 de diciembre a las 19 horas, en la sede del Colegio de Minas y en él, también se hará entrega del Título que la Sociedad ha otorgado a la Delegación Española, y se hará efectiva la concesión del Diploma de Miembro Distinguido de la Sociedad a Carlos Conde Sánchez, en razón de su trayectoria como "Profesor en la Escuela de Ingenieros de Minas de Oviedo".

Es la primera vez que oigo hablar de esta Sociedad, por lo que utilicé el fácil recurso de buscar en internet. Pongo las palabras en español, y... nada. Cuando elimino las comillas, aparece en pantalla, en primer lugar de una lista exigüa, la Sociedad Honorífica de Enfermería Sigma Theta Tau. Una entidad norteamericana surgida en 1923 que defiende el prestigio de la enfermería, representada dignamente -supongo- en los egresados de determinada Escuela profesional.

Buscando entre las escasas referencias googelianas, y a uña de caballo, pues mi paciencia se va extinguiendo al advertir que todo lo honorífico del buscador en español gira en torno a la enfermería norteamericana, deduzco que en Estados Unidos, desde los años 20 del pasado siglo, han venido surgiendo sociedades honoríficas que, por razones aún ignotas para mí, combinan en sus denominaciones tres letras del alfabeto griego y que tienen por objeto agrupar, con criterios de excelencia (lo que siempre me pareció un misterioso recurso no exento de dominada arbitrariedad), a personas humanas (1) que han seguido o estén siguiendo estudios en alguna Universidad, Colegio o Escuela secundaria concreta, y que, supongo, pagarán las cuotas de sostenimiento y se habrán comprado los avíos para lucirlos en las reuniones anuales.

De tanto en cuanto, estas sociedades con vocación de seleccionar élites, premian a personas que entienden se han distinguido en la rama del comportamiento humano que les da razón de ser, presentan sus Memorias y, los miembros que pueden permitírselo se visten con mantos, cordajes, prendedores y gorros, para pronunciar discursos que no pasarán, en general, a la Historia, y hacerse las fotos de rigor.

Por fortuna, al introducir en el buscador las palabras en inglés, obtengo los datos concretos de la Honorific International Society Alpha Sigma MU.  Respiro. Ahora sé de qué se trata.

En esta referencia, el lector podrá informarse de lo que se pretende desde este hijo hispano que se llamará Spain Alpha Chapter, lo que implica pertenecer a la Sociedad Alpha Sigma Mu y, en especial, lo que supone ser Miembro de Honor, destacado en el desempeño de la Ciencia y la Ingeniería de los Materiales.

Los miembros españoles tienen que ser, eso ya lo entiendo, Ingenieros o estudiantes Superiores de Minas, título que, en mi supina ignorancia, creía ya extinguido (si es que alguna vez existió; el mío, ya antiguo y supongo que perfectamente válido, reza simplemente "Ingeniero de Minas. Especialidad de Siderurgia y Metalurgia"). Se trata de recuperar, pues, en lo posible, esencias del Ave Fénix. Bienvenido, Mr. Marshall, al mundo de la penuria científica española

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(1) Lo de "personas humanas" no es un error dimanante de mi debilidad neuronal ni una redundancia biogramatical. Es la fórmula que encuentro adecuada para distinguir, precisiones jurídicas aparte, entre las personas a secas -tipología de los que no somos conscientes más que de nuestras limitaciones- , las personas humanas que, siendo, por lo general, inconscientes de éstas, no han sido distinguidas aún con el toque de la excelencia del que son potencialmente merecedoras, y las personas humanas quasidivinas, que, siendo conscientes de ser excelentes, son reconocidas oficialmente en este categoría por otras de ese honorífico tenor, integrándose así entre los lares, manes y penates invocables por esta aldea.

 

 

El Club de la Tragedia: El experimento de Aristóteles

El Club de la Tragedia: El experimento de Aristóteles

Uno de los experimentos atribuídos a la imaginación aristotélica sirve para demostrar que al sentido del tacto se le puede engañar, haciéndole creer que hay dos donde la realidad solo ha colocado uno.

Basta colocar una bolita entre los dedos medio e índice, cruzados, para confundir la razón, justamente porque la razón corrige, engañándose, lo que los sentidos le comunican; el cerebro, que está acostumbrando a localizar las sensaciones según la posición normal de los dedos, construye la ilusión táctil de que hay dos bolas, porque reordena subconcientemente las sensaciones que recibe, aplicándolas a lo que entiende habitual, y disocia la única bola existente, convirtiéndola en dos, que es lo que le parece más lógico.

Sin entrar en más filosofía ni discusión acerca de la utilidad práctica de esta constatación, experimento fácil de realizar y que a los niños siempre maravilla, me parece que se nos está haciendo el mismo juego entre adultos, llevándonos a creer que son dos las tenazas que nos aprietan, cuando la mano que las maneja es solo una.

Hace falta que alguien se vea obligado a contemplar el sistema desde fuera para que nos cante las verdades que, desde dentro, solo sospechamos quienes no estamos en el ajo, sino en el tajo.

De los personajes repelidos por el sistema, uno de los que me parece más serio de cara y contextura es Gaspar Garzón, quien fuera otrora aclamado juez instructor de causas penales muy mediáticas, político más que discutible y, sin duda, uno de los dedos índices acusadores más activos contra nuestro ordenamiento o sistema social (con visiones hacia lo jurídico, lo político y lo social).

Garzón viene diciendo, cuando le preguntan (como por ejemplo, el 16 de diciembre de 2012 sucedió en el Programa Salvados, que controla Ébole, uno de los periodistas más ágiles en moverse por el magma viscoso de los media) cosas terribles. Por ejemplo, que los miembros del Tribunal Supremo se mueven por intereses no jurídicos en algunas Sentencias (digamos, para entenderlo mejor, que la que le condenó a él y otras en las que se jugó con la figura de la prescripción para tenerlo atenazado al mismo él por salvas sean sus partes inquisidoras)  y que, siguiendo con el tiro parabólico, que la corrupción está impregnando todas las estructuras del Estado.

Mientras lo escuchaba, con la atención que corresponde dar a quien estuvo dentro del asunto que tanto nos aprieta, recordé ese experimento de Aristóteles que conté al principio. 

Nosotros somos, en el dibujo, el trasunto de la bolita. El dueño de mano es el Sistema, el entresijo de relaciones e intereses del que no nos es dado conocer más que el hecho de que nos acogota y exprime.

Los dedos índice y medio, son, en este ejemplo didáctico, la economía y la política, es decir, los que gobiernan desde el Estado y los que lo hacen desde las finanzas; podrían haber decidido apretarnos directamente, estrujándonos, pero han preferido hacerlo de cruzado. Así, los que manejan desde lo más alto, la cúpula del sistema, nos hacen creer que son dos, cuando en realidad, solo son los mismos.

 

Ni discretos, ni tímidos, ni apocados, ni ausentes

Ni discretos, ni tímidos, ni apocados, ni ausentes. Comprometidos.

Así quisiera que fueran mis compañeros de viaje. No he escrito que los prefiera dóciles, ni contestatarios, ni reaccionarios o rebeldes.

