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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Detallistas, que no expertos

Se han hecho tantos diagnósticos -bien intencionados, aleatorios, probablemente certeros, rebuscados, o simplemente, falsos- sobre las características principales de los españoles que a nadie extrañará que, entrando en el juego, aporte una apreciación personal: nos gustan los detalles.

Los españoles somos muy detallistas. De los detalles inútiles.

El tiempo que se consume en reuniones, congresos, comités, asambleas, senados, cámaras, etc. en precisar los detalles, apurar en las comas, rectificar los adjetivos calificativos, es muy superior al que se dedica a analizar las líneas centrales de un documento, propuesta o línea de acción.

Como resultado de tantas aportaciones insustanciales, de tantas horas perdidas en analizar frases aisladas, por, en general, decenas de desocupados reacios a reconocer su incapacidad para proponer algo realmente útil, pocas leyes, reglamentos, actas, conclusiones, programas políticos, informes, proyectos,... resultan impecables y, en no pocos casos, el mínimo común múltiplo de tanto esfuerzo efectivo por adulterar el documento original, dejándole su impronta, a base de tijeretazos, remiendos y cosidos, es... un monstruo. Un adefesio infumable, algo inútil, en la práctica, o motivo de sempiternas discusiones interpretativas.

Este gusto por los detalles inútiles se manifiesta, sobre todo, en la revisión de las Actas de la reunión anterior. El tiempo para modificaciones previas a la aprobación, ccupará, en general, más de la mitad de la reunión presente: los yonodijeexactamenteeso y losmepermitounaprecisionposterior expresan el deseo subyacente de pasar a una posteridad que, por supuesto, maldito si valorará un ápice ese interés del corrector por sacar pecho de una reunión para la que la Historia de la Humanidad no dejará hueco ni en los nanoagujeros.

 Sugiero al lector, si no lo ha hecho aún, que en la próxima reunión de la que sea testigo, bien como simple espectador o como miembro de número, observe la feroz manera en que la mayor parte de los asistentes con voz a esa convocatoria se dedicarán a despedazar el texto de la propuesta, sea la que sea, contenga lo que contenga, arrancándole trozos, no por el fondo, sino por la forma. El sentido de una frase por aquí, un adejtivo, por allá, una precisión descabalgada por acullá, tal vez la supresión de un párrafo completo, por demasiado grave, demasiado leve, excesivamente oscuro, palmariamente claro...

Por eso, cuando la serie de reuniones y cónclaves termina con un texto, decidido por consenso de un comité, con base de una propuesta de alguien que haya estudiado a fondo el tema, ya sea éste la Constitución de uno de nuestros Estados en los que se descompone el grande y libre del que procedemos desde el siglo XV, el reglamento electoral de un colegio profesional de chicha y nabo o los estatutos de una comunidad de propietarios de merinas, el resultado que se ofrecerá a la luz, será, probablemente, un mantel gramatical con remiendos, un patch-work de aportaciones estrambótico-marginales, en el que el texto original solo mantendrá su tronco argumental, con mucha suerte.

Aplastado por detalles inútiles, meteduras de mano que lo son de pie, frases intercaladas que desestabilizan sentidos. Se abre así, permanentemente, el camino para seguir destrozando, con detalles inútiles, las iniciativas mejores; se seguirá perdiendo el tiempo, con tonterías sin base, en comités y comisiones de expertos que se preocuparán, sobre todo, de cobrar sus dietas y aportar cuatro comas y dos líneas al texto que se les proponga, y, siendo tantos a hacer lo mismo, desfigurándolo entre todos. 

 

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