Desde el Pelargón al Sudoku
Por la intención de simplificarlo todo, se han popularizado algunas denominaciones para designar lo más común de algunas generaciones.
Está la generación nini (ni estudia ni trabaja), que serviría para resaltar la característica fundamental de los que tenían hace tres o cuatro años entre 16 y 26 años aunque tampoco faltan quienes la vienen negando, expresando, que es el resultado de una exageración de los resultados estadísticos, y que no son tantos los ninis, por hache o por bé. Puede que aún no sea mayoría, pero, por desgracia, los ninis amplían, con el tiempo, el intervalo, desplazando inexorable su marca de clase, y reduciéndose los sisis.
Según los sociólogos, una generación humana abarca unos cinco años y, claro, el cursor puede desplazarse según convenga, un poco arriba o abajo. La mía no es exactamente la del Pelargón, y tampoco estrictamente la de los nacidos en la inmediata postguerra española, aunque en algún momento debió extraviarse mi cartilla de raccionamiento, concedida a pesar de ser un teórico infante de teta, lo que en realidad, nuncaa fui, pues me alimentaron con ese producto de la Nestlé que era el Pelargón.
He leído que los de la generación del Pelargón, denominación que alguno más avezado ya puso a los que ahora andarían entre los 55 y los 60 años (escribo en 2012), está poseída por una sensación de fracaso, de haber malgastado el legado de sus abuelos, la coherencia ideológica de sus padres, el furor reconstructor de sus hermanos mayores y, para colmo, no haber conseguido transmitir a sus hijos los valores fundamentales, fueran éstos -apunto yo- los que debieran serlo.
Calma, mis más jóvenes colegas en el arte del vivir desde el desánimo. Vuestra generación, si es que se admite su existencia diferenciada, contiene como todas, individuos que han triunfado y otros que han pinchado; puede jactarse de haber dado al mundo tipos que, aunque lo sean efímeramente, son considerados maestros en el arte de la pluma, el pincel o en la manopla y lamentar o apreciar cómo otros se dedican a la trata de blancas, el tráficco de influencias o la política trapacera; habrá dado su cosecha de catedráticos, magistrados, empresarios, conductores de autobús y dependientes de supermercado.
Lo que me preocuparía de entre vosotros, y añado en ello a los de mi generación, y uno la de los que aún estén vivos de las anteriores e incorporo a los que se presenten voluntarios, con razón, desde las dos siguientes (hasta los 45 años) es quienes pertenecen en realidad a la gran generación de los Sudokus.
La forman todos aquellos que, teniendo capacidad, han perdido las ganas. Porque no tienen sitio -los prefieren más jóvenes, para formarlos bien- o porque el sistema les han dado la patada en el culo, ofreciéndoles una indemnización quitándolos de en medio.
Y se les tropieza, haciendo Sudokus, cada vez más obsesivamente, porque en algún sitio han leído oído que eso les mantiene la inteligencia, disminuyéndoles el riesgo de caer en el Alzheimer.
No caerán, pero los han tirado. Son la generación de los Sudokus, la del despropósito global.
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