Quisiera que no se callaran de lo que saben cuando fuera útil para descubrir verdades, aunque parecieran menores. Que no dejaran de salir a la calle para apoyar lo que sienten justo, aunque hiciera frío o llovieran chuzos de punta.

Que no escurrieran el bulto cuando se tratara de defender al débil frente al injusto, el explotador o el tirano. Que no se sintieran solos, incluso, para dar ese paso al frente que señala el límite del no retorno, para proclamar el no-va-más, para gritar un así-no.

Comprometidos con la verdad, con los que sufren injusticia, contra los que mienten, contra los que no saben pero gritan y favor de dejar hablar a los que saben y no les dejan hablar. Comprometidos contra los que alardean de su dominio, contra los que avasallan, contra los que no perdonan los fallos de los demás y ocultan sus imperfecciones en la petulancia.

Comprometidos con los que quieren cambiar lo que funciona mal sin obstinarse en cambiarlo todo. Comprometidos con los que tienen razón, aunque no tengan los medios ni la fuerza.

Comprometidos. Ni discretos, ni tímidos, ni apocados, ni ausentes.

Dos maneras de disfrutar de un pavo relleno

Hay que ser muy insensible para no emocionarse leyendo las transcripciones del Diario que Zenobia Camprubí escribió mientras se encontraba exiliada en Cuba, entre 1937-1939. (1)

No me avergüenza reconocer que, durante algunos años de principios de la adolescencia, Zenobia -para mí como para otros muchos niños educandos, felizmente sin éxito final, en la abominación al pecado de pensar libremente, era simplemente la traductora de Rabindranath Tagore al español (desde el inglés, se nos advertía).

Esa ocupación de ajuste fino le habría -suponíamos- permitido ocupar las muchas de las horas de aburrimiento que le proporcionó en su cárcel matrimonial su esposo, cursi depresivo al que le habían concedido los suecos un, a cabal entendedera, injustificado Premio Nobel por razón de un librito que nos parecí solo apto para lecturas infantiles, llamado "Platero y yo", en el que los protagonistas eran un pollino y un asno parlante.

Descubrir, por fin, al verdadero Juan Ramón Jiménez y entender su compromiso político y su fecunda actividad literaria y su condición de gramático insigne y tener, ya algo después, la oportunidad de entrar en la sensibilidad propia de Zenobia Camprubí, gracias a ese Diario, fue una bocanada de aire fresco en el atosignante escenario de Peredas, Pemanes, Dámasos, romances viejos y petulancias nuevas.

Pero estaba la mujer. Zenobia, la hembra libre, resistiéndose a ser una víctima más de la eterna violencia latente de género que los varones han desarrollado contra las mujeres que no renunciaban a su inteligencia a pesar de amar o desear amar profundamente. Como Marie Curie, como Frida Kahlo, Virgina Wolf, Simone de Beauvoir, Angela Figueras ... como punta de lanza personal de otras muchas mujeres geniales de las que ni siquiera conocemos su nombre.

Me acuerdo hoy de la referencia a una clase en el Lyceum de la Habana en donde, como casi todos los lunes, Zenobia asistía a clases de cocina -actividad en la que, por cierto, no parece que sobresaliera-. Les habían enseñado a cocinar el pavo relleno, (vulgar y equivocadamente llamado, trufado), que había previamente que deshuesar con mimo. Solo en la operación de eliminar los huesos procurando dejar intacta la piel, el experto cocinero que las instruía había consumido cuatro horas.

Zenobia razona que si un especialista tarda cuatro horas en una operación cuyo destino final no es otro que poner en el plato carne de un ave y su relleno, una persona normal, por mucho que le guste la cocina, necesitará bastante más.

Propone, por tanto, que se vaya al resultado final. Cocinar el relleno y la carne por separado, y se presenten así en el plato. Y preciso yo, como ventaja adicional, enn tanto que seguidor literario de la escuela culinaria de la Marquesa de Parabere (2): se evitará así que, si rellenamos el pavo en demasía, como al cocer la piel encoge o mengua, se rompa y se nos salga el relleno, haciéndonos perder la gracia del intento.

Encuentro que la propuesta de Z.R. es intrínsecamente revolucionaria, popular, pragmática, y se puede aplicar, como todas las buenas ideas, a casi todos los órdenes de la vida. Zenobia Camprubí, que no tenía entonces dinero para delicatessen, atiende al núcleo del objetivo: dar de comer. Una persona culta, refinada, es capaz de reflexionar, en un momento de su vida, que si se trata de alimentar simplemente, huelgan las complicaciones.

Estamos en un momento en que no hay tiempo ni dineros para la receta larga del pavo relleno. (3) Esos señores y señora que en Bruselas o por los cerros ubetenses de Europa se reúnen de cuando en vez para analizar los mejores métodos de conseguir en su alta cocina financiera ponernos en el plato la carne y los despojos ilustrados de nuestra sociedad, deben saber que estamos en momentos en que se ha de aplicar la receta corta. Porque los estómagos vacíos de la Europa del sur no estamos de humor para lo mejor, sino necesitados de comer.

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(1) Zenobia Camprubí. Diario (1.Cuba 1937-1939), Edición de Graciela Palau de Nemes. Existe una segunda parte, dedicada a la estancia en Puerto Rico, pero la juzgo de menor interés emocional para lectores cotillas.

(2) Todavía hay culturetas que ignoran que la Marquesa de Parabere es el título nobiliario que se autoconcedió la muy ilustre Da. María Mestayer de Echagüe, autora allá por 1932 del libro "La cocina completa", y cuya edición original o la reproducción facsimilada debe ocupar lugar de honor en toda biblioteca de cocinillas.

(3) Hay una forma lenta de llegar a un resultado y un camino corto. Los pocos que disfrutan apreciando los matices, los que han sido educados en distinguir líneas de sabor, los que valoran el esfuerzo como elemento inmaterial que se añade a un resultado, seguirán y estimarán que otros sigan, el rumbo largo. Pero es cierto que la inmensa mayoría no sabrá distinguir, y, en atendiendo a la función meramente nutricia, los dos métodos cumplen su objetivo.

 

El Club de la Tragedia: Orden en la sala

Ya conté (aunque no recuerdo si fue en este blog) que cuando era un joven ingeniero, recién llegado a Alemania y sintiéndome cargado de responsabilidades, me sinceraba con un colega alemán -a punto de jubilación como director general de una gran compañía naval- sobre la cantidad de temas de los que debería ponerme al corriente en poco tiempo.

"Le sugiero que haga Vd. lo que yo hice en un caso parecido. Tuve que sustituir a mi jefe, fallecido de infarto fulminante. Era un tipo reservado, hosco, que no comunicaba y cerraba todo con llave. Cuando entré en el que había sido su despacho, el alma se me cayó a los pies. Todo estaba lleno de papeles, informes, documentación. La mesa era un muro de papel, en el que, sobre cada carpeta, había escrito: S.W. (Sehr wichtig, muy importante) . Y, además, estaba todo completamente desordenado. 

"Comprendí que tardaría meses en poner aquello en orden, en enterarme de lo que había allí. Y decidí renunciar a investigar aquella documentación. Mandé a un ordenanza que la retirara, y me propuse atender solo los asuntos nuevos. Nunca supe que era lo que preocupaba a aquel hombre, y, ya me ve. Aquí estoy".

