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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Dos maneras de disfrutar de un pavo relleno

Hay que ser muy insensible para no emocionarse leyendo las transcripciones del Diario que Zenobia Camprubí escribió mientras se encontraba exiliada en Cuba, entre 1937-1939. (1)

No me avergüenza reconocer que, durante algunos años de principios de la adolescencia, Zenobia -para mí como para otros muchos niños educandos, felizmente sin éxito final, en la abominación al pecado de pensar libremente, era simplemente la traductora de Rabindranath Tagore al español (desde el inglés, se nos advertía).

Esa ocupación de ajuste fino le habría -suponíamos- permitido ocupar las muchas de las horas de aburrimiento que le proporcionó en su cárcel matrimonial su esposo, cursi depresivo al que le habían concedido los suecos un, a cabal entendedera, injustificado Premio Nobel por razón de un librito que nos parecí solo apto para lecturas infantiles, llamado "Platero y yo", en el que los protagonistas eran un pollino y un asno parlante.

Descubrir, por fin, al verdadero Juan Ramón Jiménez y entender su compromiso político y su fecunda actividad literaria y su condición de gramático insigne y tener, ya algo después, la oportunidad de entrar en la sensibilidad propia de Zenobia Camprubí, gracias a ese Diario, fue una bocanada de aire fresco en el atosignante escenario de Peredas, Pemanes, Dámasos, romances viejos y petulancias nuevas.

Pero estaba la mujer. Zenobia, la hembra libre, resistiéndose a ser una víctima más de la eterna violencia latente de género que los varones han desarrollado contra las mujeres que no renunciaban a su inteligencia a pesar de amar o desear amar profundamente. Como Marie Curie, como Frida Kahlo, Virgina Wolf, Simone de Beauvoir, Angela Figueras ... como punta de lanza personal de otras muchas mujeres geniales de las que ni siquiera conocemos su nombre.

Me acuerdo hoy de la referencia a una clase en el Lyceum de la Habana en donde, como casi todos los lunes, Zenobia asistía a clases de cocina -actividad en la que, por cierto, no parece que sobresaliera-. Les habían enseñado a cocinar el pavo relleno, (vulgar y equivocadamente llamado, trufado), que había previamente que deshuesar con mimo. Solo en la operación de eliminar los huesos procurando dejar intacta la piel, el experto cocinero que las instruía había consumido cuatro horas.

Zenobia razona que si un especialista tarda cuatro horas en una operación cuyo destino final no es otro que poner en el plato carne de un ave y su relleno, una persona normal, por mucho que le guste la cocina, necesitará bastante más.

Propone, por tanto, que se vaya al resultado final. Cocinar el relleno y la carne por separado, y se presenten así en el plato. Y preciso yo, como ventaja adicional, enn tanto que seguidor literario de la escuela culinaria de la Marquesa de Parabere (2): se evitará así que, si rellenamos el pavo en demasía, como al cocer la piel encoge o mengua, se rompa y se nos salga el relleno, haciéndonos perder la gracia del intento.

Encuentro que la propuesta de Z.R. es intrínsecamente revolucionaria, popular, pragmática, y se puede aplicar, como todas las buenas ideas, a casi todos los órdenes de la vida. Zenobia Camprubí, que no tenía entonces dinero para delicatessen, atiende al núcleo del objetivo: dar de comer. Una persona culta, refinada, es capaz de reflexionar, en un momento de su vida, que si se trata de alimentar simplemente, huelgan las complicaciones.

Estamos en un momento en que no hay tiempo ni dineros para la receta larga del pavo relleno. (3) Esos señores y señora que en Bruselas o por los cerros ubetenses de Europa se reúnen de cuando en vez para analizar los mejores métodos de conseguir en su alta cocina financiera ponernos en el plato la carne y los despojos ilustrados de nuestra sociedad, deben saber que estamos en momentos en que se ha de aplicar la receta corta. Porque los estómagos vacíos de la Europa del sur no estamos de humor para lo mejor, sino necesitados de comer.

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(1) Zenobia Camprubí. Diario (1.Cuba 1937-1939), Edición de Graciela Palau de Nemes. Existe una segunda parte, dedicada a la estancia en Puerto Rico, pero la juzgo de menor interés emocional para lectores cotillas.

(2) Todavía hay culturetas que ignoran que la Marquesa de Parabere es el título nobiliario que se autoconcedió la muy ilustre Da. María Mestayer de Echagüe, autora allá por 1932 del libro "La cocina completa", y cuya edición original o la reproducción facsimilada debe ocupar lugar de honor en toda biblioteca de cocinillas.

(3) Hay una forma lenta de llegar a un resultado y un camino corto. Los pocos que disfrutan apreciando los matices, los que han sido educados en distinguir líneas de sabor, los que valoran el esfuerzo como elemento inmaterial que se añade a un resultado, seguirán y estimarán que otros sigan, el rumbo largo. Pero es cierto que la inmensa mayoría no sabrá distinguir, y, en atendiendo a la función meramente nutricia, los dos métodos cumplen su objetivo.

 

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