El Club de la Tragedia: ¿Qué nos está pasando?
Ayer, 18 de diciembre de 2012, se celebraron elecciones en el Colegio de Abogados de Madrid.
Primero, he aquí las frías cifras: Los 65.000 colegiados (entre ejercientes y no ejercientes), podían optar entre 14 candidaturas a decano, entre ellas la del que terminaba su mandato, Antonio Hernández Gil. Votaron casi 9.000, una participación 3 puntos por encima de la que se registró en las anteriores, en 2007.
Y ahora, el calor de la batalla. El recuento de papeletas confirmaba que la candidatura de Sonia Gumpert Melgosa era la ganadora, cuando los representantes de otras siete, impugnaron el resultado, objetando elementos gravísimos. El más grave, de confirmarse, sería el acuerdo entre la candidata y la Asociación ALTODO para proporcionarle un mínimo de 900 votos, a cambio de diversos favores para sus miembros que afectarían directamente a la deontología profesional.
La prensa detalla lo que sucedió en el Colegio que tiene su sede en Serrano, con datos suficientes para entender dañado el prestigio de la abogacía. Denuncias de irregularidades. Palabras elevadas de tono. Insultos. Listas de votantes que parecen obtenidas irregularmente. Ordenadores que se intenta sustraer subrepticiamente al llegar la policía, que es llamada por algún miembro de la Comisión Electoral. Periodistas. Escándalo. Impugnación por escrito del resultado, denunciando infracciones deontológicas y hasta delicitivas. Suspensión del acto sin proclamación de decano.
Como muchos otros abogados -sobre todo, los ejercientes-, estoy entre los que apoyamos cambios en los Colegios profesionales, para dinamizarlos, rompiendo la dinámica de autoreproducción que, durante décadas, los ha guiado. En muchos de ellos, Juntas directivas de edades provectas, que se repiten en sus asientos, alejadas del problema real de los ejercientes y, en especial, de los más jóvenes. Por no hablar del peso de los grandes bufetes, de las grandes empresas, de las amistades peligrosas (es decir, fructíferas, entre judicatura, abogacía, gobiernos,...).
Es significativo que, siendo tantos los problemas a resolver, el porcentaje de votantes sea tan escaso. El desinterés es máximo. No se confía en que los Colegios puedan resolver los problemas, supongo que, ni siquiera, plantearlos bien, por la inmensa mayoría de los que tienen derecho a voto.
Así que tenemos, dos problemas más: resolver el guirigay montado en estas elecciones, en las que, por el ardor con que se disputa, varios centenares de abogados han encontrado razones para romper la cordialidad colegial, con base en presuntas-probadas irregularidades y contundentes denuncias de infracciones del candidato ganador; y otro, aún más grave: el claro desinterés manifestado por más de 55.000 abogados que tienen su despacho en Madrid (el 85% del electorado), no ya por la disputa, lo que es ya imposible (el efecto llega a mancillar la profesionalidad y la deontología de todos los abogados españoles, y ese es nuestro valor principal en el mercado), sino por las cosas de su Colegio, de las que, hasta ahora al menos, pasaban.
Eso es lo que nos está pasando. Que la inmensa mayoría, sin atender a razones ni intereses, pasa de participar; y hay una minoría que, sin claras razones, lo que deja entrever presuntos intereses, se pasa participando, al pretender el acceso -o la permanencia- en puestos que (y no me corrija nadie, por favor), son de honor, no de rédito.
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