Quienes me conocen saben que no he cumplido exactamente con este excelente consejo. He cambiado un par de decenas de veces de actividad y de residencia, y mantengo abiertas varias líneas de trabajo de forma normal.

Pero sí hay algo que procuro hacer periódicamente. Cuando llevo más de cinco años sin tocar una documentación, la reviso por última vez antes de enviarla a la incineradora. Salvo que sea un escrito original que mantenga su interés, hago sitio para otros.  

Y, lo que es mejor, por si mi fortaleza flaquea, mi mujer está autorizada -fuera de lo que es estrictamente mi despacho profesional, que especialmente en lo que se refiere a los temas jurídicos, dada la lentitud de la Justicia, sería imposible cumplir- para revisar el cumplimiento de esta norma. Lo hace, por supuesto, con mayor rigor y un par de puntos superior, diría yo, en cuanto a la impaciencia por hacer hueco.

Cuando entro en un Juzgado y pongo mi vista por encima de los innumerables legajos que llenan salas, despensas y hasta pasillos, me pregunto si cuando el juez reclama "¡orden en la sala!" no estará proclamando, en realidad y, con el debido respeto, una apremiante necesidad y, por lo tanto, lo que le hace falta es un buen consejo.

 

El Club de la Tragedia: Frases célebres sobre la actitud

Si se me pidiera que resumiera en un mensaje corto un consejo baldío, creo que propondría algo así como: "Se proactivo; cambia de actitud". Tiene, además, el mérito zafio de reunir dos palabras de las que, en lo que pueda ser de aplicación a un ente inanimado como el verbo, abjuro: proactivo y actitud. Junto a profesionalismo forman el trío repelente de los conceptos vacuos a los que el uso por los pedantes y los publicistas pretende dar un contenido dogmático.

La casualidad ha puesto en mis manos un semanario consolidado -el que tengo a la vista lleva el número 3.567- en la difusión de los valores que están de manera recurrente, según se pretende, en los cerebros de aristócratas, plutócratas y faranduleros: profesionalismo, proactivo y actitud.

Me tomo la molestia-placer de seleccionar algunas frases del "¡Hola!" del 12 de diciembre de 2012 sobre la actitud; las califico de célebres, no por quienes las pronuncian o a quienes se les atribuye, sino porque forman parte del acervo espiritual de la tontería.

Oscar de la Renta, "mago de la moda", en su "mágica casa de campo", encuentra la fuerza intelectual propia de sus ochenta años de creativo para expresar, dogmáticamente: "El lujo es una calidad de vida que nada tiene que ver con el dinero". Más claro, agua: actitud.

Otro octogenario venerado, Valentino, resume de forma inigualable la razón de su "exultante júbilo" en una "cena privada" habida en la embajada de Italia en Londres, a la que acudieron "adeptos, familiares y amigos íntimos" del "maestro de la alta costura". No se precisa en qué condición de las tres citadas cenaron allí algunos reyes destronados griegos y búlgaros, pero sí se recoge esta frase que explica la razón íntima de su alegría: "Muchos amigos han venido de todas las partes del mundo para hacer que esta velada fuera muy especial para mí". Proactividad ajena y actitud propia, estimo.

Y, para hacer variada y no muy extensa esta relación de frases célebres, selecciono del mismo lugar (unas páginas más adelante) la que, bajo el epígrafe "Las tentaciones de Laura Ponte", -que presenta una colección de joyas ajena, al tiempo que habla de sus diseños propios con base en las piedras-, es una gema que destila Profesionalismo. "La joya que ha marcado mi vida es una alianza que me hice con diecisiete años para casarme conmigo misma". Actitud y proactividad, combinadas en el cóctel supremo del profesionalismo.

Me reconozco emocionado. Se perfectamente que los mensajes del semanario más hojeado en el mundo (es así, ¿no?) no iban exactamente destinados a mí, ni a gentes como Vds., pero el haber compartido durante unos momentos el alimento espiritual de cientos de miles de seguidoras y seguidores de la evolución filosófica de los líderes mundiales del pensamiento me ha hecho sentirme muy diminuto.

 

El Club de la Tragedia: Huelga de autónomos

A las 12 horas del 12 de diciembre de 2012, los jueces, magistrados y fiscales de toda España dejarán de trabajar durante una hora, en demanda de una reforma profunda de la Justicia y en contra de la ley de Tasas.

Los sanitarios de Madrid, pero también de otras Comunidades Autónomas, siguen en pie de guerra, con paros intermitentes, para protestar contra la reforma de la Sanidad, que incluye la propuesta de privatización de varios Centros. Les acompañan, en algún caso, pacientes actuales y ciudadanos circunstancialmente sanos.

Los profesores y otro personal relacionado con la Enseñanza, protestan, con manifestaciones en la calle y paros, por la reforma que ha anunciado el ministro del ramo, que ha sido plasmada en un borrador cuya fundamental intención les parece a muchos la de provocar.

Por doquier, trabajadores ya afectados o a punto de serlo por las reducciones de empleo que invocan como razón y fundamento la situación de crisis, se manifiestan para protestar sobre las medidas económicas: las que no se han hecho y las que se hacen.

Todos tienen, en mi modesta opinión, razón. No he visto, sin embargo, movilizaciones de los seis millones de parados, que exclusivamente pidan algo que les corresponde demandar a ellos: un puesto de trabajo.

Tampoco he conocido nunca una huelga o un paro de autónomos. Debe ser porque si los que dependemos solo de lo que facturamos y cobramos (y para ello, hay que hacer muchas horas de trabajo sin facturar, y algunas facturas sin cobrar), nos ponemos en huelga todo un día de trabajo de esos que facturemos y cobremos -es decir, en el supuesto de que tengamos ese día una actividad directamente rentable-, perderíamos clientes, o incumpliríamos plazos, y, con alta probabilidad, no tendríamos para comer en unos días.

Y lo que es peor, aunque estuviéramos en huelga ese día, no tendríamos a quién expresar nuestras razonables, atinadas, justísimas reivindicaciones. Si todos acertáramos a pensar como autónomos, sobrarían muchas discusiones necias entre políticos y habría nuevos argumentos en nuestra sociedad en esta hora en que la necesidad exige plantear propuestas efectivas para reducir el paro, mantener puestos de trabajo, eliminar corruptos, marginar incompentes, reclamar honestidad y solidaridad a empresarios y directivos...

 

Hablemos de política, ¿les parece?

Enciende uno la radio o la televisión, recorre con el dial o el mando a distancia toda la gama de frecuencias; abre el periódico de su devoción por cualquier página, y se encontrará, fundamentalmente, con una de estas tres opciones informativas: entrevistas a políticos opinando sobre lo que habría que hacer, pero, sobre todo, de lo que hacen mal los demás; estriptís vergonzantes de desconocidos de los que sabemos mucho más de lo que nos interesaría saber; y juegos de pelota analizados por expertos en sacarle el zumo a lo obvio y borrar neuronas de los cerebros, que suelen aderezarse con encuentros verbales con los protagonistas del espectáculo en los que se opina con rigor paracientífico sobre acciones que serían más propias de guarderías infantiles.

En estos tiempos de agonía, han mejorado sus cuotas de pantalla los políticos; es decir, las gentes que han hecho de la política su modus vivendi (y, por lo que hemos ido viendo, su modus supervivendi). Pero no suelen hablar de política.

Disculpe el lector la trivialidad, pero la política es la gestión de lo que pertenece a todos. No es proponer cambiar la Constitución, ni beneficiarse personalmente, ni pretender arrebatar competencias de otras instituciones, ni ocultar información a los ciudadanos, ni hacer lo posible por reproducirse en el cargo (u otro mayor) como si el honor de´gestionar lo común fuera una fórmula para obtener prebendas.

Hacer una buena política es gestionar lo público de forma que se obtengan los mejores rendimientos de lo común y puesto que estamos entre gente cilivizada (lo que no es imprescindible, por suerte, demostrar), distribuirlo de esa manera más eficiente que supone:

1) que a nadie le falte lo suficiente para vivir -comida, vivienda, ropa, un entorno agradable-, en cualquier edad y circunstancia;

2) que todos tengan acceso a una educación que potencie sus capacidades, sin que se vean limitados por sus orígenes económicos, pero que esa neutralidad no impida hacerse selectiva para que el gasto común no se despilfarre sosteniendo a vagos e incapaces. (1)

3) que se proteja la propiedad y se perfilen sus funciones. Desde luego, la privada, a la que cabrá imponer limitaciones de uso que se enfoquen a la mejora colectiva; y, sobre todo, la pública, que habrá de conservarse y potenciarse con escrupulosos criterios de sustentabilidad.

y 4) que los descubrimientos y avances sanitarios y, en general, todos aquellos que permitan aumentar el bienestar tanto individual como colectivo no desemboquen en el enriquecimiento incontrolado de sus productores o comercializadores y que se garantice, desde la función pública, que la administración y empleo de los avances tecnológicos en medicina y biología no sean privilegio de unos pocos, proveyendo unos mínimos sanitarios generales.

Hablemos de política. Cambiar las reglas comunes, redactar una nueva Constitución, modificar la forma del Estado, etc. no es política. No es responsabilidad de los que viven de la política.

Es materia que pertenece, por esencia, al pueblo, a la sociedad civil, que contará, para su adecuada articulación, con quienes son especialistas en derecho constitucional y en los planteamientos formales que sean preciso, para redactar los esquemas básicos que deban ser seguidos, luego, por los políticos .

¿Por qué no nos hablan de política los políticos? ¿Se sienten más cómodos suplantando la función del pueblo, al que, sí, representan constitucionalmente, para ejecutar los programas que han presentado a la votación electoral, pero no pueden sustituir en aquello para lo que no tienen mandato?

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(1) La frase está más bien destinada a los discentes; pero, sin mucho esfuerzo de adaptación, podría acomodarse a los docentes.

 

Calidad del servicio y cualificación del empleo

Los recortes presupuestarios están afectando a la calidad de los servicios asistenciales. Peor sanidad y enseñanza públicas, peores coberturas a parados, ancianos, minusválidos, desfavorecidos.

Menos puestos de trabajo para empleados de estos sectores, de los que una parte serán despedidos. Porque la reducción de gasto más directa pasa por eliminar parte del personal adscrito a una actividad. Los que toman la decisión pueden valorar exactamente el ahorro de reducir la plantilla y, una vez superado el mal trago de tener que comunicárselo a los despedidos -y, en el caso de los servicios públicos, aguantar con estoicismo, las huelgas y movilizaciones-, la vida seguirá.

La situación en la que se encuentran, antes de los recortes (reformas?) la sanidad y la enseñanza pública es muy distinta. La mayoría de los que enjuiciaban, desde el conocimiento y los hechos comparativos, la enseñanza en España, reclamaban la necesidad de una reforma sustancial, puesto que el nivel se había deterioriado; no se valoraba el nivel de la enseñanza, en general, sino de los discentes, de los enseñados.

En el campo de la sanidad, había un consenso amplio de que el nivel actual es aalto. No se demandaban reformas de fondo, sino, en su caso, modificaciones puntuales, que permitieran avanzar en un proceso que podía ser considerado de los mejores del mundo.

Me gustaría señalar en este Comentario que, aún admitiendo lo imperativo de reducir costes en los servicios públicos -y hay que ser extremadamente estrictos para disminuirlos lo mínimo, dada su excepcional repercusión sobre el estado social y de derecho-, hay que ser muy juiciosos, muy serenos, consensuarlo bien con la mayoría y, en especial, con los que más saben del tema, antes de hacer una reforma que afecte solo a la cantidad del empleo.

En la enseñanza, el problema más urgente parece estar detectado en la calidad del servicio. Destinar el esfuerzo a reducir personal o hacer una apurada modificación de algunos aspectos del íter lectivo sin haber analizado en profundidad cuál es el objetivo a cumplir, es un error de visión.

En la sanidad, por el contrario, no hay problema de calidad, sino, en su caso, de reducción del coste. Enfocar esta reducción pensando en privatizar el servicio es una engañifla teórica en la que bastantes tendríamos algo que decir.

 

 

 

 

Carta abierta a un gran evasor de impuestos

Disculpe, en primer lugar, que esta carta no tenga encabezamiento. No le conozco, ni siquiera se si es hombre o mujer, si actúa solo o en compañía de otros, incluso desconozco si esos otros que revolotean a su lado, son empleados de alguna de sus propias empresas o funcionarios de otras, directivos de cierto nivel y bancarios de grandes cuentas, políticos empeñados en ocultarle o gobernantes que se jactan de gozar de su amistad sebosa.

Supongo que muchos de los que forman su círculo de aduladores se levantarán, respetuosos, diligentes, al verle entrar por la puerta, le cederán el sitio en el ascensor, en la iglesia, en la cola del teatro o en la barra del club y le darán los buenos días aunque no lo sean para ellos, y le preguntan por su salud, alegrándose de que le vaya bien, aunque tengan los pulmones encharcados de sangre, esperando solo que de su mano caiga alguna prebenda.

Lo único que se de Vd., ignorando todo lo demás, y aunque no pueda ponerle cara, ni nombre, ni cuantía, es que Vd. evade impuestos. Muchos. Porque Vd. es un gran evasor de impuestos.

Fíjese lo poco que conozco de Vd. que ni siquiera se si esta acción la realiza disimulando beneficios, engordando las cajas b o engrosando los contenidos de las cajas fuertes en la que va acumulando dineros, joyas y objetos de gran valor en el mercado de las artes simbólicas, como resultado de la parte que no declara de las operaciones que realizan sus empresas, sus lucrativas actividades.

Más lucrativas aún, ahora que la competencia es menor, que el país se está hundiendo en el fango de la miseria.

Y, aunque pueda suponerlo, no se si ese patrimonio sobre el que se asienta, gigantesco para mentes acostumbradas a llegar a fin de mes conviviendo con deudas, lo ha conseguido a base de centralizar una buena cantidad de las ventas de su entramado empresarial en paraísos fiscales, o si lo que acumula es el fruto infeliz de las enseñanzas extraacadémicas de sus diligentes contables que, con el auxilio de empresas sin actividad real, y la generación sistemática de facturas falseadas, han creado una estructura de fantasía que le permite aumentar a discreción los gastos ficticios, pero escrupulosamente anotados, de sus empresas aparentes, para alzarse con montones de dineros opacos, tan frescos, contantes y sonantes, y que habrá puesto a buen recaudo, sangrando el flujo económico que atraviesa su bien engrasado sistema de evasión de impuestos.

Ignoro si, compartiendo el sentir de muchos de sus conciudadanos, Vd. cree que la actual situación de crisis es insostenible, y defiende con ardor que hay que cambiar el paradigma, y argumenta, sin mover un solo músculo de su pétreo rostro, que todos debemos colaborar y aportar el hombro para salir de ella. Supongo, sin embargo, que utilizará estos argumentos, que tanto le acercan a los que desprecia.

Incluso he supuesto que Vd., que tiene fuerza económica real, aunque haya conseguido ocultar un buen pellizo, goza de credibilidad y respeto social, y, por eso, le conceden amplio espacio en los media, y, aprovechando el escenario tan dispuesto, se ha constuído en uno de los paladines de la necesidad de una reforma laboral profunda, que permita reducir salarios y el despido libre de quienes no rinden, y que abogará por reducir impuestos, sobre todo, a las grandes empresas para facilitarles la inversión y mejorar su rentabilidad, y que resultará convincente al denunciar que debemos reducir el alcance del estado social porque hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, y, ahora, a las duras,  hay que saber reducir el gasto y el consumo para no hipotecar aún más el futuro común...

Me he imaginado que Vd., que seguramente ha conseguido proteger su conciencia con limosnas generosas -pero controladas- a alguna iglesia en la que no cree, que participa en varias asociaciones benéficas para ayuda a los más necesitados a los que en el fondo, desprecia, que ha contratado como peón o como guardesa al hijo de alguno de sus criados a los que perdonó la vida, y que, con muestras de orgullo por lo que ha conseguido, se lo pidan como si no, tiene siempre una respuesta oportuna, una palabra juiciosa, para aconsejar a los demás que trabajen, que se esfuercen, que no desesperen, y que ahí está su propio ejemplo para demostrar que la vida siempre acaba premiando a los que son honestos, fieles, inteligentes, hábiles, para aprovechar las oportunidades...

Me he imaginado que Vd. no tiene escrúpulos, que en su corazón no hay remordimientos, porque ha acabado por creer que lo está haciendo bien, que lo que hace es lo que corresponde hacer. Que los demás podrían hacer lo mismo si fueran así de inteligentes como Vd. para aprovechar la coyuntura, y para hacerla a su imagen y capricho, si fuera necesario.

También me he convencido de que nunca leerá esta carta, ni cartas como ésta, ni atenderá a indicaciones, ni a presiones, ni experimentará temores ni miedos ante inspecciones fiscales, anuncios justicieros, manifestaciones callejeras, acostumbrado como está a sentirse protegido por esa muralla de adulación, de respetos, de contibernios, de mentiras.

No me leerá ni su conciencia le avisará del demérito de su conducta. Pero, aunque no nos lleguemos a conocer jamás, hay algo que quiero decirle.

Le descubriremos. Le acabaremos descubriendo, vaya que sí. Ya no es posible mentir a todo el mundo todo el tiempo. Y estamos a punto de aparecer en su vida, para desenmascarlo para siempre. Aunque Vd. haya perdido su vergüenza, nosotros no hemos perdido el sentido ético y la solidaridad que da fuerza a nuestras vidas.

Jugando con el tiempo: Deficitarios, procastinadores, temporarios

Supongo que a casi todos nos llega un momento en la vida en el que nos damos cuenta de que no será posible hacer todo lo que nos habíamos propuesto en los fervores adolescentes. Somos deficitarios de tiempo, y el tiempo que nos queda es muy escaso, aunque solo en la madurez avanzada caemos en la cuenta de la cortedad de nuestro bagaje de horas.

Me ha parecido siempre digna de respeto (y análisis) la actitud de quienes, siendo portadores de un cáncer terminal, o teniendo la vida ya ralentizada por los caireles de una edad provecta, siguen estudiando, aprendiendo, actuando, como si la muerte no fuera con ellos. Se mantienen en la ilusión de vivir eternamente, o, tal vez, se defienden sicológicamente, agrediendo de esa forma simbólica, el destino ineluctable.

Junto a los deficitarios, existen los procastinadores, subespecie de quienes aplazan lo importante, disimulándolo entre lo urgente, aunque la calidad de lo que les ocupa el presente decaiga de toda evidencia. Nos ha crecido el número de los procastinadores, que castigan nuestra urgente necesidad de solución a graves problemas anteponiendo otras acciones que no vienen al caso, y, aunque no solo, se les ve especialmente cómodos en la política, haciendo como que hacen o deshaciendo sin conseguir nada.

Están, en fin, los temporarios. Uti temporibus, aprovecharse de las circunstancias, fue siempre el cuestionable privilegio de los que solo miran lo que tienen delante de las narices, sin importarles pasados ni mañanas, y le echan mano para disfrutarlo.

La mayor baza con la que cuentan los temporarios es, precisamente, el tiempo, porque en él se esconden para pasar desapercibidos, mantenerse impunes, sentirse inmunes. Con el tiempo a su favor, los temporarios ponen tierra por medio, ocultan el fruto de sus tropelías, evaden a paraísos fiscales lo que han hurtado o robado -delgada línea fina- a los demás, dejan que resulte que ha prescrito lo que es delito, se escudan en que ha muerto el cómplice socio que era, en realidad, el que tomaba las decisiones.

Deficitarios, procastinadores, temporarios. Tres maneras diferentes por las que el tiempo pasa por encima de nosotros. Buen provecho.

 

El Club de la Tragedia: Pesadilla en los sótanos

"Pesadilla en la cocina" es el programa de mayor audiencia en la Sexta de televisión española (noviembre de 2012). Alberto Chicote revisa la forma de actuar de restaurantes en apuros económicos, pone a caldo a propietarios y empleados, propone cambios radicales -decoración, carta, comportamientos- y, en un par de días, se marcha de allí entre aplausos y olor a santidad culinaria.

Lo de menos es que el programa sea un copión, cambiando actores, del guión de la serie de gran éxito que en Norteamérica se está emitiendo bajo el título de Kitchen Nightmares y la pericia de Gordon Ramsay.

Lo de más está aflorando al conocerse lo que se cuece en la trastienda del programa español, en donde ya son dos los propietarios de restaurantes falsamente rescatados que han cerrado después del paso de Chicote, y que, ya sin pelos en la lengua ni dinero en el bolsillo, acusan de que la dirección del programa les obligó a exagerar las condiciones del local, empeorándolas para dar dramatismo al tema y que, ni cambiar la carta, ni la decoración ni el par de consejos sirvieron para nada.

Así que hay todavía por ahí empresarios de restauración que creen en los milagros. Que, ciegos para su entorno y para sí mismos, no reconocen que su actitud indolente no cambiará con un par de consejos a la carrera, o que el pelaje de un vago o un jeta empleado en su cocina o sala se mutará, por artes de birlibirloque, diciéndoles al oído que tienen dentro de sí un figura del sector, o que la clientela a la que se espantó con bazofias va a volver, para ponerse de rodillas ante un plato decorado como un salón de Versalles, pero cocinado en el mismo antro en el que ayer se incumplían todas las normas de la higiene.

Y, además, después de irradiada la historia de la transformación y sus secuaces, urbi et orbe, para que hasta el más inocente extraiga fácil las consecuencias.

Es una lástima que se esté descubriendo que el Programa está amañado, porque la idea es muy buena. Sería magnífico que, con el talante del Chicote de ficción, se hicieran miles de copias, y se entrara, de veras, y difundiéndolo por los canales de televisión para que todos lo viéramos, en las salas de reuniones de los directivos de las entidades financieras y grandes empresas, en los despachos de los políticos que nos dan consejos de cómo comportarnos ante la crisis o cómo salvarnos de ella, en los consejos de gobierno en donde se deciden los decretos ley que nos van cambiando la vida (a peor, en este momento), en las reuniones de las cúpulas sindicales en donde se decide la estrategia de huelgas, en las confederaciones empresariales que deben decidir si condenan o silencian la actuación de sus anteriores presidentes, en...

Pesadilla en los sótanos del Estado. Allí donde se toman las decisiones para confeccionar los menús que nos afectan y en las que no se nos permite participar. Un lugar en el que se producen mejunges que se nos servirán en el comedor al que hemos sido atrapados por la luminosidad de los letreros en la puerta y, una vez dentro, ya no se nos ha sido posible volver a la calle.

A respirar.

 

 

La Carta Magna y las cartas de la baraja

El transcurso de los años ha contribuído a crear la desagradable sensación de que la Constitución Española vigente, -nacida en 1978 como producto de una inseminación artificial, atribuída al consenso de unos pocos ciudadanos redactores que se convertirían inmediatamente en ilustres, y al apoyo mayoritario de un pueblo bastante asustado por los ruidos de sables que acompañaban a las intenciones embalsamadoras del régimen franquista-, se nos ha marchitado.

Precisamente la conmemoración del 6 de diciembre, fecha en que se aprobó la Carta Magna, sirve desde hace varios años para poner de manifiesto, tanto la satisfacción por aquel acuerdo venerado aunque tenido por añejo, como la urgente necesidad que sienten otros para poner en revisión varios artículos, acusando a la letra impresa de haberse convertido en material de desacuerdo rentre los españoles. 

No faltan en la viña del Señor quienes aprovechan huecos para gritar que lo que hay que cambiar es el todo, como si, en un juego de cartas, estando repartidas para jugar con ellas a la brisca, uno de los que están sentados en la mesa dijera que se pasara al tute, porque le vienen mejor dadas.

Los puntos de tensión surgen y surgirán, de forma natural, siempre. Forman parte de la evolución constante de la Humanidad hacia el caos, implacable destino que solo resulta contrariado por éxitos, muy cortos en el tiempo, de un cierto orden. En pueblos como el nuestro, acostumbrados a crear crisis como el entorno en donde se desenvuelven más cómodos muchos de los de arriba como no pocos de los de abajo, las Cartas Magnas se han hecho, sabemos, para durar poco, y cambiarlas por completo cuando cambian los vientos.

La Constitución de 1978 es una más, por mucho que la alaben. Se ha cerrado con hilvanados de circunstancias, que cosieron, de tapadillo, los elementos de discrepancia ideológica, y, con el uso y desgaste, fluyen por los rotos los intereses particulares, gotas de descontento que, a fuerza de gotear, como nadie las sofoca, pues carece de autoridad para hacerlo, acaban formando corrientes de consideración.

Ni España es unánimente monárquica (ni tampoco republicana), ni hay consenso en que un Estado federal sea mejor que lo que tenemos (llámese como se llame), ni hemos llegado a saber muy bien qué es, y sobre todo, cómo se paga, el Estado social del que estamos orgullosos, ni vamos todos acordes en cuanto a las ventajas (y desvebtajas) de haber cedido el poder de decisión del gasto en temas como educación, sanidad e incluso la impartición (lentisima) de la justicia.

No se trata, creo, de repartir otra vez las cartas de la baraja constitucional, olviendo a picar aquí o allí de otras constituciones de países que, alguien debería analizarlo seriamente, aparecen como más avanzados que nosotros, incluso aunque lleven más tiempo con su Carta Magna del que aquí llevamos con esta última que se está urgiendo a cambiar

Se trata, en fin, y no aspiro a alcanzar la mayoría de adhesiones con lo que me parece una perogrullada, de que los españoles dejemos de lado nuestros impulsos de cambiarlo todo, para sacar el máximo provecho a lo que tenemos, dándole, de vez en cuando, si hace falta, aquí y allí, una mano de pintura. Jugar a lo que toca, sin trampas, y sin tener los ojos puestos en las mesas de al lado, en donde están, por lo que cuentan, con el vicio del julepe.

 

The Cides House Rules

Las Normas de la Casa de la Sidra (The Cider House Rules) es el título de la magnífica película dirigida por Lasse Hallström, y que todos hemos visto, al menos, un par de veces.

Su titulo en inglés me ha sugerido una variante, un trastrueque, que el lector apresurado, casi me atrevería a apostar doble contra sencillo, no ha advertido. Cides, y no Cider, es el ente que fija las reglas.

Y me propongo, explicar, claro, a qué me refiero, una vez que adelante que Cides son las siglas del Comité de Ingeniería y Desarrollo Sostenible.

A medida que me he ido haciendo mayor, me ha maravillado la poca capacidad que los españoles desarrollamos para conocernos a fondo. Aunque amigos del cotilleo y, tradicionalmente, objeto y sujeto de envidias sanas y malsanas, conocemos poco de los otros, aunque creamos saberlo todo. Alguno dirá que es por prudencia o timidez. Me inclino a pensar que es por desinterés, por dejación, por desprecio.

Siempre que tuve oportunidad, organicé reuniones entre gentes afines o no, entre colegas como entre competidores, entre expertos como legos, hombres y mujeres. La combinación pocas veces dejó de ser efectiva, y dejó de dar lugar a informaciones interesantes, debates fértiles, consecuencias sensatas.

En el restaurante que fue de mi propiedad (AlNorte), tuvimos durante tres años, todos los meses, cenas-tertulias sobre los temas más diversos y con los contertulios más variados y, en algún caso, insospechables. Me complací en organizarlas en el Colegio de Ingenieros de Minas, en la Sociedad Regional de Promoción de Asturias, en la Cámara de Comercio española en Alemania, ... y, por supuesto, en mi casa.

También las propuse realizar en el Cides. Las Normas -no escritas- eran simples: elegir un tema de interés común y suscitar un debate abierto, sincero, dando prioridad a la experiencia respecto a las elucubraciones, y evitando los lugares comunes, las nociones sabidas, el lucimiento personal. El debate no debería durar más de dos horas y uno de nosotros actuaría como moderador-provocador.

Ya hicimos uno de esos debates. Fue hace cuatro o cinco años, sobre el agua. Fue muy interesante.

Están de moda los debates. En general, lo que enncuentro en común es que los contertulios no se escuchan, se interrumpen con agresividad que solo puede estar justificada por el deseo de aumentar la audiencia y, claro, aniquiliar los argumentos del contrario y, casi como norma general, no tienen mucha información sobre lo que hablan. Habría que disculparlos, porque, cada día, se les obliga a opinar de los temas más variados, convirtiéndolos en Kalikatres sapientísimos, de grado o a la fuerza.

Ah, vuelvo al Cides, a todos los Comités que se reunen a diario, bajo múltiples y evocadoras advocaciones, en España. Opino que es imprescindible que en nuestro país, los que saben, pierdan el miedo a exponer sus ideas y, aún más, es imprescindible que, los que no saben, se callen de una vez, dejen de hacer ruido.

Y, amigos de todas las Casas de la Sidra reales o ficticias, no basta tener Normas y colocarlas con una chincheta en la pared: hay que cumplirlas y, para conocer qué dicen, hay que leerlas, y admitir que "son para nosotros".

 

La reforma empresarial pendiente

La detención del expresidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Gerardo Martín Ferrán, por presuntos delitos de blanqueo de capitales y evasión fiscal, es una muy mala noticia para la credibilidad de la cúpula empresarial.

No se debe juzgar a priori a nadie, desde luego, y menos por actividades cuyo carácter delictivo está pendiente de completar la investigación y de la decisión judicial, después de un proceso con garantías- Tampoco un garbanzo negro tiene que estropear el cocido.

Pero no se puede impedir que, en el ejercicio del libre derecho de pensar, sean mayoría los españoles que, al saber que Martín Ferrán tiene, según parece, casi 5 millones de euros en cuentas suizas, varios inmuebles distribuídos por el mundo y no sé cuántos dineros en efectivo en cajas fuertes de su lujosa casa, entiendan que, más que proseguir con la reforma laboral, lo que necesita este país es una reforma empresarial profunda.

La organización empresarial debería realizar un examen interno muy profundo para detectar la honorabilidad de quienes la conforman y, sobre todo, de quienes la representan. En un momento de crisis, los empresarios deben ser, fieles a las condiciones de un estado de derecho y no de desechos, los máximos garantes de que los negocios se están rigiendo con honestidad.

Porque no se puede pedir una reforma laboral más profunda, defendiendo el despido libre, la movilidad total de los trabajadores, la reducción de impuestos y cuotas, el aumento de la jornada laboral sin contraprestación económica, o acusar a los sindicatos de abuso de posición y peticiones desproporcionadas, si se está, paralelamente, derivando beneficios a cuentas en paraísos fiscales, acumulando lingotitos de oro en las cajas fuertes o mintiendo en las declaraciones a Hacienda.

Los empresarios deberían saber que la empresa no la forman solo ellos, aunque -y ya se ve que no siempre- hayan puesto en riesgo sus ahorros y aporten su tiempo y relaciones. La empresa es, y da vergüenza recordarlo, la combinación de una capacidad directora, unos dineros y un conjunto de trabajadores empeñados en sacar adelante el proyecto, utilizando sin reservas cualidades y esfuerzos.

Si el que está al mando marca con trampas sus cartas, y su actitud queda al descubierto, no se pida a los que obedecen que concedan credibilidad a sus argumentos.

 

Minería e incendios en los montes

Minería e incendios en los montes

Cuando en el Comité de Ingeniería y Desarrollo Sostenible (CIDES) del Instituto de la Ingeniería de España se eligió como tema para la Sesión que se nos había cedido en el Conama 2012, el de "Montes incendiados, un debate entre ingenieros", yo me postulé para hablar desde la perspectiva de la minería.

La minería mantiene una intensa relación con el monte. La explotación de los recursos, incluso subterráneos, por su ubicación típica, afecta directamente a su imagen y conservación, e indirectamente, y de forma no menos sustancial, al entorno socioeconómico donde se ha abierto o pretende abrir una cantera o una mina. 

Porque la minería es una fuente de riqueza, pero también de riesgos y afecciones, no solo ambientales,  y moviliza intereses de muy variado carácter. A veces, la avidez de algunos puede significar la destrucción del bosque, al que se quema para facilitar el acceso a las explotaciones o en la pretensión de forzar la concesión de permisos mineros.

Pero también hay que resaltar que la extracción de minerales y rocas forma parte del paisaje. Y, en la Unión Europea, esto es así, no por capricho o insolencia gramatical, sino por definición legal. Todo aquello que conforma el entorno visual es paisaje, según el Convenio Europeo del Paisaje, reconocido así por la Ley española 42/2007 del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad.

No debemos, sin embargo, quedarnos en las definiciones para analizar la relación entre minería y monte y, en general, en la incidencia sobre el paisaje provocada por el fuego que tenga su origen, directo o indirecto, en la extracción de minerales y rocas.

Las explotaciones mineras del pasado, incluso del pasado reciente, han dejado minas "huérfanas", escombreras e instalaciones abandonadas, que constituyen riesgos de incendios permanentes. Restos de residuos y combustibles, maquinaria, compresores, instalaciones eléctricas a la intemperie, testimonio de la ruina de promotores; bocaminas por las que aún se puede acceder a interiores no clausurados que invitan a que buscadores de material reutilizable cometan alguna torpeza imprudente, e incendiaria.

Tampoco podemos ignorar que los montes, ocultan, a veces, canteras irregulares y minas indocumentadas, que se añaden a esa panorámica de afecciones al paisaje, por individuos sin escrúpulos que quieren aprovechar las coyunturas.

Es necesario combinar medidas de seguridad, control y protección de los montes afectados por la minería y, por supuesto, la recuperación de espacios mineros degradados, tanto para su puesta en valor como activo ambiental, como por la necesaria repoblación y protección forestal .

Son muchos los elementos jurídicos que confluyen: la propiedad comunal de algunos montes, la pérdida de su valor económico y el aumento de deberes acumulados sobre el propietario, la confusión en las responsabilidades administrativas y privadas sobre su conservación y vigilancia, la necesidad de controlar las actividades post-cierre de las minas y canteras, la decisión correcta de las labores de repoblación y reparación ambiental, y, en caso de montes incendiados, del óptimo tratamiento post-incendio en zonas mineras.

De esto traté en mi conferencia, que comencé con unos cuantos ejemplos acerca de los riesgos de combustión espontánea, sobre todo, del carbón, turbas y algunas mezclas bituminosas: el largo incendio de la mina de carbón de Rujigou (el más antiguo de China, apagado en 2007, después de 180 años), el de la ciudad fantasma Centralia, en Pensilvania (EEUU) -causado en 1962 por un fuego en un basurero y que se extendió inmediatamente por una capa de carbón en profundidad, y que se mantendrá durante '¡otros 250 años!-, el de Jharia (India), una explotación a cielo abierto, activa, en la que las llamas alcanzan en muchos sitios hasta 7 metros...

Incendios, muchos, casuales (a las combustiones espontáneas, se añaden las provocadas por rayos, imprudencias, descuidos),  pero también, en otros casos, provocados intencionadamente, como el que, presuntamente, han causado trabajadores de la empresa Volcan, en junio de 2008, para conseguir vencer por la vía de los desastres consumados la oposición de la Comunidad a la explotación del oro en la zona forestal de Jacha y que afectó a más de 300.000 árboles. O el de Portovelo, también en Perú, aún vivo en estos momentos, que se inició hace un par de días...

No debemos mirar únicamente a otros países, o pensar que los incendios relacionados con la minería son propios de países en desarrollo, o por aquellos que desean acelerar, por medios lícitos o ilícitos, la extracción de sus recursos minerales. En España tenemos capas de carbón subterráneas que están ardiendo espontáneamente; y riesgos latentes: cientos de minas y escombreras sin dueño legal, la mayoría con restos inflamables; estructuras y explotaciones abandonadas; y un inquietante etcétera, no bien inventariado, no del todo conocido.

El ignorante puede que, ante este panorama, dirija su acción inculpatoria hacia los ingenieros y técnicos mineros. En absoluto sería justo. El saber hacer y la deontología profesional son, por el contrario, la garantía de que las cosas se hagan correctamente, y así debe ser cuando se encomienda la explotación a una persona competente técnicamente.

Lo que debe controlarse es el incumplimiento de la Ley, del reglamento de seguridad minera y de las prescripciones para la competencia facultativa, además de, naturalmente, realizar el inventario completo y tomar las decisiones adecuadas sobre las explotaciones y escombreras abandonadas, para que la seguridad del monte, y de las personas, quede garantizada.

En mi conferencia tuve oportunidad de hacer un amplio repaso a esta singular relación entre la minería y los montes incendiados. No es, en España, una relación intensa, ni parecerá prioritaria desde una perspectiva más global, pero no conviene esconder la cabeza alegando ignorancia.

Un tema que no está candente, pero que puede arder cuando menos se espera.

(De las muchas imágenes que presenté en la ponencia, selecciono ésta de un monte quemado en Burning Drakes Pick, en una antigua mina de plomo en el Reino Unido)

 

 

 

 

Desde el Pelargón al Sudoku

Por la intención de simplificarlo todo, se han popularizado algunas denominaciones para designar lo más común de algunas generaciones.

Está la generación nini (ni estudia ni trabaja), que serviría para resaltar la característica fundamental de los que tenían hace tres o cuatro años entre 16 y 26 años aunque tampoco faltan quienes la vienen negando, expresando, que es el resultado de una exageración de los resultados estadísticos, y que no son tantos los ninis, por hache o por bé.  Puede que aún no sea mayoría, pero, por desgracia, los ninis amplían, con el tiempo, el intervalo, desplazando inexorable su marca de clase, y reduciéndose los sisis.

Según los sociólogos, una generación humana abarca unos cinco años y, claro, el cursor puede desplazarse según convenga, un poco arriba o abajo. La mía no es exactamente la del Pelargón, y tampoco estrictamente la de los nacidos en la inmediata postguerra española, aunque en algún momento debió extraviarse mi cartilla de raccionamiento, concedida a pesar de ser un teórico infante de teta, lo que en realidad, nuncaa fui, pues me alimentaron con ese producto de la Nestlé que era el Pelargón.

He leído que los de la generación del Pelargón, denominación que alguno más avezado ya puso a los que ahora andarían entre los 55 y los 60 años (escribo en 2012), está poseída por una sensación de fracaso, de haber malgastado el legado de sus abuelos, la coherencia ideológica de sus padres, el furor reconstructor de sus hermanos mayores y, para colmo, no haber conseguido transmitir a sus hijos los valores fundamentales, fueran éstos -apunto yo- los que debieran serlo.

Calma, mis más jóvenes colegas en el arte del vivir desde el desánimo. Vuestra generación, si es que se admite su existencia diferenciada, contiene como todas, individuos que han triunfado y otros que han pinchado; puede jactarse de haber dado al mundo tipos que, aunque lo sean efímeramente, son considerados maestros en el arte de la pluma, el pincel o en la manopla y lamentar o apreciar cómo otros se dedican a la trata de blancas, el tráficco de influencias o la política trapacera; habrá dado su cosecha de catedráticos, magistrados, empresarios, conductores de autobús y dependientes de supermercado. 

Lo que me preocuparía de entre vosotros, y añado en ello a los de mi generación, y uno la de los que aún estén vivos de las anteriores e incorporo a los que se presenten voluntarios, con razón, desde las dos siguientes (hasta los 45 años) es quienes pertenecen en realidad a la gran generación de los Sudokus.

La forman todos aquellos que, teniendo capacidad, han perdido las ganas. Porque no tienen sitio -los prefieren más jóvenes, para formarlos bien-  o porque el sistema les han dado la patada en el culo, ofreciéndoles una indemnización quitándolos de en medio.

Y se les tropieza, haciendo Sudokus, cada vez más obsesivamente, porque en algún sitio han leído oído que eso les mantiene la inteligencia, disminuyéndoles el riesgo de caer en el Alzheimer.

No caerán, pero los han tirado. Son la generación de los Sudokus, la del despropósito global.

La revelación de las masas

Una de las expresiones que han cobrado fortuna en el letargo social es la de democracia participativa. Yo la sitúo a nivel similar al de responsabilidad social corporativa, desarrollo sostenible o estado social y de derecho.

No me excuso por ser conscientemente provocador al poner en igualdad conceptos que en los foros oficiales y oficiosos se esgrimen con una veneración que no admite fisuras y que condena a la apostasía a quienes expresemos la menor duda, sino en cuanto al alcance de teórico de tales conceptos sonoros, sí respecto a la aplicación práctica que se les da en múltiples ocasiones.

Ciñéndome al valor real de la democracia participativa, tenemos en España en las actuales circunstancias, ejemplo perfecto de la vacuidad esencial de la propuesta de acción. La revelación de las masas es inequívoca: los intereses de la colectividad, cuando se expresan, tienen poco que ver con las soluciones. La masa reclama que se le cubran necesidades, pero no plantea opciones.

Y tiene lógica. No se puede esperar que un conjunto indiferenciado de individuos sea capaz de expresar vías de actuación. Su toma de posición solo admite dos posturas: la de la demanda de acción a los que se le presentan con capacidad de decisión (aunque no la tengan) y la de revolución, que incluye la destrucción material y el linchamiento.

Si, como ha sucedido en nuestra mal orientada democracia participativa, se ha dejado que las minorías interesadas monopolicen la expresión de las opciones. Si hemos permitido que los que no saben opinen con el mismo peso que los que tienen el conocimiento.

Si seguimos dando pábulo a la expresión del descontento frente a la formulación creíble de la información y de las opciones. Si quienes están tomando decisiones no tienen credibilidad -y, todavía peor, parecen afectados por la falta de honestidad que se desvela y extiende sin aparentemente dejar un solo reducto incólume-, la revelación de las masas se hace evidente.

Su rebelión, falta de cauces, lleva a la revolución, que es la única forma de hacerle perder su energía.

Es imprescindible poner orden en las ideas, para atajar el avance del caos, que resulta la forma natural de poner en evidencia que los líderes actuales de nuestra sociedad están fracasando en ofrecer soluciones y en defender la honestidad de sus actuaciones. No a la corrupción, al amiguismo, a la protesta sin alternativas.

Llamemos a la inteligencia, para que acuda a salvarnos.